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Capítulo Treinta y Siete

—No creo que sea una mala idea, Marcus... déjala hablar.

Sonreí contenta cuando la madre de mi novio finalmente me escuchó entre tanto caos que estaba sucediendo a nuestro alrededor. Odiaba que en algunas ocasiones no me escuchaba la gente o terminaba ignorándome, pero en ese momento ella había demostrado que yo valía en la mesa.

Estábamos discutiendo una vez más el futuro de la editorial y lo que íbamos a hacer con Susan también. Pelear con los Scott era bastante complicado porque los dos tenían pensamientos totalmente diferentes y ponían primero el dinero ante todo. Yo entendía que era la segunda vez que la editorial lo perdía todo, pero si no hacíamos algo rápido iba a ser mucho peor. No solo íbamos a perderlo todo, sino que íbamos a dejarlo morir.

—Usamos el dinero de Portia, o sea sus acciones, y le pagamos a Susan lo que nos pide para devolverme la novela mía que tiene —expliqué moviendo las manos de un lugar al otro como siempre hacía cuando estaba exponiendo algo. Marcus asintió, eso ya lo había contado y Portia, que había llegado unos minutos antes, volvió a aceptar aquello—. Ya sin la amenaza de Susan podemos cerrar la empresa y con eso pagarle a todos los empleados. Una vez que hagamos eso podemos comenzar de vuelta.

—No quiero comenzar de vuelta, no otra vez —argumentó Marcus con los brazos cruzados mientras se apoyaba en el ventanal precioso que tanto amaba. La ciudad oscurecía frente a nuestros ojos y me gustaba creer que moría para volver a nacer—. No tiene sentido...

—Claro que lo tiene, Marcus —respondió Portia de la nada, sorprendiendo con la firmeza con la que hablaba—. Toda tu vida has querido una editorial que no fuera la de tu padre. Siempre has querido hacer las cosas a tu antojo y siempre has llegado hasta chocarte con una pared.

—Esta editorial es mía, es nuestra herencia —nos recordó, señalando a Declan y él asintió, aunque no muy convencido si tenía que hablar—. Tenemos que sacarla adelante... y...

—¿Y qué, Marcus? ¿Vamos a seguir publicando libros que no queremos? ¿Vamos a seguir buscando como sobrevivir a base de libros de famosos o youtubers? —le pregunté con seguridad, porque había aprendido que había que ser fuerte en la vida y defender los valores que uno tenía—. Tú me dijiste que esta editorial buscaba el libro favorito de alguien. Tú y yo podemos hacer esto ahora. Podemos dejar todo el futuro para volver a hacer lo que tanto amábamos. Una editorial indie que busca talentos escondidos en plataformas o en escritorios. No te vuelvas una persona comercial porque es una solución fácil.

Lo vi pensar y me di cuenta tarde que me había puesto de pie para enfrentarlo, haciendo que el silencio permaneciera en la habitación casi como un intruso. Marcus dudó unos minutos y yo recordé esa gran charla motivadora que nos había dado cuando nos enteramos de que la editorial había terminado.

—Antes de publicar mi libro yo era la chica más insegura del mundo. Tenía miedo y creía que nadie iba a querer leerme en mi vida. Pero el libro me dio las fuerzas necesarias para ser quien soy ahora. ¿Y sabes qué es lo mejor? Muchas personas me han dicho que el libro les ha ayudado. Me han abrazado y llorado expresando sus sentimientos conmigo... logramos que el libro llegara a las personas. ¿No era lo que querías?

No me iba a rendir, iba a lograr llegar a él de algún modo u otro.

—Elizabeth tiene razón, Marcus. Solamente te estás aferrando a un sueño que no sucedió —lo regañó la madre y al instante me di cuenta que equivocada estaba ella también.

—No, la editorial logró cumplir muchos sueños y estoy segura de que a ti también te ha llenado en muchos momentos. Pero los sueños no caducan, se mejoran, se amoldan a nuevas situaciones o generaciones —quise que Marcus viera la realidad—. Este puede ser nuestro sueño. Nuestra editorial. Con mi manera romántica de ser y tu cabeza fría para los negocios. Creo que incluso es algo mucho más importante que una boda. Un sueño juntos.

Marcus sonrió de lado para luego suspirar lentamente y estirar una de sus manos para tocarme el hombro. Le devolví la sonrisa cuando acarició mi brazo suavemente con cariño y noté que lo había convencido.

—Yo también pondré de mi parte y seré tu socia.

—Una cosa a la vez, Elizabeth. Novio, prometida y ahora socia. Me vas a terminar apareciendo hasta en los sueños —bromeó Marcus y le saqué la lengua porque esperaba que ya apareciera.

Dicho eso, observé a Declan y automáticamente Suni lo fulminó con la mirada esperando que aceptara quisiera o no. Él terminó por suspirar y asintió, dispuesto a terminar la editorial y comenzar un capítulo nuevo. Uno que yo estaba esperando que finalmente comenzara.



Susan no estaba preparada para verme, por lo que se puso de pie de un salto al encontrarse conmigo caminando de la mano de Marcus. Se suponía que no podía verla porque podíamos enfrentarnos y pelearnos, sin embargo, contábamos con el abogado de la editorial que me había dicho que no había ningún problema conmigo en ese momento.

La anterior Lizzie estaría temblando, llorando por el miedo que le daba enfrentar situaciones como estas, pero esa chica que estaba frente a la mujer que tanto daño le había causado no iba a dejarse caer. Susan había sido el motivo de mis lágrimas por años, mi angustia encerrada en el baño y cuando finalmente pude alejarme de ella fue un alivio para mi alma. Que volviera a querer hacerme daño no había logrado afectarme, pero temía que lo lograra tarde o temprano.

Marcus me dio un apretón con su mano y asentí, agradeciendo que él estuviera ahí para mí. Poco y nada se habla del acoso laboral que puede hacerte un superior y yo lo había vivido con Susan. Llegaba a mi casa preguntándome quién era y que era lo que quería, incapaz de tener una voz. Se burlaba de mí junto a otros compañeros, me hacía sentir menos y en algunos momentos hasta llegué a creer que era la persona más tonta del mundo. Con el tiempo, comprendí que yo estaba capacitada para hacer lo que hacía. Era una gran escritora, había sido una buena editora para el poco trabajo que tenía o el tiempo que había estado en la editorial.

Nunca más nadie me iba a hacer sentir menos, nunca iba a permitir que me hicieran daño y destruyeran a la chica que había logrado conseguir. Era más que la chica del jefe, era la persona que quería ser y eso bastaba. Siempre iba a ser suficiente por más que la gente creyera lo contrario.

—La escaladora subió bastantes escaleras —comentó Susan a modo de saludo mientras que me sentaba y por un momento nuestro abogado iba a decir algo, pero lo detuve con mi mano. No iba a permitir la falta de respeto.

—Habla la persona que se acostaba con un hombre casado —la ataqué sin problemas, porque si había alguien hipócrita en ese momento era ella—. Y también la persona que ha tomado mi libro para chantajearme porque no puede hacer algo propio.

—Bueno, me parece que mejor lleguemos a un acuerdo y dejemos los enojos de lado, muchachos —propuso el abogado y yo asentí, aunque seguí fulminando con la mirada a la zorra de Susan siempre queriendo ser alguien que nunca sería.

Hay una diferencia entre la gente oportunista como yo y la gente oportunista como Susan. Una oportunidad se tomaba cuando no hacía daño a las personas, como cuando yo pude escribir mi libro e ir a Nueva York. En cambio, a Susan no le importaba pisar cabezas para conseguir lo que quería. ¿Y qué era lo que quería? Al parecer ni ella lo sabía. Y cuando una persona no sabía qué era lo que quería terminaba haciendo desastres.

Susan dejó los pendrives en la mesa mientras el abogado le alcanzaba el contrato de silencio que iba a firmar. Mi talento estaba en esos pendrives, en esas pequeñas cosas raras que guardaban millones de archivos y tenían algo de mí. La observé con profundo asco, sintiendo impotencia por lo aferrada que estaba por cosas que no le pertenecían.

—¿Qué ibas a hacer con mi talento? ¿Creer que era tuyo, Susan? Tarde o temprano iban a descubrir la verdad —quise que notara y ella se encogió de hombros mientras tomaba la pluma para firmar el acuerdo. Se iba a llevar nuestro dinero a cambio de una novela que no me identificaba.

Solía creer que vivíamos en el mundo de los malos, en donde todos llevaban máscaras para ser crueles y causar dolor. Susan me demostraba eso, pero al mismo tiempo pensaba en mí y en las personas que aún seguían tratando de hacer cosas buenas. El mundo no se dividía entre gente buena y gente mala, sino en gente que pensaba en los demás y gente egoísta que solo buscaba su beneficio. Susan quería dinero, quería sentir algo en sus agujeros enormes y yo le había llenado cada uno de esos pedazos.

No le iba a dar el gusto.

Sin previo aviso, tomé la pluma que Susan tenía en sus manos y la lancé lejos, como también rompí el contrato en sus manos. La mujer me miró sorprendida y todos nos observaban sorprendidos por mi extraño acto, creyendo que estaba loca.

—No te voy a dar el gusto que ganes dinero con mi trabajo, Susan —dije finalmente y escuché que Marcus trataba de detenerme—. No, no. Estoy cansada de tenerte miedo Susan. Te tuve miedo por un año completo, me hiciste llorar en el baño por días y hasta he llegado a vomitar de la presión que me causabas. Pero se acabó ahora. Ve, ve con mi libro adonde sea que quieras ir y publica lo que quieras publicar. No te tengo miedo. Lo que sea que haya en esos pendrives no va a superar a la persona que soy ahora y mientras publiques mi historia voy a publicar una mejor. Una capaz de recordarle a la gente quién soy.

Susan resopló, casi riendo y se puso de pie negando con la cabeza mientras tomaba sus cosas. Todos nos quedamos en silencio observando como no reaccionaba a nada de lo que había sucedido y estiré los pendrives para que los tomara, porque realmente no los quería.

—Tu padre, Marcus, me decía que nunca subestimara a Elizabeth, que en algún momento iba a demostrar que tenía talento —nos contó y la seguimos mirando con sorpresa, tratando de entender a qué se venía eso—. No hay nada en los pendrives, no tengo tus novelas, Elizabeth. Y si las tuviera, seguramente solo sería basura.

Solté una carcajada sin poder evitarlo y la vi marcharse como si nada, sin ser capaz de defenderme por lo sorprendida que estaba en ese momento. Marcus estaba igual y el abogado no entendía nada de lo que había sucedido. Miré mi teléfono que sonaba sin parar y atendí la llamada de Suni, que había llamado unas cuatro veces, pero no había podido atenderla.

Me dijo lo que acababa de descubrir. Susan era y sería siempre un intento de persona. Un intento de jefa, un intento de escritora, un intento de algo que ni ella sabía que era. Me alegraba darme cuenta de que algunas personas eran así y yo nunca sería una de ellas.

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