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Capítulo 3

Sarah salió del trabajo, atravesó apenas un par de calles y llegó al alto edificio marrón que albergaba a uno de los Colegios Mayores de la Universitat, donde se alojaban los estudiantes. Entró en la recepción, y saludó a Paco, un adorable señor mayor que se encontraba en la portería.

—¡Hola, Sarah!

—¡Hola! —saludó ella.

—Te ha llegado esta mañana un paquete —la chica agradeció mientras tomaba en sus manos la caja. Imaginaba que se trataría de un libro que había pedido por Amazon.

Subió por las escaleras hasta el segundo piso y entró a su habitación. Se preguntó cuál sería la de Fernando, pero intentó no pensar en él. ¿Qué ganaría con torturarse? Estaba sola en el cuarto, pues su compañera al parecer no había regresado. No la conocía mucho, aunque sabía que era estudiante de Derecho al igual que ella.

Se dio un baño, y luego se acostó sobre la cama, ni siquiera había abierto su paquete. Experimentaba una especie de ansiedad por Fernando y deseos de saber más sobre él… ¡Hacía tanto que no se veían! ¿Seguiría siendo el mismo o habría cambiado?

Fue de las últimas en bajar a cenar; se sentó en una mesa aislada y disfrutó en silencio de su merluza con patatas fritas, vegetales, y tarta de manzana de postre. No podía quejarse, la comida del colegio era buena. Todavía no conocía bien a las personas, así que se sentía como un pez fuera del agua. Su compañera de habitación no había aparecido aún, por lo que la noche pintaba ser bastante aburrida.

Cuando subió la escalera hasta el primer piso, lo vio. Fernando acababa de entrar chorreando agua, pues llovía fuerte desde hacía una media hora, más o menos. Cuando levantó la mirada, sus ojos azules se cruzaron con los de Sarah y le sonrió.

—¡Hola! —exclamó. Se acercó a ella, dejándole un húmedo beso sobre cada mejilla, para su sorpresa.

—Estás empapado —rio ella.

—Iré a cambiarme enseguida para no pescar un resfriado. Me temo que me he perdido el horario de la cena.

—Así es, han cerrado conmigo, casi me han echado —bromeó.

—Es que me demoré más de lo debido; en la tarde fui a llevar a Viviana a la estación, pues se devolvía a Madrid y luego he ido a saludar a algunos amigos —creyó mejor no hablarle acerca de Gigi.

“Vaya, Viviana se marchó” —Pensó Sarah. ¿Por qué le alegraba conocer ese detalle?

—Puedes pedir una pizza para cenar —le recomendó.

—Sería una excelente idea, ¿podrías pedirla por mí? No sé si estaré siendo demasiado entrometido ya que tal vez tengas otros planes, pero te agradecería si pudieras pedirme algo de comer. Hace mucho tiempo que no estoy por acá y he perdido los contactos…

—No hay problema —le aseguró Sarah—, yo lo hago.

—Iré a cambiarme y enseguida bajo. ¿Dónde podremos charlar un poco? ¡Me encantaría hablar contigo después de tanto tiempo!

Sarah se quedó mirándolo por unos segundos, aquel pelo rojizo empapado, las gotas que bajaban por su frente, y la camisa pegándosele al cuerpo…

—Estaré en el salón de juegos —dijo al fin, indicando con el dedo índice una habitación que tenían al costado con una mesa billar, máquinas de comida, juegos electrónicos y de más amenidades.

—¡Perfecto! —contestó él y luego desapareció escaleras arriba.

Sarah se encaminó al salón y luego de pedir la pizza, se quedó fantaseando con él: con su cabello mojado, con el agua que chorreaba su cuerpo… Era de lo más atractivo, y además quería pasar tiempo con ella.

Sin poder evitarlo, su mente comenzó a divagar y a crear poesía, unos versos que intentó plasmar en las notas de su teléfono para no olvidarlos:

Quiero ser la lluvia que corre entre las hojas; /
que corre por tu piel y llega hasta tu boca… /
Quiero ser la lluvia que tus cabellos moja; /
la ausencia de los besos, el agua que te toca…

—¡Huele estupendo!

Sarah dio un respingo cuando lo sintió llegar y por poco deja caer su celular. Se ruborizó por lo que había escrito. Hacía mucho tiempo que no se inspiraba así y él había sido el causante. La pizza había llegado hacía poco y la había colocado encima de una mesa, aguardando por él.

Fernando ya estaba seco y vestía un chándal gris y una camiseta blanca. Estaba tan informal como guapo, y eso podía ser sumamente turbador. El joven se acercó a la mesa y tomó el vale de la compra, para poder devolverle a Sarah el dinero, lo cual hizo al instante.

—¡Hawaiana, mi favorita! —exclamó halagado, mientras la olía.

Ella le sonrió. ¿Cómo no iba a recordar cuál era su pizza favorita?

—Este lugar no está nada mal —continuó él echando una ojeada al sitio.

Se hallaban a solas pues era sábado, la mayoría de los chicos se hallaban fuera de fiesta, o con sus familias, o incluso lo más rezagados estarían llegando el domingo o el lunes. El ambiente era agradable, íntimo, y Sarah se sintió alegre de poder estar así con él, algo que jamás pensó que podría suceder.

Fernando se acercó a una de las máquinas, y compró una Coca-Cola para él y una Fanta para Sarah.

—Mi favorita —sonrió ella cuando Fernando le tendió la bebida.

—Tampoco lo he olvidado —le aseguró él, sosteniéndole la mirada.

Sarah sintió que iba a desmayarse, así que tomó asiento en una mesa, mientras Fernando devoraba la pizza, ¡vaya si tenía hambre!

—Está deliciosa —farfulló él, con la boca llena.

—Me alegra que no se haya enfriado. ¿Sabes algo, Fern? Todavía no salgo de mi asombro de saberte aquí, luego de tanto tiempo… He sabido poco de ti en tres años, ni siquiera venías de vacaciones.

—Es cierto, y me arrepiento de no haber sido más cercano. Nuestra amistad es de las cosas que más valoro, lo digo de corazón —le confesó antes de limpiarse los labios con una servilleta de papel—. Aunque jamás me olvidé tu cumpleaños y te he seguido siempre por las redes sociales…

—¡Como si yo le dedicara tiempo a las redes!

—Es que eres muy cuidadosa con tu vida privada —le reprochó él con una sonrisa, mordiendo el último trozo de pizza.

—Tú también, salvo fotos tuyas en el gym o en fiestas, no hay mucho más en tu Instagram —se arrepintió de haberlo dicho, pues sonaba como una acosadora, y eso que no le daba verdadera atención a las redes.

—¿Y qué se supone que publique? —le retó con la mirada.

—¿No piensa Viviana que deberías compartir contenido con ella de vez en cuando? —se atrevió a insinuar.
Fernando se rio y le dio un sorbo a su Coca-Cola.

—Viviana y yo hemos salido por algún tiempo, pero los dos sabemos que nuestra historia no da para más. Ella es modelo en Madrid, y yo comienzo mis estudios en Valencia, por lo que hoy nos hemos despedido en términos amigables, o al menos eso espero. No tengo interés alguno en llevar una relación a larga distancia.

—¿No te tentó lo suficiente como para quedarte en Madrid con tus padres?

Negó con la cabeza.

—Necesitaba independencia y quería volver a Valencia. La Politécnica es la mejor Universidad de su tipo en España y no quería perder la oportunidad. Por otra parte, Viviana es una chica linda, y nos la hemos pasado bien, pero no es para mí ni yo soy para ella. Por cierto, me disculpo por lo de hoy en el café. No sé por qué se comportó así…

—Por celos —soltó Sarah a quemarropa.

Fernando frunció el ceño y se le escapó una carcajada.

—Tienes razón —admitió—, pero fue una tontería de su parte. Le dije que eras mi amiga, una de mis más antiguas y mejores amigas.

Sarah se acomodó en la silla. La palabra amiga, en dependencia del contexto, no siempre era buena. En los labios de Fernando y con relación a ella, definitivamente no era lo que deseaba escuchar.

—Dime algo, Sarah, ¿tienes novio? —le preguntó con curiosidad.

—No, no tengo —respondió en voz baja.

—Me alegro.

—¿Por qué? —inquirió ofendida.

—Porque nadie estaría a tu altura.

—Tienes razón, soy algo baja de estatura —bromeó.

—No es eso lo que quise decir; eres increíble, Sarah, y mereces a alguien digno de ti.

Sus miradas se encontraron y Sarah se ruborizó por completo una vez más. ¿Qué le sucedía? ¿Acaso Fernando la estimaba tanto? ¿Podría convertirse esa admiración en algo más?

—Gracias —le respondió con cierta sequedad—, pero tampoco tengo prisas. Sé que no soy una modelo ni tan hermosa como lo puede ser Viviana, algo que para los chicos es primordial, pero te aseguro que esperaré por la persona que sepa apreciar lo más importante.

Fernando se sintió aludido y en cierta forma “clasificado” dentro de ese grupo de hombres que prefieren al físico por encima de otras cosas. Le molestó un poco que esa fuera la imagen que Sarah pudiera tener de él… No era frívolo, ¿o tal vez sí lo era?

—Eres muy bonita, Sarah —le dijo con sinceridad—. No puedes sentirte inferior a nadie.

—Eso intento, aunque soy objetiva. Entre unas piernas largas y un cerebro muchos prefieren…

—Yo prefiero a un cerebro —le interrumpió él.

Su respuesta la dejó pasmada y su corazón comenzó a latir con inquietud.

—Bien por ti —contestó ella, aunque no podía mirarlo a los ojos, pues la conversación se había tornado un tanto extraña.

—Iré a dormir temprano, estoy algo cansado —dijo Fernando súbitamente, y se puso de pie—. Gracias por la pizza. Hasta mañana, Sarah.

—Hasta mañana, Fern —respondió ella, recibiendo su beso de buenas noches.

En apenas un par de minutos se había quedado sola en el salón de juegos, y su corazón no había vuelto a la normalidad. Tomó su teléfono de encima de la mesa y comenzó a escribir algo que brotó espontáneamente… ¿Por qué sentía esa necesidad de expresarse cuando se trataba de Fernando? ¿Por qué la inspiración regresó justo cuando lo volvió a ver?

Utopía es pensar que tú me vieras,
de la forma más pura y más sencilla…
que pueda enrojecerte las mejillas,
es pensar que algún día, tú me quieras.

Utopía es también estar alerta,
porque tal vez puedas mirarme acaso;
es sentirme abrazada en tu regazo,
porque pueda, también, soñar despierta.

Utopía es pensar que cierto día,
me sonreirás tal vez muy tiernamente;
es pensar que he tenido ciertamente,
el amor que quizás nunca tendría…

La vida nos da siempre una utopía;
un anhelo que no se ha realizado.
Nos da también, a ese ser amado,
que vive eternamente en poesía.

Eso era Fernando para ella: una utopía, el chico de sus versos, un sueño que, quizás, jamás viera realizar. Era triste, romántico y poético, pero no se podía amar a plenitud de esa manera.

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