06
***
P.O.V.
[ELLA]
Quizás pueda que pienses que como mi cabello no era azul —naturalmente—de nacimiento. Y que con lo mucho—poco—que te he contado de mi podía ser considerada como una experta en el arte de teñir greñas rebeldes que buscan comodidad y aceptación con su propia dueña.
¿Quieres conocer la verdad? O bueno una de muchas mentiras que luego después te contaré.
Era pésima para la pintura —fuese lo que fuese—Desde pequeña un simple círculo era un tormento para mantenerme dentro de la línea y no colorear fuera de ellas. Mi madre tenía paciencia —cuando se podía considerar como eso. Una madre—
No me avergüenza decírtelo porque a final de cuenta no es de mucha relevancia en esta historia. Pero si es algo que debía anunciarte para que más o menos tengas una idea de cómo teñirme el cabello solía ser una tortura.
Ahí es cuando en mi mente se repiten palabras que quizás alguna vez llegue a escuchar pero ya no recuerdo de quién.
Para ser bellas, hay que ver Estrellas
En mi caso, yo no me esmeraba en ser bella. No quería serlo. Alguien como yo —en aquella época—no podía solo borrar una mancha con su inusual belleza.
Nunca me considere la más alta, ni la más voluptuosa. No tenia una cintura pequeña, mucho menos agradada. Era solo yo con mis proporciones corporales como las de cualquier otro ser humano.
Me desvíe ¿no?
No sabía pintar entonces como conclusión no esperes un azulado como las revistas que encuentras cuando vas a la peluquería.
Un consejo
Siempre espera lo peor. Piensa mal y acertarás.
Con todo y mi mal manejo para el arte, se hacía lo mejor que mis manos podían mientras sostenían una brocha.
De pie, frente al espejo del lavabo, me detuve a observar mi pálida cara.
Okey, retomando lo de la belleza quiero aclararte que tampoco es que fuese un monstruo con granos, una nariz larga, la piel verde...
Ah, no espera eso es una bruja, ja, ja.
Era una de ellas, si, ya era un hecho que había aceptado —hace mucho tiempo—pero no poseía el aspecto de una.
Así que no te asustes por mi apariencia, asústate por mis acciones.
Regresando mi visión al cristal. La persona que me devolvía la mirada se veía cansada, unas tenues ojeras querían hacer acto de aparición debajo de mis ojos mieles. Quizás por nunca saber cómo aprovechar el sueño o los brazos de Morfeo me consideraban impura para abrazarme.
Abrazos, suspire. Hacía ya bastante que ninguna persona me abrazaba y pueda que ese haya sido mi cruel castigo.
Mire mi cabello con restos de colores queriendo asomarse sobre la capa azul. Querían salir a la luz. Así como todos los dragones de mi pasado.
Pero no lo permitiría. Si algo sabía —para aquel entonces—era que por más que cargara con aquel peso sobre mis hombros, no debía dejar que los monstruos se escaparan.
Fue mucho esfuerzo, encerrarlos como para que otra vez empezaran con sus daños.
Estire mi mejilla derecha hacia abajo, expandiendo mi piel. Gire sobre mis talones para mirar como mi cabello caía libremente hasta la parte baja de mi espalda
Demasiado cabello, pensé.
Para aquella época tenerlo así de largo representaba un peligro para mi salud física y mental. Sin descuidar lo emocional, obviamente.
El silencio que invadía aquella instancia era reconfortante. Era como si, todo el mundo dejara de seguir su curso y se detuviera justo ahí.
Te diré que para cuando ocurría esta narración podía gozar de una casa espaciosa y lo suficientemente grande como para obtener la privacidad necesaria.
Pero, eso no le quitaba lo asfixiante de las paredes, la oscuridad de las luces y el frío inerte que se extendía por toda la estructura.
Solo había un lugar en todo lo que conformaba mi casa en que nada de aquello era abrumador.
Un espacio que —a pesar de ser ajeno—lo consideraba mío.
Y no, no era en el sótano o en el ático si es lo que estás pensando.
Te explico, desde niña mi padre utilizaba el sótano para aterrorizar a dos pequeñas traviesas. Era el "sitio prohibido" según la visión panorámica de una niña. Luego después del accidente ese pequeño cuarto se utilizaba como método de castigo y tortura.
De seguro, habrás visto aquella famosa película en la cual la directora de la institución encerraba a sus alumnos indisciplinados o los que simplemente no les agradaban dentro de un cuarto donde la puerta poseía unas espinas o púas
Bien, espero sepas cuál es.
Ahora quítale las púas y espinas, agrégale una oscuridad absoluta, latigazos y sin posibilidad de comer alimento alguno.
¿Te parece suficiente castigo o no?
Peor que el de la película a mi parecer.
En cambio, el ático era polvoriento, con iluminación pero los artefactos ahí guardados lo convertían en un espacio apretado.
Mi reflejo me tomó por sorpresa cuando mis ojos tropezaron de nuevo con mi rostro.
Sacudí mi cabeza
Concéntrate, concéntrate, repetí a misma al momento de tomar la brocha entre mi mano y sostener el primer mechón de cabello.
No te burles -sería cruel-pero pase alrededor de dos horas y media para completar mi obra de arte azulada.
Y te diré que quedo mejor de lo que yo esperase. Aunque como siempre no todo lo que brilla es oro, pues no todo mi cabello se pintó correctamente.
Bofetada mental
Pero ya no había marcha atrás—nunca lo hubo—así que encogiéndome de hombros, espere mis otros cuarenta y cinco minutos para darme una buena ducha.
No hace falta que te explique mi proceso de aseo ¿cierto?
Yo creo que no.
Lo que te voy a explicar a continuación lo leí una vez en un libro —si así como tú me estás leyendo yo quizás te haya leído—eso de que después de una ducha se puede entrar en conflicto mental entre la realidad magnética que representan los problemas en la vida, si acaso esos monstruos existen como hacemos creer o si solamente es la ansiedad que nos abruma.
Imagina que esos dos cazadores —la ansiedad y los problemas—fuesen un ente individualista que poseyese el agua como única debilidad.
Debido al momento en el que entran en contacto con ese líquido se apagarán por un rato, debilitados, vulnerables y sin fuerza para atacarnos.
Pestañeé varias veces de nuevo mirando mi reflejo. Pueda que el agua tenga esa habilidad mágica de limpiar, purificar y ocultar mis dragones. Lo malo, es su tiempo de duración. Siempre era corto-o al menos en mi caso- antes de volver a vislumbrar la mancha.
[...]
— ¿Hasta cuando pensáis durar con esa ridícula manía vuestra de parecer payasa por la calle con ese cabello azul? —detuve mis pasos, inmóvil al escuchar como la voz de aquella mujer se expandía por las paredes.
El acento español se coló por mis oídos, clavándose en mi sistema de razonamiento. Ella se estaba dirigiendo a mí y no había ninguna otra persona presente para fingir su atención.
Ella se fijó en mí.
Quizás lo del cabello azul al final de todo si llamaba la atención.
Sabía que me observaba, pero no tuve la valentía de girar mi cabeza para comprobarlo con mis propios ojos. Conocía el alto grado que poseía aquella mujer y con tan solo devolverle la mirada era aún más tormentoso que cualquier reproche.
— ¿Cuántas veces debo decirte mujer, que no debe importarnos lo que hace o no con su vida? —salí de mi trance cuando los dedos de mi padre me tomaron por el brazo con fiereza, obligada a caminar a donde él quisiese. Mi madre en cambio mantuvo su postura firme sentada en el sofá sosteniendo una taza de café humeante entre sus manos.
Me mantuve callada. Si decidía decir cualquier palabra —así fuese el más mínimo sonido-podía irme peor. Y todavía consideraba esta pequeña plática—o discusión—mínima.
—Puede perjudicar vuestra carrera política Javier. Si va por las calles con esa facha puede dar mala espina sobre la crianza que mantenemos en...—mi madre medito bien sus palabras. Ella no diría aquello que me catalogaba como más que un feto nacido de su vientre y por ley me daba derecho sobre sus posesiones económicas. En cambio recurrió a la vieja confiable.
Desviar la oración —como siempre lo hizo luego del accidente—
—Javier vos más que nadie sabeis como es la lengua de los críticos—mi padre me zarandeó unos breves segundos antes de mirarme fijamente.
—Largarte—escupió rudo—Esta conversación no es de tu incumbencia. —y sin más me empujo directo a la puerta para luego cerrarla detrás de mi.
Sin derecho a regresar
Sin derecho a réplica
Sin derecho a ser su hija.
Solté todo el aire que había acumulado en mis pulmones, liberándome de los nervios.
Esta vez corrí con suerte—no podía asegurarme para la próxima—salir ilesa.
Camine en dirección a la parada de bus —dos cuadras más adelante—atravesando las avenidas asfaltadas, adornadas de faroles amarillentos, acompañada por el frío viento.
Las nubes ocupaban gran parte del azulado cielo, dejando espacio para solamente el gris entrando en batalla con el azul.
¿Quién ganará la tempestad o la calma?
Mis pies se movieron sin dirección—no hacía la parada de bus—el impulso de sentir compañía me invadió, apretando hondo mi pecho.
No me molestaba la soledad—no me molesta—solo que cuando un ser humano entra en la etapa de vulnerabilidad se hace más fácil buscar quien lo consuele a permanecer hundido en la miseria de su vida.
Yo no tenía a quien buscar, no tenía a quien hablarle. Era una desconocida para aquella ciudadela y quizás por eso. Por dejarme influenciar por la atención irregular de mi madre, aquella salvada magistral, las nubes, el viento, mi vulnerabilidad terminé a parar de nuevo donde una vez me sentí acompañada.
Me acerqué a la plazoleta, rodeada de caminos inmensos de verde que se perdían en la visión del hombre. Observé aquella cápsula o bobeda de madera fina, en forma de arco, blancuzca pero con pequeños desgastes en la madera. Las luces ya estaban encendidas, iluminado el espacio en el recorrido de espiral que mantenían sobre los pilares.
La brisa de una tarde desenfrenada me recibió de entrada, invitándome a cerrar los ojos mientras era guiada por la melodía dulce y delicada de Symphony de Clean Bandit ft Zara Larson que atravesó mis oídos, colándose en mi interior como medicina calmante.
¿Recuerdas lo que te pregunté?
¿Tempestad v.s. Calma?
Pues te diré que con el paso de los años comprendí que en mi vida siempre iba a permanecer la tempestad. Ella era parte de mi desde los ocho años de edad y evitarla solo empeoraba mi situación. Así que aprendí a convivir con ella hasta que fuese ella misma quien decidiese darme mi rato de calma.
Yo no buscaría atrapar la calma porque —al menos tenía una tempestad demasiada considerada—como para dejar que la calma me acompañase breves minutos.
Sonreí.
La tempestad era tortuosa si uno mismo la veía de esa manera. Yo, la veía como esa compañera invisible que buscaba un espacio en mi vida para existir. Así como todo ser humano busca un ecosistema para poder vivir.
La tempestad es ruda—no pienso negarlo—pero es su deber. No puedes escucharla, no ves cuando se avecina y mucho menos la sientes solo cuando te atrapa.
Mientras más incrementa la tormenta más daño genera en nuestro ser.
Es como alguien que necesita de ti—obviamente aunque no se conocen—Si pensamos egoístamente —y con la lógica—al fin y al cabo a la tempestad no le importa en lo absoluto quien eres o quienes nos creemos ser. Solo aprovecha esa debilidad humana para darse vida. Así como un bebé se aprovecha de la comodidad del viente de una madre para crecer dentro de ella, sin importar los daños colaterales que cause.
Solo somos para ella una mente vulnerable, una existencia decadente o un poco de tristeza en el interior para darle un hogar.
No significa que sea buena—o mala—pero te enseña a fortalecerte.
Y aunque yo —para aquel entonces—me estuviese cayendo a pedazos. La tempestad de mi vivir siempre le daba paso a la calma.
Sea cual fuese su forma de hacérmela llegar.
Salí de mi trance hipnotizador al momento en que su voz me hizo compañía.
—Entonces si usaste el tinte ¿no azulada? —reí abiertamente observando a Sarahy cruzada de brazos mientras se apoyaba en uno de los pilares.
— ¿Qué? Admite que me quedo bien —di un medio giro—Me costo ¿eh? —la dark sonrió levemente negando con la cabeza.
Como si yo no tuviera remedio—lo cual nunca tuve—
—Es azul ¿no? —asentí reprimiendo unas ligeras risitas —Entonces es lo que cuenta. ¿Vienes o te quieres ir a pata a la cafetería? Porque siento interrumpirla Ms. Cantante Azulada pero se te va a hacer tarde sino mueves tu traserito—curve mi boca hacia abajo.
—Si mencionaste lo de "traserito" porque no se distingue entre dónde termina mi espalda y empiezan mis pompas no hacía falta recordármelo Ms. Voluptuosa—Sarahy se carcajeó.
Con que la chica dark tenía dientes
Interesante, muy interesante
—Sube azulada antes de que me arrepienta —y piernas para que las quiero. Apreté mi trasero en un intento por tratar de que si se viera que tengo nalguitas-delgadas—pero nalguitas al fin.
Abrí la puerta del copiloto del Optra negro que poseía Sarahy.
Quise entrar en tema de conversación pero la dark encendió la radio y paso a ignorar mi presencia por el resto del -corto-pero demorado camino a la cafetería.
El ataque de amabilidad le duraba solo micro segundos
Rodé los ojos y como ella a mi me ignoró no me quedo de otra que apoyar mi rostro y observar por la ventana y todo aquello que nos pasara o pasáramos.
A lo lejos mi visión quiso jugar en contra —de seguro por mis pensamientos que en el fondo deseaban verlo—choque con la silueta en calma de él, mientras andaba por la acera sosteniendo el estuche de una guitarra al hombro.
Mire de reojo a Sarahy que tarareaba distraída con su visión en la carretera que no se fijó en lo que yo veía.
¿Nunca que te dije que las mejores ideas se me ocurrían después de la tempestad?
Algo más que agradecerle a ella ¿no crees?
Me acurruqué emocionada por el plan en mente. Frote mis manos y empecé a peinar mi cabello en una alta —clásica—coleta de caballo.
El auto frenó —como no estaba pendiente del resto del mundo—tuve que sostenerme del retrovisor para no terminar con mi cara pegada al parabrisas
Sarahy rió leve
—Para la próxima pon los ojos donde debes—mencionó apagando el auto, gire mi cabeza para mirarla reprimir pequeñas risitas.
Hoy tenía complejo de Ms. Risitas y tal
Volví a rodar los ojos
— ¿Eso qué es? ¿Un consejo? Espera, espera -la mire ceñuda— ¿Tú la chica dark me esta dando un consejo a mi la chica aesthetic y kawaii? —ahogue un suspiro de asombro. Sarahy me observó seria y se acercó hacia mí para jalarme un mechón rebelde que salía sin permiso de mi buena —despeinada—frente aplastada por mi cola de cabello.
— ¿Quieres un consejo azulada? —asentí hipnotizada por el piercings que sobresalía de su nariz y el labio inferior.
—-Para la próxima vez que quieras pintarte esas greñitas pide ayuda porque con ese desastre que tienes se nota que tu cabello ha pasado por varios tintados diferentes. Y si lo que quieres es pasar desapercibida y que, no se—encogió sus hombros, sonriendo sin levantar los labios—-Que nadie te reconozca llámame y eso—volvió a jalar el mecho pero sin ser brusca —No pasara más, y tú identidad se mantendrá oculta —y se alejó.
Pude haberle hecho caso a los nervios, pude haberme asustado por que sus palabras en efecto eran ciertas.
Pero por primera vez—en mucho tiempo—los ignore. Evite esas voces que decían que volvería a fracasar y me concentre en su ofrecimiento. Que a decir verdad paso desapercibido.
Moje mis labios resecos y hablé con un mínimo hilo de voz — ¿Estás diciendo que puedo acudir a ti si necesito ayuda? —pregunté observando como ella descendía del auto. Colocó su brazo encima del techo y asomó su cabeza hacia el interior para mirarme.
—Te estoy diciendo que seré yo quien te tiña esas escobas que tienes por cabello azul. Ahora muévete que Don Ernesto y Doña Camila nos esperan—cerró la puerta y me mantuve rígida en el espaldar del asiento.
Tuve que reaccionar debido a la insistencia de la dark quien golpeaba con sus nudillos el capo del auto.
Sacudí mi cabeza, pestañeando varias veces para espabilar mis cinco sentidos. Que a ser sinceros casi nunca estaban completos je, je.
Apresuré mi caminata detrás de Sarahy. Observé hacia ambos lados en busca de el guitarrista y me alivie al no sentirlo cerca. Agradecí mentalmente a la dark por el empujón, ya que aunque él estuviese cerca no es como cuatro ruedas a dos piernas.
Entramos al local y al instante puse mi plan en marcha.
Tranquilo, no es un plan macabro, bueno si pero solo para él conociendo sus gustos culinarios.
—Dark—la llamé presurosa. Ella levantó una ceja incrédula, retocándose el maquillaje en el espejo del vestidor —
— ¿Qué quieres azulada? —sonreí colocando el delantal encima de mi cuerpo.
—Necesito un helado de tres bolas de Limón y un helado de cuatro bolas. —le anuncie. Ella alzó las cejas sorprendida por mi pedido.
Y yo que ni siquiera había atenido a nadie y ya haciendo ordenes express
— ¿Qué clase de persona se come tanto helado? —baje la mirada entre risas. La clase de persona que soy ¿no crees?
—Dile a Doña Camila es la encargada de servir los helados —paso por mi lado rozando su hombro con el mío y fue a hacer lo que yo aún no hacía.
Trabajar.
Corrí para asomarse en el mostrador al escuchar el tintineo de la puerta al abrirse.
Había llegado.
Y yo parada como pánfila sin hacer nada.
Retrocedí y corrí derechito a la cocina. Abrí mi boca para pedir lo que me urgía pero la cerré de golpe al darme cuenta que no había alma presente.
Me encogí de hombros y tome la cuchara, los recipientes -blancos- y a servir helado se ha dicho.
Volví a correr para ver el exterior. Sarahy estaba distraída así que él era solo mío.
Gracias Yisus
Pero la gracia divina no podía durarme mucho ya que no encontraba una bandeja
¿Dónde toronjas estaban las bandejas?
Estado actual: desesperación
Respire. Tenía que calmarme.
Cálmate
Cálmate
CÁLMATE BITCH
Y eso hice. Me calmé, encontrando una bandeja. Tropecé con los estantes pero me la lleve, colocando los dos recipientes encima de ella procurando mantener el equilibrio.
Salí
Aleluya
No sé si mis plegarias se escucharon pero con todo y eso seguí haciéndolas.
Solo después de estar a medio camino me di cuenta que no traía puesta la gorra del local, así que si detallaba mis greñas se daría cuenta del enorme fallo técnico con la coloración y mi técnica de pintado para nada profesional.
Estaba sentado él aquella mesa—la misma de siempre—distraído hasta que su mirada atravesó mi ojos.
Baje la mirada, nerviosa. Y menos mal lo hice porque la bandeja comenzó a temblarme en los brazos así que me controlé.
Control, Control
Observó hacía ambos lados. De seguro para comprobar que yo si me dirigía hacia él y su mesa.
Y si, iba derechito a su mesa, hacía él, hacía mi plan, hacía mi calma.
Con todo y mi apresurado andar cuando empecé mi jornada te puedo decir orgullosa de mi precisión al servir mis helados.
Orgullosamente la servidora oficial de la cafetería, ja, ja.
El recipiente de la izquierda —era el de él—contenía tres bolas de helado verdoso, dulce y a la vez agrio de limón, decorado con una cortada presurosa de rodaja de limón.
El recipiente de la derecha -obviamente mío-estaba relleno con cuatro bolas de diferente sabor y color.
Una combinación explosivamente colorida.
Helado de cereza, de melocotón, de arándano y naranja. Una bola por cada sabor.
Esta vez, como el día anterior no guardé la clásica distancia entre la mesa, la bandeja, el helado, él y yo. Debido a que —otra vez—tome asiento en la silla de enfrente —que siempre—estaba desocupada—para mi maravillosa suerte—
Okey, ahora venía el momento de concentración. No es por nada pero esos recipientes pesaban como el infierno que cargaba en mis hombros.
Así que con cuidado —de no derramar, romper o desperdiciar nada—coloque uno por uno los recipientes en la plana superficie de la mesa. Y escondí mi bandeja—enviada por el mismísimo Dios del Helado—debajo de la silla, donde reposaba mi "traserito"
Ni te alarmes porque ya te explique que no le iba a meter siete bolsas de helado por esa boquita a él je,je. Aún no subíamos de nivel.
Tome el frasco de sirope y chispas de colores para darle mi toque magistral y delicioso a mi creación colorida.
Elevé mi mirada de nuevo al chico, topándome con que él me estaba observando aterrorizado.
Él sería un buenísimo actor de una película de terror. Con solo colocar esa misma expresión de pasmo, sus ojos bien abiertos y su boca abierta horrorizado en un casting sería seleccionado de inmediato.
Lastima que no siguió mi consejo de ser actor.
Sonreí. Aún no veía la razón de su miedo pero me divirtió en aquel momento.
Y sin esperar su reacción—porque era más urgente el platillo que tenía al frente—comencé a devorar mi obra de Picasso hecha de helado.
Se que hablamos de la concentración pero ¿Cómo me concentraba si al frente de mi tenía al amor de mi vida?
Espera, no me malinterpretes
Habló del Helado
No de Él—luego si le daremos ese término pero aún no—
Mi atención, mirada y concentración pasó de él a la combinación de helados que disgustaba complacida.
Combinar helado debía hacerse más a menudo.
Carraspeó, captando mi atención— ¿Cuál es tu nombre? —preguntó apartando disimuladamente el helado frente a él, que ni siquiera había sido tocado.
Le sonreí de vuelta sin pronunciar palabra alguna.
Él no estaba preparado para escuchar mi nombre. O quizás yo no estaba preparada para ver su reacción al hacerlo.
No le respondí. —por miedo— y sonreí.
Sonreí porque se interesó en mí
Sonreí porque los nervios querían generar cortos circuitos
Sonreí porque era lo que siempre hacía después de la tempestad-y durante ella-
Quizás pienses que lo ignore, que estuvo mal no decirle la verdad desde un principio y pueda que me odies por eso pero si admito que fui egoísta.
No le dije por mi.
Por mi bienestar emocional
Porque no quería lastimarme
Y acabé lastimándolo a él.
Por nunca dignarme a decirle quién era hasta que fue evidente
Escogí la vieja confiable: huir, desaparecer hasta ser olvidada
Me levante del asiento, tome mi bandeja, mi recipiente—vacío—y me fui.
A lavar los trastes porque Sarahy estaba "ocupada".
Tuve que subirme a una pequeña silla para observar cómo él se quedaba sin nada más que la confusión y la intriga de compañera.
Te confesaré que muchas veces—más de lo que puedo admitir —quise decirle quién era pero no tuve la suficiente valentía para hacerlo.
Mi pasado era una enorme mancha oscura y vacía que si volvía a la luz, ardería en llamas como el septiembre 12.
Terminó—siempre lo hacía, hasta que se hartó de las mentiras—el helado. Se levantó del asiento y caminó en dirección a la salida.
Saque mis manos de la espuma y las seque con mi delantal.
Arranque del servilletero bruscamente una pequeña servilleta y escribí con el primer bolígrafo —encima del lavabo—la respuesta a la pregunta que él se hacía en su cabeza.
Corrí —como por tercera vez—y lo intercepté antes de irse por esa puerta. Parándome frente a él.
Lo observé y sonreí.
Un día de estos mis pómulos y mejillas estarían tan acostumbrados a ese levantamiento de labios que se quedarían atascados en una sonrisa.
Y ojalá se hubieran pasmado mis labios en esa forma.
Extendí mi mano—media húmeda pero disimulando—hacia él sosteniendo
la servilleta rosa pastel característica del local. Él la tomó, rosando sus dedos con mi mano, enviando una corriente eléctrica por mi brazo hasta mi cabeza.
Espere con calma —ya que la tenía había que aprovecharla —a que la desdoblase y la leyese.
No la leyó en voz alta pero si supe que lo había hecho por el movimiento de sus ojos azabache recorriendo la escritura.
Me observó y sonreí —aún más de lo que podía—
—Mi nombre—mencione y sin decir siquiera un adiós, desaparecí.
Si lo iba a dejar con la duda que fuese a mi manera y a mi estilo. Con un seudónimo que él mismo me había colocado años atrás. Cuando su cabeza no era un torbellino de amnesia.
Recargue mi espalda en el mostrador satisfecha. Era el tercer helado que se comía —completo—en lo que iba de semana. Doña Camila, Don Ernesto e inclusive la chica dark se detenían de sus quehaceres para observar sin palabras como el degustaba el sabor frío del postre que yo tanto amo.
Las imágenes de él era como una película de comedia, que se reproducía en mi mente con cada escena de cómo cerraba sus ojos, se tapaba la nariz, hundía el entrecejo cuando decidía meterse un bocado de helado a la boca. Cómo después de tragar sacudía la cabeza, y apretaba la nariz.
Debería ser una telenovela de comedia y caricatura, de todas las interminables risas que se instalaban en la cafetería el resto de la tarde.
Mi plan estaba dando sus resultados.
Le regresaría la felicidad que se le arrebató tan joven y le enseñaría a amar lo que yo amaba.
Estaba feliz, en calma y podía asegurar que él empezaría a serlo.
Lo que no asegure fue lo que sucedió después.
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