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Capítulo 32

Fernando quedó muy emocionado cuando leyó aquella poesía, aunque tenía miedo de hacerse ilusiones sin antes hablar con ella. Pensó en volver a su casa, pero, ¿con qué excusa? ¿Continuaría su novio allí? Lo que sí le parecía indubitable era que ella lo amaba, y siendo así, tenía oportunidad de recuperarla. Con esa certeza entró al baño y luego volvió a la mesa con sus amigos. Todos notaron que estaba más alegre, pero no quisieron ser indiscretos. La charla continuó por un rato más, pero Fern habló poco, sumido como estaba en sus pensamientos. Pensó en responderle, pero no podía hacerlo con tan poca intimidad. Era mejor esperar a llegar a casa para pensar en algo digno de escribir.

Respiró hondo cuando finalmente llegó a su hogar; se despidió de los chicos con una sonrisa, pues sin duda habían hecho todo lo posible por mejorarle su ánimo.

—Recuerda hablar con ella —le aconsejó Gigi una vez más.

—No seas tan cabezota, Fern —le regañó Gustavo—, y lucha por lo que quieres.

—Lo haré, lo prometo. Gracias a los tres —respondió él, antes de bajar.

Caminó por el sendero de grava en silencio, abrió la puerta y el sonido de unas risas le dio la bienvenida. Provenían del salón de la televisión, por lo que era probable que su hija Pilar estuviera jugando con los bisa o con sus primos. Sonrió al pensar en su hija, y tuvo unos enormes deseos de ir a abrazarla. No lo demoró más y se detuvo en el umbral de la puerta de la estancia. La imagen más bonita del mundo lo conmovió: Sarah y Pilar estaban jugando con el tren eléctrico y las muñecas, y parecían muy divertidas. Ellas no se percataron de su presencia, así que el pudo apreciarlas por unos minutos más en silencio. Sarah estaba de espaldas a él, pero podía imaginar su sonrisa y las palabras que dedicaba a su hija eran de absoluto cariño. El corazón se le encogió, pensando en cuán diferentes hubiesen sido las cosas si Pilar fuese hija de Sarah...

—¡Papá! —gritó la niña feliz. Finalmente lo había descubierto y él no dudó en acercarse a las dos.

Sarah continuaba sentada sobre la alfombra, descalza, y le sonrió cuando lo vio. Al menos ya Fern no tenía aquella expresión de frialdad que le había visto unas horas antes.

—No sabía que estabas aquí —comentó Fern mientras se sentaba en el suelo a su lado.

—Te estaba esperando, y jugando con Pilar —contestó ella, mirándole a los ojos. No sabía si habría visto el correo, pero no quería preguntarle.

—Papá, ¿es verdad que Sarah y tú jugaban cuando eran niños?

—¡Pues claro! Nos conocemos desde hace muchos años.

—¿También conoces a mi mamá? —preguntó la niña con inocencia, mirando a Sarah.

La aludida intentó responder con naturalidad, obviando la antipatía que le causaba Viviana. Notó que Fern se tensaba un poco con la pregunta.

—También la conozco, desde que estaba embarazada de ti.

Pilar se contentó con la respuesta y no indagó más sobre su madre; en su lugar se distrajo con el tren que continuaba girando alrededor de ellos.

—Recibí el e-mail —dijo al fin él en voz baja—, fue como volver al pasado y se sintió hermoso. Quería ir a verte a tu casa, pero no sabía si estarías disponible o si aún tendrías visitas.

—Ninguna, salvo por mamá y papá que estarán unos días.

Fernando sonrió, el tal Carlos se había marchado, esperaba que para siempre.

—Me alegra saber eso —añadió, todavía con la sonrisa en los labios.

—¿Quieres saber la buena nueva? —ella intentó cambiar de tema—. Atilio y la abuela se van a casar.

Fernando se echó a reír.

—¡Eso sí que es una buena noticia! ¿Ya mis abuelos lo saben?

—No se los he dicho aún, tu abuela estaba atareada con la cena y a Alberto no lo he visto aún, pero es muy probable que ya Atilio le haya dicho. Entre esos dos no hay secretos.

—¿Y cuándo será?

—Pronto, aprovechando que mis padres estarán en Castellón por unos días.

—Me parece estupendo —afirmó—. ¡No me perderé esa celebración por nada del mundo! Por cierto, ¿Carlos está invitado?

—¡Fern! —Sarah se ruborizó y le dio una palmada en el brazo, un poco disgustada.

—¡Perdón! —se disculpó él con una sonrisa burlona—. Tengo que desquitarme, ¿no? Es que Carlos...

—¿Carlos es tu novio? —volvió a preguntar la niña. Por alguna razón no le quedaba claro.

Y esta vez, Sarah pudo responder con seguridad que no lo era. Al menos ya no, pero eso Pilar no tenía que saberlo.

—Papá es más guapo —soltó la niña con una gran tranquilidad que sorprendió a los dos.

—¿Lo soy? —Fernando tomó a su hija en brazos y la colocó sobre sus piernas para darle un beso.

—Sí lo eres, papá —respondió la niña.

—¿Lo soy? —insistió él mirando a Sarah.
Ella se volvió a ruborizar y negó con la cabeza.

—No voy a responder eso. Eres demasiado vanidoso, Fern —dijo riendo.

—Hey —se hizo el ofendido—. Es el criterio de Pilar, y ella tiene buen ojo, ¿verdad cariño?

La niña ya había perdido el hilo de la conversación, distraída como estaba con la muñeca que tenía en sus manos, así que solo le dio un beso en la mejilla y recostó su cabeza en el pecho de papá. Sarah los miró a los dos y sonrió, eran dos gotas de agua, y estaba feliz por estar cerca de ese par de pelirrojos.

Sarah llamó a su mamá para decirle que cenaría en casa de Fern, no podía despreciar la invitación de Antonia, y además la conversación que tenían estaba aún pendiente. Cenaron de manera muy agradable en familia y hablaron de la boda de Esperanza y Atilio, algo que los tenía muy contentos. Luego vieron un poco de tele en el salón y a las nueve Fernando subió con Pilar hacia su cuarto. La niña misma pidió que Sarah la acompañara, así que la chica no se hizo de rogar y subió también.

La habitación de Pilar era hermosa: las paredes eran de un color rosa palo muy bonito. Una cama con barandas de color blanco y rosa parecía de princesa. Una lámpara de noche tenía los mismos colores y un unicornio en la base. Otra lámpara, colocada encima de un diminuto escritorio para dibujo, proyectaba estrellas en toda la habitación, para evitar que Pilar durmiera del todo a oscuras. Sarah advirtió que en las paredes había algunas fotografías familiares, y en algunas aparecía Vivi. Era de esperar, era su madre, así que intentó no pensar en ella.

—¿Te gusta mi habitación?

—¡Es preciosa! —respondió Sarah.

—Hace un año que la decoré a su gusto —le explicó Fernando—. Yo mismo le mostraba colores o diseños y ella colocaba el dedito en lo que le gustaba. Por supuesto, luego tuve que tomar cartas en el asunto para que la habitación no pareciera una mezcla de estilos raros.

Sarah sonrió.

—Me encanta, quedó hermosa.

—Antes de eso remodelé toda la planta superior de la casa, hasta que luego le tocó el turno a la habitación de Pilar. Con la experiencia que había ganado me decidí a abrir el estudio y mis amigos me secundaron. Esta habitación fue uno de los primeros trabajos que hicimos oficialmente como compañía, a partir de ahí la habitación de Pilar nos ayudó a nuestro portafolio, y siempre la mostramos como un buen trabajo de diseño de interior, algo que también asumimos.

Pilar se metió a la cama, Sarah y Fernando se despidieron de ella con un beso en la frente, y cuando Fern fue a buscar su libro de cuentos que siempre le leía, notó que la niña ya se había quedado profundamente dormida. Con señas le indicó a Sarah que salieran de la habitación con sumo cuidado, para evitar despertarla.

Una vez en el corredor, y luego de horas de estar acompañados, no sabían bien qué hacer con su soñada privacidad. Fernando la tomó de la mano y la condujo a su biblioteca, que también servía de despacho. A diferencia de la oficina que Sarah había visitado, este lugar era antiguo y acogedor, lleno de muebles de antaño, con libros viejos, maquetas y dibujos enmarcados en las paredes.

—Nunca había estado aquí.

—Es el antiguo despacho de mi abuelo, ahora me lo ha cedido a mí. Antes estaba en la planta inferior, pero mis abuelos decidieron bajar para obviar las escaleras a su edad por lo que tuvimos que subir el despacho tras la remodelación.

Sarah se giró hacia él:

—Me alegra que me muestres la casa, quedó muy bonita.

—Más bonita aún gracias a tu presencia —Fernando enmarcó el rostro de Sarah con sus manos y sin más preámbulo le dio un beso. Ella lo reciprocó, abrazándose a su cuerpo, aquel contacto se sentía como un premio luego de tanto tiempo separados.

—Fern... —susurró ella.

—No tienes que darme explicaciones sobre lo de hoy —repuso él.

Sarah se dejó caer sobre el sofá que estaba al lado de la puerta.

—Carlos y yo llevábamos apenas dos meses. No sabía que aparecería hoy en mi casa de sorpresa, junto con mis padres. Lamento no haberte advertido de la situación tan incómoda, pero me sorprendió tanto como a ti. Cuando nos quedamos a solas le dije que lo nuestro no tenía futuro. Y, por si quieres saberlo, era la primera relación que tenía después de... Después de nosotros.

—Sarah, perdí la cabeza cuando te vi con alguien más, pero luego comprendí que era demasiado egoísta de mi parte pensar que no rehicieras tu vida después de... —al parecer se detenían en el mismo punto—. Después de nosotros. Sin embargo, lo que me importa no es saber lo que sucedió en el pasado, sino lo que quieres para nuestro futuro.

—Tú siempre has sido mi futuro, Fern. Y ahora lo son los dos: Pilar y tú.

Fernando la abrazó una vez más mientras besaba su mejilla sonrojada.

—¿Por qué no te quedas hoy conmigo? —le susurró al oído.

—¿Estás loco? Mis padres están en la casa, y mi abuela y... ¿Qué van a decir?

—Que estamos felices, Sarah.

Ella lo pensó por unos instantes.

—Tengo que advertirle a mamá que no regresaré —explicó nerviosa—. No sé cómo lo tome...

—Solo hay una manera de averiguarlo —repuso Fern con una sonrisa.

Sarah tomó el teléfono decidida y llamó a su mamá. Le dijo que no se preocupara y que no la esperara despierta.

—Es algo tarde ya. Me quedaré en la habitación de huéspedes.

Fernando no pudo escuchar lo que respondió Ana, pero Sarah se ruborizó mucho con las palabras de su madre y terminó la llamada roja como un tomate, aunque contenta.

—Bien, me quedo, pero no tengo ropa para dormir.

—No hay problema, puedes usar algo mío o...

—¡Cállate Fern! —ella le golpeó con un cojín. La variante de dormir desnuda no era una opción.

Fernando se echó a reír y la tomó en sus brazos para darle un beso.

—Yo no he dicho nada... —se defendió él.

—Imagino que tengas una habitación de huéspedes, ¿verdad?

—La tengo, pero no creo que estés hablando en serio...

—Pues claro —rio ella, pero Fernando no supo si sería verdad.

—Ven para que conozcas toda la planta.

Fernando la tomó de la mano y la llevó por el corredor, justo al lado del despacho había una pequeña habitación que hacía las veces de cocina, con una nevera y una mesa pequeña.

—La usamos poco, pues por lo general siempre preparo la comida abajo, pero es muy útil en caso de necesidad, sobre todo para Pilar. Más pequeña despertaba con hambre en las noches. Aún tengo que tener cuidado o me puede vaciar la despensa tomando helado.

—Tiene buen apetito la pequeña...

—Igual que tú —Fernando se rio de ella y Sarah se hizo la ofendida.

Después estaba la habitación de huéspedes, luego la habitación de Pilar donde ya habían estado y por último la de Fern, que era algo más pequeña que la de la niña. Él abrió la puerta y Sarah dio dos pasos dentro: era muy bonita, predominaba el color azul en la ropa de cama, las paredes y las cortinas, mientras que los muebles eran oscuros. Se sintió cohibida de inmediato, pensando en que allí habría dormido Fernando con Vivi, y por un momento no le pareció buena idea el quedarse.

—Hace mucho tiempo que me mudé para esta habitación —le explicó él, como si le leyera la mente—. No he dormido con nadie más aquí.

—Me sorprende que me digas eso... —dijo ella en voz baja.

—Siempre he sabido lo que estás pensando —Fernando colocó un mechón de cabello de Sarah por detrás de su oreja—. Cuando Vivi se fue remodelé todo el piso superior, con el visto bueno de mi abuelo. Pilar ocupó mi antigua habitación que era la principal, lo cual me pareció lógico teniendo ella tantos juguetes. Yo estaba solo, no necesitaba tanto espacio. Acondicioné la nueva cocina, convertí un cuarto de desahogo en habitación de huéspedes, y me instalé en esta otra que ves. Llevo mucho tiempo durmiendo solo, hasta hoy.

Fernando se acercó a ella y la abrazó... Sarah acarició las mejillas de él, que estaban muy calientes.

—Estás hirviendo... —le hizo notar.

—Estoy bien, es tu proximidad la que me pone así.

—Pareces el Sol —comentó ella, hundiendo las yemas de sus dedos en el cabello rojizo de Fernando, que semejaba fuego.

—¿Un Sol a mitad de la noche? —Fernando la atrajo más hacia él con una sonrisa, mientras depositaba miles de besos por sus mejillas y cuello.

Sarah jadeó un poco, intentando mantenerse de pie, aferrándose a sus brazos que continuaban hirviendo.

—Eres mi sol —repitió ella antes de besarlo apasionadamente.

Fernando la alzó con delicadeza y la colocó encima de la cama. Sus besos lentos fueron el preámbulo de lo que sucedió después. Sarah no había olvidado nada de lo vivido en Morella, seis años atrás, pero a la vez se sentía como si fuera la primera vez. Fernando supo, sin si quiera haberlo preguntado, que nadie había acariciado esa piel después de él. Era un presentimiento, una respuesta que encontraba en el cuerpo de Sarah que lo hacía saber que ella era solo suya. Y así volvió a ser, Sarah volvió a ser suya y él de ella, como siempre había sido.

Sarah despertó en los brazos de Fernando bien temprano en la mañana, con las primeras luces del alba. Salió de la cama con cuidado para no despertarlo, y cubrió su desnudez con la ropa del día anterior. Sonrió al pensar que él había tenido razón y que solo bastó con su cuerpo para darle calor durante las pocas horas que durmieron en la madrugada. Ya iba marcharse, cuando decidió dejarle una nota. Tomó un bloc que tenía Fern al lado de su cama, y la nota se tornó en poesía.

Fernando la buscó a tientas en la cama unos minutos después, pero no la halló. En su lugar había una hoja de papel que leyó emocionado. El título de la poesía era "Astro Rey". No estaba ella, pero en aquellos versos estaba su amor.

Tu beso es cálido como el verano,
y tu boca es ardiente llamarada,
que si me besa me llena de calor.
Parece que de ti todo me abrasa,
Prometeo dio fuego a tu mirada,
y si miras me derrito yo...

Tus caricias son tibias por tus manos,
que con dulzura acortan la distancia
hasta tu cuerpo henchido de calor...
A ti me uno, encendida por tu roce;
a ti me entrego repleta de esperanza,
y en ti caliento rendido el corazón...

Eres el astro que el mundo me ilumina,
el centro mismo de mi galaxia entera.
No importa lo ardoroso de tu frente,
eres brillante, estás hecho de fuego...
Sin tu alma me encontraría muy sola,
porque contigo yo me siento plena...

Por eso no te extrañe cuando a veces,
en mi delirio yo te cambie el nombre,
pletórica de toda tu pasión...
Tu calidez de estrella se me impone,
y cuando estrecho con firmeza al hombre,
yo me imagino que me abrazo al Sol...

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