
XIII: La noche número cincuenta.
—¿Qué fue lo que pasó, Félix? —Preguntó ella en voz baja.
—Héctor me echó de la casa.
—¿Y tú estás bien con eso?
—Sí —Me encogí de hombros—, no sabes lo mucho que me alegra haber salido de allí —Esbocé una falsa sonrisa.
—Félix —Se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
Inmediatamente borré mi sonrisa.
—Se siente bien salir de allí, solo que no es la manera en la que me hubiera gustado irme.
Eliza permaneció callada unos segundo y luego habló.
—¿Has oído hablar de la noche número cincuenta? —Preguntó de repente.
—¿Qué cosa?
—La noche número cincuenta.
—No, ¿qué es eso?
—Dicen las malas lenguas que las personas tenemos cuarenta y nueve noches de felicidad, después está la noche número cincuenta en la que te pones triste y lloras por todo lo que no lloraste en las noches anteriores —Puso delicadamente su mano en mi hombro—, porque está bien estar mal, Félix, porque hasta los titanes más fuertes se derrumban... Y yo estoy aquí para ayudarte a recoger todos tus pedazos y ponerlos en su lugar.
Disimuladamente me limpié un par de lágrimas que se habían escapado de mis ojos.
—¿Estás queriendo decir que esta es mi noche número cincuenta?
—Estoy queriendo decir que la has estado evitando, pero no sé porqué.
Tal vez Eliza tenía razón y estaba evitando mi noche número cincuenta. Mi felicidad y amabilidad con la gente eran genuinas, yo lo tenía razón para llevar el infierno qué vivía en mi casa a la calle, eso se lo podía dejar a Gabrielle. A mí no me gustaba dañar a la gente... Porque era lo que ella hacía conmigo.
¿Saben qué era lo peor? Que aún la quería, era mi hermana. ¡Joder! Por supuesto que la quería... Pero a veces no era suficiente solo querer.
—Félix, Félix —Eliza sacudía el hombro donde estaba su mano, al parecer llevaba un buen rato llamándome.
—Sí, aquí estoy.
Ella deslizó sus manos lentamente hasta acunar mis mejillas.
—Pase lo que pase yo siempre estaré para ti.
Asentí. Eliza acercó su rostro hasta detenerse a pocos centímetros del mío.
—Esto no lo hacen los amigos —Susurré.
—A lo mejor ya no quiero ser tu amiga.
Y así, sin darme derecho a réplica, Eliza acortó la distancia que nos separaba para unir sus labios con los míos.
Sus labios se movían delicadamente con los míos, provocando que mi corazón se acelerara, ¿y cómo no? Estaba besando a la chica que me traía cacheteando el pavimento desde hace tres años. Poco a poco se separó, pero dejó su frente recostada de la mía.
—Te quiero, ¿sabes?
Era la primera vez que lo decía, y se oía sincera.
—Mis intenciones nunca fueron ser tu amigo —Confesé—. También te quiero.
En menos de media hora, la peor noche de mi vida se convirtió en la mejor. Sí, me habían echado de casa, pero besé a la chica de mis sueños, que de paso me había dicho que me quería. Vanessa y Héctor podían echarme de la casa las veces que quisieran si el universo me iba a compensar de esta manera.
Ese pensamiento de felicidad fue opcado por el recuerdo de mis hermanos.
—¿Qué te pasa? ¿No te sientes mejor?
Nunca seré capaz de ocultarle nada a Eliza.
—Sí, lo estoy, eso solo que recordé a mis hermanos.
—¿A Tanya a Tom?
Asentí.
—Ellos todavía están allí y ahora que yo no estoy, papá y mamá podrían desquitarse con ellos.
Ella clavó su vista en el suelo y luego volvió a mirarme con un brillo en sus ojos, parecía tener una idea.
—¿No los puedes traer contigo?
—¿Qué?
—Sí, eres su hermano y tienes dieciocho, puedes dejar que se queden contigo algunas noches a la semana.
—Esa es una idea muy descabellada considerando el hecho de que no tengo casa, ni trabajo, ni dinero.
—Puedes dormir aquí, si quieres —Dijo con un vestigio de timidez.
—Quisiera, pero no creo que sea conveniente.
—¿Por qué?
—No podría dormir, me colaría en tu cuarto todas las noches.
—Y yo te dejaría la puerta abierta para que pudieras hacerlo.
Fuertes declaraciones.
—Eliza —Solté una risa nerviosa—, no puedes decirme cosas como esa cuando es de madrugada y te tengo tan cerca.
—Y sobre todo cuando estamos en una cama —Murmuró acostandose en la misma.
Se hizo a un lado, dándome un espacio para que me acostara a su lado, algo dudoso, lo hice.
—Creo que deberíamos cambiar de tema antes de que las cosas se salgan de control.
Eliza se acurrucó en mi pecho y subió una pierna sobre las mías.
—¿De qué hablamos, entonces?
—No lo sé... ¿Qué se supone que haremos para reunir fondos para la reu de fin de año?
—¡Oh, tienes razón!
Ella se puse de pie de un salto y encendió la lámpara de noche para ponerse a buscar algo en una de sus gavetas, momentos después volvió con una carpeta en sus manos. La abrió y me mostró recortes y dibujos de algunas ideas que tenía.
—Estaba pensando en hacer una feria, así —Señaló los recortes—, con puestos de juegos, stands... Y esas cosas.
—Hmmm, ¿no tienes alguna otra idea?
—¿Qué tiene de malo la feria?
Mi hermana comenzó a odiarme en una feria.
—Es que todas las secundarias hacen ferias.
Asintió mordiendo su labio inferior mientras tachaba la idea.
—Tienes razón... ¿Qué me dices de una piscinada?
—Para esas fechas siempre es temporada de lluvias.
—Sí m, es cierto, y las piscinas techadas son aburridas.
Ambos nos quedamos en silencio pensando en lo que podíamos hacer.
—¿Y si la hacemos con temática de baile de graduación? —Dijo con emoción.
—¿Como los de las pelis?
—¡Sí!
—Esa es una idea genial, todos alguna vez hemos querido ir a uno de esos.
—¡Sí! Mira, podemos hacer esto...
Ella tomó sus tijeras y un lápiz. Comenzó a explicarme qué íbamos a hacer y cómo podíamos hacerlo, hablaba de salones de fiesta, de fechas tentativas y decoraciones mientras hacía diversos gestos con sus manos y anotaba las cosas que consideraba importantes en su cuaderno.
—Necesito globos, guirnaldas, serpentinas... —Enumeraba con sus dedos— Lo siento, seguramente te aburrí con todo esto.
Eliza hizo el amargo de guardarlo todo, pero hice que desistiera.
—No me aburres, es impresionante cómo fuiste capaz de planear tanto en tan poco tiempo.
De pronto, su emoción disminuyó, haciendo que agachara su cabeza para evitar mirarme. Yo tomé su barbilla entre mis dedos para que volviera su vista hacia mi rostro.
—¿Ocurre algo, Eliza?
Ella negó con la cabeza y se dirigió a tomar unas revistas qué había sobre su escritorio, las puso sobre la cama y me pasó una tijera.
—¿No quieres ayudarme? —Interrogó.
—Claro —Tomé las tijeras y comencé a recortar lo que pidió.
Mi noche número no había sido tan mala después de todo.
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