V: El lugar seguro de Félix.
Eran las dos de la mañana, yo estaba durmiendo tranquilamente en mi habitación, o eso hubiese estado haciendo de no ser por el escandaloso timbrazo que emitió mi celular al recibir una llamada de un número desconocido.
—¿Quién habla? —Pregunté secamente.
—Soy Félix.
Tenía que ser.
—Félix, creo haberte dicho que después de la medianoche no estoy disponible.
—¿Estabas dormida?
—Qué va, solo entrenaba para cuando esté muerta.
—Está bien, ya lo capté, pero necesito que vengas abajo ahora.
—Félix, tengo sueño.
—Pero debes bajar a recibirme.
—¿Qué?
De un salto me arrodillé en la cama para mirar por la ventana, Félix estaba frente a la puerta de la casa y me saludó cuando se dió cuenta de que lo observaba a través de la ventana.
—¿Por qué viniste?
—Porque quiero enseñarte algo.
—Me lo puedes enseñar cuando amanezca.
—Pero este momento es el indicado.
Félix puso una carita de cachorrito regañando que me hizo poner los ojos en blanco.
—Félix.
—¿Sí?
—Más vale que valga la pena.
Me levanté de la cama y me vestí con algo más decente que mi pijama que consistía en una camisa ancha y casi transparente de lo vieja que estaba con un short de Mickey Mouse y pantuflas peluditas. Después bajé a abrirle la puerta al perturbador de mi sueño.
—Bien, solo pondré una condición.
—Dispara.
—Debo volver a casa antes de las seis, a esa hora se despierta mamá.
—Lo que usted mande, capitana.
Ambos comenzamos a caminar rumbo a donde se suponía que iba a llevarme. Eran las dos de la mañana, pero las calles de la avenida no estaban del todo solas, había gente caminando por aquí y por allá, saliendo de los clubes y los bares, había farmacias abiertas y por supuesto las luces de los faroles y semáforos iluminaban las calles.
—Aquí es —Dijo deteniéndose frente a una gran casa.
—¿Qué lugar es este?
—Es mi casa.
—¿Estás loco? —Le pregunté en cuanto metió la llave en la cerradura— Todos deben estar dormidos.
—Precisamente por eso te traje a esta hora.
Con cuidado, Félix abrió la puerta y me pidió que entrara. La casa por dentro se veía más inmensa de lo que se admiraba por fuera, y no era para menos, siete pequeños se habían criado ahí.
»Ven por aquí.
Félix estaba parado frente a una puerta que estaba debajo de las escaleras.
—¿Qué hay ahí?
—Solo ven, ¿puedes hacer eso?
Algo dudosa, me acerqué a él y me paré a su lado a esperar que abriera la puerta. Cuando la abrió, dejó ver un pequeño cuartito, estaba adornado con luces LED de color azul y algunas fotos que estaban pegadas a las paredes. Félix entró primero y me miró.
—Entra —Pidió.
En silencio puse un pie dentro de la habitación y caminé hasta quedar en el centro de la misma para analizarla con más detalle. El techo estaba pintado como un cielo estrellado, las luces LED lo iluminaban, había algunos cojines regados en el suelo y un par de sacos de dormir tendidos. Salí de mi trance al escuchar la puerta ser cerrado bajo llave.
—¿Qué estás haciendo? —Le pregunté a Félix dejando que se notara la preocupación en mi voz.
—Mi hermano Tom suele levantarse a beber agua en la madrugada.
Exhalé el aire que estaba conteniendo.
—¿Este es tu cuarto?
—No, mi cuarto esta arriba, esta es una especie de guarida, mi lugar seguro.
—Creí que toda tu casa era un lugar seguro.
—Debería ser, pero ya ves que no.
Él caminó en mi dirección, se agachó y se metió en uno de los sacos de dormir, yo seguía de pie mirando al techo, sin embargo, desvié mi mirada cuando escuché que Félix golpeó el piso con su mano un par de veces.
—Este lo saqué para ti —Me explicó.
Asentí y sin dejar de mirar el techo me metí al saco de dormir.
—Este lugar me gusta —Admití.
—A mí también. Nadie sabe que tengo la llave.
—¿Y eso por qué?
—Se suponía que estaba perdida, pero un día la encontré posando el césped.
—¿Vienes aquí a menudo?
—Solo cuando no puedo dormir.
Estar ahí con Félix, a su lado, era extraño. Por primera vez estábamos respirando el mismo aire, en la misma habitación y yo no sentía ganas de golpearlo, insultarlo o decirle que era un idiota, incluso llegué a sentir que ni siquiera lo era.
—¿Hoy no podías dormir?
Negó con la cabeza mientras ubicaba sus manos detrás de esta, yo dejé de mirar al techo y me puse de costado para mirarlo, él se quedó en su posición con la vista clavada en el falso cielo estrellado. A simple vista, Félix era físicamente lindo, pero desde más cerca definitivamente no había comparación. Su cabello era lacio y castaño, sus ojos color avellana y tenía un lunar al lado de la comisura de los labios.
—¿Qué miras? —Preguntó volteándose hacia mí de forma tan repentina que me hizo espabilar.
—Solo te... Miraba —Admití con vergüenza.
—También quiero mirarte.
Se quedó en silencio y extendió su mano para acariciar con sus dedos uno de mis rizos —que estaban despeinados por dar tantas vueltas en la cama—, luego dejó su palma sobre mi mejilla dando suaves caricias con su pulgar.
¿Por qué aún no te has alejado, Liza?
Excelente pregunta.
—Me gustan tus pecas —Me dijo.
—¿Ah, sí?
Asintió.
—También tus rizos y el color de tu cabello, te pareces a Mérida.
—¿La princesa de Disney?
—La misma —Hizo una pausa—. ¿Sabes qué otra cosa me gusta?
—No, ¿qué cosa?
—Tus labios.
Su afirmación me dejó estática y sin palabras, él, por otro lado, se acercó cuidadosamente, dándome tiempo para rechazarlo y, aunque no lo hice, se detuvo a una distancia bastante reducida, sus labios rozaron delicadamente los míos antes de que me separara para decir:
—Ya debo volver a casa.
Me senté y abracé mis rodillas a la espera de que él también se incorporara. Lo hizo unos momentos después.
—Vamos.
—¿A dónde?
—A llevarte a tu casa, dijiste que ya tenías que irte.
Cierto.
—¿Y después cómo vas a volver?
—Pues, como fui a buscarte.
—¿Tú solo?
—Voy a estar bien, Eliza.
Félix apagó la luces del cuarto para que saliéramos, cuando lo hicimos, volvió a cerrar el cuarto con la llave que seguidamente guardó en su bolsillo. Cuando llegamos a mi casa abrí la puerta, pero no entré inmediatamente, solo estaba parada esperando a que él dijera algo. Cuando no lo dijo, solo me volteé y le di un rápido abrazo.
—Gracias, Félix.
Él me regresó el abrazo e inmediatamente me soltó.
—Todo por ti, Eliza.
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