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Capítulo 31

Fernando fue durante todo el trayecto en silencio, tan callado que Pilar comprendió que algo le sucedía y así se lo hizo notar. Fern entonces intentó esbozar una sonrisa y mejorar su expresión, ya que la niña no tenía la culpa de su malhumor...

¡Un novio! No podía dejar de pensar en eso, en el hombre que había visto con Sarah. ¿Entonces no significó nada para ella lo sucedido la noche anterior entre los dos? ¿Estaba jugando con él? Por más que lo meditaba no podía creerlo, pero igual se sentía muy herido.

Comprendía hasta cierto punto que Sarah tuviera una pareja; luego de seis años no podía esperar que se mantuviera sola todo ese tiempo. Era muy romántico pensar que no hubo nadie más en su vida que él, pero tampoco era justo. Sin embargo, lo que no le perdonaba era que no se lo hubiese dicho la noche anterior, cuando hablaron de tantas cosas y él le abrió su corazón respecto a Vivi. ¿No podía haber hecho ella lo mismo? ¿Querría seguir con ese hombre? Eran tantas sus preguntas que se sentía muy agobiado.

Para su suerte, cuando llegó a la casa, se encontró con una grata sorpresa: lo estaban esperando sus amigos, Gustavo, Lucas y Gigi. Cuando Pilar los vio corrió hacia ellos, abrazando a cada uno, y llamándolos "tíos" como siempre hacía.

—Llevaba tiempo marcando a tu teléfono, pero saltaba el buzón —le dijo Gustavo luego de darle un abrazo.

—No sabía que iban a venir hoy.

—He pasado a la oficina para copiar el proyecto del cual me hablaste. De paso te dejé dos a los que quisiera le echaras un ojo.

Fernando asintió, trabajaban a distancia, pero eran un equipo. Un excelente equipo. Su abuela Antonia fue a buscar a Pilar, para darle la comida. Ello permitió que los chicos se quedaran a solas en la terraza, compartiendo unas cervezas que Fernando les brindó para aliviar el calor.

—Gustavo, ¿no trajiste a Wendy contigo? —se refería a su novia.

—Ha ido a Cullera a visitar a sus abuelos pero te manda saludos. Por cierto, hablando de novias, ¿las noticias son ciertas? —rio.

—¿Cuáles?

—Vamos, Fern —continuó Gigi—, nos hemos enterado de muy buena fuente que Sarah ha vuelto.

—Ah, es eso —dijo al fin.

—¿Y lo dices así, con tan poco entusiasmo?

—¿Cómo quieres que lo diga? —se encogió de hombros, fingiéndose despreocupado.

—A nosotros no puedes engañarnos, Fern —apuntó Lucas—. Estuvimos aguardando por ti un rato y hemos hablado con tu abuelo...

Fernando escondió el rostro entre sus manos, sí que Alberto sabía como ser indiscreto.

—Nos dijo que tuviste anoche una cita con ella —intervino Gustavo esta vez—, sin embargo, no tienes buena cara. ¿Qué sucedió?

—No sucedió nada —Fern tomó un sorbo de su cerveza—, o tal vez sí, pero me he percatado de que no significó nada para ella.

—¿Qué quieres decir? —Gustavo hizo la pregunta, pero todos estaban a la expectativa.

—Recién he conocido a su novio —explicó al fin—. Llegó hace poco con los padres de Sarah.

Todos se quedaron en silencio, impresionados con la noticia. Fue Gigi quien, mujer al fin, le dio el mejor de los consejos.

—A veces la vida puede colocarnos en una posición incómoda, pero eso no significa que las cosas sean exactamente como parecen. Habla con ella, es lo mejor que puedes hacer... Si Sarah soportó durante años tu matrimonio con otra persona, lo mínimo que le debes es una conversación sobre lo que sucedió. Tal vez las cosas no sean como crees.

Fernando sabía que tenía razón, pero estaba tan molesto y herido que no daría su brazo a torcer. Casi dándole la razón a Gigi, entró una llamada al teléfono de Fern, el cual tenía encima de la mesa. La pantalla se iluminó con la foto de Sarah y su nombre, sin embargo, él colgó y dejó que saltara el buzón.

—Estás siendo muy infantil —rio Gustavo—, tú que eres el más maduro de todos.

—Es mejor dejar las cosas como están.

—Solo piénsalo —le recomendó Lucas—.¿Por qué no nos vamos a comer algo? Ninguno de nosotros ha comido.

—Mi abuela seguro que ha preparado comida suficiente para los cuatro.

—¡Qué va, Fern! —se quejó Gigi—. No ocuparemos a Antonia con tanto trajín, somos demasiados y además está con la niña. Vamos a comer unas tapas, ¿te apuntas?

—No prometo nada, pero iré a preguntarle a la abuela si puede quedarse con Pilar —dijo él, antes de entrar a la casa.

Sus abuelos le insistieron para que saliera. Ya Pilar había terminado de comer y se había quedado dormida, como siempre sucedía a la hora de la siesta. Un poco más tranquilo, Fern decidió salir a despejarse con sus amigos, y salió de la casa. Le vendría bien dejar de pensar en Sarah por algún rato, si acaso eso era posible.

Los padres de Sarah atestiguaron con asombro cómo Carlos se despedía y marchaba; los menos sorprendidos eran Atilio y Esperanza, pero guardaron en silencio ante la escena. A todos les daba mucha pena, pero imaginaban la razón.

—¿Qué sucedió? —preguntó su madre al fin, luego de que Carlos se hubiese ido.

—Carlos y yo hemos terminado —anunció—. Es un buen muchacho, pero no estoy enamorada de él y continuar sería un error. De haber sabido antes que vendría le hubiese ahorrado el viaje, pero ni él ni ustedes me advirtieron.

—Creíamos que sería una bonita sorpresa —se excusó su padre.

—Pero no lo fue, aunque no los culpo. La responsabilidad de no haberle dicho antes es toda mía. Hay algo más que quiero informarles a todos: he decidido quedarme aquí en Valencia. Quiero establecerme, esta es mi casa, y me siento a gusto aquí.

Esperanza y Atilio compartieron una mirada cómplice y sonrieron.

—¡Me hará muy feliz tenerte aquí de nuevo, hija mía!

—Gracias, abuela.

—Sarah, ¿lo has pensado bien? ¡Tenías muy buenas oportunidades de empleo en Barcelona! También nos habíamos acostumbrado a tenerte cerca —repuso su madre.

—Lo he pensado bien, mamá, y los echaré mucho de menos, pero esto es lo que quiero.

—Sarah necesita tomar sus propias decisiones, mi amor. La extrañaremos, pero es su vida —apoyó su padre.

—¿Esto tiene que ver con Fernando? —quiso saber la mujer.

Sarah suspiró.

—En parte —reconoció—, pero pienso que de una forma u otra hubiese regresado a Valencia, aunque Fernando y yo no hubiésemos tenido ninguna posibilidad.

—Eso quiere decir que la tienen —la frase de su padre no era una pregunta, pero lo parecía.

—Tal vez.

—Atilio, usted me perdonará por lo que voy a decir —intervino Ana, la madre de Sarah—, porque ya sé que Fernando es su sobrino nieto, pero no me complace que mi hija esté tomando decisiones tan importantes por su causa. Hace seis años dejaste la Universidad que amabas por alejarte de él. No fue una mala decisión, pero no lo hubieses hecho por voluntad propia.

Sarah asintió, en eso tenía razón.

—Me fui presionada por las circunstancias, es verdad, pero ahora me quedo por elección y más que nada por mi corazón.

Su madre suspiró con lo escuchaba.

—Me preocupa que un hombre que ni siquiera se ha divorciado y tiene una niña pequeña te rompa ese corazón, por segunda vez. No tengo nada en contra de Fernando, pero estas condiciones no son las que hubiese preferido para mi única hija. De cualquier forma, tu padre tiene razón en decir que es tu vida. Yo prefiero verte feliz en Castellón, asumiendo todos los riesgos, que verte infeliz en Barcelona.

—Gracias, mamá —Sarah se abrazó ella, tenía lágrimas en los ojos.

—Bien, ya que todo se ha solucionado —prosiguió Atilio—, Esperanza y yo tenemos un anuncio que hacer.

Esperanza sonrió, y continuó hablando:

—Después del accidente que sufrimos, nos dimos cuenta de que la vida es muy corta y más a nuestra edad. Atilio me ha propuesto matrimonio, y he aceptado.

—¡Qué excelente noticia! —Sarah fue la primera en reaccionar, y corrió hacia ellos para felicitarlos.

Ana también los felicitó, estaba contenta con la decisión que habían tomado y le parecía bien.

Después de conversar un poco más sobre la próxima boda y los preparativos necesarios, Sarah se excusó para ir a ver a Fernando.

—¡Me imagino cómo estará después de haber conocido a Carlos! —rio su madre, quien había tomado el asunto con humor.

—¡Mamá!

—No te preocupes, hija, un poco de competencia no viene mal, pero creo que haces lo correcto al ir y dejar las cosas claras.

—Gracias por comprenderme —le dijo Sarah con una sonrisa antes de salir.

Caminó aprisa, ansiosa por llegar y decirle a Fern lo que en realidad había sucedido. Sin embargo, para su gran sorpresa, la abuela Antonia le comunicó que había salido:

—Gustavo, Lucas y Gigi vinieron a saludarle y de paso salieron a comer algo. Tal vez no tarden en volver. ¿Has llamado a su teléfono?

Sarah negó con la cabeza, aunque no era verdad. ¿Cómo decirle a Antonia que Fernando no había querido contestarle?

—¿Usted cree que pueda esperarlo?

—¡Pues claro! Pasa adelante, hija, estás en tu casa. Pilar acaba de despertar de su siesta, ¿puedes quedarte con ella? Tengo encendida la estufa...

—Por supuesto, es un placer. ¡Gracias!

Sarah caminó hacia el salón de la televisión, que también servía de espacio de juegos para Pilar. En el centro estaba la niña, jugando con una casa de muñecas, que a su vez estaba rodeada por una línea de tren y un parking lleno de coches. Ella sí que rompía los estereotipos de juguetes para niño o niña, ¡a ella le gustaban todos! El tren daba la vuelta por los rieles, y las muñecas, sentadas sobre los vagones, parecían que se la estaban pasando muy bien.

—¡Sarah! —gritó la niña cuando la vio.

Sarah pasó con cuidado por encima de la línea de tren y le dio par de besos a Pilar.

—¡Me encantan estos juguetes!

—¿Quieres jugar conmigo?

—Por supuesto, cariño, solo dame un minuto y estaré aquí contigo —Pilar asintió.

Sarah tomó algo de distancia, y copió de sus notas algo que había escrito para Fernando. Él necesitaba saber cómo se sentía ella, y no había mejor manera de hacerlo que a través de la poesía. Era momento de rescatar a Pilar Hernández, y por fortuna, todavía mantenía activo ese e-mail.

Fernando la estaba pasando bien con sus amigos, pero aún le dolía lo que había sucedido. Lo peor era no saber si Sarah continuaría con aquel hombre, o si tendrían ellos dos una oportunidad. Luego de comer algo y de una ronda de cervezas, se disculpó para ir al baño.

Tomó su teléfono como siempre hacía para revisar los mensajes; una luz parpadeando le indicaba que tenía alguna notificación. No eran llamadas ni mensajes, sino un correo. Salió a la terraza del local de tapas para tener algo de intimidad, pues el nombre del remitente le cortó la respiración: Pilar Hernández. No había recibido mensajes de ella en seis largos años, incluso pensó que la dirección estaría inactiva. Para su sorpresa, no había sido así.

Abrió el correo con el corazón a mil y se dejó seducir por aquellos versos que tanto había echado de menos, encabezados por un: "No dudes de mi amor".

No imaginas, amado, en cuántos sueños,
fui a buscarte errante y sin fortuna...
Y de soñarte tanto aquel empeño
de encontrarte, me sonrió la suerte,
y en una tarde te volví mi dueño...

No imaginas, amado, cuánto anduve,
sin hallar tu sonrisa redentora.
Tú rompiste la celda donde estuve,
llenando indetenible mis vacíos,
y con tus labios, mi libertad obtuve.

No imaginas, amado, lo que has sido,
para este corazón que te idolatra.
Eres mi alma, mi razón, mi nido.
Te doy todo de mí, sin condiciones,
y el amor que te entrego es merecido...

No imaginas, amado, cuánto anhelo,
tu cariño en las noches en que faltas.
Mis deseos de ti, levantan vuelo,
Y en mis noches sin ti, tan solitarias,
desearía el amor, besara el cielo...

No imaginas, amado, cuanto hastío,
me inundó antes de conocerte.
Con tu amor ya sueño, vivo y rio;
mi corazón reconoció a su dueño,
y tú no dudes de saberte el mío...

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