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03

***
P.O.V
[Él]

¿Quieres saber como pase la noche de ese día, después de comer el asqueroso helado?

Una palabra

Fatal.

Me mantuve con el horripilante sabor de helado en mi paladar todo lo que transcurrió esa tarde. Mi cuello sufrió de tortícolis, debido a que mi cabeza estuvo metida en el retrete expulsando lo que claramente no debía ingresar a mi sistema digestivo.

Incluso el vomito que escupía por mi boca estaba frío y helado. Igual que lo era su asquerosos causante.

Mi madre al ver mi estado de salud desvanecer en el escusado se apresuró a llamar al Dr. Juan—vecino y posible padrastro—si la suerte se le ocurría ponerse en mi contra —lo cual estaba haciendo en ese preciso momento.

Recostado boca abajo permanecí observando de costado como el Doctor introducía un líquido extraño dentro de la inyectadora

Si, así como lo estás leyendo.

Iba a ser pinchando en el culo.

Mi culo

¿Si entiendes lo que eso significa? ¿Verdad?

No te burles de mi destino cuando te voy a confesar que esa inyección dolió un infierno.

Y adivina ¿De quién fue toda la culpa de mi sufrimiento?

Si, así es, todo gracias al fracasado invento de la chica aesthetic.

Sinceramente yo era una persona que no se le caracterizaba por ser creyente del señor, señora o habitante residenciado en el cielo, que proclamaba ser observador de los pecados de los mortales en la tierra. Pero a decir verdad, como se pintaba la situación en mi estómago, cabeza y culo decidí unirme a las oraciones de mi madre.

Rogándole a quién me escuchase en el más allá que esa extraña chica aesthetic. Dejará de ser tan tonta y pusiese a funcionar su cerebro de canica, para que no volviera a cometer semejante error que pudo haberme costado la vida.

Con el tiempo entendí que ella no era tonta, y si, aunque sin saberlo me hacía mal fisica, mental y psicológicamente, era inteligente como para darme helado de postre todas las tardes.

Pero ahora, yo estaba ciego, frustrado y colérico por el simple hecho de no entender —en ese momento— ¿Por qué se le ocurría a ella darme lo que yo tanto odiaba? No le encontraba una explicación lógica en ese instante, era todo, confuso, extraño y sumamente nuevo para mí.

Los dueños del local, Don Ernesto y Doña Camila, estaban conscientes y conocían perfectamente bien que lo que para ellos era su más grandioso plato del menú era lo que yo más detestaba en el mundo humano, en el multiverso, la galaxia entera si quisiera.

Incluso en un mundo paralelo al nuestro, en donde yo no fuese como lo era en aquel tiempo, les aseguro que cambiaría todo de mi ser, mi humor, mi actitud, mis maneras de mirar la vida, pero lo único que no cambiaria sería el inevitable hecho de no gustarme el helado.

Después de haber pasado una buena temporada dentro de un centro de rehabilitación juvenil, al completar la terapia alejado de la civilización. Volví a colocar un pie en aquel local—que sigue siendo igual que antes en la actualidad—y desde el primer momento en que mi trasero tomó asiento en la mesa de la esquina junto a mi madre les dejé muy en claro —demasiado específico diría yo—a los dueños que el helado de postre en la cafetería no era de mi agrado.

Cabe destacar, que yo no era un caprichoso de esos que no les gustan un alimento y servido, cortado o cocinado de manera distinta les gusta.

Mi caso era particularmente neutro.

Si me dabas una malteada de helado derretido no me gustaba

Si me ofrecías helado con galleta, limpiaba las galletas con una servilleta para borrarle cualquier sabor del postre frío, y si mi paladar percibía alguna gota no comía

Si preparabas ya sea barquillas, tinitas, paletas, bolas de helado sencillamente no me gustaban.

Así que en resumen, no solo destetaba y evitaba probar el helado de la cafetería, sino todos aquellos helados que se podían comercializar en cualquier heladería, local andante, kiosco, bodega, centro comercial, los clásicos carritos de helado e inclusive los pequeños niños exploradores que ofrecían helado los fines de semana que encontraba en venta en la ciudad.

Simplemente lo consideraba —y sigo considerando, aunque más controlado—que ese era el postre frío más asqueroso—no es por exagerar—repugnante y sin tener ni una gota de ser delicioso que se podía comer.

¿Te había dicho que odiaba todo lo referente a lo dulce?

Si, verdad. Pero a ella no pude odiarla cuando apareció de la nada y se coló entre mi monótona rutina, con una sobredosis de dulzura que a la final de la historia terminó por empalagarme el simple hecho de seguir existiendo.

Y, tal vez no me llegues a creer pero hoy en día no me arrepiento.

Nunca me arrepentí—claro después de madurar un poco—de volver de nuevo a la cafetería la mañana siguiente a una noche infernal en mi habitación.

Recordando el dolor de cabeza, cuello, nuca, estómago y culo me preguntaba ansioso de saber ¿Cuándo Don Ernesto y Doña Camila se dignarían en sus vidas a cambiar el nombre del local? Que para nada bien le quedaba al negocio.

En ese tiempo, antes de llegar a esta parte en donde les narró mi versión de la historia, quise pensar y creer que ese fue el impulso necesario para entrar al local ese día con la excusa barata de entablara una conversación muy seria y minuciosa con los dueños respecto al nombre de su negocio.

Pero aquí entre dos, en realidad era un poco terco y masoquista en aquella época —sigo siéndolo pero con compañía de por medio— así que la verdadera razón de mi asistencia al local era por la chica aesthetic y su compulsiva obsesión con el helado.

Razón que nunca admití, hasta esta narración. Tienes suerte de saberlo ¿eh?

Tome asiento en el mismo lugar—si, la mesa de la esquina al lado del enorme ventanal del cristal—, y sin siquiera haber alzado la voz para pedir mi orden clásica de galletas sin azúcar, del fondo del local, apareció radiante, sonriente y entusiasta la azulada del Helado.

Y ¿A qué si adivinas que traía consigo?

Así, es damas y caballeros, queridísimos lectores.

Traía helado

Un recipiente lleno de ese postre frío, congelado y repugnante encima de la bandeja.

No tuve que hacer mucho esfuerzo en enfocar el platillo. Porque a decir verdad, ella no era tan alta que podamos decir, y con "no ser tan alta" me refiero a que la chica azulada era de estatura promedio pero junto a mi parecía un Umpalumpla, de esos que asistían a Willy Woonka en su fábrica de chocolate.

Solo que aquí, no era chocolate, sino helado y de fresa.

¿Cómo lo supe?

Fácil, se le llama "Intuición" y la uso muy a menudo.

El helado venía directo hacía mí envuelto en un color rosa intenso y brillante. Ladee la cabeza, como aquellos perritos en estado de confusión, debido a que mi intuición sufría un pequeño conflicto mental.

No sabía con certeza si el sabor era fresa o frambuesa. Aunque créeme cuando te digo que la diferencia de sabores no me interesaba descubrirla en lo más mínimo.

—Parece que te has confundido de cliente—comenté al observar la suficiente cercanía entre ella, el helado, la mesa y yo. —Odio el helado—pronuncie lentamente, cada sílaba con detenimiento por si le quedaban dudas. Ella ladeó la cabeza y sonrió—Simplemente no es de mi agrado, no me gusta y justo hoy no tengo ni las ganas, ni el esfuerzo en probarlo. Así que puedes llevártelo. Gracias —aparte la vista hastiado y frustrado de esa actitud repelente de ella.

Parecía no importarle en lo más mínimo mi opinión. Y lo confirme al momento en que su risa retumbó las paredes del local, introduciéndose en mis oídos y en los de los demás clientes, que sin causa ni motivo encajaron en el lugar.

Más de un comensal detuvo lo que hacía para pasar sus ojos a mi mesa y su rara actitud, que a me dió confundido a mí y al resto de las personas presentes.

Hasta el día de hoy puedo asegurar que aquella inesperada carcajada que se escapó de sus labios, resonando en muchos oídos en el local, de aquella tarde fue producto y consecuencia de mi comentario amargo y sin gracia.

—Cortesía de la casa—dijo y tomó asiento en la silla enfrente de la mesa. La observé extrañado.

¿Qué demonios hacía?

Al parecer ella se dio cuenta de mi falta de comprensión así qué haciendo un leve gesto con la mano me indicó el tazón de helado.

Si, estarás pensado ¿Es lo qué creó qué es?

Pues déjame decirte que si, si es lo que crees que es

Ella se había sentado en mi mesa, en esa silla solo y exclusivamente para verme comer el helado del recipiente.

Lo que me faltaba ¿no?

Una niñera del helado. —así la nombre solo por ocio— Te juro que espere paciente a que ella se decidiese en marchase e irse, abandonando la nefasta idea de que comiese helado.

Pero ¿Qué crees?

Nunca se fue. O al menos no de la mesa.

Me vi entre la espada y la pared, obligado por aquellos ojos mieles a degustar el postre frente a mí.

Y eso hice.

Y lo hice hasta que la verdad salió a luz.

Con cada bocado que entraba a mi boca, pasaba por mi lengua, bajaba por mi garganta y llegaba a mi estómago fueron causas inevitables para explotar en vomito ahí mismo, sobre la mesa.

Hice un esfuerzo magistral, poderoso e incluso me atrevo a decir que ese esfuerzo fue un apoyo enviado desde el más allá para resistir y no hacer el ridículo.

Como te irás imaginando, para mi era sumamente asqueroso tragarme el helado. Ahora bien, imagíname a mí sufrir con una bola de helado de fresa combinado con el vomito que quería salirse de mi ser.

¿Lo hiciste? ¿Imaginaste cómo me sentía en ese momento, sentado en aquella mesa y con ella justo enfrente?

Espero que si, porque eso harás que estés de mi lado en todo este proceso que te voy a contar a lo largo de la historia.

Tragué el ultimo bocado con dificultad

—Terminé —exclamé exaltado, dejando caer sin ninguna precaución la pequeña cucharilla dentro del recipiente ya vacía y sin ninguna gota del helado que ahora estaba en mi sistema digestivo.

Creerás que fui infantil aquel día pero después de acabarme todo ese helado fue como si acabase de romper una regla, desobedecer a mis padres, haberme ganado la maratón o hubiese marcado el récord mundial.

Para no estar acostumbrado al gélido postre y su sabor, comerlo y no dejar ni una gota en el recipiente se sentía como un triunfo, una victoria que merecía una medalla, un trofeo.

O como esos retos que debían ser registrados en el maravilloso libro de récords mundial.

Hasta ese momento, me había olvidado completamente de la presencia de la joven azulada enfrente. Estaba tan sumergido en mis propios pensamientos que solo volví a prestarle atención cuando ella soltó varias carcajadas bajas observándome feliz.

Si, a ella la ponía feliz verme sufrir.

Bueno no tan drásticamente pero en parte sí ,je, je.

Ya entenderás porque lo digo.

Después de las risas—que a mi parecer fueron innecesariamente lindas—con su manita de porcelana, tomó una de las clásicas rosáceas servilletas colocadas dentro del servilletero, alias mi carrito de juegos. Junto con su bolígrafo, empezó a escribir sobre ella.

Deslizo la servilleta delicadamente, sonrió y luego se esfumó.

Yo era curioso—sigo siendo—en extremo, así que en cuanto ella se desapareció de mi campo visual, agarré la servilleta como especie de nota, la desdoble y la leí.

{Un poco de azúcar no le hace mal a nadie}

Pero lo que ella no sabía, era que si me hacía daño. Siempre me hizo daño, solo que evité caer en cuenta de ello solo porque era precisamente ella.

Me levante de la silla y salí del local atolondrado. Para ese entonces aquellas palabras no tenían significado para mí, no hasta que lo descubrí.

Mire de reojo y allí estaba ella de pie, sonriendo de oreja a oreja, ocupando casi todo su bronceado rostro observándome al partir.

Lo primero que me pregunte entonces fue ¿Qué carajos provocaba esa azulada chica en mí?
Sinceramente no sabía el por qué terminaba comiendo el asqueroso helado cuando era ella quién me lo servía, y cuando el resto del mundo lo hacía lo rechazaba.

Había algo, un no sé qué. Ese pequeño detalle que ignore era lo que me libraba de mis ideales tirándolos a la basura, y me hacía comer cada helado que a ella se le ocurriese.

Ese mismo no sé qué, sigue haciendo el mismo efecto en mi.

Te adelantare algo de esta historia. Solo porque me has caído lo bastante bien como para darte un pequeño spoilers.

Solo dos chicas en mi vida han logrado que yo pruebe un helado. Del sabor que sea, del color que les convenga, pero solo ellas dos tienen ese, llamémosle ¿poder? ¿Influencia? Aún no puedo describirlo.

Seré infantil pero para mi esa magia que tienen ellas no la posee nadie más en el planeta.

Pensé en la azulada chica aesthetic obsesionada con el helado y conmigo.

Viéndole desde un punto de vista ella no la conocía, ni siquiera su nombre sabía. No formaba parte de mi vida, no estaba metida en mi corazón, no era mi familia. Ni siquiera la catalogaba como alguien importante.

Simplemente era nada y a la vez lo era todo.

Y aquí empiezo a realizar mis observaciones

Primera observación

Era la desconocida amante del dulce, esposa del helado y hija de la azúcar.

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