16
Arlene
Los muebles nuevos comenzaron a llegar y Olivia, mi nueva criada, me mantenía informada de todo lo que pasaba. Ella era mis ojos y oídos en la casa.
Olivia era una chica pequeña y delgada, medio desgarbada. De pelo rubio platino entretejido en una trenza y una cara salpicada en pecas.
—La mansión está renovada, mademoiselle— me dice cepillándome el pelo— todos están como locos con los preparativos para la velada de hoy en la noche.
—¿Y Astrid, Lukyan?— había pasado una semana desde la última vez que los ví, que hablé con ellos.
—Le dan órdenes a Louis desde el sótano y él las ejecuta. Como le dije, la mansión está hecha un lío.
—¿Y Demian?— no había vuelto a saber de él tampoco, siquiera lo había cruzado en los pasillos. Había sido una semana solitaria.
—Está en su estudio, no ha salido de el. —Había pasado por allí varias veces pero mantenía la puerta cerrada, él no quería visitas. Yo no me atrevía a tocar y además, ¿para qué? Debía olvidar, seguir adelante. Morderme las ganas de golpear la puerta y saltar a su encuentro. No era fácil hacer lo que se tenía que hacer. No era simple ser yo.
—Gracias Olivia, ya sigo yo con esto— la chica hizo una reverencia y salió del cuarto. Guarde unos vestidos que habían quedado en la cama y me miré al espejo. La versión de mi misma que quería ver no era ni por asomo la que veía. Buscaba ver a una chica con la frente en alto, segura de si misma, atenta al mundo y a lo que la rodea. Sabiendo como actuar en cada situación y no desvaneciendose ante la duda o la pena. Lo que veo es una sombra de eso, apenas un atisbo de lo que podría llegar a ser si me pongo firme. Sé lo que debo hacer, pero es muy difícil. Empiezo a sentir cosas por Demian, aún no sé qué signifiquen. Pero sé que sea lo que sea, debo dejarlo ir. Él no está en mi camino, no puede, no hay espacio para algo como él en mi futuro. Es mejor cortarlo ahora, tajarlo de raíz a esperar que se esparza cual veneno.
Salí del cuarto y caminé por el corredor. Para mi sorpresa la puerta del estudio estaba abierta. Me asomé con cuidado pero no había nadie adentro. No entres escuché a mi voz decir, pero no pude evitarlo, quería saber que había mantenido tan entretenido a Demian toda la semana.
Tenía el escritorio lleno de libros, carpetas, hojas sueltas con anotaciones y un diario. Lo tome en la manos.
—No te atrevas— del susto lo tiré al suelo. Junto a la puerta estaba él de pie, aparentemente recién bañado, con una toalla en la mano y el pelo húmedo.
—Lo siento, vi la puerta abierta...— No tenía excusas.
—Y te pareció divertido fisgonear ¡ja! ¿No tienes otra cosa que hacer? No sé, ¿algo que hagan las señoritas de tu clase?
—Lo siento, ya te dije. No necesitas comportarte como un cretino conmigo. —Lo sentí como una ofensa.
—El trato es recíproco, ahora vete a hacer tus cosas importantes— se hizo a un lado haciendo lugar para que saliera. El espacio se hizo pequeño y el roce de su cuerpo con el mío me produjo un escalofrío en la espalda y todo mi cuerpo se tensó. No sé si solo yo lo sentí o él también, solo sé que una vez fuera, cerró la puerta.
No debe importarme, no. Tengo que mirar adelante y seguir mi camino. Esta noche es la gran velada. Vienen los tres grandes sospechosos a la mansión. No puedo darme el lujo de estar distraída.
—¿Qué pasa? ¿Problemas de índole romántico?—dice Astrid cuando me ve entrar al comedor.
—¿Perdón? Yo no tengo ningún tipo de problema.
—Tu mente está rumiando el nombre "Demian" a cada segundo. Si tanto lo deseas ¿por qué no vas y lo tomas?— pero qué directa, me pareció hasta obsceno su comentario.
—Obscenas son las cosas que piensa tu cabecita— rio, claro, olvidé que leía la mente.
—Yo no estoy interesada en ir a tomar nada de él, para que quede claro.— Lo dije con la mayor seriedad posible.
—Como digas, pero entre nos, sabemos que no es cierto.—Me guiñó un ojo y se alejó— por cierto, hoy a las siete, te quiero espléndida ¿oíste?— salió por la puerta.
Me hubiera encantado que Demian le hubiese prohibido meterse en mi cabeza también, pero no. Solo lo hizo por él mismo, no se acordó de mí. Y no lo culpo. En parte me lo merezco. Me pregunto qué más podrá hacer, ¿solo leer la mente? ¿Podrá alterar algo? Eso me da un poco de temor.
Maldito Demian, me dejó a merced de esta mujer que me mira desde lejos y sé que está desnudando mis más íntimos secretos.
El salón brillaba bajo las luces de los candelabros bien dispuestos a cada lado. La mesa estaba perfectamente dispuesta, Lukyan a la cabeza y Astrid a su lado. Demian a la mitad, frente a mi. A mi izquierda monsieur Bernard y a mi derecha su esposa. Al lado de Demian se sentaría monsieur Leboeuf que asistía con una dama de dudosa procedencia y al otro lado monsieur Lempereur con su esposa. Monsieur Bernard asistiría con sus hijos, Gérard y Jérémie. Ellos se sentarían en el lado contrario.
Olivia me peinó y maquilló de tal manera que fuese difícil reconocerme. La niña tenía talento. Estaba ansiosa, muy ansiosa y no por la cena sino por que todo acabase.
—Tranquila mademoiselle, relájese. Todo va a salir bien— me daba palmaditas en la espalda.
—Gracias Olivia. Esto es muy importante para mi, de verdad anhelo regresar a casa.
—¿Y qué la espera en casa?— Qué buena pregunta. Un padre ausente y una vida a la espera de un marido al que no podré elegir. Me venderán al mejor postor y no podré siquiera quejarme. No, para ser libre no tenía que regresar a casa. Tenía que ser autosuficiente por mí misma, pero solo tengo dieciséis años y vivo en un mundo donde las mujeres solo son adornos. ¿Cómo podría sobrevivir yo sola? Podrías formar parte de mi mundo, había dicho él una vez, pero ya estábamos lejos de eso. Yo ya había elegido y no lo había elegido a él. ¿Me estaba arrepintiendo? No, no, no..., para nada. Idea ¡vete de mi cabeza! Deben de ser las ideas de Astrid, si, seguro es eso.
—Mi padre— contesté a secas y nada más que un hombre de negocios vacío de sentimientos por su hija.
—Debes de quererlo mucho— sonrió y tocó una fibra sensible. Claro que lo quiero mucho, pero no es recíproco. él solo se quedó conmigo porque soy su sangre y nada más. No valgo nada en su vida. Desaparecí y ni siquiera le importó. Una lágrima escapa de mis ojos y la atajo antes de que Olivia la note.
—Si, claro, mucho.— Ella parece darse cuenta de que no quiero hablar y deja de hacer preguntas.
Termina de prepararme y se retira.
Ya todos están en el salón sentados, soy la última en llegar. Siento la mirada reprobatoria de Astrid al verme llegar. Todos los caballeros se ponen de pie hasta que tomo asiento, me sonríen, les hago una leve reverencia. Demian mira su plato, ¿hasta cuando va a ignorarme?
—Mademoiselle de La Rouge, que placer conocerla al fin— dice monsieur Bernard a mi lado— hemos oído mucho de usted.
—¿Ah sí? ¿Qué han oído?
—Bueno, que viene del norte. Que ha viajado por el mundo y que se va a casar con el aquí presente monsieur Komarov.
—Estos sirvientes— Demian tosió— nunca sirven la mesa a tiempo.— ¿Qué le pasa? Miro a un lado y veo la mirada alarmada que Astrid le dirige.
—¿Y usted qué opina monsieur?— se dirige a Demian.
—¿Opinar sobre qué?— se encuentra contrariado.
— Sobre la boda, ¿fue algo pensado o surgió de improvisto? Me imagino que para atrapar a esta señorita todo debió de ser muy preparado.
—Ah, no. Fue idea de ella, y si ella está feliz a mi me da igual.— Literalmente siento unas poderosas ganas de matarlo y Astrid está a punto de lanzarle un tenedor. Lo miro y sigue sin dirigirme la mirada. Trato de calmarme a pesar de que esté arruinando todo. Tengo que mantener mi personaje.
—Bueno, si a usted monsieur le da igual— argumentó Jérémie— no le importará si yo se la robo.
Varios rieron, algunos con gracia, otros por compromiso.
—Si ella lo acepta, no hay nada que se lo impida— soltó Demian y lo alcancé por debajo de la mesa, le pateé tan fuerte la pierna que sólo cerró los ojos y los abrió instantes después como si nada.
Estaba echando todos los esfuerzos por tierra, ¿tan enojado estaba conmigo?
—Que terrible señores— empezó Lukyan— lo de la señorita de La Rose— todos se miraron entre sí sin comprender, buscando respuestas.
—¿Por qué, monsieur? ¿Le pasó algo? —inquirió monsieur Lempereur bastante preocupado.
—Me llegaron noticias de que estaba secuestrada ¿no lo sabían? —La actuación de Lukyan era envidiable.
Los sirvientes llegaron con las bandejas de la comida y disiparon un poco la tensión que se sentía en el salón. Se podría decir que alguno de ellos sí sabía la verdad pero lo ocultaba.
—Me dejas helado— dice monsieur Leboeuf dando un sorbo a su vino— yo tenía entendido que estaba con su madre— se oyen cuchicheos— ¿alguien oyó algo diferente?
—Yo escuché que fue al campo con una abuela— dijo madame Bernard y casi me eché a reír. No tengo abuelas, al campo... ¡Claro!
—Nunca imaginamos... Dios nos ampare— se persignó monsieur Lempereur.
—¿Ya pidieron rescate?— interfirió Gérard.
—Me temo que no amigo mío— cerró Lukyan — pero lo mencioné porque mi información es pobre y creí que alguno de ustedes, dado el alto círculo social al que pertenecen, sabría algo más.— Todos se quedaron helados, no sabiendo si era una alabanza o una ofensa. Créeme, yo tampoco lo sabía.
—Algo hay que hacer— rompió el silencio incómodo Demian— hay una señorita en peligro, hay que calzarnos las botas y correr tras ella. —Se sigue burlando de mí.
—No podías tener más razón— dijo Gérard— pero tú estás a punto de casarte, no puedes meterte en líos justo ahora, ¿qué dirá la señorita?
—¡Ah!—hizo un gesto despectivo— ella sabe cuidarse sola. —Y eso dolió.
Demian
Arlene desvió la mirada, herida por mis palabras. Dije la verdad, no encuentro el motivo de su pena repentina. Ella quiere ser quien se cuida a sí misma, ser su propia ama y señora. Pues bien, eso dije. No entiendo porqué se sintió ofendida. ¿Aún no logra desprenderse de lo que realmente es? ¿Aún no se da cuenta que todo es un maldito sueño y nada más? Es débil y lo sabe. Y tampoco quiere mi ayuda, es arrogante y decidió un día que yo ya no valgo nada para ella. Que se haga cargo ella sola entonces. Que tome las riendas de su destino, el que quiere tanto tener.
Yo no estoy aquí para salvar a damiselas que no quieren ser salvadas.
—Mademoiselle opina que monsieur debería dejar de andarse con juegos y centrarse en lo verdaderamente importante —su voz sonaba segura y me estaba retando, después de dejarse golpear había decidido dar batalla.
—¿Y qué es lo verdaderamente importante?—. Todos en la habitación dejaron de comer para mirarnos expectantes. Ella no se esperaba mi pregunta, no lo había visto venir y no estaba preparada para responder. La vi debatirse internamente, temblar por lo bajo y mirarme fijamente aunque no lo deseaba.
—No...nosotros— dijo despacito— lo que somos juntos es lo que verdaderamente importa. — Y por un instante le creí, creí que era cierto, que había una oportunidad y un nosotros... pero luego la realidad golpeó otra vez y comprendí que no era más que una mera actuación para salir del paso.
No le contesté. Dejé que todos sacaran sus propias conclusiones. Me aclaré la garganta y bebí mi copa de vino.
—Yo opino lo mismo— cortó monsieur Bernard— creo que deberíamos ir a buscarla. Arlene era un sol, no podemos dejar que se marchite. — Que se marchite. ¿Eso hacía ahora? ¿Marchitarse? Yo sé lo que piensa, lo que siente. Todo esto era un agobio para ella, desea ser libre y vivir fuera, ser la niña mimada y olvidarnos, olvidarme... me sigo preguntando ¿desde cuándo comenzó a importarme tanto?
Yo podría, sé que podría encontrar la manera de darle lo que quiere, podría darle esa libertad que tanto anhela y podríamos ver formas de solucionar el tema del sol y la noche, para que ella pudiera seguir viviendo como desea. Podría adaptarme. Sé que podría. Pero ya está fuera de discusión. Ella ya está fuera de mi alcance.
—Yo la conocí, deberíamos avisarle a su padre— Jérémie interfirió y todos asintieron con la cabeza al unísono.
Siguieron discutiendo un buen rato, decidiendo quién daba aviso a monsieur de La Rose, preparando un plan de búsqueda que nunca llevarían a cabo porque son demasiado señoritos para hacerlo y comiendo y bebiendo a más no poder. Jugueteé con la comida en mi plato todo el rato, bebí un poco de vino y luego la miré. Estaba hermosa bajo aquella luz de los candelabros. Llevaba una peluca rubia, para el personaje. Olivia se la había colocado a la perfección, le quedaba preciosa, todo le quedaba precioso. Levantó la mirada y me vió, quise rehuirla, pero no pude y me quedé prendado. Fue como si su ser se transportara hacia mí a través de su mirada. La sentí y por una vez en la vida maldije en no ser Astrid para leer en su mente y saber que estaba pensando."Te quiero" dije mentalmente como si ella pudiera escucharme y deseando que así fuera. Te quiero y porque te quiero, entiendo que no me quieras, y te dejaré ir. Su mirada de duda, su mirada de hielo, solo confirmaba lo que ya sabía. No había lugar para mí en su vida.
Tomé otro sorbo de vino sin dejar de mirarla, tranquilo, sin dureza pero con expresión. Y creo que ella lo sintió, se revolvió en el asiento, bajó la mirada. Tranquila, solo te estoy mirando, probó un bocado de su comida, nerviosa. Volví a probar el vino, exquisito. Ella levantó apenas las pesadas pestañas hacia mi, tosió levemente y me miró sin mirarme. Como quien dice, una mirada ausente, carente de vida. ¿Dónde estás Arlene? Profundicé mi mirada, tragó saliva y me miró con ojos vidriosos. La estaba destrozando. No llores Arlene, no te permito llorar, no ahora frente a estas personas. No te derrumbes, yo estoy contigo, siempre. Déjame estar, no me apartes. Cerró los ojos unos instantes y luego respiró hondo, miró alrededor y habló.
—Yo creo que es una fantástica idea la de usted monsieur Lempereur.
—¿Verdad que sí?— todos estuvieron de acuerdo, incluso yo que no había estado oyendo la conversación.
El postre, el último plato se sirve en extremo glamour y todos quedan por demás sorprendidos.
—Todo ha estado exquisito, deberían hacer un baile— propone monsieur Leboeuf.
—Sería una genial idea— aporta Gérard.
—Tal vez lo hagamos— dice Astrid— uno pequeño, ustedes están por demás invitados— se oye la pequeña ovación.
—¿Qué diablos fue eso?— me arrincona Arlene una vez se fueron todos.
—No sé de qué estás hablando— me defiendo.
—De eso, esas— hace locos gestos con las manos— esas miradas tuyas.
—Solo te estaba mirando.
—No me estabas solo mirando, me estabas... comiendo con la mirada— suena exasperada.
—¿Y qué si lo hacía? Las miradas son libres, puedo mirarte cuanto me plazca. —No esperaba esa respuesta, se aleja un poco y busca su siguiente paso.
—¿Qué querías? ¿Por qué me mirabas así?—porque quiero estar contigo.
—Porque te veías muy bonita esta noche— las manos me sudan frío y descubro por primera vez que mis manos pueden sudar.
—No es cierto, díme la verdad— sus ojos me escudriñan buscando señales de mentiras, sus ojos claros y transparentes de verdad. No sé si pueda decir la verdad, no estoy listo para saltar, no quiero estrellarme. —Díme—insiste y presiona, tal vez deba saltar a medias.
—Porque me importas— me mira fijamente— y te veo sufrir cada día, y solo quiero estar para tí y ayudarte en todo. Me importas, mucho.
Esperé un quiebre, lágrimas y mocos, incluso me hice ilusiones de que se lanzara a mis brazos, deseé que así fuera.
Pero no fue así.
Lo único que ella dijo fue:
—Gracias por tu honestidad, buenas noches.
Y se fue a dormir.
Me fui al estudio porque no podía dormir, y lo destrocé.
Lo hice trizas porque todo en mí estaba mal. Porque me había dejado caer y ahora estaba juntando mis pedazos, porque a pesar de que la odiaba, la amaba y la protegería hasta el fin del mundo. Lo hice trizas porque el mundo era injusto y me había jugado una mala broma al cruzarme con ella. Lo hice trizas porque pude y ya.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro