07
***
P.O.V.
[ÉL]
Mierda, mierda, mierda y más mierda
Observé cómo los libros estaban tirados en el piso del salón de clases, mientras todos detenían sus acciones para fijarse en el chico asocial de la fila nueve.
El día no había iniciado con buen pie —ese ni muchos que tuve que pasar a lo largo de la historia— quizás era cierto lo de haberse levantado con el pie izquierdo.
Pero ¿adivina?
Yo me levante con ambos pies esa mañana. Y aún así parecía ser un día de mierda y más mierda.
Bufé irritado. Nunca fui el chico mal educado o grosero —eso no quiere decir que no me haya aprendido las groserías del mundo— al contrario era pacifico.
Promovía la salvación de las palomas.
¿Si me entiendes? ¿Quién salva a las palomas? Nadie, exacto. Solo yo y mi pacifismo movimiento.
Me coloqué de cuclillas para recoger lo que había aventado en mi ataque de cólera extrema.
Puse mi mejor cara de culo y saqué el dedo del medio al aire, para que quedara muy claro la advertencia de no molestarme—no más de lo que ya estaba—
— ¿Qué te pasa? —preguntó preocupada Tessa, acercándose a mi costado. Sostuvo entre sus manos un pequeño libro de ciencias —casualmente el que había aventado—
Pestañeé varias veces atónito
Ella quería saber qué ocurría, no le interesaba saber que era eso que me perturbaba. Solo quería una razón para justificar mi comportamiento irregular.
Aún más si era ella la coordinadora del curso. Y justo ahora necesitaba una buena razón para no ser expulsado del salón.
Razón que nunca llegó a oír. Porque jamás se la di.
Tú también te preguntarás lo mismo ¿no es así?
¿Qué que me pasaba?
Me pasaba un helado
Eso me pasaba
Y ella también lo hacía.
Dirás que andaba irritado y sin concentración absoluta solo por nada más y nada menos que pensar en la joven azulada de la cafetería
Corrección amigos
Estaba irritado y sin concentración absoluta por pensar en el asqueroso helado que posiblemente podía volver a servirse en mi mesa y casualmente la azulada sería quien me lo diera.
Una excusa más creíble de formular para aquel entonces en donde mi cerebro no asimilaba la idea de que ella se empezaba a inmiscuir en mi vida.
— ¡Ey! —palmeó mi hombro para captar mi atención la rubia a mi costado. La había ignorado.
Volví a pestañear varias veces buscando la órbita que no tenía en ese momento.
—Perdón—me encogí de hombros y tome el libro que la joven me ofrecía para volver a ignorarla.
No era su culpa
La culpa la tenía la azulada
—No respondiste —gire mi cabeza atolondrado, arqueando una ceja hacia Tessa, que seguía de pie a mi lado — ¿Qué te sucede? ¿Estas bien?—sonrió hacia mí —
Asentí sin decir palabra alguna.
No porque no quisiera, al contrario, no decía nada porque la única palabra que sabía pronunciar en ese instante era mierda.
Y créeme que Tessa no merecía escucharla.
Tú si porque ya tenemos la confianza suficiente como para decir palabrotas sin ofendernos o algo por el estilo
—Faltan 20 minutos para acabar la clase —volví a asentir, preguntándome ¿Por qué no iba a continuar lo que fuese que hubiese estado haciendo?
—Tómate el resto de la tarde por hoy. Creo que lo necesitas—comentó.
¿Lo necesitaba?
¿Acaso necesitaba salir de clase 20 minutos antes?
¿Qué sabía ella lo que yo necesitaba?
Sacudí la cabeza y la miré como bicho raro.
—El profesor lo entenderá si yo se lo explico. —insistió—Será lo mejor—
—- ¿Lo mejor para quién? Para ti, para mi o para el resto de la clase. —la chica alzó una ceja confundida por mis palabras.
Pero no me detuve
No después de escuchar las palabras del pelinegro de la fila seis.
—Que se vaya a follar a ver si se le quita lo amargo de vida que lleva —murmuró lo suficientemente fuerte Emiliano como para que lo escuchase yo y todos los demás.
Inclusive el profesor disimuló pequeñas risitas burlonas por aquel comentario.
Le dediqué mi mejor mirada asesina y me concentré en aniquilarlo con mi campo visual que se topó con Tessa —otra vez—
Que conste que le advertí a todos con mi cara de culo y mi grandísimo dedo del medio al aire que no se atrevieran a molestarme. Y aunque pienses—y tengas razón—la rubia no me estaba molestando —literalmente— pero para mi una simple mosca era causa de enfado.
Quizás fue el pensamiento del helado que ocasionó que estallara
O tal vez mi cerebro se hartó de ser un trapo viejo para el resto del mundo social
Que mis palabras salieron con dureza, ásperas y frías.
—Escucha Tessa —la mencionada parpadeo sin saber que hacer, decir o siquiera pensar. —No debes de comportarte como una ingenua conmigo. ¿Okey? —enfaticé mis palabras, sin dejar de penetrar aquellos ojos verdes con fiereza—
>>Se muy bien que lo único que quieres es sacarme de la clase para no ser un estorbo como soy un desperdicio de carne humana. Quítate la máscara de chica preocupada porque ambos sabemos que un condenado pepino es más importante en tu vida que el mismísimo yo. —escupí con dureza, aprovechando para dirigirme al resto de la clase—incluyendo al profesor—
>>Así que para la próxima vez te pediré que seas directa y no disfraces tus verdaderas intenciones con falsa preocupación y lastima. Me enfurece. —recorrí su pálido rostro petrificado.
Nadie se esperaba esa reacción y aquí entre dos, yo tampoco me lo hubiese esperado.
—Solo dilo. Clava de frente el cuchillo, así duele menos y es más fácil. Desembucha y dispara—me levanté del asiento, chirriando el metal de la mesa contra el piso—Estás expulsado y yo me largo a la mierda —dije y caminé ignorando a cualquier ser pensante en el lugar.
No era de causar problemas
Quizás en algún momento de mi vida había sido travieso como cualquier pequeño, incluso pude haber causado problemas por diversión.
Pero ahora era diferente
Todo era diferente.
Deje de meter mi cabeza en asuntos que no me incumbían cuando meter la pata significó perder a quien más amaba.
No haría falta—de hecho nunca fue así— era un simple, plano y gris alumno de ingeniería civil que justo hoy le dio por odiar las clases de dibujo.
Mi presencia como tal no era la más esencial.
Era un cero a la izquierda en cualquier operación matemática.
Y eso no me molestaba —hasta ese día—
De nuevo el frío abofeteó mi rostro como capa gélida que congelaba cualquier emoción o sentimiento.
Igual que ayer, no iba a llover. Así que no me preocupé en cubrir los libros que sostenía.
Ni siquiera me preocupé por la dirección que emprendían mis pies con rapidez.
Parecía alma que lleva el diablo
Si, así mismo podías comparar mi salida y caminata magistral. Imagínatelo y agrégale el dramatismo necesario para que se vea épico y no anormal.
¿Okey? ¿Lo hiciste? Bien, seguimos
Pueda que la culpa de aquella situación se la halla otorgado a la azulada de la cafetería
¿Por qué?
Porque si y porque nunca fui lo suficientemente valiente como para reconocer la culpa que simplemente la depositaba en cualquier otro capaz de soportarla.
Te voy a explicar en caricatura para que comprendas mi punto de vista.
¿Conoces a aquel hombrecito animado de color rojo, que habita en la mente de una joven adolescente con otras emociones y todo le enfurecía?
Todo, absolutamente todo.
Si sabes quién es, entonces tendrás una idea de mí estado mental para aquella época.
Específicamente ese día.
Solo me faltaba expulsar humo por las orejas y colorarme como tomate para dar una representación adecuada a la caricatura.
Así que en ese tiempo no razone —mucho menos pensé —
Combinar las palabras de Emiliano, las miradas de melancolía de Ethan, la intención de sacarme de la clase de Tessa, la pésima relación que tenía con la sociedad en general, el sabor asqueroso del helado de Limón de la tarde anterior
Fueron la bomba detonante de mí mala actitud esa tarde porque llegué frustrado, derrotado y cansado a la cafetería.
No salude
Ni siquiera pedí permiso a los clientes que obstaculizaban mi camino hacia la mesa de la esquina. Más bien —admito que no estuvo bien de mi parte—empecé a empujar a cualquiera que se me atravesara en medio.
Inclusive antes de entrar al local, me encontré con Orlando ¿recuerdas? El pequeño niño pelinegro de diez años que jugaba siempre con un globo amarillo y que a la mitad de la calle terminaba soltando sin más.
Pues está vez él enano no soltó el globo.
Porque lo tomé y lo solté yo mismo. Sacándole la lengua de manera infantil mientras escuchaba como corría a comprarse otro alegando que un chico alto y malo le robó su preciado globo amarillo.
Estuvo mal, lo acepto.
Pero tan poco cometí una atrocidad a mi parecer. Crimen hubiese sido haberle espichado el globito y reírme en su cara llorosa.
Eso no lo hice. Así que no me juzgues.
O hazlo si quieres. Es parte de la trama ¿no? El punto es que lo único que podía pensar además de la palabra mierda y rojo.
Era el ¿Por qué la azulada se esmeraba en servirme el puto helado?
Sea del sabor que sea.
Mi paladar estaba hastiado —como su dueño— debido a que era el tercer helado que degustaba sin su permiso y consentimiento.
Y apenas era mitad de semana.
Toda la culpa la tenía la azulada. Y no me salgas con que "hubieses parado de comerlo," "hubieses rechazado el helado si no te gustaba", "podías hacerle entender que no querías probarlo"
Y lo sé, ¿okey? Siempre lo supe.
Pero me hacía el loco
Razón que te explicaré luego.
Por esa razón, me la pasaba lo que me quedaba de tarde de cabeza en el escusado, oliendo el vomito sabor a helado.
Además si yo no me hubiese comido el helado. Esta historia no hubiese sido posible.
Dame créditos por ello para sentirme mejor conmigo mismo.
Con ese pensamiento revoloteando mi mente, tomé asiento bruscamente, cayéndome de culo contra la silla.
Menos mal había un cojín porque el tablazo que me hubiese dado no podía ser bonito.
Imagina un caramelo
Si, un caramelo cubierto por su envoltura.
Ahora piensa que yo soy ese caramelo y la envoltura que me cubre está hecha por capas de cólera, frustración, ira y agonía.
¿Ya me viste? ¿Te puedes imaginar la grandísima cara de culo que tenía aquel día?
Bien, te felicito. Eres bueno para imaginar.
Me concentré—lo bastante—para decirle a la azulada que está vez no, —así como lo estas leyendo—iba a dejarle en claro que NO se iba a salir con la suya, esta vez no me comería, ni siquiera estaba dispuesto a oler el asqueroso postre frío.
Pero ¿a qué si adivinas lo que sucedió?
Exacto, como en esta historia se hace todo lo contrario a lo que yo digo.
Pues ya conocerás que no hice nada de lo hablado.
No me negué.
No le dije nada.
No
¿Por qué?
Porque siempre hay un pero. Un insignificante pero que cambia los roles de esta narración.
La azulada hizo acto de aparición. Inhale hondo, retomando la calma que no poseía para no ofenderla y hablar lo más civilizado posible sin escupir cualquier mala palabra.
Intente relajar mi expresión facial —no funciono— para que ningún mal gesto se viese—todos los malos gestos y muecas se vieron—
Observé cómo sostenía —aún con poca estabilidad— la bandeja entre sus antebrazos, encima de la estructura plana de mental se ubicaba un tazón relleno de...
Vamos dilo tú, porque sé que lo sabes
Si, otro helado de la fregada.
Teñido de un tono amarillento —demasiado—colorido para mi campo de visión. Pestañeé varias veces por la intensidad del tintado.
No te preocupes en saber qué sabor era, porque ni eso me dedique a identificar o siquiera adivinar.
Lo único que puedes saber es que de seguro sería asqueroso y aún más con semejante color que se gastaba.
Y créeme cuando te digo que no iba a probarlo para comprobar mis teorías gustativas.
¿Leíste bien?
"Iba"
En el preciso momento en que abrí mi boca y sincronicé mi NO con el movimiento de negación con la cabeza.
Ella sonrió.
Y sonrió de una manera que no pude —ni puedo—explicar.
Quizás siempre fue así. Ella sin saberlo era el hombro a quien darle mis pesos. Era quien cargaba mi cruz cada vez que mi espalda se agotaba.
Sonrió y toda la ira, cólera, frustración se fue derechito al caño. Igual que todo lo que planeé en decirle.
Sonrió y aquellos hoyuelos hicieron aparición, pisoteando todo mi mal humor.
Ella siempre tuvo ese poder. Incluso aquella vez en donde todo se acabó.
—Cortesía de la casa—mencionó como única muestra de saludo. Y esa tarde no fue como la anterior.
En el fondo admito que esperaba a que se sentase de nuevo a hacerme compañía.
Pero no sucedió.
En cambió, se colocó a un lado del mostrador sin apartar su mirada de mi, la mesa y el helado.
Su sonrisa jamás se borró de sus labios, al contrario, se mostraba aún más reluciente, radiante y llena de vida. Pude jurar que más de una vez sus labios se expandían hasta ocupar la totalidad de sus mejillas.
Descubrí —lamentablemente—que el sabor del helado que degustaba —pesadamente—era de durazno.
Ya conoces la rutina, lo que me queda por hacer el resto de la tarde después de ejecutar semejante acción gustativa.
Definitivamente esa tarde fue igual a la anterior—y a muchas más—
Mis ojos no enfocaron su silueta azulada.
La furia se desató otra vez en mi interior.
Combine las emociones frustradas por aquella sonrisa que impidió que fueran liberadas como yo quería y a mi manera.
Que con la misma actitud que tenía cuando llegué, tomé irritado y asqueado una servilleta rosa pastel dejando una nota.
Sabía que la leería.
Siempre lo hacía.
Salí del local, sin un adiós o hasta luego solo con ganas de vomitar y preparando mi culo emocionalmente para el pinchazo de esa tarde.
¿Spoilers?
La furia que poseía ese día no se comparaba con aquel enojo y decepción que ella una vez me dio.
Espera para conocer, que aún no has visto nada.
Se despide la chica amante del helado. Con Besos y pinchazos de dulce.
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