Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5

En cuanto Agorén la llevó al sector médico de la ciudad de Utaraa, se sintió maravillada por lo que veía. Las instalaciones eran de lo más futurista que pudiera imaginar, contrastando con todo lo que había visto desde que había llegado allí. Las paredes parecían emanar luminiscencia propia, ya que no había focos en los techos y tampoco dejaba sombra al caminar. Había salas enteras con enormes aparatos completamente negros, llenos de luces y símbolos inexplicables, siendo manipulados por algunos Negumakianos con vestimentas largas y grises. También pudo ver, casi de reojo al pasar, las maquinarias donde creaban los cuerpos para las transferencias de conciencia al morir. Una parte de sí misma no pudo evitar horrorizarse con aquello sintiendo un breve escalofrío, en cuanto vio decenas de cuerpos, niños Negumakianos, que flotaban en un líquido azulino semi translucido, mientras cientos de pequeñas maquinarias semejantes a arañas artificiales le recorrían el cuerpo de punta a punta, formando tejidos, perfeccionándolo todo.

Otro punto a tener en cuenta, y esto lo pensaba mientras Agorén caminaba con ella en brazos a través de interminables pasillos, era el hecho de que todo aquel sector tecnológico estaba bajo tierra, literalmente bajo la ciudad de Utaraa. Aquello no hacía sino más que alimentar sus teorías y conjeturas: ¿Qué tan grande era toda la ciudad en realidad? ¿Tendrían más instalaciones bajo tierra, o en otros sitios ocultos, que ella no supiera? ¿Y si tenían un arsenal con algún tipo de arma de destrucción masiva? No pudo evitar sonreír al pensar esto último, aunque Agorén no la haya visto. Razonar esta última interrogante le hizo recordar a la película Prometeo, y sabía bien que no había ningún tipo de razón para desconfiar de quienes le dieron una vida completamente nueva.

Por fin, llegaron a una sala que bien podría asemejarse a la habitación de un hospital, claro está, teniendo en cuenta que no había televisor, ni ropería, ni baño convencional ni tampoco la típica cama mullida reclinable. Tan solo había una suerte de mesa de metal, con una extraña forma ergonómica, que le hizo recordar mucho a los sillones tántricos de las películas porno. Más allá de eso, no había mobiliario de ningún tipo, a excepción de una enorme estantería de cristal con un montón de extrañas botellas opacas, alargadas y en punta, con símbolos diferentes cada una. Agorén la dejó con suavidad encima de aquella mesa, con cuidado de no provocarle dolor, y luego la ayudó a quitarse la armadura con paciencia muy lentamente, hasta dejarla solo en su túnica tradicional.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó, mientras se giraba hacia la estantería de cristal con las botellas extrañas.

—Me duele bastante, pero nada que no pueda soportar. Ese Sitchín me ha dado fuerte.

—No es que te haya dado fuerte, es que tu cuerpo no está preparado biológicamente para resistir ciertos impactos. Tu resistencia no es la misma que la de nosotros, pero en un momento te vas a poner bien —le respondió, mientras buscaba. Finalmente, tomó una de las botellitas en la mano, y se acercó de nuevo a ella.

—¿Qué es eso? —le preguntó.

—¿Recuerdas cuando te rompiste el brazo al caer en la fosa de la montaña?

—Sí, así es.

—Bueno, esto es el mismo ungüento que te apliqué en esa ocasión, vas a sentir un poco de frío, y luego te dormirás. Esto te sanará desde adentro cualquier hemorragia, contusión u órgano dañado, y estarás como nueva.

—Espero que no me hagas dormir tres meses como la última vez —bromeó ella.

—No, tranquila, tan solo será un par de días.

—Entonces despídete como corresponde, y dame un beso.

Agorén se acercó a ella, reclinándose un poco, y acercó su boca a la de ella. Aún no tenía demasiada práctica en ello, pero iba comprendiendo poco a poco lo que debía hacerse. Sophia lo besó con delicadeza y ternura, y luego de un momento, ambos se separaron. Entonces Agorén comenzó a quitarle la túnica, con suavidad y cuidado de no hacerle doler.

—¿No crees que debería esperar a que esté recuperada para esto? —sonrió ella, sorprendida. Él entonces sonrió a su vez.

—¿Cómo pretendes que te aplique la curación si aún estás vestida?

—Odio que siempre tengas una respuesta para todo —bromeó.

Una vez que estuvo completamente desnuda, Agorén abrió la botella y dejó escurrir poco a poco su contenido en cada uno de los golpes violáceos, casi ennegrecidos, que tenía en todo el cuerpo. Sophia vio que aquello se asemejaba a una especie de gelatina extraña, muy liviana y de color verdoso, como si fuera las babas de un calamar o alguna mucosidad semejante. Entonces el frío la invadió en cuanto Agorén comenzó a desparramarle la sustancia haciéndole masajes circulares con las manos, y casi inmediatamente después, la somnolencia previa a la inconsciencia, como si le hubiesen inyectado algún tipo de anestésico quirúrgico.

—¿Y tú... —balbuceó, casi dormida. —cómo... te vas a... curar?

—No te preocupes por mí, ahora descansa, Sophia. Te veré en un par de días.

Esbozó una ligera sonrisa.

—Te... quiero... —masculló.

—Y yo a ti.

Pero nunca llegó a escucharle, porque ya estaba dormida.


*****


En cuanto Agorén comenzó a subir las escalinatas hacia la superficie de la ciudad, saliendo del área de curaciones, se encontró con Anveeyaa. Venía bajando a paso rápido, aparentemente absorta en sus propios pensamientos, cuando lo vio. Entonces se acercó rápidamente a él y lo saludó con el típico gesto de los dedos en la frente, mientras se fijaba en su estado físico. Agorén tenía un implante regenerativo en su oreja cercenada, y en algunas partes de sus brazos donde le habían lastimado las garras de los Sitchín.

—¡Cuánto me alegra verte bien! Pensé que estabas herido, vi tu nave estrellarse contra el hangar —le dijo—. Venía a preguntar si estabas aquí, justamente.

—No, estoy bien. La que se encuentra bastante golpeada es Sophia.

—¿Ella está aquí? Creí que en todo caso la ibas a curar tú, ya que últimamente están haciendo tantas cosas juntos.

Agorén pudo notar el deje a resentimiento en el tono de su voz, y la miró con cierta congoja, aunque también no pudo evitar sorprenderse a sí mismo. La capacidad que tenía últimamente de reconocer ciertos sentimientos o intenciones se había ampliado de forma considerable dentro de sí. Al final, parece que el rey Ivoleen tenía toda la razón: comenzaban a humanizarse cada vez más.

—Solo la he entrenado, Anveeyaa. Ella quería ayudar, y no veo impedimento para que lo haga. Pero también hay ciertas cosas que no puedo hacer, como curarla de la mejor manera posible. Por eso la he traído a nuestros aposentos de sanación —le respondió.

—Olvídalo, no tiene importancia. Me alegra saber que estás bien, has peleado bien ahí fuera.

—Eso no fue una pelea, sino más bien una escaramuza. La verdadera pelea todavía está por venir, puedo intuirlo. Pero también has luchado bien, tus tropas no han tenido casi bajas.

—No, solo unos pocos. Quizá menos de una decena de soldados.

—Serás una buena general, no tengo duda —asintió él.

Pasó a su lado y continuó subiendo la escalinata de mármol, bajo la mirada de Anveeyaa que se había girado a verle. Así que la sucia humana se encontraba en plena curación, se dijo mentalmente. Eso tenía que verlo, no había duda alguna, así que poniéndose en acción comenzó a descender los escalones de dos en dos, tan rápido como podía, hasta llegar al pasillo blanco que comunicaba todas las áreas de sanación y creación de cuerpos. Entonces comenzó a recorrer sala por sala, hasta que por fin la vio. Estaba dormida y desnuda, con su túnica a un lado y acostada encima de una Gulaanee, las mesas especiales de curación. El ungüento que le había aplicado Agorén ahora estaba emitiendo una especie de resplandor tenue, verde claro, a medida que actuaba en su función de restaurar los tejidos y los golpes internos.

No pudo evitar sonreír al ver aquello, entonces tan rápido como había llegado, se giró sobre sus pies y emprendió el regreso a través del pasillo, hacia la escalinata de acceso. Al salir de allí, supo que tenía muy en claro lo que debía hacer: ¿para qué arriesgarse a asesinarla en el lago, cuando perfectamente podía matarla allí mismo, en las salas de curación? Tan solo sería un golpe rápido de su daga, un corte limpio y perfecto, y nadie se daría cuenta. O aún mejor, podría administrarle una dosis letal de Eyaamooue, un sedante vegetal oriundo de Negumak. Quizá eso sería todavía mejor que la daga, se dijo. De esa forma, se ahorraba las preguntas estúpidas, porque en cualquier caso bastaba con decir que no había resistido el tratamiento y ya está. Los seres humanos eran criaturas débiles, con una biología muy primitiva en comparación a ellos, sería normal si sus métodos curativos no funcionaran en Sophia.

Al final, nadie sospecharía. Y Agorén por fin podría darle la atención que se merecía, no tendría mas excusas para no hacerlo. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro