Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8

Dedicado a KeyTerrazas

***

—En serio lo siento, Jojo, ayer tuve un día difícil —dije y abracé mi almohada con fuerza.

Estaba tendida de lado en mi cama sin ganas de levantarme.

La terapia con Melissa el día anterior había sido un desastre. Me hizo recordar momentos dolorosos y aterradores. Luego me sentí tan agobiada y confundida que terminé encerrándome en la habitación y gritándole a Jojo, que solo estaba preocupada por mí. Ni siquiera fui a encontrarme con Jimmy o a cenar.

No quería volver a intentar algo así jamás, prefería vivir con mi miedo.

—Descuida —respondió—, imagino que no te sentías bien. Tú no eres así, pensé que estabas en tus días, yo me pongo irritable. Este lugar no ayuda mucho, a veces me siento encerrada. ¿No te pasa que quisieras salir y escaparte un rato? Deberíamos pensarlo. ¿Sabes si hay forma de escapar de aquí? Quizás por el jardín trasero... En fin, te comprendo. Me extrañó tu reacción.

Ella era increíble. Cualquier otra persona en su lugar me odiaría por mi comportamiento. Sin embargo, estaba tan sonriente como siempre e incluso tratando de consolarme.

—Cierto. Es que... la consulta con Melissa no fue lo que esperaba, me hizo sentir terrible. Tú no tienes culpa de nada y te traté mal, ¿me perdonas?

—¡Claro que te perdono! —exclamó—. Todos tenemos días malos, y así cuando yo tenga uno me tienes que soportar. Además, sé que puedo ser un poquitín insistente.

Ambas sonreímos. Ciertamente lo era, pero sus virtudes lo compensaban.

—Melissa no me agrada, me dice cosas raras. Quisiera cambiar de psiquiatra. No se puede, Stella me lo dijo, es el que te asignen. Seguro te dijo algo desagradable que te hizo sentir mal. Los amigos siempre son una opción mejor. Si quieres hablar, cuenta conmigo. Desahogarse es saludable, puedes contarme lo que sea. Mis amigos dicen que soy buena escuchando y guardando secretos. Todos tenemos secretos, supongo qu—

—Lo sé —la interrumpí—, gracias. Es que aún no me siento bien para hablar de eso.

No dudaba que fuera buena guardando secretos, el problema era lograr contárselos. No paraba de hablar ni un segundo.

—De acuerdo, entiendo. Cuando te sientas lista aquí me tienes, no pienso irme a ningún lugar. A menos que me hagan un traslado, pero ya me estoy acostumbrando. Me gusta estar aquí y me gusta ser tu compañera. Bueno, vamos a vestirnos.

Ese era mi primer sábado en la clínica.

Nunca había asistido a la escuela un fin de semana, esa era una más en la larga lista de novedades en mi vida. No teníamos clases, eran actividades extras a las que no podíamos faltar, como una tediosa charla de autoayuda. ¿A quién cuerdo podía ocurrírsele semejante estupidez? Si pudiéramos ayudarnos a nosotros mismos no hubiéramos sido internados, en primer lugar.

Eso sí, prefería diez charlas con tal de posponer lo que tenía que hacer luego. Solo esperaba sobrevivir.

***

Al tratarse de cine, todos concordaban en que cada película debía tener un héroe y también un villano que le hiciera la vida imposible. Esa era tal vez la fórmula más usada y exitosa de todos los tiempos.

No obstante, en la vida real no era tan sencillo. Nadie era tan heroico ni extraordinario. Aun así, siempre había personas que se empeñaban en complicarle la existencia a los demás.

Nunca había visto un mejor ejemplo que Natalia. Esa chica ni siquiera me conocía y desde la primera vez que nos vimos no hizo más que molestarme y empeorar mi estancia en la clínica.

Después de terminar las actividades extras y de almorzar, debíamos hacer el trabajo de limpieza. Nos asignaron el comedor por ser el lugar de todo el asuntito del baño de sopa y de la bandeja justiciera. Stella nos «asistiría», lo cual se traducía literalmente a: Stella vigilaría que no nos golpeáramos con los instrumentos de limpieza.

Lo único que me consolaba era que después iría a ver a Jimmy al jardín para saldar la deuda del día anterior. En la mañana le expliqué por qué no fui a verlo y concertamos un nuevo encuentro. Solo tenía que hacer mi parte del trabajo lo más rápido posible y evitar a la desquiciada de Natalia, así nadie saldría perjudicado.

El comedor era una habitación bastante grande, por lo que Stella hizo una especie de división de qué partes debía limpiar cada una de nosotras. Además, debíamos recoger toda la basura que dejaron los estudiantes durante el almuerzo. Un único calificativo se me ocurría para mis compañeros al pensar en el desastre que teníamos ante nosotras: cerdos.

Puse manos a la obra, bien decidida a concluir mi labor en el menor tiempo posible. Por otro lado, «Su Alteza» Natalia se creía tan especial que haría levitar la escoba y el trapeador. No había hecho casi nada por miedo a dañar sus uñas.

Solté un bufido y miré al techo de manera suplicante.

«Oh, Bendito Santo De Las Causas Irremediables Que Pueden Inducir A Cometer Un Homicidio —imploré—. ¡Envíame paciencia y fuerzas para lidiar con esta idiota insoportable, porque se me están terminando!».

En poco más de media hora, terminé mi parte. A pesar del cansancio, estaba feliz. Ya podía ir a cambiarme para reunirme con Jimmy. Pensé que las cosas no nos fueron tan mal como esperaba.

Entonces tropecé de manera estrepitosa con un balde y mojé el suelo. No sabía cómo podía ser tan torpe.

Mi sangre se heló al notar que no fui yo quien limpió esa parte.

«Dios, no», supliqué en vano.

—¿Qué demonios te pasa, idiota? —gritó Natalia—. ¿No ves acaso que acabo de secar ahí? ¡Lo has hecho a propósito!

—Disculpa, Natalia. Fue un accidente, lo juro. Te ayudaré a secarlo.

La loca me estaba mirando como si fuera a morderme hasta que muriera desangrada, y de ella no dudaba nada. Miré con desesperación a mi alrededor, tratando de localizar a Stella. No estaba sentada donde se suponía que permanecería. Al parecer, había ido a hablar con alguien a la cocina.

Nos había dejado solas.

—Te encanta hacerte la víctima, ¿verdad? —preguntó—. Pues a mí no me engañas. Yo conozco a las de tu tipo, tienen cara de inocentes, pero son unas malditas mentirosas en el fondo.

—¿De qué hablas, Natalia? —me defendí—. Tropecé con el jodido balde y ya te dije que repararé mi error, ¡déjame en paz!

—Descuida, santita, yo sé cómo reparar tu error...

Tenía otro balde en las manos y temí que fuera a golpearme con él. Sin embargo, hizo algo totalmente diferente: me lanzó toda la maldita agua sucia encima en un abrir y cerrar de ojos.

Me quedé paralizada un instante, pero decidí mandar a la mierda mi buen comportamiento y todo lo demás en cuestión de segundos. No la dejaría salirse con la suya, ya me tenía harta. Tomé una de las bolsas de basura que había cerca de mí y le lancé todo el contenido.

—¿A que ahora no luces tan hermosa, maldita loca? —grité.

Soltó un chillido de irritación.

La palabra «rendición» no formaba parte de su vocabulario. Ni tampoco del mío. Sin pensarlo dos veces, comenzamos a arrojarnos lo que teníamos al alcance de las manos y a gritar como dos dementes. Era una lluvia de desechos de comida; una combinación entre salsa, fideos, pan, vegetales, todo lo que sobró del almuerzo.

—Pero ¿qué ocurre aquí? —nos interrumpió Stella—. ¿Acaso no pueden estar solas ni un segundo?

Ambas nos detuvimos y permanecimos inmóviles mientras Stella nos lanzaba una mirada severa. No podía creer que había caído de nuevo ante las provocaciones de Natalia.

Estábamos empapadas de agua sucia y parecíamos dos contenedores de basura ambulantes, sin contar que el comedor estaba diez veces más desordenado y asqueroso que cuando comenzamos a limpiarlo. Por la expresión en el rostro de Stella, presentí que nuestras labores de limpieza estaban muy muy lejos de concluir.

***

—Jimmy, ya puedes parar de reírte de mí —dije con hastío.

Le conté el motivo de mi llegada tarde a nuestro encuentro para que no enloqueciera ni fuera desagradable conmigo. En lugar de eso, no dejaba de reír a carcajadas. Estaba bastante molesta e irritada, me gustaba que mis desgracias fueran tomadas en serio. Y que Natalia viviera en el mismo edificio que yo era una desgracia monumental.

—Es que... —comenzó a decir. Reía tanto que le faltaba el aire—. Ya es casi una costumbre que en cada encuentro con ella termines cubierta de algo asqueroso... Creo que puedo olerlo desde aquí.

—¡No es cierto! —protesté—. ¡Tomé un baño antes de venir!

¿Cómo podía decir eso? Me tomó muchísimo tiempo quitarme toda esa suciedad de encima y lavar mi cabello. No sabía por qué diablos me sentía tan avergonzada, estaba consciente de que no olía a nada desagradable.

—¿Ah, sí? —Dejó de reír y cambió la expresión divertida de su rostro por una que no logré descifrar—. Tendría que comprobarlo.

Me miró a los ojos con todo ese azul embelesador y sonrió, de un modo que me pareció incluso sensual —por muy improbable que fuera—. Comencé a sentirme nerviosa porque no comprendía su actitud.

Se me acercó despacio sin apartar la mirada.

Se detuvo apenas a unos centímetros de mí, y la cercanía entre ambos hizo que mi respiración se volviera caótica. Tomó un mechoncito de mi cabello y lo colocó tras mi oreja con delicadeza. El roce suave de su mano hizo que mi piel se erizara.

Permanecí inmóvil y desconcertada, no sabía qué era lo que pensaba hacer. Acercó su rostro al mío y comencé a temblar. Recé para que no lo notara.

¿Acaso iba a besarme? Sentí un cosquilleo intenso en el estómago al pensarlo y cerré los ojos con fuerza. El tiempo pareció detenerse mientras su respiración estaba peligrosamente cerca de mis labios.

Y esperé... Pero nada ocurrió.

—Es cierto, hueles bien —susurró luego de un momento y se separó de mí.

Sentí como si mi alma regresara a mi cuerpo y me tomó un poco procesar lo que había ocurrido.

Por un lado, sentí unas ganas intensas de que me besara, aunque eso no tenía sentido alguno. Por otro lado, sentí un miedo abrumador, que evolucionó para convertirse en una profunda vergüenza mezclada con decepción. No podía evitar sentir que había jugado conmigo, que lo había hecho para burlarse de mi reacción tan infantil.

Tuve ganas de gritarle que era un idiota, que yo ya había besado a un chico antes y que no me apetecía que él me besara bajo ninguna circunstancia.

No obstante, cuando alcé la mirada para encararlo, noté que su expresión no denotaba burla alguna como esperaba. Estaba serio y un ligero tono rosado coloreaba sus mejillas, además de que no paraba de jugar con la costura de su jersey. ¿Estaba nervioso, acaso?

Nada tenía sentido, era ridículo pensar que se sentía atraído por mí. Casi ni me conocía y, de igual modo, yo no tenía nada especial que pudiera captar su atención. Había sido una broma y se arrepintió por actuar como un imbécil conmigo. Sí, debía ser solo eso.

Permaneció inmóvil, así que decidí tomar la iniciativa y sentarme en el suelo. Lo miré, incitándolo a acompañarme, para demostrarle que no estaba enojada por tratar de burlarse de mí —de nuevo—. Lo dudó un instante, pero se sentó a mi lado en la hierba seca.

Un silencio incómodo se extendió entre los dos. Quería decir algo y nada me salía. Estaba segura de que a él le pasaba lo mismo. Algunos minutos pasaron hasta que decidió hablar:

—¿Tienes el libro?

Aunque seguía evitándome con la mirada, sentí un gran alivio al ver que rompió el hielo. Asentí, a modo de respuesta, y busqué mi copia de El Principito en mi bolsa.

—Aquí tienes.

Se lo entregué y sonreí para aligerar la situación.

—Está un poco desgastado por el uso, pero todavía sirve. Es que lo he leído un montón de veces.

—Puedo imaginarlo —dijo y comenzó a hojearlo. Se detuvo en una página al azar y leyó en voz alta—: «...solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos».

—Sip... tiene señaladas mis frases favoritas.

Me sentí avergonzada. Lo consideraba muy personal, nunca nadie lo había visto. Temí que se burlara. No lo hizo.

—También me gusta —respondió—. Prometo que comenzaré a leerlo hoy mismo.

Finalmente, me miró y me devolvió la sonrisa.

—No te preocupes, lo cuidaré bien.

—Eh... de hecho, no tienes que devolvérmelo.

—¿No? —preguntó, sorprendido—. Pensé que era importante para ti.

—Lo es —afirmé—, pero ya me lo sé casi de memoria. Además, estoy en deuda contigo y no tengo ningún árbol encantado que mostrarte ni historias que contar. Esto es lo más especial que tengo para entregarle a alguien. Lo cuidarás, ¿verdad?

Me observó con seriedad. El azul de sus ojos estaba más sereno y hermoso que nunca antes. No lucía sarcástico, como la mayor parte del tiempo.

—No me debes nada, Bessie. Te traje porque quise hacerlo, no tienes que darme algo que significa tanto para ti.

—Está bien, quiero hacerlo.

—De acuerdo. —Sonrió con malicia—. No quiero que luego lloriquees para que te lo devuelva. Es mío ahora, Harriet.

—¡Ey! Te dije que no me llames así, idiota —lo reprendí—. ¿Quieres en serio que deje de hablarte, eh?

Ambos reímos y volví a sentirme cómoda en su compañía. Por algún motivo, me inspiraba confianza como para contarle cualquier cosa sin medir demasiado mis palabras. A lo mejor, se debía al hecho de que se burlaría de mí de cualquier modo.

—¿Sabes? —dije—. Tú luces como el Principito, pareciera que el autor se inspiró en ti para describirlo.

—¿En serio? —Hizo una mueca divertida—. ¿Debería sentirme halagado? Luzco como un príncipe, ¿no?

—No, sigues siendo el mismo idiota, creído. Pero él también tenía rizos rubios y ojos azules. Imagino que si fuera una persona real luciría como tú hace algunos años.

Solo me faltaba decirle que era lo más hermoso que había visto en mi vida. Debía recoger toda mi baba y comportarme como alguien más o menos normal.

—Quizás... cuando era pequeño mi madre me llamaba «Rey Sol» por mi cabello —respondió. Su expresión cambió de un modo radical después de mencionar a su madre. Su voz denotaba melancolía y algo de tristeza—. Casi lo había olvidado.

—¿Ya no te llama así?

—No... Ya no me llama de ninguna forma.

Juntó sus piernas y las flexionó. Cruzó los brazos sobre las rodillas y apoyó la barbilla sobre ellos. Permaneció en silencio mientras miraba fijamente hacia el frente. No me pareció que mirara ningún punto específico del jardín; parecía más bien estar viendo dentro de sus propios pensamientos.

—¿Está...? —Temí incluso preguntar.

—Sí —respondió después de unos segundos—, hace algunos años.

—Lo siento —susurré—. Yo tampoco crecí con mi madre. La mía no murió. Tal vez en ese caso todo fuera más sencillo, es triste reconocerlo.

Mis palabras despertaron cierta curiosidad en él. Volteó su rostro hacia mí.

—¿Y por qué no creciste con ella?

Me costaba hablar de esos temas. Había prometido nunca contarle a nadie sobre mi madre, muy pocas personas sabían al respecto. Lo pensé por un momento, y decidí abrirme con él. Tenía esa habilidad única de hacerme cambiar de parecer en cuestión de segundos.

—Porque se fue —dije con indiferencia—, nos abandonó a mí y a mi padre cuando yo tenía cinco años. Recogió todas sus cosas y desapareció un día sin mirar atrás. No sé mucho sobre ella, no recuerdo casi nada, pero sí sé que las cosas nunca volvieron a ser como antes para ninguno de nosotros dos.

Suspiré profundo e imité su posición.

—A pesar de que era pequeña, sé cuánto sufrió mi papá, le tomó mucho recuperarse. Luego conoció a Elisa, por suerte. Ella es la mamá de mis dos hermanos pequeños y lo mejor que pudo pasarnos en la vida, logró sacarnos de ese círculo de sufrimiento constante.

—¿Nunca más has sabido de tu madre?

—No, se esfumó por completo y no llamó ni una vez para saber de mí. Es mejor así, no creo que pueda verla sin odiarla. Ya ni siquiera me importa saber por qué se fue.

El motivo de su partida me había atormentado durante mucho tiempo. No sabía si había sido mi culpa o culpa de mi padre, se marchó dejándonos atrás.

Siempre le temí a la oscuridad, desde que tuve memoria. Ella solía leerme historias cada noche y esperaba a que me durmiera. Solo de ese modo yo lograba descansar tranquila. Cuando se fue, nadie me leía o me mimaba, papá estaba demasiado ocupado lidiando con su propio dolor. Recordaba muy bien lo traumático que era para mí despertar aterrada en medio de la noche y comprender que mamá nunca más estaría ahí para abrazarme y disipar mis miedos.

Comencé a tener problemas para dormir, y la mejor solución que encontró papá fue dejar las luces de mi cuarto encendidas todo el tiempo. No era su culpa, de un día al otro había pasado a ser padre soltero de una niña pequeña. El trauma comenzó a salirse de control y en poco tiempo ya no solo le temía a dormir con las luces apagadas, sino a todo lo que me hiciera recordar la oscuridad. Y mientras fui creciendo, en lugar de mejorar, empeoró.

No creía que pudiera perdonar nunca a mi madre, toda mi vida hubiera sido diferente si ella no se hubiera marchado, en primer lugar.

—¿Sabes? Ella era la única que me llamaba Harriet, por eso detesto tanto ese nombre.

—No la odies —dijo—. Al menos sigue viva y algún día puede que vuelvas a verla. Todavía puedes reprocharle lo que hizo y tal vez llegar a perdonarla. Yo nunca podré decirle a la mía lo que siento ni que todo lo que he pasado ha sido su culpa. Estoy aquí porque fue débil y egoísta, y ella nunca lo sabrá.

Su respuesta me sorprendió.

No comprendía bien por qué decía que su madre era la culpable ni tampoco de qué la culpaba con exactitud. Lucía enojado en lugar de triste, como si quisiera gritarle todo eso a ella. Era increíble ver que, después de todo, teníamos más en común de lo que podía imaginar. Eso hacía que mis dudas sobre él aumentaran.

—¿A qué te refieres con eso? —decidí preguntarle—. ¿Qué cosa es su culpa?

—¿De dónde vienes? —Cambió de tema radicalmente.

Me desconcertó un poco verlo relajar la expresión de su rostro y actuar como si nada hubiera ocurrido. Debí imaginar que no hablaría más sobre sí mismo, de lo contrario no sería él.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro