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VI: Lo que hacen los «buenos amigos».

Era la hora del receso y estaba sentada donde siempre junto con Lena. Ella me estaba contando lo increíble que había estado la cita que tuvo la tarde de ayer con un chico cuyo nombre aún desconozco.

-Él fue tan lindo -Musitó luego de un suspiro.

-Sí, sí, pero aún no me dices cómo se llama.

-Ah, es Leonardo.

-¿El rubio de pote de tu edificio?

-Primero que nada, él es rubio natural, y sí, es él. Mira -Me enseñó con entusiasmo una pulsera del yin y el yang-, me la regaló él, sabe lo mucho que me gusta todo esto del equilibrio y eso.

-Bueno, me alegro por ti -Miré hacia la entrada.

-¿Qué tanto ves hacia la entrada?

Pensé que no se había dado cuenta y me sentí mal porque, la verdad, no le estaba poniendo mucha atención a su historia, solo la usaba para matar el tiempo y de vez en cuando le daba breves miradas a la entrada para ver si Félix llegaba en cualquier momento. Sí, sé lo que están pensando, y sí, sé que era la segunda, pero todos llegamos a segunda hora a veces ¿No? Como cuando vas al médico y tus papás no quieren que te quedes jodiendo en la casa y de todos modos te llevaban al cole. En ese momento yo siempre presumía el lugar donde me habían clavado la aguja como si fuera una herida de guerra.

-Bueno, espero a que llegue Félix, tal vez solo se le hizo muy tarde.

-Como se ve que no conoces a Félix.

-¿Por qué lo dices? Es decir, no lo conozco bien, pero tú entiendes -Dije parandome en la punta de mis pies al divisar a un grupo de estudiantes que entraban.

-Félix odia llegar tarde, si se le hace tarde simplemente no viene.

-Ah -Bajé la mirada a mis pies-. No lo sabía.

-Ahora lo sabes, pero eso es nuevo, ¿por qué esperas a Félix?

-Bueno, es que anoche estuve en su casa y...

-¡¿Estuviste en casa de Félix?!

Traté de callarla cubriendo su boca con mi mano, pero fue muy tarde, puesto que todos voltearon a ver con curiosidad. Retiré mi mano de su boca al darme cuenta de que estar así ya no tenía sentido.

-¡Ya nos exhibiste, Claudia! -Exclamé imitando al personaje de Eugenio Derbes en La Familia P. Luche.

-¿Qué hacías en la casa de Félix y en la noche?

-Verás, yo estaba dormida cuando...

Comencé a contarle sin muchos detalles lo que había pasado con Félix la noche anterior.

»Y eso fue lo que pasó.

-Vaya, ¿estuviste más de cinco minutos al lado de Félix y no sentiste ganas de golpearlo?

-¡Lo sé! Ni siquiera cuando intentó besarme, ni yo misma me lo creo.

-Espera, espera, ¿intentó besarte?

¡Eliza! Se suponía que eso no debías decirlo.

-B-Bueno, sí, pero por suerte reaccioné a tiempo -Comencé a caminar hacia el salón cuando escuché el timbre sonar.

-Eliza -Ella iba unos pasos detrás de mí, por lo que tuve que girar mi cabeza para mirarla-. ¿Tú querías que Félix te besara?

Emm, no... O tal vez sí... No tengo idea.

-Pero por supuesto que no, Lena, lo único que yo quiero de Félix es que me devuelva mi plumón.

-Ya, está bien. Cambiando de tema, ¿me puedes llevar a mi casa hoy? Hay tiempo de lluvia, no quiero pescar un resfriado.

-Claro, yo te llevo.

...

Eran las cuatro de la tarde, llevaba puesto mi impermeable y mis botas para la lluvia porque había estado lloviendo toda la tarde, de hecho, hasta hace unos minutos habían estado cayendo gotas, el sol aún no salía, pero al menos ya había escampado.

Tal vez se pregunten qué hacía saliendo en un día de lluvia en lugar de quedarme en casa viendo una película, serie o leyendo un libro mientras tomaba chocolate caliente, pero decidí venir a la casa de los Alexander para ver qué ocurrió con Félix y porqué no fue al colegio.

Y también para saber de mi plumón.

Eso hacían los amigos, ¿verdad? Bueno, es lo que haría si se tratara de Lena, por ejemplo.

Me paré frente a la puerta y toqué unas tres veces, la puerta se abrió dejando ver a Gabrielle. Sí era bastante parecida a Félix, solo que mientras que las facciones de él eran suaves y transmitían tranquilidad, las de ella eran duras y algo toscas, parecía estar molesta todo el tiempo.

-Hola -Saludé sonriente-. ¿Está Félix?

Ella con su cara de inexpresividad me cerró la puerta en la cara, yo volví a tocar un poco más fuerte que antes hasta que abrió la puerta nuevamente.

-Mira, niñita -Me miró de arriba hacia abajo despectivamente-. Mi hermano está muy ocupado con cosas importantes como para perder el tiempo contigo y sinceramente yo también.

Quiso cerrar la puerta de nuevo, pero esta vez interpuse mi mano.

-¡No! Espera, solo quiero saber por qué no fue hoy al cole.

-Eso es algo que a ti no te incumbe -Dicho esto, empujó la puerta sin importar que se llevara mi mano por delante.

-¡Auch! ¡Joder! ¡Mierda! -Chillé agitando mi mano lastimada, la revisé un poco para asegurarme de que no hubiera mayores daños. Después le lancé una mirada furiosa a la puerta, como si Gabrielle pudiera sentirla a través de la puerta- ¿Sabes una cosa? Puedes ir a chuparte sesenta y dos mandarinas y media.

¿Mandarinas, Eliza? ¿No se te ocurrió algo mejor?

Las cosas no hicieron más que empeorar cuando pequeñas gotas empezaron a caer y rápidamente se volvieron más gruesas, empapandome de pies a cabeza en un santiamén y para colmo de males, la casa de Félix no estaba techada en la entrada como la mía; pero no me importó, de igual forma tomé asiento en el murito y me dispuse a esperar a que alguien más amable que Gabrielle saliera y me dejara hablar con Félix.

Eso, Eliza, busca maneras de pescar un resfriado.

Tenía que convencer a Félix de que en serio era su amiga.

...

Por lo visto la familia Alexander se sentía demasiado cómoda estando en su casa porque pasaron horas y horas y nadie salía, aún cuando ya había dejado de llover y las nubes ya se habían ido, eran las siete y quince de ña noche, mamá me llamó un par de veces para preguntar dónde estaba y cuando volvería a casa, pude responder a lo primero, pero cuando iba a responder a lo segundo mi celular se quedó sin batería, y de paso mis alergias comenzaban a hacer acto de presencia -eso si no eran sintomas de un resfriado-.

-Mamá, papá, voy a salir un momento vuelvo en un rato.

Me puse de pie de un salto y me puse de frente al escuchar esa voz.

-¿Eliza? ¿Qué estás haciendo aquí?

Tomé aire desde lo más profundo de mis pulmones y busqué mi faceta más convincente para hablar.

-Vine a verte, Félix.

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