1
En el corazón del bosque, bajo la sombra espesa de los árboles ancianos y el susurro inquietante de las hojas, Mytwen corría con desesperación. Cada paso la alejaba más de la realidad que conocía, adentrándose en la oscura maraña de árboles y arbustos que parecían cerrarse a su alrededor. El sonido de sus sollozos resonaban entre las ramas, mezclándose con el crujir de las hojas bajo sus pies.
Era una huida, una búsqueda desesperada de algo que se le escapaba entre los dedos. Sus lágrimas, como pequeñas perlas saladas, marcaron el rastro de su angustia mientras lamentaba el poder que había adquirido, un poder que la atormentaba, un poder que desearía no haber tenido jamás.
Si no lo hubiera conocido, nada de esto habría pasado, susurró entre sollozos recordandolo a él, dejando que sus palabras se dispersaran en el aire, perdidas como sus esperanzas. Recordaba el momento en que lo vio por primera vez, cómo se sumergió en el mar oscuro de sus ojos, un abismo de emociones que la envolvieron como una marea imparable.
A pesar de la tormenta que la asolaba, Mytwen sabía en lo más profundo de su ser que él no tenía la culpa de todo lo que había sucedido después. Él había sido amable, generoso, una luz en la oscuridad que había envuelto su vida. La nostalgia de aquellos momentos la invadía mientras corría, cada recuerdo como una brizna de esperanza desvanecida.
Había algo en él que la había hecho rendirse, algo tan puro y sincero que no pudo evitar enamorarse perdidamente. Él era todo lo que había deseado, y su esclavitud previa no le permitió conocer a nadie más hasta que él llegó. Aquella figura que irrumpió en su existencia como un rayo de libertad en medio de su opresión.
La transgresión, la lucha por ser libre, resonaba en su mente como un mantra desgarrador. En cada paso que daba, Mytwen sentía la dualidad de su corazón, dividido entre el amor que le había dado fuerzas y la realidad que escapaba de su control. La fugacidad de la felicidad se había transformado en un laberinto oscuro del que ahora intentaba escapar.
Voy a encontrarte susurró en el silencio del bosque, aunque sea lo último que haga, iré por tí. Espérame André, espérame.
A medida que se adentraba más en el bosque, la penumbra aumentaba, pero también lo hacía su determinación. La desesperación y la esperanza se mezclaban en un torbellino de emociones, mientras Mytwen continuaba su carrera solitaria, buscando respuestas en un bosque que parecía guardar secretos más oscuros que los que yacían en su propio corazón.
Bajo el dosel sombrío del bosque, Mytwen continuaba su carrera desenfrenada, cada zancada era un recordatorio agudo de las decisiones que la habían llevado hasta allí, mientras su mente se sumergía en la vorágine de recuerdos que la acosaban. Recordaba con claridad cómo se había negado a volver a verlo, cómo había intentado desesperadamente mantenerse alejada de aquel vínculo que, de alguna manera, la había desbordado.
Ahora, él estaba perdido en algún lugar y sentía que era su deber encontrarlo. La urgencia de su búsqueda la impulsó a correr sin mirar atrás, como si el tiempo se estuviera deslizando entre sus dedos.
Quédate aquí le había dicho, no me sigas, yo volveré por tí.
Los rayos de luz que se filtraban entre las ramas formaban un mosaico de sombras y destellos que apenas iluminaban el camino irregular que se extendía ante ella. Mytwen corría con una determinación palpable, pero sus pensamientos se mezclaban con la ansiedad, cada paso de indecisión que había marcado su pasado.
El bosque, comenzó a cerrarse a su alrededor, las ramas entrelazándose como dedos que intentaban atraparla. En su frenética carrera, no vio la maleza que se alzaba desafiante en su camino. Tropezó, perdió el equilibrio y se precipitó hacia el suelo con un suspiro desesperado.
El suelo irregular recibió su caída con crueldad, y derrapó a través de la tierra húmeda y hojas secas. Se levantó rápidamente, pero su rostro estaba marcado por la tierra que se aferraba a su piel. Las lágrimas que brotaban de sus ojos, mezcladas con la suciedad del suelo, crearon un rastro de barro en sus mejillas, como una pintura desgarradora que reflejaba su angustia interna.
A pesar de la caída, se puso de pie con determinación. Limpió sus lágrimas con las manos temblorosas y prosiguió su búsqueda. La oscuridad que se cernía sobre ella no solo estaba en la densidad de los árboles, sino también en el laberinto emocional en el que se encontraba, persiguiendo un destino incierto en el bosque de sus propias elecciones y arrepentimientos.
Se encontraba sola, envuelta en la brisa suave que agitaba las hojas de los árboles circundantes. En un momento de pausa, extrajo con cuidado un objeto de debajo de su capa, revelando un tesoro escondido entre los pliegues de tela. Era un dibujo, meticulosamente doblado, que sostenía entre sus manos.
Tragó saliva, un intento de tranquilizarse mientras sus ojos se posaban en el papel. Era un retrato que ella misma había creado, una manifestación artística de sus sentimientos y pensamientos. Cada línea, cada sombra, revelaba el esfuerzo de plasmar su esencia. Era él, su rostro inmortalizado en el lienzo del papel.
Lo miró con cariño, como si sus ojos pudieran atravesar el papel y tocar la realidad que representaba. Aquellas líneas trazadas con dedicación constituían un lazo invisible que la unía a él, aunque físicamente estuvieran separados. Era su manera de lidiar con la soledad que, de alguna manera, había sido su única compañera durante toda su vida, hasta que él hizo su entrada en escena.
Se esforzó por encontrar consuelo en aquel retrato, como si la imagen en el papel pudiera llenar el vacío que a veces sentía.
Mientras sostenía el dibujo entre sus manos, un suspiro escapó de sus labios. Las lágrimas que bordeaban sus pestañas caían sobre el papel, transformando las líneas en senderos de agua y creando pequeñas manchas que parecían deslizarse por las mejillas del retrato.
Dobló el dibujo con cuidado y lo guardó de nuevo bajo su capa. La mirada en sus ojos reflejaba un anhelo profundo, un deseo de que aquel pedazo de papel pudiera trascender las barreras del arte y reencontrarlos.
Se estaba haciendo tarde, y ella, envuelta en una sensación de urgencia y vulnerabilidad, no pudo evitar buscar refugio bajo la frondosa copa de un árbol antiguo.
Con la espalda apoyada contra el áspero tronco, cerró los ojos esperanzada de encontrar un respiro momentáneo. En aquel refugio temporal, anhelaba que todo lo que estaba viviendo se convirtiera en una simple anécdota en el futuro, un recuerdo distante que la vida se encargaría de atenuar con el tiempo.
La inseguridad la envolvía como una sombra. Recordaba con claridad cómo él la había cobijado entre sus brazos en un momento de fragilidad, con la delicadeza de quien sostiene algo precioso. El tacto reconfortante de sus brazos la había envuelto con una calidez que mitigó la angustia que la aquejaba. Él compartió su dolor físico convirtiéndose en un aliado en medio de la tormenta.
En ese abrazo protector, ella había encontrado una paz que le era desconocida. Cuando sus ojos comenzaban a cerrarse, recordó con nitidez la ternura con la que él acarició su cabello mientras ella se perdía en el universo de sus ojos.
El susurro del viento se mezcló con sus suspiros, y bajo la sombra del árbol, el tiempo se detuvo. En ese instante, las preocupaciones del presente se desvanecieron, dejando solo el eco de aquel abrazo sanador.
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Era de madrugada cuando finalmente abrió los ojos. Miró a su alrededor y se encontró de nuevo en las penumbras del bosque. Eso le brindó tranquilidad momentánea, se sentía segura entre esos árboles aunque estaba confusa con lo transcurrido en las últimas horas.
Sentía como si algunos cables de su cabeza no conectaran bien. Levantó la mirada y creyó ver al hombre frente a ella, parpadeó y su visión se desvaneció, susurró a la nada con una voz que hasta a ella le sonó irreal:
—He soñado contigo.
—Yo siempre sueño contigo— imaginó que le contestaba y la reprendió mientras se acercaba a ella—. Vamos a levantarnos de este piso, estás toda sucia—. Sonrió, casi se sentía real. Mi francés...
Se puso de pie y exploró a su alrededor buscando indicios de que no se estaba volviendo loca, pero estaba sola y el silencio era completo.
No quiero, no quiero estar sola. No otra vez.
Una sombra pasó a su lado y tuvo la sensación de que era él. Sé que no existe, que no es real y solo está en mi mente. Estoy dañada y solo invento cosas para satisfacer los huecos que dejaron en mí, se dijo a sí misma.
Acababa de matar gente, lo hizo violentamente y hasta sintió cierto placer al hacerlo. Lo merecían susurró una voz. Algo se había quebrado dentro suyo.
De pronto escuchó el crujir de las hojas, pasos que se acercaban desde la espesura del bosque aún oscuro. Se puso de pie de inmediato y sacó la espada de su hermano, blandiendola en la oscuridad, buscando a quien la acechaba.
—¡¿Quién anda ahí?! —los sonidos se intensificaban—. ¡Muéstrate!
Desde la profundidad de las sombras, ramitas se quebraban en el suelo. Cada vez más cerca, atemorizándola a cada paso. Cuidado, le susurró la voz. Miró a un lado, al otro, estaba confundida. No sabía de dónde provenían los sonidos, la rodeaban y el palpitar de su corazón en los oídos, no la dejaba centrarse. Sentía miedo, mucho miedo. Las manos le temblaban al sujetar a Zaphiiry, la espada.
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