Capítulo 26
Seis años después.
Fernando llegó a casa de sus abuelos con una sonrisa en el rostro: en el salón principal estaban sentados en el sofá sus dos hermanos: María Fernanda y Froilán, así como su hija Pilar. Tenían prácticamente la misma edad y habían crecido como hermanos, no como tíos y sobrina que eran. Aquel parentesco era muy difícil de comprender para niños de cinco años que recién comenzarían en la escuela ese año.
Cuando sus hermanos nacieron, sus padres decidieron mudarse de regreso a Valencia, pues el ritmo de vida en Madrid era muy intenso, mucho más con dos bebés recién nacidos y sin mucho apoyo. Para Fern tener a sus padres cerca fue una bendición, pues vivían al principio todos en la misma casa.
A Vivi aquello no le simpatizó mucho, pero luego comprendió que podía sacarle provecho a la situación, ya que Lucrecia era enfermera y una madre experta, por lo que también podría ayudarla con Pilar, lo que en realidad sucedió. Entre Lulú y el propio Fernando se ocupaban de casi todo, pues Vivi decía que se cansaba mucho, incluso dando biberones.
Después de los primeros seis meses, Atilio se mudó a casa de Esperanza de manera definitiva, por lo que les dejó su casa a sus sobrinos —Francisco y Lucrecia—, para que estuvieran más cómodos. Las viviendas colindaban, por lo que los niños crecieron muy unidos y se amaban.
—¡Papá! —Pilar se bajó del sofá y corrió a abrazarlo. Tras ella llegaron los mellizos, muy alegres.
—¿Cómo están mis niños? —en la familia no se hacían verdaderas distinciones entre ellos.
—¡Bien! —gritaron a coro.
Los mellizos tenían el pelo castaño y los ojos verdes, eran muy monos y divertidos. Pilar, en cambio, era idéntica a él, de Vivi solo tenía la forma de las uñas de los pies.
—¿Qué están viendo? —preguntó Fern al ver que estaba puesto el telediario, y que podían dar información no adecuada para niños.
—Mamá me ha llamado y me ha dicho que saldrá en la tele —explicó Pilar.
Fernando frunció el ceño, pero no quiso negarle ese momento a su hija, así que se sentó en el sofá con los chicos a ver las noticias. En efecto, dedicaron en el espacio cultural algo de tiempo para hablar de la película de Viviana Muñiz. Se refirieron al director, a los artistas, al estreno en cines y al final transmitieron una breve entrevista a Vivi.
—¡Mamá! —gritó Pilar cuando vio la imagen y se acercó al televisor.
Fernando sintió mucha pena de ella; hacía dos años que Vivi no convivía con su hija, y que no la visitaba con la frecuencia que debería. Cuando la noticia terminó, Pilar comenzó a llorar y se acercó a su papá, a quien adoraba, para darle un abrazo.
—No llores, prima —le dijo Fernanda.
—¿Quieres jugar? —propuso Froilán.
—Es hora de ir a cenar, niños —Lucrecia apareció en la estancia, con su sonrisa de siempre.
—Pilar está triste, mamá —comentó Nanda.
—Vayan yendo ustedes al comedor, niños, papá y los bisabuelos los están esperando.
Los niños obedecieron al instante, y Lulú se acercó a su hijo, quien todavía tenía a la niña entre sus brazos.
—Vio a Vivi en la tele —le susurró Fern.
Lucrecia asintió, comprensiva.
—He hecho tarta de chocolate de postre, Fern. Si Pilar no quiere comer, creo que puedes comerte su trozo...
—¡Sería magnífico! ¡Gracias, mamá! —rio Fern.
—Yo quiero tarta de chocolate —se quejó la niña contra su pecho.
—¡Entonces vayamos a cenar! —exclamó Fern, levantándose del sofá con su hija en brazos—. Y después de cenar jugaremos un rato, ¿quieres jugar con papá, Pilar?
—¡Sí! —poco a poco volvía a su buen humor de siempre. La niña amaba a su padre quien llenaba todos los espacios de su vida ante la ausencia materna.
Barcelona en verano era una divinidad, mucho más cuando recién has terminado tu Máster en Derecho de Familia e Infancia. Para ella no había sensación mejor que ver cumplida una de sus metas, por lo que se sentía orgullosa de sí misma. Era una pena que sus padres hubiesen tenido que viajar por negocios a Londres esa semana, le hubiese encantado compartir con ellos aquel momento, aunque ya tendrían tiempo de festejar.
Sarah pretendía tomarse unas buenas vacaciones hasta que encontrara el trabajo adecuado para ella. Luego de graduarse con honores y trabajar arduamente en su Máster, era tiempo de tomarse un respiro. Llamó a su abuela para darle la noticia y la anciana se puso muy contenta. Atilio llevaba viviendo con ella varios años y se entendían a la perfección, como si se tratase de un matrimonio de larga data. Saber que su abuela tenía tan maravillosa compañía a sus años le daba cierta tranquilidad, luego de haberse marchado de Valencia.
No se arrepentía, estar junto a sus padres fue bueno para ella, así como poner distancia de Fernando. Pensó en él, no lo había olvidado, pero el recuerdo era ya menos doloroso, tanto que podía asegurarse a sí misma que había dejado de amarlo. Hacía más de dos años que no se veían, la última vez que se encontraron fue en una Navidad. Su hija, Pilar —vaya nombre le había puesto—, estaba muy pequeñita, y al verla supo que se parecía a él. Vivi, como siempre, se había mostrado algo impertinente con ella, pero ya no le hacía caso.
Según le había dicho su abuela, Fernando y Vivi se habían separado poco después, cuando ella se fue a Madrid a emprender su carrera como actriz. Había tenido éxito, aunque le dolía que hubiese dejado a su hija detrás. En aquel momento pensó que Fernando la buscaría, pero no había sido así. No pudo negar que se sintió decepcionada, pero a raíz de ese hecho no volvió a Castellón y era su abuela quien solía viajar a Barcelona para verlos.
Sarah también tenía parte de culpa pues tampoco lo llamó. ¿Qué decirse luego de tanto tiempo? Tal vez fuera mejor dejar las cosas como estaban pues Carlos tampoco se lo merecía.
—¡Sarah! —justamente la voz de él la distrajo de sus pensamientos.
El hombre de unos treinta años cruzó la calle y le dio un beso, para luego sentarse frente a ella, en la mesa del café donde se hallaban.
—Perdona, cariño, pero no pude zafarme antes de esa junta...
—No importa —le dijo ella con una sonrisa. Carlos tenía el pelo oscuro, y los ojos cafés. Una sonrisa preciosa y en general no lucía nada mal.
—¡Tenemos que celebrar tu día, cariño! ¿Qué te parece si vamos al cine y luego a cenar? Entre los estrenos de la semana está la peli de esa chica que conoces, ¿Vivi Muñiz?
—¡Cualquiera menos esa! —reaccionó Sarah, con viveza—. No pagaré ni medio euro por verla a ella en la pantalla...
—Creí que te simpatizaba —Carlos estaba un poco confundido.
—Es una conocida, nada más. No me simpatiza mucho, para serte honesta, además de que ese estilo de películas no es lo mío. ¿Por qué no nos vamos ya al cine y escogemos una de acción?
—Estupendo —Carlos se inclinó sobre ella y le dio otro beso.
Fernando despertó temprano, preparó el desayuno y luego fue a levantar a su hija con miles de besos para llevarla al kínder. La vistió con esmero con la ropa que la propia pequeña quiso, y luego se la llevó sobre sus hombros de camino al comedor, donde la esperaban unos deliciosos pancakes.
—¡Buenos días! —saludó la niña a sus bisabuelitos, quienes estaban en la mesa aguardando por ella.
Alberto y Antonia estaban muy bien de salud. Ya tenían ochenta años pero eran muy saludables. Estaban felices de tener en casa a Fernando y a la niña, pues los alegraban mucho.
—¡Buenos días, peque! —la saludaron los bisa.
Los cuatro desayunaron con muchos ánimos, riendo de Pilar que siempre tenía una ocurrencia distinta. Al cabo de media hora apareció Lucrecia con sus hijos, quienes se acercaron a su prima saltando. Se había vuelto costumbre que Fernando llevara a los tres al kínder, ya que sus padres entraban muy temprano al hospital.
—Por favor, Fern, si puedes recógelos tú, recuerda que hoy tengo guardia y tu papá tiene que preparar una conferencia y estará algo ocupado. ¿Puede ser?
—Por supuesto, mamá, yo me encargo de recoger a los niños. ¡Buena guardia!
Lucrecia se despidió de todos y después se marchó. Poco tiempo después Fern también se retiró, acompañado por los tres niños que iban jugando entre ellos. Se llevaban muy bien, y las peleas nunca eran serias. Fernando condujo en el auto por unos diez minutos hacia la guardería. Durante el trayecto fueron cantando Yo quisiera ya ser el Rey, de el Rey León, una película que les encantaba.
Fernando los llevó a los tres hasta la entrada del kínder, y les dio par de besos a cada uno. La profesora le sonrió muy ampliamente e hizo pasar a los niños. Fer se ruborizó un poco, no era la primera vez que la chica lo miraba de aquella manera. Tampoco debía extrañarle mucho, según le había dicho su amigo Cristóbal una vez, los padres solteros eran muy interesantes.
Sin embargo, él no tenía intenciones de salir con nadie. Por un momento pensó en Sarah, tenía muchos deseos de verla, pero no se atrevía a contactarla. ¿No había pasado ya demasiado tiempo? ¿De qué valdría? Además, él no se había divorciado de Viviana aún. Tenía sus motivos para no hacerlo, pero Sarah no se merecía que él la invitara a salir con su estado civil actual.
Apartó aquellos pensamientos de su cabeza y se dirigió al trabajo. Cuando se graduó de Arquitectura pasó un Máster y luego abrió un estudio junto a sus amigos Lucas y Gustavo. Fernando se ocuparía de la oficina en Castellón, para estar cerca de su hija, y sus amigos del flujo de trabajo que llegaba a Valencia. Luego se dividían los proyectos entre los tres y no podía quejarse, en un año les había ido bastante bien.
Al final de la tarde, luego de recoger a los niños y de dejarlos viendo la tele en lo que hacía la cena, Fernando recibió una llamada de su madre.
—¿Mamá?
—Fern... —en cuanto dijo su nombre Fernando descubrió que algo no iba del todo bien.
—¿Qué sucedió? —pensó en su padre, pues sus abuelos estaban en casa y los niños también.
—Ha llegado un accidente a la guardia. Un trauma. Se trata de Atilio y de Esperanza...
—¡Dios mío! ¿Están bien?
—Logramos estabilizarlos. Esperanza tiene una fractura de peroné, pero está consciente. Atilio tiene una contusión cerebral y le hemos sedado.
—Mamá, eso es terrible... ¿Crees que se recupere?
—Hay que esperar a mañana, ya veremos cómo evoluciona. Te llamo porque tienes que avisarle a Sarah y a sus padres para que vengan... Querrán estar con Esperanza, además de que no podrá valerse por sí misma por un buen tiempo.
—Lo entiendo —sin embargo, las palabras "llamar a Sarah no salían de su cabeza".
—Intenta no alarmar demasiado a tus abuelos. No les hables de contusión cerebral hasta que mañana veamos cómo responde Atilio al tratamiento.
—Está bien, mamá, no te preocupes. No dejes de volverme a llamar, por favor.
—Así lo haré. ¡Cuida de los niños! —y cortó.
Sarah estaba en su piso sola. Continuaba viviendo con sus padres, para ahorrar algo de dinero, y tampoco se había decidido a mudarse con Carlos. Llevaban saliendo dos meses, y era buen chico. Lo conoció en el supermercado, algo realmente muy poco romántico, pero él comenzó a platicarle y en un abrir y cerrar de ojos conectaron. No era nada muy serio, pero se había mantenido. Era la primera vez que salía con alguien después de... Ahí estaba Fernando otra vez en sus pensamientos: ¿por qué no podía superarlo? Carlos no se merecía que ella estuviera pensando una vez más en su amor imposible.
El teléfono comenzó a vibrar a su lado y quedó atónita cuando vio en la pantalla el nombre de Fern. Dudó si contestar, pero finalmente lo hizo. Fern no la había llamado en seis largos años, solo le mandaba dos SMS al año, por Navidad y en su cumpleaños... Y esta última fecha les traía demasiados recuerdos a los dos, así que era mejor solo felicitar a través de texto.
—¿Fernando?
—Hola, Sarah... —por un momento él se quedó seducido por su voz hasta que recordó el motivo de la llamada—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. ¿Cómo estás tú? ¿Tu hija?
—Ella está bien, gracias por preguntar. Me alegra escucharte, Sarah, pero me temo que no llamo con buenas noticias.
—¿Qué sucedió? —las alarmas saltaron al instante.
—Tranquila, todo estará bien, pero Esperanza y Atilio tuvieron un accidente en coche esta tarde noche.
—¿Están bien? ¿Sobrevivieron?
—Tu abuela tiene un hueso roto en la pierna, pero Atilio sufrió una contusión y está inconsciente por el momento.
—¡Oh, Dios mío! ¡Saldré hoy mismo para allá!
—Creo que es mejor que esperes a mañana, es muy tarde y no quiero que te suceda nada a ti —habló con una dulzura que la conmovió—. ¿Tus padres están contigo?
—Están en Londres por un negocio y no quisiera preocuparlos hasta que vea a la abuela. Tomaré un tren mañana hacia Valencia y...
—Yo te iré a recoger a Valencia —afirmó él.
—Fern, no es preciso, yo puedo tomar el tren de cercanías y...
—Déjame hacer esto —le pidió él—. Te recojo mañana, en cuanto me digas la hora a la que llegas y te acompañaré al hospital. Mi madre está de guardia hoy así que estará al tanto de ellos. Te mantendré informada.
—Gracias, Fern —las lágrimas bajaron por sus mejillas. Por su abuela, por Atilio, por haberlo escuchado otra vez luego de tanto tiempo.
—Hasta mañana, Sarah.
Cuando la llamada terminó, ambos se sentían de nuevo como dos adolescentes. A pesar de la tensión que experimentaban por el accidente, no podían negar que tenían el corazón acelerado, y que estaban ansiosos por el próximo encuentro.
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