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5

Arlene

El día aún no había terminado y yo había caído en esta realidad extraña donde gente quería matarme y estaba presa en esta casa con seres de cuento de terror.

Vampiros, siempre había creído que eran solo historias que te contaban para asustarte, jamás en mi mente hubo espacio para creer que pudieran siquiera existir.

Y todo esto, fuera un sueño o no, no podía quedarme quieta.

No podía quedarme en aquella casa. Tenía que seguir mis averiguaciones.

Demian se había ido, seguro demoraría en regresar. El hermano y la esposa no sé por dónde andaban, casi no los había visto en la casa. Imaginé que no interferirían.

Sabía lo que dijo Demian, que me quedara en la casa pero,...era mi vida la que estaba en juego y no quería dejarla en manos de otros, por más confianza que me brindaran.

Me armé de paciencia y con ayuda de Bettly, me cambié la ropa y salí al corredor. Caminé despacio hacia las escaleras.

—¿Mademoiselle?—Una voz femenina hizo que me sobresaltara. Por detrás se acercó mademoiselle Astrid, con su larga cabellera castaña trenzada a un lado y hermosos apliques dorados en todo el pelo. Sus ojos de un marrón profundo me inspeccionaron de pies a cabeza.—¿Qué haces vestida así?

—Mademoiselle—hice una reverencia.

—Sin reverencias por favor, aquí estamos todos entre amigos—sus manos hicieron un gesto de unidad.—¿Me decías? ¿tu ropa?

—Sí, mi ropa—pensé lo más rápido que pude—Bettly estuvo acomodando el armario y esto fue lo primero que encontró. Pero no la regañes por favor, por mi está bien.—Su mirada confusa no me daba la seguridad de haber caído en mi mentira.

—Bueno—dijo a los minutos—demos un paseo—me tomó del brazo y caminamos por el corredor.—¿Qué te parece la casa? ¿te tratan bien?

—Oh sí, si—me apuré a contestar—todo ha sido de mi agrado.—entonces se percató de mi brazo vendado, un poco de la venda se salía por debajo del vestido.

—¿Qué te pasó?—levantó mi brazo y lo miró con detenimiento—¿fue Demian? ¿él te hizo esto?

—¡No!—me apresuré a decir—él no hizo nada, lo juro.

—Sabes—seguimos caminando—a veces las presas se encariñan con el agresor y lo defienden aunque les infrinja daño.

—De verdad que no, él ha sido bueno conmigo—me esfuerzo lo más que puedo por que me crea, fue mi culpa y no quiero que él pague por mi tontería.

—¿Demian bueno con alguien?—bufó.

—Sí, cuando estaba triste, él me consoló.

—No te olvides—me miró a los ojos—que por él estás aquí. Veo que eres una buena chica, pero no necesitas encontrar la bondad en todos, algunos simplemente no la tienen. Como Demian, él solo es un vampiro deseoso de beber sangre humana, no le importa nada más.—Lo comprendí y lo comprendí muy bien. Recordé sus ojos inyectados en rojo, mirando mi brazo ensangrentado, pude sentir su deseo febril por beber mi sangre pero,... algo se lo había impedido, ¿eran su hermano y Astrid los que lo mantenían a raya? ¿o había algo más de lo que no me estaba enterando?

—Comprendo—dije—no debo confiar en él.

—No tanto así, solo mantente alerta—hizo una pausa—bueno, yo sigo mi camino a mi habitación, fue un placer hablar contigo.

—Lo mismo digo—sonriendo se alejó, esperé que se perdiera de vista para seguir por mi camino.

Bajé las escaleras y me enfrenté a Louis.

—Lo siento mademoiselle, monsieur Komarov me ha dejado órdenes de no dejarla salir, sin importar que insista.

No me dejó opciones, tuve que regresar por donde había llegado. Tenía que salir, de alguna manera debía de hacerlo. Si no podía por la puerta, lo haría por la ventana.

Llegué a mi habitación y descubrí las cortinas, miré por la ventana pero parecía imposible dejarme caer por allí. Recordé entonces que había un peral en el frente y por la forma de la casa este seguro daba al despacho de Demian.

Corrí hasta allí, estaba abierto, respiré tranquila. Entré y cerré para que nadie me viera. Descubrí las cortinas y allí estaba el peral. Abrí la ventana, intenté ignorar el vértigo que me dio el mirar para abajo y luego cuando me senté en el alféizar. Allí, con las piernas colgando, estuve a punto de echarme atrás, se veía demasiado peligroso para mí.

Pero recordé el motivo por el cual estaba allí, tenía que descubrir qué pasaba conmigo, quién quería asesinarme. Tarde o temprano alguien iba a matarme y entonces me dejé ir. Me agarré de las enredaderas antes de alcanzar el peral pero a un par de metros resbalé y caí. En ese mundo había peores peligros que caer de esa altura, eso te lo juraría.


Demian

Debía aprovechar la incipiente tormenta de ese día que había tapado el sol, para salir a la calle y averiguar algunas cosas.

Primero de todo tenía que hallar al niño de las cartas, seguro sabía algo, donde lo contactaron cuando menos.

Recordaba haberlo visto varias veces en la ciudad, era un pillo. Hacía recados a la vez que te robaba si no prestabas atención. Tenía unos diez años más o menos, morocho con la cara salpicada de pecas.

Teníamos tan poca información que necesitábamos algo de lo que agarrarnos. Estaban en juego vidas, la mia, la de Arlene y la de mi hermano y Astrid. Todo dependía hoy de encontrar a este niño y lo más curioso de todo, fue que él vino a mi.

Entre la multitud de gente de la rue de Fleurs, apareció a los trompicones y me estampó un sobre en las manos antes de echarse nuevamente a la carrera. Lo pensé dos segundos y salí corriendo tras él.

—¡Eh! ¡detente!—le grité pero ni se mosqueó. Corría rápido, algo que podría igualar si no hubiera tantas personas en el camino. Él se escabullía por debajo, por el costado, siempre hallaba un lugar. Dobló por la rue de la Réveiller y se esfumó bajo el puente, le salí al encuentro por el otro lado y me lo choqué de frente. Consternado el niño me miraba.

—Yo no hice nada, ¡lo juro monsieur!—lo sujeté de la camisa para asegurarme que no saliera corriendo de nuevo.—¡Yo solo hago recados, lo juro, de verdad!

—Ya niño, eres insufrible. A ver si ahora tienes la lengua bien suelta con lo que te voy a preguntar.

—¡Yo no sé nada!—se excusó rápidamente.

—Niño, esta carta—le muestro el sobre que me acaba de entregar y las otras que me diste antes ¿quién te las dio?

—No lo sé monsieur, estaba oscuro.

—No me mientas—lo zarandeé—puedo ser todo menos bondadoso—y era consciente de que mis ojos se teñían de rojo en esos instantes. El niño estaba espantado y le temblaba la voz.

—Yo no sé—se esforzaba por decir y no sabía si creerle, tenía mucho miedo pero no daba el brazo a torcer, ¿lo amenazaron o realmente no lo sabía?

—¿Te tienen amenazado niño?—él miró para todos lados—no hay nadie más que tú y yo aquí, te lo aseguro.

—Pero él lo sabe todo.

—¿Quién lo sabe todo?

—Él—señaló la carta con la mirada.

—Nadie lo sabe todo—dije y tranquilicé al niño en su extravagante imaginación.

—Él sí, tiene espías en todas partes.

—¿Cómo es él? ¿cómo se ve?—le apuré, quería que esto terminara pronto y no alargarlo más de lo que se merecía.

—No puedo...

—Vamos niño, te daré dinero—saqué de mi saco una bolsita de monedas.

—Pues—sus ojos no dejaban de mirar la bolsita—se ve como todos ustedes, un hombre rico.

—¿Color de pelo, piel, ojos?—veía si podía especificar un poco más, no me estaba diciendo nada.

—Normal, no lo sé...solo lo ví de lejos, a mi me entrega la carta un sirviente.

—No me estás ayudando mucho.

—¡Lo sé! ¡Lo siento!—temblaba de pies a cabeza—¡no me mate señor, se lo ruego!—sentí lástima por él, no solía sentir lástima por nadie pero este niño estaba acorralado por dos bandos, y él no había tenido nada que ver en ello. Solo se había visto envuelto en el problema porque sí.

—No te haré daño si me prometes una cosa—decidí usarlo tal y como lo usaba el otro bando.

—Si, si, claro—apenas podía hablar del miedo—lo solté ligeramente para que se calmara.

—La próxima vez que te contacten, que te busquen para darte una de estas cartas, quiero que hagas todo cuanto esté en tu mano para ver quien es el misterioso caballero. Y luego me lo cuentas, ¿está claro?—su mirada de terror me dijo que si, entonces lo solté del todo y salió huyendo como perseguido por el mismísimo diablo.

Caminé unos pasos por allí, pensando si debía leer la carta ahí o esperar a llegar a la mansión, cuando escuché la voz de una mujer, proveniente de detrás de una columna. Caminé hacia ella, era una jovencita de cabellos dorados, cubierta del frio con un enorme abrigo de hombre. Estaba pálida y tiritaba y tosía. Su estado era deplorable. Pensé en seguir de largo pero ella me llamó.

—Monsieur—me dijo con una voz calma—ayúdame.

—Lo siento mademoiselle—me excusé rápidamente—no sabría como.—Levantó la mirada y me vio con unos ojos cristalinos, tan tristes que casi me conmovieron.

—Sí sabe. He vivido bajo este puente toda mi vida, mi familia está muerta. Poco falta para que yo también lo esté, ¿para qué alargar la espera?—sonaba abatida, desolada.

—¿Y tú qué sabes de mi?—¿cómo era posible que ahora todo el mundo supiera lo que era?

—Lo he visto, en las noches, entre los gritos que nadie oye.—seguía hablando calmadamente. Tragué saliva ante la acusación y me dí por vencido, se me estaba ofreciendo un buen bocado de comida y a decir verdad yo tenía hambre. Hacía dos días por lo menos que no comía y ya empezaba a notar la falta.

—¿Cómo te llamas?—me reproché a mí mismo el preguntarle, mi regla era no fraternizar con la presa. ¿Me estaba volviendo flojo?.

—Eryn—dijo apaciguadamente y me arrodillé a su lado—¿Va a doler?.—Nunca me lo habían preguntado, yo solo atacaba y ya. ¿Que si dolia? volviendo a mis recuerdos, si, dolía.

—Solo por unos instantes—traté de sonar lo mas convincente posible. Le quité el enorme abrigo y dejé al descubierto la blanca piel del cuello perdida entre la maraña de cabellos rubios. Con cuidado los hice a un lado y acerqué su cuerpo hacia mí. Mi mano derecha la sujetó fuerte contra mí y la otra descubrió su cuello dejándome el espacio libre perfecto para que clavara mis colmillos.

—Ya no hay vuelta atrás, cariño—susurré en su oído y me adentré en su piel en un profundo beso sangriento. Todo su cuerpo se sacudió en respuesta y sus manos se cerraron sobre mis brazos. El mundo se detuvo en cuanto la sangre inundó mi boca, bebí y no dejé de hacerlo. El placer y el poder recorrían mi cuerpo en un completo éxtasis. Mientras tanto la chica languidecía en mis brazos, los latidos se debilitaron y el flujo disminuyó. Luego del último sorbo de sangre, el cadáver de Eryn colgada inerte de mis brazos. Lo miré por última vez mientras me limpiaba la cara de cualquier resto de sangre que pudiera tener, su rostro ahora descansaba en silencio y parecía estar en paz. ¿Lo estaba? Ella nunca había conocido lo que era una buena vida, siempre mendigando, pasando frío y hambre bajo un puente. Ahora podía respirar o dejar de hacerlo en todo caso.

Me quedé un rato junto a ella, pensando qué hacer con su cuerpo. Ya casi era de noche. La miré una última vez y la cubrí con el pesado abrigo que traía, la alcé en brazos y la tiré al río. Desapareció al instante. Su vida y su familia y todo lo que con ella traía, se fue para siempre.

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