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Capítulo 12

Fernando pagó la cena luego del postre, y salió del bistró con Ruth enroscada a su brazo. Con delicadeza se separó de ella cuando llegaron al coche. Ruth esperaba que encendiera el motor, pero el joven se volteó hacia ella, sin prisas.

—Me dijiste que me declamarías el último de los poemas cuando termináramos la cena y ya la terminamos —le recordó.

––¿Por qué no vamos a casa? Abrimos otra botella de vino y…

––No, Ruth ––le interrumpió con voz cortante––. Quiero escucharte ahora.

Ruth tragó en seco, su plan había salido mal. Cuando estuvo en el baño llamó a Mercy para pedirle ayuda, su mejor amiga intentó dársela, pero terminó pasándole un mensaje diciendo que Sarah la había descubierto y que no había podido acceder a su correo otra vez. A partir de ese momento supo que sus oportunidades con Fernando habían disminuido, salvo que pudiera meterlo a su cama esa noche.

––Hey ––ella le acarició la mejilla––. En casa nos sentiremos mejor… ––intentó besarle el cuello, pero Fernando se apartó.

––Estoy esperando por ti, Ruth.

Ella se aclaró la garganta:

––Entre nosotros una línea existe… ––comenzó.

––¡Ese no! ––le volvió a interrumpir––. Él último que me enviaste…

––No lo recuerdo de memoria, Fernando ––se excusó––, lo improvisé y olvidé cómo empieza…

––¿Olvidaste lo que tú misma escribiste? Muy bien, te digo el comienzo entonces: "Si he de amar a alguien que no seas tú, quiero que al menos a ti se me parezca…". Vamos, continúa.

Los ojos de Ruth se llenaron de lágrimas ante la vergüenza.

––No lo sabes, ¿verdad? ––le increpó él alzando la voz.

Ruth negó con la cabeza.

––¡Ya lo suponía! ¡Has intentado engañarme, joder! ––dio un golpe sobre el volante––. ¿Cómo conocías el primer poema y no los otros? ¿Quién es la persona que me escribe?

––No puedo decirlo… ––susurró.

––Vas a decirlo ahora, Ruth, te estoy esperando…

Ella lo miró por un instante a los ojos, esta vez llena de rabia.

––¡Te vas a la mierda! ––le espetó.

Ruth se bajó del coche y echó a correr hacia la entrada del metro que estaba en la esquina. Él no pudo alcanzarla y tampoco iba a dejar su coche… Se sintió impotente por no haber descubierto la verdadera identidad de la chica de los poemas, pero debía guardar calma y regresar al Colegio Mayor antes del toque de queda.

Sarah despertó temprano, pero no había rastros de Mercy, al parecer había vuelto a dormir fuera. Sintió un poco de culpa, ¿se habría equivocado? ¿Su reacción había sido desproporcionada? Intentó relajarse y no pensar en ella. A fin de cuentas, la había visto sentada frente a su ordenador y su actitud había sido por completo sospechosa.

Se vistió para la Universidad y bajó a desayunar. Se topó con un Fernando que estaba junto a la máquina del café, y le dedicó una tenue sonrisa. Se veía muy cansado, ¿habría pasado la noche fuera con Ruth? ¿Habría valido de algo el mensaje que envió como Pilar Hernández?

––¿Desayunamos juntos? ––propuso él, luego de darle par de besos.

Ella asintió, y al cabo de unos minutos se sentó frente a él en una mesa para tomar despacio su café con leche. Era lo único que deseaba esa mañana pues estaba un poco ansiosa y ávida por tener información.

––¿Estás bien?

––No mucho, estoy muy cabreado…

––¿Qué sucedió? ––podía imaginar parte, pero no todo.

––Anoche salí a cenar con Ruth.

––Creí que entre ella y tú…

––No hay nada ––afirmó cortante––, pero tenía que dilucidar si era ella la chica de las poesías.

––También pensaba que la habías desechado entre las posibilidades…

––Eso creía yo también, pero ayer en la Universidad me habló como si conociera el contenido del primer poema, La línea. Aquello me dejó tan afectado, que la invité a salir.

Sarah estaba muy asombrada. ¿Cómo podía Ruth saberse el poema? Ni siquiera lo había publicado en su cuenta de Wattpad.

––Durante la cena me confirmó que había sido ella, pero yo no le creí. Había algo en Ruth que me parecía falso, entonces recibí un mensaje de la chica de las poesías advirtiéndome que estaba con la persona equivocada.

––Entonces no era ella…

––No, pero no pude sacar nada en claro. Le exigí que me declarara el último de los poemas, pero no se lo sabía, tan solo La línea. ¡No puedo entender por qué! La presioné hasta que tuvo que confesarme que me había mentido, pero no quiso decirme cómo sabía ella tanto…

Sarah se quedó lívida, recordando el primer incidente de su ordenador, justo cuando Fernando le había respondido el primer mensaje. Su laptop estaba cerrada, pero juraba haberla dejado sin suspender. Luego estaba el incidente de la noche anterior, que no había sido fortuito. ¡Mercy intentaba ayudar a su amiga una vez más! ¡Fue ella quien le dio el texto del primer poema y Ruth se aprovechó de eso para intentar suplantarla! Por fortuna había sido solo el primero, y ya Fernando albergaba algunas dudas acerca de ella.

––¿Qué te sucede, Sarah? ¡Me asusta tu expresión!

La joven negó con la cabeza, no podría explicarle…

––Es terrible que se haya hecho pasar por otra… ¡Pretendía engañarte! ––exclamó airada.

––Así es, yo también estoy muy molesto. Intentaré saber algo hoy cuando la vea en la Universidad, pero no dejo de pensar en su falsedad.

Sarah no continuó con la charla, pues apenas podía mantenerse centrada frente a Fernando. Terminó su café y subió a la recepción. Allí se encontró con Paco, pero pidió hablar con la directora del Colegio Mayor.

––Puedes pasar, Sarah ––le dijo Paco.

La joven asintió y dio los buenos días a la directora.

––¿En qué puedo ayudarte? ––le preguntó la mujer.

––Por favor, quisiera cambiar de habitación ––contestó.

––Siéntate. ¿Qué habitación ocupas?

––Una compartida con otra chica ––respondió––. He tenido problemas con ella, y no quisiera continuar allí.

––¿Podría saber qué clase de problemas? Si se trata de una indisciplina grave y tienes pruebas, podemos expulsarle.

––No tengo pruebas de ello, pero ha quebrado mi privacidad y revisado mis cosas. No quiero hacer de esto un lío ni pretendo que la expulsen, solo quiero mudarme.

––Está bien, veré que puedo hacer. Tendré que intercambiarte con otra estudiante. Déjame tu nombre completo y número de habitación y ven a verme en la tarde, ¿está bien?

––¡Muchas gracias! ––se sentía un poco más aliviada, pero aún estaba muy molesta por lo que había sucedido.

Sarah llegó temprano a la Facultad, pero para su sorpresa se encontró a Mercy sentada en una banca. Por lo general, la chica de pelo corto acostumbraba a faltar bastante e incluso llegaba tarde, pero esta vez había decidido aparecer a la hora debida. Llevaba una ropa distinta a la del día anterior, era muy probable que se hubiese quedado en casa de su amiga Ruth. Cuando Mercy la vio aparecer, se puso de pie, desafiante.

––No estoy de humor, Sarah. Si has aparecido para…

––Lo sé todo ––la interrumpió la joven plantándose frente a ella––. ¡Eres una cínica! ¿Cómo pudiste tomar información de mi e-mail para dársela a tu amiga y que se hiciera pasar por mí?

Mercy no se sorprendió de que ya lo supiera. Era cuestión de tiempo para que su amigo del alma le fuese con el chisme.

––¿Fernando ya sabe que lo estás engañando? ––contraatacó.

––¡Yo no lo estoy engañando!

––Claro que sí: te escondes bajo un nombre falso para intentar conquistarlo con tus palabras estúpidas… ¿Crees que vas a lograrlo? ¿Crees que Fernando se fijará en ti?

Sarah se puso roja de la ira, estaba a punto de golpearla cuando apareció Elisa y la contuvo. Hubiese sido pésimo para el expediente de Sarah que constara en él haber golpeado a una compañera de estudios en medio del campus.

––¿Qué está sucediendo aquí? ––preguntó Elisa.

––Si no quieres que Fernando se entere de que eres una mentirosa, mejor apártate de mi camino ––la amenazó Mercy antes de alejarse. En realidad, no pensaba abrir la boca, ya que no pretendía favorecer en lo más mínimo a Sarah frente a Fernando.

Cuando Mercy se alejó, Elisa le dio un abrazo a su amiga, quien al parecer lo necesitaba.

––Ahora dime qué pasó ––le pidió, mientras la tomaba de una mano y se aproximaban a una banca con mayor intimidad––. ¡Jamás te había visto así, Sarah!

––¡Estoy muy molesta! ––exclamó la aludida antes de derrumbarse. Al hablar, lágrimas de frustración y rabia bajaban por sus mejillas.

Fernando llegó al anfiteatro de su Facultad, pero no había rastro alguno de Ruth ni tampoco de Marco. ¡Debió haberlo imaginado! Se sentó entonces junto a Lucas y Cristóbal e hizo un esfuerzo por tomar apuntes durante toda la mañana. Ni las ocurrencias de Lucas ni la charla animada de Cris, aliviaron en algo el cúmulo de emociones que estaba sintiendo. Era impotencia, disgusto, amargura, pero sobre todo una gran confusión.

Ahora tenía claro que Ruth no era ni podría ser la chica de las poesías. Era demasiado baja y engañosa como para escribir versos tan hermosos y tan puros. ¿Entonces quién era ella? Pensó en Sarah una vez más, pero no tenía motivos para aferrarse a aquel pensamiento. Luego estaba Gigi, a quien creía con mayores posibilidades…

Un nuevo motivo, no valorado por él hasta entonces, llegó a su mente y lo hizo retomar una vez más esa hipótesis. La chica de las poesías sabía que él estaba con otra, de hecho, le había escrito que se hallaba con la mujer equivocada. Sin embargo, Gustavo era el único que sabía de su cita con Ruth. ¿Significaría entonces que Gigi era la chica de las poesías? ¿Le habría contado su hermano sobre esa cena, despertando los celos de Gigi y propiciando su advertencia? Aquello tenía sentido, pero no podía estar convencido de que fuera cierto. Tal vez esa noche, cuando acudiera a la cena, pudiera hablar con ella y descubrir la verdad.

Las horas que transcurrieron le parecieron a Fernando el doble de largas. Cuando al fin fueron las siete de la noche, tocó a la puerta de los Jiménez llevando una botella de vino en las manos. Fue Gigi quien le abrió con una espléndida sonrisa. Estaba muy bonita con aquel fino vestido de tirantes color rosa que la hacía parecer más joven de lo que era.

––¡Hola, Fern! Por favor, pasa adelante.

Fernando le dio par de besos y le entregó el vino. Quería hablar con ella en privado, pero la llegada de Gustavo le dificultó las cosas.

Gus le dio un abrazo y lo condujo hasta el salón principal donde estaba su padre y luego hasta la cocina para que viera a su madre. Ambos lo saludaron con aprecio, sobre todo doña Patricia, a quien siempre había agradado.

Fernando llevaba su disco portable para copiar la información completa de la carrera, por lo que él y Gustavo se retiraron hacia su habitación para iniciar la copia.

––Te noto preocupado ––le hizo notar su amigo––. ¿Qué es eso que te está perturbando?

Fernando suspiró y le relató brevemente que había estado recibiendo unos poemas de amor de una desconocida. Le habló del engaño de Ruth, su compañera de Universidad, y que necesitaba dilucidar si era Gigi la chica de las poesías.

––¿Mi hermana? ––rio Gustavo y lo miró con extrañeza.

––¿Por qué no? Desde que regresé hemos coqueteado…

––¡Ahórrame los detalles! ––le pidió.

––No ha sucedido nada entre nosotros, la verdad es que quiero mucho a Gigi, pero ya no siento lo mismo que hace tres años. Sin embargo, las poesías me han conmovido mucho y si fuera ella la autora no sabría qué hacer.

––¿Y por qué crees que es Gigi?

––Fue mi novia, ahora solo somos amigos, aunque me ha dejado entrever que busca algo más; tendría acceso a mi dirección de e-mail a través de ti…

––Lo dudo, yo no se la he dado.

––Recuerda que tu hermana escribe…

––¿Poesía? ––volvió a reír––. ¡Sería una gran novedad!

––Existe otro detalle. Nadie, salvo tú, sabía que yo iría a cenar con Ruth. Sin embargo, la chica de las poesías me pasó un mensaje durante la cena advirtiéndome que estaba con la persona equivocada. ¿Le dijiste a Gigi cuáles eran mis planes ayer?

––Te aseguro que no. No quise decirle que saldrías con otra chica.

Aquello dejó a Fernando más desconcertado aún, pero no dijo nada más. No podía obviar los indicios que lo llevaban hasta Gigi, pero solo ella podría sacarlo de su duda.

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