Capítulo 21
El tiempo de gestación se calculaba a partir de la fecha de la última menstruación. El médico determinó que Viviana tenía casi ocho semanas de embarazo. A Fernando le sorprendió un poco, pues pensó que el embarazo sería más reciente, pero no dijo nada. Víctor, el general retirado de la Guardia Civil, lo miraba con cara de pocos amigos durante toda la estancia en la clínica. Fern tragó en seco, pero se mantuvo apacible, escuchando las consideraciones del médico. El embarazo transcurría bien, pero igual indicó algunos exámenes complementarios a la joven gestante.
La decisión de continuar el embarazo parecía ya cosa discutida y Viviana se mostraba conforme e incluso feliz con ella. Él pensó que lloraría de frustración por perder la carrera de modelo, pero no había sido así. Su padre había tenido algo que ver con esa decisión. Era opuesto al aborto, y además veía con pavor las incursiones de su hija en el modelaje, lo cual consideraba un mundo peligroso para una joven de su edad. Aquellas concepciones sobre su trabajo se volvieron más firmes cuando su esposa Melinda lo abandonó por otro hombre el año pasado. Desde entonces, el fiero Víctor se había vuelto un acérrimo opositor a las actividades laborales de su hija. Vivi se impuso por algún tiempo, había seguido adelante con su contrato, pero ahora estaba decidida a abandonar su sueño.
—Fernando, te espero esta noche en casa para discutir algunas cuestiones, dada la actual situación —expresó el general, con autoridad. Era una orden, no una petición.
—Ahí estaré —respondió él joven. No pensaba huir de su responsabilidad, ni tampoco demostraría tenerle miedo a Víctor.
Fern rehusó marcharse en el auto del general, inventó una excusa y regresó a casa caminando, sin importarle que se tratasen de varios kilómetros. Su mente era un hervidero, rememorando qué había sucedido ocho semanas atrás, o más exactamente, seis semanas antes, ya que conocía por su madre que dos semanas en ese cálculo no era reales, sino que se adicionaban contando la menstruación de la mujer y no el momento exacto de concepción. Era una fecha aproximada, no tan precisa como le hubiese gustado.
Hizo memoria y recordó que Vivi participó en un importante desfile de modas en Barcelona, que le hizo permanecer unos diez días en la ciudad condal. Él no la acompañó pues estaba con sus padres en Ibiza, además de que detestaba aquellas pasarelas. ¿Sería posible? ¿Habría sido en aquel momento y con otra persona? Sentía mucha vergüenza de estar pensando aquello, así que intentó apartar ese pensamiento. Jamás haría pasar a Vivi por la humillación de someterse a una prueba de paternidad. Fern sabía cuán enamorada estaba ella de él, cuánto había sufrido por la separación y no le había dado motivo alguno para desconfiar… Sin embargo, no podía dejar de recordar aquellos días de ella en Barcelona y de él en Ibiza, exactamente seis semanas atrás.
Sarah no había prestado mucha atención a las clases de aquel lunes, su pensamiento estaba en Fernando. No había vuelto a tener noticias, ni ella le había llamado. Quería mantener su dignidad, incluso a riesgo de perder la poca ecuanimidad que aún le quedaba. Su abuela la había notado distraída, triste, un cambio en realidad muy notorio luego de la alegría que le había visto cuando llegó. Sarah se excusó aludiendo que echaba de menos a Fernando, pero no se atrevió a decir nada más, ya que la situación era muy difícil de entender.
Agradeció retornar a Valencia, así no tendría que continuar fingiendo frente a su abuela. Sin embargo, Elisa de inmediato percibió que algo le sucedía, y Sarah le contó la verdad, o al menos lo poco que sabía de Fernando tras su viaje a Madrid.
Elisa se quedó muy confundida con lo que escuchó. No estaba al tanto de la cita de Sarah y Fern, mucho menos del beso, pero aquel mensaje de el chico desde Madrid estaba muy raro, más aún el hecho de que estuviese con Viviana.
––Es evidente que regresó con su exnovia o al menos estuvo con ella… ––susurró Sarah.
––Yo no estoy tan segura, Sarah; me parece más bien que tiene un problema, tal vez sea un problema relacionado con Viviana, pero eso no significa que hayan tenido algo.
––Es cierto que los términos del mensaje son extraños, pero me pide perdón. ¿Por qué hacerlo si no es porque se siente culpable? ¿Qué estaría haciendo con Vivi un sábado en la noche?
––A veces podemos tener una impresión errónea de las cosas, Sarah. Creo que lo mejor es que no te precipites ni te hagas ideas que puedan estar equivocadas. ¿Por qué escribirte si estaba con ella? ¿Por qué pensar en ti si de verdad estaba con otra? Eso está raro, amiga... Realmente no sé qué pensar. Además, Fern te dice que cuando regrese te explicará, así que creo que lo más adecuado es que esperes hasta entonces…
––Lo sé, pero ignoro cuándo será eso y hasta entonces tengo el corazón oprimido y no puedo dejar de pensar lo peor…
––Intenta concentrarte en el estudio y en tu trabajo. Cuando uno no puede controlar las cosas, es mejor no intentar hacerlo o la sensación de frustración te superará.
––Hubieses sido una maravillosa psicóloga, amiga ––le sonrió Sarah con tristeza.
––Puede ser, ––rio su amiga––, pero estoy estudiando Derecho, igual que tú, y si no nos concentramos, el profesor Villaverde nos suspenderá.
Sarah sabía que su amiga tenía razón, así que intentó poner de su parte para que la clase de Derecho Constitucional General fuese productiva.
Su madre estaba descansando, luego de la comida y su padre aún no había regresado del trabajo. Eran poco más de las dos de la tarde, y Fern rebosaba ansiedad. Debía hablar con Vivi, llegar a una especie de acuerdo antes de enfrentar a su padre. Tal vez Vivi tampoco quisiera casarse con él, lo cual ayudaría a la hora de establecer un frente común frente al intimidante general.
Con eso en mente, Fern tomó las llaves y salió de la casa, sin avisar. Intentó llamar a Vivi para no llegar de sorpresa, pero su teléfono saltaba al buzón. Consciente de que hacía lo correcto, tomó el metro en dirección al barrio de Recoletos para hablar con ella. No pretendía tocar a su puerta, sino esperarla frente a su edificio y charlar un poco fuera del alcance de su padre.
Aquel era su plan cuando, al salir del metro y muy próximo al edificio de Vivi, la vio salir de un café acompañada de otro chico. Él se paralizó de inmediato, por un momento pensó en llamarla, pero se contuvo. Intentó observar lo más posible, aunque le resultaba difícil ya que la calle estaba algo concurrida.
La pareja se detuvo en medio de la calle, y Fern se escondió detrás de un puesto de diarios y revistas. A él lo había visto antes: era un chico alto, de pelo rubio que trabajaba con Viviana. Era modelo como ella y hasta cierto punto amigos. Nunca le había simpatizado mucho, pues además de guapo era muy engreído. Al parecer, Vivi y él estaban discutiendo, aunque inesperadamente él la tomó del brazo y ella pareció enmudecer. Moría por saber qué se estaban diciendo, pero la charla estaba a punto de concluir. Sebastián, el modelo, se inclinó sobre Vivi para darle un beso ––a Fern le pareció por un momento que sería en los labios––, pero la chica volteó la cabeza y le plantó la mejilla para recibir el beso.
Después de eso, Sebastián cruzó la calle y tomó su coche que se encontraba aparcado allí. Vivi siguió su camino hasta su casa y Fern, que inicialmente pensó en detenerla para hablarle, desistió de su cometido. Aquel momento había sido bastante extraño, no solo por la actitud de ambos jóvenes, sino porque habían fijado como punto de encuentro un café sin importancia, a cierta distancia de la casa de Vivi, cuando en la calle de la joven los había mejores.
Fernando sintió un mal presentimiento, por lo que decidió voltearse sobre sus talones y regresar a su casa. Necesitaba hablar con su padre y pedirle consejo sobre tantas cosas que le torturaban.
––¿Hijo? ––Francisco lo sintió llegar, pero frunció el ceño al ver la expresión de Fern.
––Hola, papá, quería hablar contigo.
––Yo también te estaba esperando, hay algo que quisiera comentarte.
––Comienza tú ––Fern se sentó frente a él en la mesa de la cocina.
––He hablado con tu abuelo, y le he contado lo que está sucediendo… ––Fern asintió––. Tu abuelo me ha dicho algo que tal vez puedan valorar.
––¿Qué? ––no podía negar su curiosidad.
––Papá dice que, si te decidieras a casarte con Viviana, no deberías perder tu carrera en la Politécnica. Él y la abuela se ofrecen a darles un techo, comida y demás comodidades para Vivi y para ti. Tendrías que dejar la residencia estudiantil y dar los viajes diarios, pero te quedaría parte del dinero que te damos mensualmente para los gastos de Vivi y del bebé. De lo demás no tendrían que preocuparse porque contarán con el apoyo de los abuelos.
Fernando suspiró, no se lo esperaba.
––Sabes que yo...
––Sí, sé que no quieres casarte con ella, Fern ––le interrumpió su padre––, y te comprendo, pero esta es una opción que tal vez debas valorar. Así continuarías con tus estudios y estarías cerca de tu hijo, sin necesidad de regresar a Madrid.
––No creo que Vivi lo acepte…
––Ella no tiene trabajo, tampoco estudia, es lógico que acepte este sacrificio en aras de tu desarrollo profesional. El abuelo también me ha prometido que te buscará un empleo, para que tengas otro ingreso.
Fernando se llevó las manos a su cabello, desesperado. No sabía qué hacer, pero debía reconocer que esta opción era preferible a tener que regresar a Madrid y ser una carga para sus padres o incluso tener que vivir con Víctor.
––No quiero casarme con Vivi, papá. No la amo… ––murmuró.
––La opción de no casarse no es negociable para los abuelos ––contestó su padre––. Ya sabes que son mayores, y son apegados a las costumbres. Si van a vivir bajo su techo, tendrá que ser dentro de la institución del matrimonio.
Eso Fern lo imaginaba e incluso lo comprendía. De cualquier forma, sus abuelos estaban siendo muy generosos con él, y no podía desechar del todo esa oferta.
––Dime algo, Fern ––prosiguió su padre––. ¿Estás interesado en otra persona? ¿Es por eso que te resistes a volver con Viviana?
El chico suspiró. Pensó en Sarah y el corazón le dio un vuelo. ¡La extrañaba tanto! ¡Echaba de menos sus palabras y su poesía!
––No hubiese regresado con Vivi de ninguna manera, papá, pero tienes razón: hay alguien, alguien a quien quiero muchísimo, y me siento muy mal por ni siquiera explicarle lo que está sucediendo conmigo. ¡Es tan injusto! ––exclamó.
Su padre le dio un abrazo, nunca antes lo había visto así. El joven alegre y entusiasta ya no existía, en su lugar estaba otro que tenía el corazón roto. No necesitó preguntar de quién se trataba, lo conocía lo suficiente para saber que aquella muchacha no podía ser otra que Sarah.
––¡Todo saldrá bien, hijo! ––le confortó––. Ten un poco de fe, y verás que pronto hallarás el camino correcto para todos. Ahora dime qué es eso que querías contarme…
Fern intentó deshacer el nudo de su garganta y le contó a su padre lo que había visto, así como otras consideraciones que tenía sobre el embarazo de Viviana. Si iba a sacrificar a Sarah e incluso a sí mismo, debía estar convencido de su paternidad.
Esa noche Francisco decidió acompañar a su hijo en la difícil charla que tendría por delante. Llegaron a la hora acordada al piso de Recoletos, y ya estaban aguardando por ellos. El general medía casi dos metros de estatura, y estaba próximo a los setenta años. Sin duda era algo mayor para ser el padre de Vivi, eso explicaba la gran diferencia de edad que existía entre él y su ex esposa, ahora refugiada en los brazos de un hombre más joven.
El cabello ralo y encanecido le otorgaban cierta sobriedad; en su rostro curtido por el Sol no demostraba tener ni una arruga. Vaya contraste en un hombre de su edad. Vivi estaba a su lado, un poco pálida. Al parecer la conversación sería entre ellos cuatro, y no dudó en comenzar cuando las visitas se rehusaron a tomar el café que se les brindaba.
––Muy bien ––inició Víctor––; creo que todos estaremos de acuerdo en que esta situación hay que resolverla. Pienso que lo más conveniente es que se casaran lo antes posible, y que Fernando se mude a Madrid. Esta casa es grande, y será bienvenido.
Se hizo un largo silencio, Fern no sabía qué decir, hasta que por fin se animó:
––Señor, como debe saber, su hija y yo hace tiempo que no estamos juntos. Creo con firmeza que casarnos no nos hará bien a ninguno de los dos… Un matrimonio infeliz no es lo mejor para criar a un hijo.
––¿Qué quieres decir? ––exclamó el general casi gritando––. ¿Qué después de acostarte con mi hija vas a huir de tu responsabilidad?
––No pienso huir de la responsabilidad que tengo con ella y con el bebé. Seré un padre presente y ayudaré a Vivi en todo, pero no pretenda que me case con ella.
––¡Pues tendrás que casarte! ––Víctor se puso de pie, y las venas en su sien parecían a punto de explotar.
––Por favor, siéntese ––le pidió Francisco––. Creo que podemos llegar a un acuerdo, es por eso que estamos aquí. Nos gustaría saber que piensa Vivi respecto a esto, a fin de cuentas, ella es parte importante…
La joven tenía miedo de hablar frente a su padre, pero al ver que este volvía a su sitio y la animaba a expresarse, no dudó en hacerlo:
––Para nadie es un secreto que yo estoy enamorada de Fern ––confesó con lágrimas en los ojos––, y que la decisión de terminar nuestra relación no fue tomada de común acuerdo. Yo lo quiero tanto que incluso accedería a quedarme como madre soltera, como él desea, pero debo pensar antes en el bienestar de mi bebé. ¿Cómo pretendes Fern, ser un padre presente, viviendo en Valencia?
––Estoy reconsiderando volver a Madrid para estar cerca de los dos y ayudar…
––¿Y vivir con tus padres? ––continuó ella decepcionada––. ¡Me parece que serás una carga para ellos en su nueva situación!
Fernando sabía que era verdad. Si se mudaba a Madrid no dudaba que sus padres lo recibieran con los brazos abiertos, pero con dos bebés a su cargo en una casa pequeña, vivir allí sería un caos para todos. Ante esa realidad, se jugó la carta que le quedaba…
––Está bien ––asintió con dificultad––, yo aceptaría casarme contigo si tú estuvieras de acuerdo en mudarte conmigo a casa de mis abuelos en Castellón. Ambos nos ofrecen su techo y nos recibirían con afecto.
––¡A Castellón! ––gritó Víctor––. ¡Me parece una total insensatez!
––Yo no lo pienso así ––apoyó Francisco––. Mis padres son todavía fuertes y tienen una buena casa. Los chicos tendrán comida, un techo y apoyo para cuando llegue el bebé. De esta manera Fernando podría continuar con sus estudios, sin tener que atrasarse por el traslado a Madrid. La Politécnica, donde él estudia, es la mejor Universidad de su tipo en España, y sería una pena que no pudiera continuar allí su carrera. A fin de cuentas, su hija no está estudiando en ninguna Universidad y su carrera como modelo se encuentra pospuesta.
Víctor no pudo rebatir esos argumentos, pero la lógica de Francisco era indudable. Miró a su hija de nuevo, a quien le correspondía decidir.
––Acepto ––susurró Vivi. Todo fuera por estar con Fernando.
––Muy bien ––prosiguió Francisco––. Hay otro asunto que, antes de la boda, es importante que dilucidemos todos para tranquilidad de ambas partes.
––¿Qué? ––Fue Viviana quien preguntó.
––Una prueba de paternidad ––concluyó Fern.
––¿Qué están diciendo? ––Víctor se puso de pie, como una furia––. ¡Están ofendiendo a mi hija!
Fernando se levantó también y no se amedrentó ante su suegro.
––Si voy a hacer tantos sacrificios en mi vida, debo estar convencido de que es mi hijo. ¡Jamás dejé de usar protección con ella! Siempre he sido muy responsable, y hace seis semanas Vivi estaba en Barcelona sola, en un desfile de modas, y yo de vacaciones con mis padres en Ibiza… Perdóneme, pero tengo mis dudas.
La joven, al escucharlo, se echó a llorar.
––¿Cómo osas decir tamaña tontería frente a mi hija, en su condición? ––vociferó Víctor señalándolo con el dedo.
Francisco se puso también de pie, para sumarse al reclamo de su hijo.
––Víctor, mi hijo ha dicho que se casará con Viviana, pero para ello necesita tener la constancia de su paternidad. Él está en su derecho, y si usted no se lo reconoce, tendrá que acudir a un tribunal para hacerlo efectivo.
Ante aquellas palabras Víctor optó por tranquilizarse un poco, pues era preferible realizar una prueba voluntariamente que tener que acudir a un tribunal para ello.
––¡No puedo creer que me hagas esto, Fernando! ––chilló Vivi al fin, llorando todavía––. ¿Quieres someterme a tamaña humillación?
––Lo siento, Vivi, es necesario ––contestó el chico.
––¿Pero esa prueba no es peligrosa para el bebé? ––preguntó Víctor––. ¿No habría que esperar a que el embarazo avance un poco para poder hacerla? ¡Creo que es mejor que se casen primero y luego se hagan la prueba! Estoy convencido de que Fernando es el padre de mi nieto, ¿quién podría dudarlo?
––Permítanme aclararle algo respecto a eso ––repuso Francisco como médico que era––. Es cierto que hasta hace muy poco tiempo era necesario hacer una amniocentesis para el examen de paternidad. En efecto, la amniocentesis es un método invasivo, a través del cual se punciona el útero con una aguja para tomar líquido y hacer los estudios… Sin embargo, existe otra prueba, no invasiva, que se realiza en pocos lugares en el mundo y Madrid es uno de ellos. Se trata de un análisis de sangre que se le realiza a la madre, en el cual se halla material genético del feto y se compara con el del padre. Se puede realizar a partir de la séptima semana de gestación y los resultados están a los pocos días.
Viviana aquello no se lo esperaba, estaba muy sorprendida.
––¿Un análisis de sangre? ––repitió.
––Sí, un simple análisis de sangre. Se toma una muestra con hisopo de la boca de Fern y se compara con el ADN fetal obtenido en la sangre de la madre. Los resultados son seguros.
––Bueno, en ese caso, creo que podemos hacerlo ––cedió Víctor––. ¡Pero en cuanto esté ese resultado se casarán! No consentiré que se siga burlando de mi hija…
––Le doy mi palabra ––contestó Fern––, que si el resultado es positivo, me casaré con ella, y nos iremos a vivir a Valencia.
––Le daré los datos de la Clínica de Nutrición y Genética aquí en Madrid para que usted mismo concierte la cita ––añadió Francisco––. Fernando no se marchará a Valencia hasta que se haya realizado la prueba.
Llegado a aquel acuerdo, las partes involucradas se despidieron. Víctor estaba enojado aún, y Vivi no paraba de llorar. Fernando se sentía apenado de haber tenido que llegar a aquel extremo… ¿Estaba siendo injusto con ella? ¿Sería su hijo? Era lo más probable, sin embargo, no podía negar que tenía sus dudas. Sentía como si estuviese jugando la partida de cartas más difícil de su vida, apostando todo o nada, y del resultado de aquello dependía no solo su destino, sino la felicidad de Sarah.
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