VIII: Drama y más drama.
—¿No le vas a decir nada? —Preguntó Félix mirando a su madre.
Vanessa bajó la mirada a su plato destruido en el suelo y buscó algo para comenzar a limpiar.
»Bien.
Félix volvió a ponerse de pie dispuesto a ir detrás de su hermana.
—¿A dónde te crees que vas, Félix? —Cuestionó su padre.
—Si ustedes no le van a decir nada, yo sí —Él iba a seguir caminando, pero Vanessa se levantó y lo tomó de un hombro para detenerlo.
—Félix, ya te lo hemos dicho, tu hermana tiene un problema...
—¡¿Un problema?! ¡¿Un problema dices?! Todo esto dejó de ser un problema cuando ella comenzó a hacer lo que le da la gana solo porque tiene «un problema» —Vociferó Félix.
—Hijo, tienes que...
—¿Qué papá? ¿Tengo que dejarme manipular como ustedes dos?
El volumen de sus voces iban en aumento, Tanya estaba al borde de las lágrimas, su hermano Tom le tapaba los oídos en un gesto protector.
—Estoy comenzando a enfadarme —Advirtió Héctor.
—Félix, cariño, cálmate, ¿sí?
—No, mamá. A Gabrielle solo le gusta joderme la vida, nada más mira cómo le ha dejado la mano a Eliza.
—Ella ha dicho que fue un accidente.
—Sí, por accidente le pisó la mano con la puerta, por accidente la dejó afuera mojándose con la lluvia y por accidente me cerró la puerta con doble llave para que yo no pudiera pasar la otra noche.
—Tú no debiste salir tan tarde.
—¡Y ustedes deben dejar de ser tan pusilánimes!
En el comedor resonó el sonido del golpe que Vanessa le dio a Félix, este último se llevó una mano a la mejilla lastimada.
»Por esta razón nunca traigo a nadie a casa. Vamos, Eliza, te llevo a tu casa.
Él caminó fuera del comedor, yo me quedé unos minutos más.
—Buenas noches, señores Alexander, no quise causar problemas.
Vanessa colocó su mano en mi hombro para tranquilizarme.
—Nuestros problemas no son tú culpa —Dijo.
Me despedí de Tanya y Tom para ir con Félix.
—Eliza —Me llamó desde la sala.
—Ya voy.
Vanessa me acompañó hasta la puerta donde estaba Félix esperándome, este la vió de reojo y terminó por decir:
—Sé que odias que te lo diga, pero por esto es que Doc, Darío y Esther se fueron en cuanto tuvieron oportunidad y eso es lo mismo que haremos todos, incluyendo a Gabrielle.
Sin decir una palabra más, Félix me tomó de la mano y comenzamos a caminar hacia mi casa. Debía admitir que me pareció rara la reticencia de Félix a qué me quedara a cenar en su casa, llegué a creer que se avergonzaba de que yo estuviera ahí, pero no, no se avergonzaba de mí, se avergonzaba de su familia.
—Lamento que hayas tenido que presenciar todo eso —Se disculpó—. Gabrielle no conoce de límites, nunca se los pusieron.
—No te preocupes. ¿A qué se referían con que Gabrielle tiene un problema?
—Según papá, tiene problemas de control de ira, según mamá es TLP y según el psicólogo algún otro trastorno de personalidad, pero yo creo que ella utiliza eso para manipular a todos y hacer lo que quiere.
Por eso no quiso que fuéramos a su casa a hacer la guía, sabía que las cosas terminarían mal.
—¿Nunca te has llevado bien con ella?
—Cuando éramos niños, éramos inseparables, luego crecimos y eso... Cambió —Susurró con la voz un poco quebrada.
Entrelacé su brazo con el mío a modo de abrazo.
¿Pero qué estás haciendo, Eliza?
No tengo idea.
—Lo siento, no tenemos que hablar de eso si no quieres.
Félix giró su cabeza un poco para dejar un beso en mi coronilla.
Odio que me parezca tan tierno.
—Gracias, Chica plu... Eliza.
—No, tranquilo, chica plumón empieza a gustarme.
Félix me dejó en la puerta de mi casa y se dió la vuelta para regresar a la suya, pero rápidamente volví sobre mis pasos y antes de que él lo viera venir deposité un beso rápido en su mejilla y corrí directo al interior de mi casa sin voltear a mirarlo.
Me quedé recostada en la puerta con mi pecho agitándose por mí respiración. Las luces estaban apagadas, por lo que me asusté cuando alguien las encendió.
—¿Qué horas de llegar son estas, Eliza Arteaga?
—Ana, ¿qué haces aquí? Creí que llegabas a las diez.
—Me dejaron salir más temprano y aproveché para decirle a mamá que podía irse a dormir y yo te esperaría para hablar de cierto chico que la saca de su casa a las dos de la mañana.
—No puede ser —Cubrí mi cara con mis manos para ocultar mi sonrojo—. ¿Cómo te diste cuenta?
—Estaba en el baño y te ví salir, ahora cuéntame, ¿cómo se llama?
—Se llama Félix y es... Un amigo.
Sí, aún se me hacía raro referirme a él de esa manera.
—Bien, no sé lo contaré a mamá, pero sí te diré una cosa.
No lo digas, no lo digas, no lo di...
»No te embaraces.
Ya lo dijo.
—Gracias, Ana, sé cómo mantener mis piernas cerradas.
—Más te vale, jovencita.
Asentí riendo de manera incómoda y subí a mi cuarto a dormir, aunque no me dormí de inmediato, miré al techo y pensé en... Félix, y en qué tal vez lo juzgué mal por tildarlo de falso cuando él solo daba lo que en su casa no recibía: felicidad.
Eliza, sí te acuerdas del plan inicial, ¿no? Finges que te agrada, obtienes de vuelta el plumón y todo vuelve a ser como antes.
No, no había olvidado el plan, pero desde esa noche una duda comenzó a dar vueltas en mi cabeza: ¿Qué pasaba si al fin y al cabo sí quería ser amiga de Félix?
...
—¡Hola, Félix! —Saludé abrazándolo por la espalda.
—Hey, al parecer alguien ha comenzado a alegrarse con mi presencia.
—Nah, no te creas, solo descubrí que no eres tan insoportable.
—Gracias, supongo.
Félix llevó su mano a mi frente como la noche anterior para asegurarse de que la fiebre se había ido.
»Veo que ya estás mejor.
—Tengo un buen sistema inmune.
—Eso es bueno.
Mordí mi labio inferior buscando de manera rápida algún tema de conversación.
Lo tengo.
—¿Te vas tú solo o te vienen a buscar?
—Siempre me voy solo, ¿a qué viene tú pregunta?
—Te quiero mostrar un lugar.
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