2
Arlene
No sé lo que estoy haciendo, pensé. En ese momento comprendí que estaba un poco asustada, el corazón me latía violentamente. Era como si aquellos ojos de un azul imposible me hablaran y me gritaran peligro. El instinto me pedía que huyera.
Pero no me moví. Lo que me aterraba también me mantenía quieta. Lo que me estaba sucediendo no era normal o común, no lo comprendía. Pero no podía detenerlo porque me asustaba y a la vez me gustaba. Era un momento muy intenso que estaba experimentando y no es que estuviera pasando nada en realidad, pero tan solo con mirarlo era suficiente.
Creí sentirme atraída, todo en él me llamaba pero me decía que fuera precavida. No lo conocía.
—¿Quien eres?—me encontré diciendo sin poder dejar de mirar sus ojos ambarinos.
—Soy Demian Komarov, ya se lo dije antes mademoiselle.
—Si, Monsieur Komarov, eso lo recuerdo, pero ¿quién eres?
Pareció desconcertado al principio pero luego se encontró muy seguro de sí mismo, tanto que me asustó.
—Vengo de los Komarov del Norte, soy un heredero con buen dinero y por eso vengo a probar suerte a una ciudad tan hermosa como esta.
—¿Y por qué no lo había visto antes?
—Shh shh, muchas preguntas, ahora me toca a mi preguntar.
—Está bien, es lo justo—consentí—¿qué quieres saber?
Parecía pensativo, su mano en mi cintura me presionaba fuerte en los giros, sabía bailar muy bien. Y mi mente giraba junto con él, fantaseando cosas que no debería fantasear, ¡contrólate!
—Cuéntame de tu madre.—Mi madre. Fue una pregunta dura, lo cierto es que poco recordaba de mi madre.
—Tenía cuatro años cuando ella se fue—empecé dudando si debería abrir mi alma a este completo extraño .—Éramos muy unidos, los tres. Papá, mamá y yo. Siempre juntos, eso recuerdo. Ella siempre me leía cuentos por las noches antes de dormir y junto a mi padre, me arropaban y me daban las buenas noches. Pero una mañana, ella solo me dijo que me amaba y que no lo olvidara y se fue y nunca volvió. Casi no la recuerdo, me cuesta visualizar su rostro. Algunos me dicen que me parezco mucho, no lo sé. Papá quemó el único retrato que había de ella.
—Debió sentirse muy dolido—su tono de voz es dulce, me comprende. Tal vez él pasó por algo similar.
—Sí, lo sé, yo también. Nunca entendí por qué se fue.
—¿Nunca preguntaste?
—Mi padre—suspiré—ya no es ese que te describí recién, ahora es un hombre de mente cerrada que no habla conmigo.
—Creía que tenían una buena relación.—¿Buena relación? ¡Uff! ya quisiera.
—La tenemos en público, cuando se cierran las puertas, no nos hablamos casi nada.
—Lo siento.
—No lo sientas, al menos por ahora me está sirviendo el que no tome cartas en el asunto sobre mis temas amorosos.
—Ah, ya—dijo él.
De repente sentí que había contado demasiadas cosas, si no me controlo terminaré contándole de qué color son mis medias.
Sin embargo, no le conté un último detalle. Hacía poco más de una semana, había recibido una carta de mi madre:
Arlene,
Estoy en Escocia, quiero que vengas conmigo. Seguro que encuentras la manera de evadir a tu padre y conseguir el dinero para el viaje. Te estaré esperando la primera semana de junio.
Destruye esta carta.
Mamá.
Ese era el motivo de la ensoñación constante, de pensar y pensar en lo que vendrá. De mirar sobre mis espaldas cada vez que me escurría en el despacho de mi padre y robaba unos billetes. Los iba tomando de a poco, para que no notara su ausencia. Preparar una valija bajo la cama y enviar a mi criada a averiguar sobre los pasajes en tren y barco. Mi vida últimamente era una doble vida, iba a huir y no podía hablar de ello con nadie. En su lugar solo podía mostrar mi mejor sonrisa y fingir que todo estaba en su lugar y que era una orgullosa hija de Ferdinand de La Rose. Aunque todo fuera una maldita mentira.
—¿Son muy malos tus pretendientes?—interrumpió mis pensamientos.
—¿Perdón?—la música justo se detuvo y se acercó a nosotros el vizconde de Dufraisse.
—¿Me permite el siguiente baile?—dijo educadamente.
—No—contestó Demian secamente—imagino Monsieur que hay muchas damas en la sala esperando su ofrecimiento, la señorita acá presente y yo estamos muy cómodos bailando, ¿verdad?.
—Si—dije ante la mirada de ambos, no sabiendo si podía decir algo más.
—Muy bien, dispénsenos por favor.—El vizconde contrariado se alejó aún sin comprender realmente qué era lo que había ocurrido. La música volvió a sonar y el baile continuó.—¿Me decías?
—¿Qué cosa?—pregunté.
—Que, ¿qué tal tus pretendientes?—pude ver un atisbo de sonrisa en sus labios, juraría que se lo estaba pasando bien a mi costa.
—No he tenido muchos, Monsieur y no creo que sean de su incumbencia.
—¿Tan malos son?—eran horribles. Pasando desde el hijo del Conde Duquesque al sobrino del Duque Bernard. Uno más estirado que el otro. Querían casarse cuanto antes, que me mudara a sus castillos y me quedara viendo como hacían sus vidas asombrosas, desde detrás de la ventana. Claro, también tenía que tener hijos hasta caerme muerta y zurcir las calzas junto a la hoguera en el invierno. Sin contar que tendría en cualquiera de los casos, un hermoso marido, esbelto y guapo (irónicamente) y ese señores, sería mi fin. No haría nada con mi vida.
No digo que tendría que hacer nada en especial. Realmente no sabía si tenía algún talento, no sabía dibujar o escribir, tocar el piano. Pero sabía que no quería desperdiciar la vida sin hacer nada. Hay muchas chicas que eran felices con sus hijos y luego sus nietos, y las respetaba pero no era mi camino. Yo quería más.
Y tal vez huyendo a Escocia lo encontraría. Francia parecía no estar dispuesta a dármelo.
—¿Por qué estás interesado en mis pretendientes? ¿acaso estás interesado en ser uno?—dije dando el contragolpe y en el fondo esperando que dijera que si, contrariando todo lo que deseaba ¿cómo negarme a él?.
—No mademoiselle.—Lo dijo tan seguro que sentí el orgullo herido.—¿Debería?
—No—dije a secas—solo si usted quiere—bajé la mirada, la conversación se estaba poniendo de lo más extraña.
—Bueno, puede ser que sí entonces—podría jurar que sonrió muy satisfactoriamente.
No dije nada y él no dijo nada tampoco, nos limitamos a bailar y a mirarnos. Su mirada me inhibía, sus ojos me penetraban y tuve que mirar para otro lado. No pude seguir sosteniendo la mirada. Nunca nadie me había mirado de aquella forma, era como si me estuviera acechando.
Quería mirarlo, me gustaba hacerlo. Pero no podía contra él así que solo me limité a bailar sujeta a sus brazos que me llevaban de un lado a otro del salón.
Él estaba en su mundo, parecía que nada le importaba, más que él.
La música volvió a terminar, me dió una vuelta y su rostro quedó tan cerca de mi cuello que sentí su aliento y el leve roce de sus labios en mi piel. Inmediatamente se alejó.
—¿Un último baile?—preguntó y sonó a sentencia.
—Si, está bien y ¿qué pasa luego?
—Damos un paseo.
—Está bien—asentí—pero antes quiero hacerte otra pregunta, porque creo que estoy en desventaja.
—Pregunta.
—Quiero que me digas quién eres.—Él suspiró.
—Ya te respondí eso, dos veces.
—Si, pero no realmente. Quiero que me digas quien es Demian, no la familia Komarov y de país viene. Demian, sus padres y su hermano. Esa historia quiero escuchar.
Habría jurado que se quedó tieso luego de mi pregunta, pero asintió con la cabeza y se dispuso a contar su historia.
Demian
Mi nombre es Demian Gulbrandsen, nací en el año mil setecientos cinco, en una granja cerca de Noruega. Mis padres, Einar y Anik me criaron humildemente. Me enseñaron a labrar la tierra y a encargarme de los animales. Einar era un hombre tosco y crudo, pero era un buen padre que me cuidaba a medida que crecía y me brindaba las herramientas necesarias para poder hacerme de una vida en el futuro. Siempre me recordaban que no estarían allí para siempre y que algún día debería arreglármelas por mí mismo.
Cuanta razón tenían y no imaginaron cuán pronto sería aquello realidad.
Todo sucedió una noche, había terminado de ocuparme de los animales cuando sentí que alguien me estaba observando. En ese entonces tenía yo unos veinte o veintiún años, ya no recuerdo. Me dí vuelta y lo vi, era un hombre de treinta y tantos años, bien vestido, de cabellos plateados. Se acercaba despacio hacia mi.
—¿Perdón, quién es usted y qué quiere?—le pregunté.
—Solo pasaba por aquí y vi las luces encendidas, ¿acaso la gente del norte ya no es hospitalaria?
—No lo conozco y ya es de noche, señor.
—Mi nombre es Duval, monsieur Duval.
—¿Es usted francés?
—¿Qué comes que adivinas?—me sentí insultado y cobré coraje.
—Le suplico señor que se retire, ya tengo que irme a la casa. Es tarde y mañana debo trabajar temprano.
—¿No te cansas de esta vida de porquería?
—¿Disculpe?—su tono de voz me había sonado tan grandilocuente.
—Limpiar heno, ordeñar vacas, labrar la tierra...tareas mediocres.
—Ese es mi trabajo, le suplico que se vaya y me deje en paz.— Ya estaba comenzando a colmar mi paciencia. Entonces se acercó más.
—No tienes a dónde ir—susurró cerca de mi oído.
—¿Qué quieres decir?—soltó una risa escalofriante.
—Nadie puede protegerte niño.
—No necesito que nadie me proteja—Comencé a asustarme—¿de qué estás hablando?—empecé a temer por mi familia y corrí hasta la casa, la puerta estaba abierta y el cuerpo de mi padre yacía sobre el de mi madre, palido como el papel, sin vida y con apenas un hilo de sangre cayendo de su cuello hasta el piso. Sus ojos vidriosos miraban a la nada. El mundo se derrumbó a mis pies, ellos eran todo lo que amaba y casi que todo lo que conocía. Mi vida social era prácticamente nula. Vivíamos alejados de todos en aquella granja fuera de la ciudad y los contactos que teníamos eran los proveedores y clientes y... tal vez alguna granja vecina de vez en cuando. Con ello cabe decir que los hermanos Bjorn y Daven eran mis amigos y ya le había puesto el ojo a su hermanita Idunna, una rubia imposible de ojos color plata.
¿Qué iba a hacer con todo ahora que mis padres estaban muertos? ¿Quién era el desconocido que los había asesinado? Probablemente me quería asesinar también, sería yo la siguiente víctima.
Hurgué en la cocina por un cuchillo de cortar carne y al darme vuelta ya lo tenía al misterioso hombre de pié frente a mí.
—¿Qué piensas hacer con eso?—dijo señalando el cuchillo.
—¿Tú qué crees?—mi voz salió entrecortada por la emoción que estaba sintiendo, la situación me estaba desbordando.
—Creo que estás viendo las cosas de manera equivocada mon ami.— Se acercaba cada vez más, yo mantenía mi cuchillo apuntándole.
—¡Aléjate o no dudaré en usarlo!—amenacé, pero mi amenaza pareció no surtir efecto. Él siguió caminando hacia mí y tocó el filo del cuchillo con dos de sus dedos.
—¿Con esto me vas a matar?—Su voz era burlona.
—Si, ¡apártate!.—Dió un paso al frente y hundió su cuerpo en mi cuchillo, no pude evitar lanzar una exclamación y alejarme lo más que pude hacia atrás. Tropecé con unos libros que había en el piso y caí de espaldas sobre los fríos tablones de madera del suelo. A un lado mis padres me miraban con miradas perdidas en puntos invisibles. El pánico se apoderó de mí, repté por el suelo pero él me sujetó por el pié. Se quitó el cuchillo frente a mis ojos, mucha sangre salió de allí y le produjo una mueca de dolor pero nada más, ninguna muestra de estar muriendo o necesitar ayuda.
—Ya no luches más—me dijo—ya sabes que es inevitable.
—¿Qué eres?—traté de liberar mi pié y él solo sonrió.
—Al fín una pregunta de verdad, ya decía yo que ustedes los norteños eran medio lentos.
—¿Me va-as a-a-a ma-ma-tar?—mi voz temblaba tanto que casi no se entendía lo que quería decir.
—Si—. Su voz fue tan determinante que me sentí muerto antes de tiempo.— Pero,...hay otra salida, podrías no morir.
—¿Y cómo es eso?—Yo no quería morir, ansiaba la vida y me aferraba a ella a toda costa.
—Tendrías que ser como yo—sonrió.
—Tu eres—no estaba del todo seguro, pero lo sospechaba—¿un vampiro?—tampoco sabía si ese mito era real, pero lo que acababa de ver era tan imposible como real.
—Al fin te despiertas un poco—dijo riendo.
—¡Si, quiero ser como tú!—me apresuré a decir, quería vivir, lo tenía bien claro.
—Pues así sea hecho—me soltó el pié y yo dejé de ejercer resistencia. Me quedé quieto, no sabía que pasaría a continuación. Se acercó despacio y tomó una de mis manos entre las suyas y antes de que me diera cuenta de nada, clavó sus colmillos en mi muñeca, drenando la vena, con mucha rapidez. El escozor que sentía era fuerte pero pronto se hizo placentero y comencé a sentirme cansado, tanto así que me tumbé en el suelo mirando el techo. De pronto se detuvo. Agarró el cuchillo y hundió el filo en su muñeca haciendo un corte profundo y la sangre brotó descontrolada. Con la otra mano sujetó mi rostro—abre—me dijo y entendí entre el ensoñamiento que quería que abriera la boca, entonces con toda la fuerza que me quedaba lo hice y él acercó su mano al hueco que formaban mis labios, y presionó para que entrara el cálido liquido con aroma afrutado y metálico que se me hizo hasta agradable. Todo se oscureció y cuando desperté, ya era otra persona u otra cosa.
Duval me enseñó a vivir, suena irónico, él mató a mis padres y yo me quedé con él. Lo sabía pero necesitaba aprender a sobrevivir de aquella nueva manera. Me enseñó a cazar y a ocultarme. A él le gustaba ir a lo grande así que siempre estábamos metidos en algún lío.
Cuando me sentí lo suficientemente seguro, un día, mientras dormía, lo asesiné. No tuvo tiempo siquiera de ver quién fue. Se lo merecía el muy hijo de perra.
Proseguí mi camino solo por casi cien años, yendo de un lado a otro hasta que me encontré con Lukyan y su esposa.
☩
Esa era mi historia, claramente no es la que le conté a Mademoiselle de La Rose.
—Crecí en colegios a distancia mademoiselle, mi padre insistió en darme una gran educación. No me llevaba muy bien con él, yo hubiera preferido quedarme en casa.
—¿Su hermano también?
—Exacto, él también.
—Cuando regresé a casa, mi padre había fallecido por una enfermedad del corazón. Mi hermano heredó prácticamente todo su negocio y se encarga de manejarlo a distancia, yo cobro unas rentas por mes, y me mantengo al margen.
—¿Por qué se fueron lejos?
—Muchas preguntas no le parece?
—Lo siento, tiene razón.—Se ruborizó y se vio adorable, toda esa sangre agolpada en las mejillas, me hacía desearla aún más.
—¿Damos un paseo?
—Vamos.
Arlene
Monsieur Komarov me tendió el brazo y yo lo tomé, juntos nos encaminamos al jardín a dar un paseo.
Nuestro jardín no era enorme como el de los altos nobles, pero era muy bonito y contaba con gran variedad de plantas, flores y algunos árboles.
Noté enseguida como él escudriñaba el lugar, no era tal vez lo que estaba esperando.
—Me imagino, monsieur, que sus jardines son más grandes y más hermosos—dije sin dejar de mirarlo. Se quitó la máscara y su hermoso rostro quedó nuevamente al descubierto. Su pálida piel brillaba bajo la luna.
—He visto muchos jardines en mi vida—dijo—este es uno muy bello. Los jardines de la casa Komarov son grandes en comparación pero nada tienen que envidiarle en belleza.—Me dirigió una mirada fugaz y me ruboricé.
Caminamos un rato entre las flores, no sabía que se suponía que pasaría o qué debía hacer yo. Era la primera vez que salía al jardín acompañada de un chico, sin chaperone.
—Tienes un hermoso vestido—me dijo mirándome fijamente—y estas perlas—puso sus dedos enguantados sobre mi collar—. Te quedan preciosas, tienes un cuello tan bello.
El corazón me latía desbocado, el roce de sus dedos me producía escalofríos ahí donde tocaba. Tenía miedo que él lo notara, trata de serenarte por favor.
—Gracias—fue todo lo que logré articular—tú también eres muy hermoso.—Él sonrió graciosamente y caí en la cuenta de lo que acababa de decirle. Me reprendí por lo bajo avergonzada, ¿cómo pude haber dicho eso?.
—No te reprimas, déjalo salir—me instó—siempre es mejor decir las cosas antes que esconderlas.
—Está bien—tenía la cabeza gacha de vergüenza, no podía mirarlo a los ojos.
—Mírame—me levantó el rostro con la yema de sus dedos—.No tengas vergüenza de mi.
—No la tengo—toda su cara era perfecta y me miraba fijamente.
—Ahora necesito que me escuches ¿estás prestando atención?
—Si—asentí con la cabeza sin dejar de verlo.
—¿Hay algún lugar privado donde podamos ir? ¿tú y yo?—me regaló una sonrisa cómplice y comprendí lo que me decía. ¿Sería acaso real lo que acababa de preguntarme?
—Mi habitación—contesté—pero no sería decente monsieur.—Repliqué cayendo un poco de la ensoñación.
—Shh—me chistó y me guió nuevamente dentro de la casa—guíame a tu habitación—susurró por detrás, percibí su respiración y depositó un beso debajo de mi oreja, no pude más que obedecer, tenía toda la influencia sobre mí.
Caminamos entre los invitados, sonreímos a uno y a otro y subimos las escaleras. Nadie nos siguió. Doblamos el recodo y llegamos al pasillo largo, la segunda puerta era mi habitación.
—No estoy segur...
—Shh—me interrumpió—tú tranquila.—Abrió la puerta y entramos. El cuarto estaba oscuro.— ¿Quieres que encienda una luz?
—Si, por favor.—Se apresuró a encender dos lámparas con unas cerillas—gracias, así está mejor.
—De nada—sonrió. Su rostro se veía amenazador a la luz anaranjada de las lámparas. Se acercó peligrosamente cerca y me quitó la máscara—mucho mejor, no sabes cuánto ansiaba verte la cara. Eres muy hermosa Arlene.
Me encantó como mi nombre sonaba en aquella melódica voz, cómo lo dijo.
—Tengo un regalo para tí—continuó y sacó de sus bolsillos una cajita plateada—no es mucho, lo sé, pero espero que te guste—abrió la caja y sacó un hermoso collar de oro con rubíes y esmeraldas—¿te gusta?.
—Oh, es hermoso—dije conteniendo el aliento—¿de verdad que es para mi?
—Por supuesto que sí—su sonrisa era genuina.
—Me encanta—me cubrí la boca con las manos—muchas gracias monsieur.
—De nada, Arlene. ¿Me dejas que te lo ponga?
—Claro que sí, por favor—me dí vuelta dándole la espalda y él pasó el collar por mi cuello. Entonces lo sentí cerca, casi pegado a mi cuerpo y su aliento detrás de mi oreja. Sabía que debía decir algo, pero por alguna razón me contuve. Sus labios rozaron mi cuello, lo besaron,...sus manos que me sujetaban despacio, de repente me presionaron contra él y no me quejé, estaba extasiada por el momento, mi mente nublada y no entendía del todo lo que sucedía. Con su mano izquierda me sujetó la cara tapándome la boca y comprendí que algo estaba mal, pero ya no era momento para lamentos. Pronto el dolor se hizo sentir y los dos pares de colmillos se clavaron en mi cuello, ya era tarde para arrepentimientos.
Demian
Mis ojos se volvieron rojos y hundí los colmillos en su cuello, debajo de la mandíbula, justo en la vena. Succioné su sangre con tanta rapidez, saboreando cada sorbo, cada gota hasta que un fuego creció en mi garganta, quemó tanto que me aparté de ella—¿qué es esto?—logré decir mientras me presionaba la garganta con las manos y escupía sangre. El fuego venía desde mi interior y parecía quemar derritiendo cada uno de mis órganos. El dolor era espantoso, casi imposible de soportar y no sabía si podría resistir un poco más.
La puerta del cuarto se abrió y entró Lukyan, al verme luchar contra ese fuego invisible, corrió hacia mí y me sujetó con fuerza hasta que la sensación de dolor se detuvo.
—¿Qué pasó?—preguntó.
—Fue ella—me puse de pie y me encaminé hacia el cuerpo que yacía en el suelo—le romperé el cuello.
—No—se interpuso Lukyan—sea lo que fuera que te hizo eso, no fue su culpa—me sujetó con fuerza—ya cálmate, ¿qué pretendías hacer con ella? ya sabes cuales son las normas Demian. No puedes simplemente hacer desaparecer a la hija de un gran señor de la ciudad.
Pensé en contarle de las cartas pero me comí mis propias palabras.
—¿Qué hacemos con ella ahora?—dijo la voz de Astrid, que acababa de entrar al cuarto. Se arrodilló a su lado—está viva, si la dejamos nos delatará y si la matamos estamos igual de condenados.
Lukyan pensó unos minutos.
—Hay que sacarla de aquí y llevarla con nosotros.
—¿Estás de broma?—dije escandalizado.
—No, si la llevamos a la mansión hay posibilidad de que se recupere y tal vez luego podamos convencerla de estar de nuestra parte.
—Claro, apuesto a ello.
—Nunca se sabe lo que puede pasar, ahora ayúdame. Hay que sacarla de aquí.
—¿Cómo haremos eso?—preguntó Astrid—el salón está lleno.
—Por eso mismo, la llevaré a cuestas sosteniéndola de la cintura. Pensarán que bebió de más. Necesito que me ayuden abriéndome el camino.
—¿Y la sangre?—pregunté.
—Aquí—dijo Astrid buscando en un cajoncito—este pañuelo servirá—se lo puso en la garganta—listo.
Abrí la puerta de la habitación y me aseguré de que no hubiera nadie, siguiera de la servidumbre. Salimos rápidamente.
Lo más difícil fue bajar las escaleras, los pies de Arlene tropezaban con los escalones y era complicado bajarla.
—¡Mademoiselle de La Rose!—apareció un hombre regordete a hablarnos, o a hablarle en todo caso.
—Sepa disculpar, monsieur—dijo Astrid interponiéndose—ha estado bebiendo y bailando mucho—rió simpáticamente—ya sabe, está agotada.
—Comprendo—sonrió—mademoiselle—hizo una reverencia y se alejó.
Seguimos el camino, cruzamos entre todo el gentío esperando nadie nos notara y tuvimos suerte, pero antes de salir por la puerta principal nos detuvo un hombre alto vestido de traje azul. Lo recordé como el que había querido bailar con ella y yo le había dicho que no.
—¿Se va Mademoiselle?
—Solo va a tomar un poco de aire fresco, tanta bebida y baile le ha sentado mal—dijo Astrid.
—Le pregunté a ella—insistió.
—¿No ve que está indispuesta?—agregué yo.
—¿Su padre sabe que está aquí fuera?.
—¡Por supuesto! ¿Por quienes nos toma?—La actuación de Astrid era muy convincente.
—Iré a corroborarlo.
—Vaya monsieur, aquí lo esperamos—se alejó—¡vamos! ¡rápido!—Corrimos al carruaje y la subimos. En cuestión de pocos minutos estábamos lejos de la casa.
☩
En la oscuridad de la noche nadie notó a la chica de rojo que sacamos del carruaje y metimos en nuestra mansión.
Insistí en que era una mala idea, pero nadie me hizo caso. Yo no la quería allí.
No quería olerla.
Su sangre era una tentación y una maldición.
Prefería matarla y acabar con todo de una vez, pero no me dejaban hacerlo y no quería poner a los demás en contra mío. Debía ceñirme a las normas.
Después de todo, por mi culpa estábamos en este embrollo.
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