21
Demian
Estaba oscuro cuando el tren se iba, pero había un extraño silencio. Primeramente, nadie bajó con nosotros. En segundo lugar, no parecía haber nadie dentro de la estación.
Caminamos hacia allí y el panorama que nos encontramos fue completamente inesperado y grotesco.
Todo el mundo estaba muerto.
Montones de cadáveres desangrados hasta la última gota. No querían desperdiciar. Sus caras pálidas, los ojos vidriosos. El lugar estaba impregnado de un hediondo olor a muerte.
—Que salvajismo— dijo Astrid llevándose la mano a la boca.
—Esto es obra de varios— Lukyan no podía despegar la mirada de los muertos— espero no sean demasiados.
—Si son muchos, pueden irse— les dije— déjenme, que esto es tema mío.
—¡¿Qué?! —Astrid se escandalizó y me señaló con el dedo— ¡escúchame Demian, vinimos hasta aquí a esta porquería de lugar por tí, no nos vamos a ir a la primera amenaza!
—Es verdad amigo—me pasó el brazo por los hombros, nunca había hecho eso. Suponía que era una muestra de cariño, no me quejé.
Me resigné a escucharlos. Solo esperaba no tener que lamentar la situación más tarde.
Caminamos entre los muertos, esquivando manos y torsos. Se sentía como una maldita historia de terror.
Logramos salir de la estación.
La niebla nos rodeó, era densa y brillante. Iluminaba lo que la noche oscurecía.
—¿Qué es esto? —preguntaba Astrid.
—Es solo niebla— no, no lo era. Era algo más. O no, no lo sabía. Pero había llegado la hora de separarnos. —Debo seguir solo a partir de aquí.
—No, espera—Lukyan no estaba convencido— esta niebla y todo, es muy raro. No te vayas solo.
—Tengo que. —Lo tomé de los hombros— luego me siguen, dejen pasar un rato y vienen tras de mí.
—Espéranos que allí iremos— Astrid sonrió.
—Cuento con ello— les sonreí y me perdí en la niebla.
Era tan espera que por momentos no ví mis pies pisando la nieve, no sabía hacia donde estaba yendo. Fui con cautela, no quería caer de pronto en una trampa, tampoco quería llegar tarde al encuentro. Maldita niebla. Me pregunté donde estaban todos, la gente del pueblo. ¿Por qué no ví ninguna luz?
Tropecé con la nieve y de pronto me sentí observado, busqué a la persona pero no la pude divisar. La niebla bajó un poco, seguí caminando y a medida que me abría paso, la niebla desaparecía. Me encontré en medio de una plaza nevada, rodeado de vampiros que reían, en una esquina estaba el padre de Arlene, sentado, mirando al suelo con las manos atadas y sobre las escaleras de un monumento, estaba ¿Duval? Pero si yo lo maté... sosteniendo a Arlene por el brazo.
No dije nada. Decidí esperar a que alguien hablara primero. Si esto era obra de Duval, ya podía darme por muerto.
—Buenas noches, querido, tanto tiempo sin vernos— dijo él sin moverse desde donde estaba. No contesté. Tenía que pensar un medio, una salida. La forma de sacar a Arlene de allí. —Oh, ¿qué pasó? ¿Te comió la lengua el gato? La última vez que te vi hablabas bastante bien.
Te está provocando, no contestes.
—Esta señorita me habló mucho de ustedes— sonrió— sí, sé muchas cosas y estoy deseando que esta noche, cuando acabemos con todo esto, me cuente muchas más.
—¡No te atrevas a tocarla! —no pude evitarlo, estallé.
—Ajá, con que sí hablabas. Que milagro. Igual que el milagro por el que estoy vivo. —Me miró con odio, lo podía sentir— ¡me clavaste una estaca!
—¡Y lo volvería a hacer mil y una veces más!
—Después de todo lo que te enseñé, te mostré toda esta vida, como sobrevivir, los placeres que podías darte. Te dí todo y vienes y me clavas una estaca mientras duermo.
—¡Mataste a mis padres!
—Eran solo dos viejos que pronto iban a morir.
—Sabes que no es cierto.
—¿No volverías a cambiar a tus padres por la vida eterna? —que hijo de perra, atreverse a hacerme esa pregunta. Por supuesto que no cambiaría la vida de mis padres. Eso creo. —Lo estás dudando Demiancito, eso es un sí.
—Que pena que no murieras.
—¡Y claro que no morí! ¡Si clavaste la estaca en el lado equivocado! —estalló en risas, todos rieron.
—¡¿Qué?! —no puedo creerlo, ¿de verdad me equivoqué así? Que tonto fui. Era un niño, asustado. Y me fui corriendo sin verificar.
—Veo que te sorprende, bueno, te sorprende tanto como a mi tu traición.
—¿Y no tenías nada que hacer que todavía te acuerdas de eso?
—Dejame pensar—fingió que pensaba— mmm, no. La verdad que no.
—¿Entonces me vas a torturar por intentar matarte hace casi cien años? —realmente me sentía casi idiota diciendo eso.
—Sí, llevo mucho tiempo planeando esto. Quiero que pagues tu traición. —Me miró muy seriamente—a mi no me traiciona nadie, y menos un niñito con aires de superioridad.
—¡Corre! —gritó Arlene y al fin oí su voz. Duval la sujetó más fuerte y la zarandeó, pareció que iba a golpearla. Me envalentoné hacia ellos pero me sujetaron entre dos.
—¿Ven lo que me hacen hacer? —siguió Duval—Ya te dije cariño— se dirige a Arlene— que dentro de poquito lo tendrás cerquita, ten paciencia. —Ella apreta los labios y luego le escupió la cara, Duval le dió un cachetazo que la tiró al suelo. Intenté zafarme pero los dos que me sostenían eran fuertes.
—¿También era así contigo? —continúa dirigiéndose a mí— es una salvaje, no se puede razonar con ella— empezó a reírse mientras la levantaba del suelo— ya te contará cuando intentó escaparse del tren la muy boba, eso fue épico. —La mirada de Arlene se encontró con la mía, estaba triste, desesperada. Pero estaba rendida también. Creo que ambos sabíamos que no teníamos escapatoria. No esa noche, no juntos.
—Bueno—dijo Duval—¿últimas palabras? —le dijo a Arlene.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡No!
Risas, todos reían. Reían tanto que el amarre aflojó y me solté, corrí hasta ella pero me derribaron a unos metros y caí tumbado sobre la nieve. Las suelas de unas botas aparecieron junto a mi cara.
—Ay Demian, eres tan patético. No puedo parar de reír contigo. ¡Ah! Y te dije que vinieras solo, esos dos que aparecieron van a ser ejecutados luego que me ocupe de tí.
Astrid, Lukyan... más víctimas por mi culpa. Siempre arruino todo. Nunca me lo perdonaré, aunque ni siquiera lo veré porque estaré muerto. Es una pena que este mundo sea una porquería, que no haya oportunidades y solo pesadumbre y castigos. Que uno viva de prestado esperando el momento en que vengan y te lo quiten todo, te arranquen hasta el corazón y arruinen lo poco que habías logrado.
Me enderezaron y me dejaron arrodillado a los pies de Duval.
—Lo que tengo que decir, lo voy a decir y lo vas a aceptar.
—Lo dudo.
—Shh, escucha—la señala a Arlene—ella va a morir.
—Ya lo sabía. Todos vamos a morir.
—No, escúchame. Aún puede salvarse. —¿Cuál es la treta? —tienes que convertirla en vampiro.
Los ojos de Arlene se desorbitaron y me miraron.
—Quieres que la convierta y me mate en el proceso.
—Ahí el truco.
—¿Por eso todo este circo? ¿En serio? ¿Por eso la buscaste? ¿Querías que me enamorara de ella para que ahora no quisiera matarla ni morir? ¿Cómo supiste de su sangre? —Estaba un poco exasperado, todo parecía haber estado planeado a la perfección desde el inicio.
—¿Qué vas a hacer? —la miré, ella suplicaba con la mirada. No quería ser un vampiro pero no quería morir.
—Voy a salvarla—dije.
—¡No! —escuché lejano, giré a ver y vi a Astrid retenida entre tres vampiros. Le dije "lo siento" y esperé que pudiera verlo.
Me soltaron y me acerqué a Arlene, nos dieron un poco de espacio. Éramos un espectáculo, querían vernos sangrar.
La tomé de las manos y la hice que nos sentáramos en el suelo nevado.
—Hace frío—dijo.
—Lo siento, a veces olvido que sientes el frío más que yo.
—Tengo miedo— tenía la mirada triste—quería decirte que...
—No es necesario que digas nada— la corté, no quería que dijera nada por compromiso— está todo bien así— le sonreí— y no tengas miedo, va a doler al principio pero luego ya estarás bien— acaricié su rostro con mis nudillos. —Piensa que vas a vivir y vas a ser feliz y todo esto será olvidado, nada tendrá importancia. Seremos solo un punto en tu memoria.
—Pero yo quiero recordar— de sus ojos brotaron lágrimas— esto es muy injusto, yo no quiero esto así.
—Shh, tranquila—sostenía su cara entre mis manos—todo saldrá bien, te lo prometo—le sonreí y sonrió también.
Le di un beso en la frente y contuve mis lágrimas, no quería que me viera llorar. Tenía que ser fuerte. Tragarme el dolor y hacer lo que debía hacer. Yo tampoco quería morir. Eso estaba muy lejos de lo que deseaba para nosotros, pero confiaba en que así ella se salvaría y aunque no me recordara, pudiera ser feliz algún día. La puse de espaldas, conté hasta diez y clavé mis colmillos en su vena. Su cuerpo se contorsionaba por el dolor, acaricié su pelo intentando mitigar la sensación. La sangre salía a borbotones y comenzó a quemar en mi garganta, una quemazón espantosa que me impedía seguir. Pero debía hacerlo. Aún faltaba y tenía que convertirla. Empujé dentro la sensación y tragué toda la sangre que pude conseguir hasta que Arlene cayó casi inmóvil a mi lado. No podía dejar de toser, sangre en parte. Mi interior se deshacía. Como pude, me rasgué la muñeca y le dí de beber mi sangre a Arlene, casi sin vida, tuve que abrir su boca y hacer que bebiera. "Te amo" le susurré al oído y luego de eso me dejé caer a su lado, descomponiendome de dolor, casi sin poder respirar. Mi cuerpo quemaba de adentro hacia afuera. Mis órganos se rompían en mil pedazos, hasta los ojos me ardían y yo solo podía ver al cielo negro estrellado. El dolor no cedía, se incrementaba, me ahogaba con sangre, ya creía que me moría.
Y entonces una luz, una enorme luz que cubrió toda la noche. Me dio paz, tranquilidad en medio de mi dolor. Terribles gritos, parecía estarse librando una gran batalla y luego el silencio. El silencio más puro jamás oído.
Podía sentir que alguien se acercaba a mí, tal vez aquella cosa o ser que los había masacrado venía a terminar conmigo.
Un hombre se arrodilló junto a mí, brillaba levemente. Me sonrió. Puso una mano sobre mi pecho y de pronto todo se arremolinó dentro de mí. El veneno esparcido en mis organos subió hasta mi garganta y me enderecé para vomitarlo. Mi cuerpo dejó de sufrir, ya no iba a morir. Pero Arlene... ella estaba muerta a mi lado, con los ojos abiertos mirando a la nada, esperando el momento de la conversión. Yo la había matado, para salvarla. Y lo volvería a hacer.
Todos a mi alrededor estaban muertos, Duval... todos. ¿Lukyan, Astrid? Ellos vinieron corriendo hacia mí, pero mantuvieron distancia al ver al extraño personaje que se acercaba a Arlene.
Él la miraba con tristeza, como si la conociera. Acariciaba su pelo y luego puso una mano en su boca y otra en su pecho. Hubo luz, él tenía luz. Una luz pura que todo lo iluminó y pareció que fuera de día. Nos llenó de emoción, de esperanza.
Y entonces Arlene respiró.
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