Capítulo 13
La cena estuvo agradable, conversaron de muchos temas, y fue una especie de reencuentro entre amigos lo cual hizo sentir mejor a Fernando. Doña Patricia había preparado unas torrijas que estaban deliciosas, y Fern repitió dos veces, a pesar de su ansiedad. Cuando la cena terminó, Carlos, el padre de los muchachos, ayudó a levantar la mesa; los más jóvenes se dirigieron al balcón, con una copa de vino en las manos para hacer la sobremesa.
Fernando no podía irse muy tarde, ya que el Colegio Mayor cerraba sus puertas a las once de la noche. Gus advirtió en la expresión de su amigo la incertidumbre que lo rondaba, así que decidió dejarlos a solas con la excusa de buscar el disco portable a su habitación.
Gigi estaba a su lado, sentada en un sofá de mimbre, disfrutando de la brisa nocturna y del vino que había llevado Fern. Pese a que el ambiente era agradable, sabía que algo sucedía.
—¿En qué piensas, Fernan? Creí que te la estabas pasando bien...
—La estoy pasando bien, Gigi, pero hay algo que me atormenta mucho y solo tú puedes ayudarme.
—¿Qué es? —ella lo miró con interés.
Fernando guardó silencio por par de minutos, luego se aclaró la garganta y se abrió con ella.
—He estado recibiendo al e-mail unos poemas de amor de una tal Pilar Hernández, que obviamente es un nombre falso.
—¿Cómo?
—Lo que oyes: unos poemas de amor.
—¿Puedo verlos?
Fernando extrajo su teléfono móvil y le mostró los mensajes. Gigi frunció el ceño a medida que iba leyéndolos.
—Es alguien que conoces... —meditó ella.
—¿No eres tú?
—¿Yo? —repitió ella asombrada y comenzando a reír.
—¿Por qué no? Somos amigos y además te gusta escribir...
—Lamento desilusionarte, Fern —le respondió ella devolviéndole el teléfono—, pero no soy yo. Jamás he escrito un poema en mi vida... Lo mío es la fantasía medieval, lo sabes, no los poemas de amor. Además, me gusta ir de frente, jamás usaría este recurso para acercarme a ti.
Fernando suspiró.
—Para serte honesto me siento aliviado de que no seas tú. Te quiero mucho, pero...
—No tenemos ninguna oportunidad, ¿verdad? —comentó ella con una tenue sonrisa.
—Creo que sería un error. Un lindo error, pero que no nos llevaría a ninguna parte y es probable que termináramos heridos y no quisiera eso para nosotros.
Gigi le dio un beso en la mejilla.
—Por mí está bien, Fern. Sabes que siempre tendrás un lugar en mi corazón.
—Y tú en el mío —susurró él, dándole otro beso en la frente.
El momento se interrumpió cuando llegó Gustavo con el disco portable, los miró a ambos con curiosidad, sin saber qué pensar.
—No fue tu hermana —le explicó Fernando para sacarlo de la duda.
—¡Te lo dije! —exclamó Gus sentándose en una silla.
—La pregunta ahora es quién es la chica de las poesías... —insinuó Gigi.
—Creo que todos sabemos quién es —repuso Gustavo con expresión más severa—, y tendré que olvidarme de invitarla a salir...
—Gustavo, yo...
—No tienes que decirme nada, Fernando —le interrumpió—. Eres mi mejor amigo y comprendo que estés confundido. Sin embargo, no necesitas que yo esté metido en medio de ustedes dos. Por fortuna no ha sucedido nada entre nosotros y es evidente a cuál de los dos ella prefiere.
Fernando bajó la cabeza, las cosas comenzaban a tener sentido para él, y poco a poco las piezas encajaron como un puzzle. Recordó que Sarah estaba presente cuando le dio a su amigo por teléfono su dirección de e-mail. ¡Fue un estúpido al no haberse dado cuenta antes de ese detalle!
Sarah le había hablado de su "imposible" y de su sueño inalcanzable... Era él. Ahora comprendía sus celos, los momentos en los que se ruborizaba delante de él y la forma en la que lo miraba... Se había comportado como un completo imbécil cuando le dijo que sospechaba de Gigi y de Ruth, pero no de ella... ¡Cuán humillada debió haberse sentido Sarah aquel día en el parque, cuando le mostró sus propios poemas! A pesar de ello, su corazón siempre se lo había dicho, y había hallado cierta paz ahora que conocía con certeza la verdad. El problema era qué hacer de ahora en lo adelante.
Sarah terminó un poco antes en el café, para poder hablar con la directora respecto a su cambio de cuarto. Cuando llegó al Colegio Mayor la estaban esperando con su nueva habitación asignada: era en el mismo piso que la de Fernando. Al parecer no quisieron mudar a nadie más y tenían una habitación individual disponible ese curso, que se la cedieron a Sarah sin tener que pagar el costo de diferencia. La chica se puso muy contenta con la noticia y agradeció de corazón, por lo que subió a recoger sus cosas para luego proceder a cambiarse. Al entrar se encontró con que Mercy estaba allí, algo alterada.
—¿Qué les has dicho? —le preguntó.
—¿A quién?
—¡A la dirección! ¡No seas estúpida!
—Que he tenido problemas contigo y que quiero cambiarme de habitación... —respondió sin inmutarse.
Mercy dio un golpe sobre su escritorio.
—¡La directora se ha entrevistado conmigo! ¡Me ha dicho que si vuelvo a tener problemas con alguien más me iré a la calle! —gritó.
—Espero entonces que te comportes de ahora en lo adelante.
El comentario terminó por exasperar a Mercy quien se acercó a Sarah con la intención de golpearla.
—¡Eres una idiota! —gritó.
Sarah fue más rápida que ella y le sujetó el brazo para impedir el golpe. En el proceso lo torció un poco haciendo que Mercy chillara de dolor.
—Sal de inmediato de aquí si no quieres que te reporte con la directora —la amenazó—. Permíteme mudarme en paz. Te aseguro que permaneceré aquí solo el tiempo indispensable.
Sarah la soltó y Mercy desapareció de la habitación, con el rostro enrojecido por la ira. Sarah suspiró un poco aliviada, no era dada a la violencia, pero no iba a permitir que Mercy la golpeara. Intentó reunir un poco de calma y recogió sus cosas todo lo rápido que le fue posible. Tomó las nuevas llaves y devolvió las antiguas, y por último se detuvo a esperar al ascensor.
Cuando las puertas de este se abrieron en el segundo piso, se encontró con Fernando, quien la miró con expresión de sorpresa.
—¿Qué ha pasado? —preguntó él cuando notó la maleta, la mochila y una caja llena de cosas que Sarah llevaba en sus brazos.
—Me mudo al tercer piso —contestó.
Ella no esperaba encontrárselo, había sido una gran sorpresa. Fern contuvo su curiosidad ante aquella mudada intempestiva y la ayudó. Subieron en silencio y él la acompañó con el equipaje hasta la puerta de la nueva habitación que, por cosas de la vida, estaba frente a la suya.
—Es aquí —anunció.
Sarah abrió la puerta y entró con la mochila y la caja, mientras Fernando la seguía con la maleta.
—¿Quieres que te ayude a desempacar? —él la miró a los ojos. Sarah se perdió por un instante en aquella mirada que tanto le gustaba y tentada estuvo de acariciar su cabello rojizo.
—No es preciso, yo puedo sola. Gracias por la ayuda.
—¿Qué pasó para que cambiaras de habitación?
—Eh... —ella no quería mentir—. He tenido un problema con mi compañera de habitación y me han permitido mudarme a esta individual sin costo adicional.
Sarah bajó la cabeza, y Fern se acercó a ella para rodearla con sus brazos. Sarah recostó su cabeza sobre el pecho de él, lo agradecía... Sin duda era el mejor momento de su día.
—¿Puedes decirme que sucedió? —insistió él.
—Preferiría no hablar de eso —susurró ella.
Fernando sabía que su compañera de habitación era amiga de Ruth, así que de pronto lo comprendió todo. De alguna manera aquella chica tuvo acceso al primer mensaje, y se lo proporcionó a su amiga. Sarah debió haber llegado a esa misma conclusión cuando él le contó del engaño de Ruth. Fue por esa razón que Sarah se había quedado tan abatida en la mañana cuando lo supo, y era probable que fuese esa la causa de la discusión entre ella y su compañera.
—¿Estás bien?
Sarah se apartó de él, y esbozó una sonrisa.
—Sí, estoy bien, no te preocupes.
Él asintió, le dio un beso en la frente antes de desaparecer.
Fernando pretendía dejar las cosas así, pero no se contuvo. Al cabo de una hora bajó al piso dos y tocó a la puerta de la antigua habitación de Sarah. Para su suerte, Mercy ya estaba de regreso y le abrió. Se asustó un poco cuando advirtió que se trataba de él y por unos instantes no le dijo nada.
—¡Ah! ¡Eres tú! —exclamó él cuando la vio.
—¿Qué quieres?
—Me preguntaba quién era la aliada de Ruth, pero ya veo que eras tú.
—No sé de lo que estás hablando... —Mercy intentó cerrar la puerta, pero Fernando se lo impidió colocando su zapato en medio.
—Sabes perfectamente a lo que me refiero —prosiguió, con voz baja pero amenazante—. No voy a tolerar que le hagas daño a Sarah. El jueguito de ustedes dos se fue a la mierda, y espero que se mantengan lejos de nuestro camino. ¿Entendido?
Mercy se echó a reír.
—¿Significa eso que vas a aceptar a tu amiguita?
—Lo que yo haga con mi vida no es asunto tuyo, pero ten por seguro que Sarah es una de las personas que más quiero. Ya desearían Ruth o tú parecerse a ella, aunque solo fuera un poco. Ahora mismo lo único que puedo sentir por ustedes dos es desprecio...
Mercy cerró la puerta de un golpe, pero las palabras de Fernando habían calado hondo en ella, y por primera vez se arrepintió de haberse metido en un asunto que no era suyo.
Fernando estaba acostado ya en su cama cuando recibió una llamada de Gigi; le extrañó un poco, pero decidió contestar en el acto.
—¿Ya estabas durmiendo?
—No, no te preocupes. En realidad, no he podido pegar un ojo.
—Lo comprendo. ¿Has hablado con ella?
—La he visto, pero no le he dicho que sé la verdad. Creo que no tengo valor —contestó con sinceridad.
Se hizo una pausa del otro lado de la línea. Para Gigi no era fácil hablar de ese asunto con alguien a quien quería, pero se sentía en el deber de ayudar.
—Te llamo porque descubrí algo más.
—¿Qué? —Fernando moría de curiosidad.
—El nombre de Pilar Hernández me parecía conocido. Esta noche he buscado entre mis seguidores de Wattpad y la he encontrado. Tiene publicado un libro con varios poemas. Creo que deberías verlo.
Esta vez fue Fernando quien se quedó en silencio por algunos segundos.
—¿Me pasas su usuario?
—Sí, por supuesto.
—Gracias por todo, Gigi —le dijo de corazón.
—Por nada, Fern. ¡Un beso!
—Otro para ti.
Fernando no demoró en abrir su app y buscar el usuario que Gigi le indicó. El perfil tenía poca información, y la imagen era un avatar. Pensó en seguirla, pero decidió que aún no era el momento, así que optó por solo agregar el libro de poemas a su biblioteca privada.
Con el corazón lleno de emociones, comenzó a leer. Halló allí una decena de poemas que reflejaban el amor imposible que Sarah sentía por él... "Utopía" le hizo recordar la conversación que sostuvieron una vez, pero con el resto se fue descubriendo a sí mismo, a través de los ojos de una mujer que lo amaba... Aquella lectura era emotiva y electrizante, capaz de nublar su juicio y hacerlo soñar con tocar a la puerta vecina. Sin embargo, antes de hacer algo como eso, debía estar bien seguro de sus sentimientos para no hacerle daño a Sarah ni a sí mismo.
Estás en el perfume de las rosas,
en ilusiones ya vagas y perdidas.
Estás entre las sombras dolorosas,
y en cada imagen perfecta de mi vida.
En el beso que nunca te ha rozado,
en el vacío del sueño inaccesible,
en mis manos que nunca has estrechado,
en la triste exactitud de lo imposible.
Fernando se quedó dormido con aquellos versos en su cabeza, no podía negar que estaban muy dentro de su corazón, como mismo lo estaba ella. Debía ser cauto, tenía que estar convencido para dar el siguiente paso, pero ya miraba a Sarah de otra manera, y aquel sentimiento que comenzaba a sentir por ella, era indetenible.
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