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3

Arlene

Viajé por nebulosas de recuerdos, fui niña de nuevo y jugué con mi mamá otra vez, le sonreí y por fín pude ver su cara antes olvidada. ¿Estoy muerta? No recuerdo qué pasó, todo está confuso y dentro de esta niebla. De pronto mi madre se va y corro tras ella pero no logro alcanzarla, grito pero no me escucha. Desaparece en la oscuridad. Aparece monsieur Komarov, lo recuerdo, me había gustado mucho, sus ojos. Bailamos y me lleva a mi cuarto, todo se oscurece y me ataca ¿por qué me ataca? me hace daño, duele, duele mucho. Tengo miedo y todo se pone negro.

Abro los ojos.

¿Dónde estoy?

Tengo el cuello vendado y estoy en una amplia cama, en una hermosa habitación con placares y un ventanal con las cortinas tapando la vista. El cuarto está oscuro.

Entonces veo el destello de unos ojos en una esquina del cuarto y distingo la silueta de alguien.

—¿Quién eres?—pregunto temerosa. La figura se acerca despacio y reconozco el rostro de Demian, me alejo cuanto puedo en la cama y grito, grito todo lo que me da la voz. Él trata de calmarme con las manos, pero no puedo dejar de gritar y llorar al mismo tiempo.

La puerta del cuarto se abre y aparecen los que él había señalado como su hermano y la esposa.

—Tranquila mademoiselle, tranquila—trata de calmarme—él no te va a hacer daño, no lo permitiré.

Trato de calmarme pero el terror que siento es demasiado.

—¡¿Qué son?!—mi voz suena temblorosa.

—Creo que ya sabes la respuesta—sigue diciendo.—Me presento, yo soy Lukyan y ella es mi esposa Astrid. Ninguno en esta casa te hará daño.

—¿Él tampoco?

—Te lo juro.

La chica se acercó despacio hacia mí.

—Respira hondo—me dijo—hazme caso—respira conmigo.

Con miedo la seguí, inspiré hondo y luego largué el aire. Lo repetí varias veces.

—¿Estás mejor?.—Asentí.

—¿Puedo ir a mi casa?

—Me temo que no—dijo el tal Lukyan—primero tienes que estar recuperada, no podemos dejarte ir así con las heridas abiertas y medio moribunda. Perdiste mucha sangre, tienes que reponerte.

Me imaginé que me dirían que no, era lo más factible. Me tendrían de prisionera. Aunque no sabía exactamente porqué. Tampoco sabía por qué no me habían matado aún y seguía viva.

—¿Y qué se supone que haga?

—¿A qué te refieres?

—¿Debo quedarme prisionera en este cuarto sin siquiera poder mirar hacia fuera?

—No, ¡Bettly!—apareció por la puerta una chica jovencita de unos catorce o quince años—Bettly será tu criada durante tu estancia en la mansión, tienes los placares llenos de ropa limpia. Puedes moverte por la mansión a tu gusto. Hay una cocinera, pídele que te cocine lo que tú quieras.

—De todas maneras es una prisión.

—Es lo mejor que puedo ofrecerte por hora—sentenció.

—Te dejaremos sola para que proceses la información—dijo la chica y los tres se fueron cerrando la puerta tras de sí.

Me acosté en la cama demasiado abrumada y admiré el dosel que tenía. No quería quedarme allí, no con aquellos monstruos en forma de humanos. Por más amables que se vieran, solo esperaban el momento para atacar.

Se alimentaban de nosotros, nos asesinaban. No eran buenos, me repetí. Comprendí en el lío en que me había metido y solo tenía que pensar en algo; huir.

—Mmm—dijo Bettly y recordé que ella estaba aún en la habitación.—¿Quiere levantarse mademoiselle?

—Si, por favor—contesté y dejé que la chica me vistiera. Eligió un hermoso vestido que ni yo tenía en casa, con encajes y seda, en tonos pastel. Cepilló mi cabello con delicadeza y lo armó en un modesto peinado.—¿Hace mucho estás en esta casa?—le pregunté.

—Oui—contestó—son muy buenos conmigo.

—Entiendo, pero ¿sabes lo que son?

—Oui, pero no me importa. No son malos, no hacen daño a cualquiera.

—Me hicieron daño a mi.

—Seguro fue una equivocación, mademoiselle.

—No creo que fuera una equivocación—sentencié.

—Como guste pensar.—Terminó de arreglar el pelo—ya está lista.

—Gracias.

Me dirigí a la la puerta y la abrí con cuidado, no sé qué esperaba encontrar, tal vez aún temía un ataque sorpresa que nunca llegó.

Caminé por el corredor, la mansión se veía enorme.

Vislumbré una puerta abierta con una luz saliendo de ella y me acerqué despacio a ella. Era un despacho y en el Demian parecía leer un libro sobre un escritorio. Sentí aprehensión pero luego curiosidad y me acerqué.

Golpeé la puerta ya abierta.

—¿Interrumpo?

—Si—contestó.

—¿Qué estás leyendo? ¿Hay libros aquí que pueda leer yo?

—¿A eso viniste?—su voz era tosca y me hablaba sin siquiera dejar de mirar el libro—¿a preguntar qué estoy leyendo?

—No, tengo algunas preguntas, dudas.—Demian respiró hondo y sus manos se crisparon sobre el libro que tenía en sus manos.

—¿Si mademoiselle? ¿en qué la puedo ayudar?

—¿Por qué a mí? y ¿por qué no terminaste el trabajo?

—No creo que estés preparada para saberlo.—Volvió a centrar su mirada en el libro que tenía en sus manos.

—Claro que lo estoy, es sobre mí y tengo derecho a saberlo. Intentaste matarme y tengo derecho a saber.

—Está bien señorita derechos—me miró fijamente—solo digamos que hay alguien ahí afuera que te quiere muerta. Es todo lo que te puedo decir.—Luego siguió leyendo su libro—hay una biblioteca en el primer piso, allí puedes buscar tus preciados libros. Cierra la puerta al salir.

No comprendí del todo lo que quiso decir, ¿alguien fuera le había pagado para que me matara? ¿eso quiso decir? ¿por qué a mí? Yo jamás le había hecho nada a nadie.

¿Sería por culpa de mi padre? tal vez él había hecho algún trato malo y querían vengarse conmigo. No lo sabía y no lo sabría por mucho tiempo.


Esa tarde cuando me di un baño, y al mirarme al espejo mi vista fue directo al cuello. Las líneas eran finas y las marcas no eran grandes. Las toque con los dedos, con suavidad, no dolían. Me pregunté si quedarían cicatrices o se borrarían por completo. Mi tez aún estaba muy pálida, la sangre perdida no se había regenerado al completo. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente.

Lo que sí sabía era que mi vida acababa de cambiar y solo me quedaba adaptarme o huir. Y aunque me tentaba mucho la segunda opción, no sabía si era posible en una casa llena de monstruos.


Demian

No debería haberle dicho lo de las cartas, ahora de seguro le irá con el cuento a Lukyan y me reprenderá por un buen rato. Mas el rato pasó y nadie apareció, por unos instantes me alegré pero luego tomé coraje y decidí contárselo yo mismo a mi hermano.

La casa estaba en silencio, los sirvientes ya se habían ido a dormir y Arlene probablemente también.

Caminé hasta la sala y me encontré a Lukyan bebiendo tranquilamente. Astrid tocaba una melodía en el piano.

Siempre era más o menos similar su rutina, bebían hasta el anochecer. A veces bailaban y otras Lukyan acompañaba con el violín. Rara vez me les unía.

—¡Ey!—gritó Lukyan al verme—hermano ¡viniste!—esquivé su abrazo cuando vino hacia mí y no le gustó mi gesto.

—Tenemos que hablar.

—Soy todo oídos.

—Creo que nos metí en problemas.—Lo digo con toda la tranquilidad del mundo tratando de allanar el camino para lo que sigue de mi confesión.

—¿Por la chica? Si, ya sabemos eso.—Lukyan caminaba por la sala sin mirarme.

—No, bueno si—no sabía por dónde empezar realmente sin que mi historia fuera un baldaso de agua fría.—Yo no la elegí, me la ofrecieron. Hace más de un mes que recibo cartas anónimas diciendo que espere al día del baile, que esa noche debía buscar a la chica de rojo, era una presa limpia. Sabía que era una chica importante, alguien la quería muerta, hay algo importante detrás, pero no me importaba. Era una gran caza para mí. Ya estoy harto de los vagabundos.

—¿Te das cuenta de que nos pusiste en riesgo?—la voz de Lukyan sonaba entre tranquila y colérica al mismo tiempo.

—Técnicamente no, sea quien fuera ya sabía lo que yo era cuando me envió la primera carta, por ende yo no tuve nada que ver con ello.

—¿Qué hiciste? algo tuviste que hacer que nos delatara—me mira juiciosamente.

—No me mires así hermano, llevo todos estos años respetando el código, asesinando vagabundos y humanos medio muertos ¿Crees que no quisiera probar algo mejor?

—-Ese es el problema—dice con parsimonia—siempre eres el más deseoso por probar otra cosa, siempre lamentándote por tu vida y anhelando lo que no puedes tener.

—¿Por qué nos delataría, Lukyan?—interviene Astrid—es tu hermano, míralo.—Trato de descifrar lo que piensa y sé con certeza que va a ceder, siempre lo hace. Es un buen hermano, aunque no lo sea realmente.

—No digo que lo haya hecho a propósito—prosiguió Lukyan más calmado y luego volteó hacia mí—pero tienes que reconocer Demian que aún no te adaptas y sigues queriendo encontrar la brecha por donde obtener tu preciada sangre.—No podía negarle que era eso cierto pero no quería sonar como un neófito vampiro sin control o ¿acaso eso era? Quería creer que después de casi cien años, algo había aprendido, ¿verdad?.

—Puedo controlarme Lukyan, sabes muy bien que siempre lo he hecho.

—¿Y por qué esta vez no?—sus ojos parpadeaban.

—Porque me la pusieron en bandeja, ¡yo no fui a buscarla!. Quien sea esa persona, la marcó para mí.

—Porque sabía que caerías, y caíste.

—Eso no es justo.

—Todos saben que de nosotros tres, el inestable eres tú—su dedo índice se clava en mi camisa—me pregunto quién es esa persona que nos mira en silencio y no nos delata.

—Aún, no nos delata aún—agrega Astrid empezando a tocar una triste melodía.

—Hay mucho que pensar—dice Lukyan dándose golpecitos en la cabeza con el puño—no comprendo cómo pudo esto pasar, siempre cubrimos bien nuestras huellas, ¿verdad?

—Si.

—¿Verdad?—levanta la voz.

—¡Si!

—No me había quedado claro tu anterior si—no deja de dar vueltas alrededor de la habitación.

—Ya me estás mareando, ¿te puedes sentar?—le pido de buena gana.—No vas a resolver nada actuando como trompo.

—Ya, necesito pensar.

—Lo podemos hacer los tres juntos, sentados y Astrid, ¿no tenes una melodía más alegre para tocar?—ella me sonríe y empieza a tocar algo más animado.—Gracias cariño.

Lukyan acerca una silla al piano y se sienta al revés de ella, de cara al respaldo.

—¿Quién te dió la carta, la primera vez?

—Un niño—contesté—fue una noche, regresaba de,...ya saben qué, y se me cruzó este niño, cuando me alejaba del río. Casi lo tiro al suelo. Estaba asustado, sacó rápido un sobre de su saco y salió corriendo como perseguido por un rayo. No me dió tiempo a nada. La primera carta me decía que sabía quién y qué era yo. Registré toda la costa pero no encontré a nadie que pudiera ser el autor de la carta, así que seguí leyendo. Luego me habló de ella, Arlene. Era una aristócrata pero no de estratos muy altos, si la desaparecía la iban a extrañar pero el padre está metido hasta arriba en negocios turbios. Nunca llegarían hasta mí.

—¿Te estás escuchando?

—Si, ¿qué?

—Es alguien que quiere saldar cuentas con el padre.

—A nosotros eso no nos importa, además por si no lo vieron, fallé. La chica está en una habitación, en el piso de arriba y se ve bien viva.

—Lo cual nos genera otro problema—insiste Lukyan suspirando.

—¿Y ahora qué?

—La persona que te mandó matarla te estuvo vigilando en la fiesta, seguramente quiso cerciorarse de que cumplieras con la tarea. Sabe que no cumpliste y sabe que ella está aquí.

—La pregunta es ¿qué hará ahora?—dice Astrid desde detrás del piano.

—¡Nada! ¡c'est fini! Si hubiera querido delatarnos ya lo habría hecho, ¡tiempo de sobra tuvo!—ya comenzaba a exasperarme y empecé a dar vueltas alrededor del piano.

—Fuiste descuidado—dice ladeando la cabeza—fuimos descuidados, nos confiamos demasiado y mira a lo que nos llevó. Ahora tenemos que abandonar todo lo que nos costó crear.

—¡No tenemos por qué irnos!—sentía la cólera en las venas—¡es solo una persona, un humano que no nos vale nada! No vamos a arruinar toda nuestra existencia por ello, hay que averiguar quién es y darle fin.

—Los humanos cazan vampiros Demian, nos cazan a nosotros ¿por qué crees que vivimos moviéndonos de casa en casa, de ciudad en ciudad?—su tono de voz era derrotista.

—Claro que lo sé, pero no dejaré que una sola persona arruine todo por lo que nos hemos esforzado.

—¿Cómo sabes que es solo una persona?

—No lo sé, pero quiero creerlo ¿alguien está conmigo?.—Se hizo un silencio y luego la voz de Astrid resonó fuerte en la sala.

—Yo estoy contigo, no quiero irme de la ciudad. Prefiero que agarremos a quién está detrás de todo.

—¿Se dan cuenta de que siguen poniendo todo en riesgo?

—¿Tienes miedo a perder la cabeza hermano?—pregunto sonriendo, él me devuelve la sonrisa y me da un apretón de manos.

—Está bien, a todo o nada. Juntos a por ello.—Los tres asentimos.

—Yo también—se escuchó por detrás una voz femenina y todos volteamos a ver. Era Arlene, vestida en su camisón, junto al marco de la puerta.—Yo también quiero estar con ustedes.

—¿Perdón?—digo acercándome y ella retrocede un poco—estoy bastante seguro de que nos aborreces.

—Eso no importa—se notaba que le estaba costando mucho estar allí parada frente a mí tan cerca, sin mostrar miedo—quiero saber quien quiere matarme y por qué. Luego prometo no delatarlos, lo juro. Solo quiero vivir—sus palabras sonaban sinceras.

—Ven, es hora de dormir—le dije lo más calmo que pude acercándome e intentando que no retrocediera—no te voy a hacer daño ¿me crees?—ella asintió con la cabeza—perfecto, ven conmigo—la tome de los hombros y la empujé suavemente escaleras arriba hasta su habitación, allí la senté en la cama y la hice que se acostara.

—¿Por qué quieren matarme?

—No lo sé—le dije—pero lo vamos a averiguar ¿está bien?

—Si.

—Ahora duerme, que es de madrugada y ya te desvelaste bastante. No tienes nada que temer aquí, nadie puede hacerte daño.—Ella asintió y cerró los ojos. Esa fue la señal para irme.

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