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Capítulo 5

Dedicado a tu_chica_rosa

***

Horas después, aún no comprendía nada de lo ocurrido en la biblioteca. Repasaba mentalmente una y otra vez cada palabra que había dicho. Quizás había sido demasiado ruda con él sin conocerlo en lo absoluto, con razón se había marchado.

Pasé el resto de la tarde con mi nueva compañera de habitación, Jojo. Esa chica era rara, en el buen sentido. Me dijo que no tenía ningún problema con dormir con iluminación, que tenía el sueño profundo. Eso me hizo sentir más tranquila, a pesar de lo nuevo que me resultaba compartir la habitación con alguien que no fuera Beth.

Jojo se reía todo el tiempo y no paraba de hablar. Era como si se recargara con el sol. En el poco rato que pasamos juntas, me contó casi toda la historia de su vida antes de llegar a la clínica. También fue enviada por la corte, por agredir a una chica que solía hacerle bullying y enviarla al hospital un par de días.

En realidad, no parecía capaz de violencia alguna —mucho menos al ver su rostro de animalito indefenso—. Pero yo sabía que todos teníamos nuestros propios límites que era mejor que nadie cruzara. Y, además, ninguna persona merecía ser víctima de humillaciones públicas y acoso.

El punto era que había terminado allí contra su voluntad, al igual que yo, aunque su otra opción no era mucho más prometedora. Su madre era abogada y alegó que Jojo tenía un desorden de personalidad. De ese modo, evitó que fuera enviada a un reformatorio. Después de conocerla, no me extrañó que convencieran al juez.

Si mi madre fuera abogada tal vez yo no hubiera terminado encerrada allí. Para eso tenía que preocuparse por mí, en primer lugar. Elisa era como mi madre, me amaba y me cuidaba siempre como si yo también fuera su hija. Pero no importaba cuánto nos quisiéramos, ni ella ni nadie podría llenar nunca el vacío que dejó mi progenitora.

Me mantuve escuchando a Jojo y le conté que estaba en la clínica por mi nictofobia y los ataques de pánico. El resto lo omití por completo. De igual modo, ella apenas me daba oportunidad para hablar. Me recordaba un poco a Beth por su entusiasmo y su energía. Me resultaba reconfortante y triste a la vez.

Su nombre completo era Jodie Harris. Se puso ansiosa cuando le dije que me parecía haberlo escuchado antes, supuse que se sintió decepcionada al saber que su nombre era muy común. El mío no lo era, al menos no el primero. Jamás había conocido a ninguna otra Harriet y casi nadie sabía que me llamaba así. Mi madre era la única que solía llamarme de ese modo, para el resto del mundo era Bessie. Ese era uno de los pocos recuerdos que mantenía de ella. Según papá, lo había escogido por una película. Pero eso ya no importaba hacía mucho tiempo.

En la noche fui a cenar con Jojo y no vi ni a Víctor ni a Jimmy. Era increíble, llevaba solo dos jornadas allí y ya le debía una disculpa a cada uno. A pesar de eso, todo resultó bastante tranquilo hasta el momento en el que decidí llamar a casa. Luego de darle el número a la operadora, ocurrió el desastre.

Me tomó un instante reconocer la voz al otro lado de la línea: Nancy, la madre de Beth. No fui capaz de sostenerme sobre mis pies. Colgué rápido el teléfono y permanecí un rato sentada en el suelo entre sollozos. Quizás fueron pocos minutos, o quizás más de una hora. No tenía fuerzas para regresar a la habitación.

La costumbre fue más fuerte que mi sentido común y pedí el número equivocado. Lo había marcado cientos de veces para hablar con mi mejor amiga. Después de aquella noche siniestra, en ese número solo se escuchaba la voz apagada de una madre a la que no le importaría nunca más si el sol salía o no.

Y eso no era lo peor, sino que ella pensara que era mi culpa.

Por ese motivo, me tomó tanto conciliar el sueño en la noche. Jojo llevaba horas dormida mientras yo seguía hecha un ovillo en mi cama, torturándome con mis propios pensamientos. Permanecí un largo rato llorando debido a todo lo que tenía atrapado en mi pecho, y ni siquiera eso logró hacer que me sintiera mejor.

Sabía que era solo mi segundo día en la clínica, pero algo que había comenzado tan mal no podía terminar mucho mejor. Mi mayor anhelo era irme lejos y olvidar que alguna vez estuve allí.

***

Pasé todo el tiempo desde que desperté hasta llegar al salón de clases con Jojo. Aunque a veces me molestaba un poco el exceso de alegría a mi alrededor constantemente, debía reconocer que tenía sus ventajas. Entre el cuarto de baño y el comedor, pasó a ser la chica favorita de casi toda la clase, con excepción de aquellos a los que no les importaba llevarse bien con una loca eufórica —o con nadie—. Lo mejor era que, al ser ella el centro de atención, yo volví a ser invisible.

En el desayuno vi a Víctor y me alegró saber que no estaba enojado conmigo por dejarlo el día anterior. Faltaba Jimmy, y creía que arreglar las cosas con él sería más complicado. Había sido muy ruda y necesitaba disculparme.

Más tarde, en el salón de clases, la ansiedad me consumía. Trataba de controlar mis pies para que no pareciera que había un torneo de samba bajo mi silla. Por suerte, Jojo se sentó al otro extremo. Un descanso de su brillo cegador me hacía bien.

Mientras esperaba, eché un vistazo alrededor a los chicos y chicas de la clase. Al parecer, la chiflada de Natalia todavía no se reincorporaría al salón. ¿Qué habría sido de ella? Solo la había visto aquella vez el primer día.

Observé a Víctor un instante y debatí conmigo misma si preguntarle o no por ella. La curiosidad me venció y terminé llamándolo.

—¡Víctor!

Se levantó de su pupitre y caminó hacia mí.

—¿Sí?

—Es que... ¿no te enojas si te hago una pregunta?

—Por supuesto que no —respondió y me sonrió—. Dime qué quieres saber.

—Bueno, hay algo que no comprendo. ¿Dónde es que está Natalia, exactamente? ¿Cuándo regresará?

—¿Natty? —Bajó la mirada. Lucía como si hablar de ella lo entristeciera—. Ella está en el ala C.

—¿El ala C? —pregunté.

Intenté recordar alguna referencia que hubiera escuchado sobre esa parte de la clínica. A lo mejor, era el área que no tenía nada escrito en el plano que Stella me había dado el primer día.

—Entonces, no te han hablado del ala C —dijo.

—Pues... la verdad es que no.

Suspiró con pesadez y me miró con una expresión seria.

—Bueno, no sé bien cómo describir el ala C, solo he estado ahí un par de veces. Eso sí, te aseguro que nadie en esta escuela que haya pasado por ahí quiere regresar.

Mi curiosidad no hacía más que aumentar. No tenía idea de qué diablos podía ser ese lugar.

—Por desgracia... —comenzó, y luego continuó en un tono de voz bajo y evitando mirarme—: Verás, casi todos cuando llegamos al centro pasamos un tiempo allí. Ya sabes, para estabilizarnos, y cuando alguien tiene algún tipo de recaída en su tratamiento hacen lo mismo. Aquí muchas personas recaen a diario, y ese es el verdadero Hospital Psiquiátrico Infanto-Juvenil Gibson. La escuela es una parte nada más, y deberías alegrarte de que solo conoces esa. No tienes idea de lo que se siente estar encerrado allí. Es... aterrador.

Sonaba realmente consternado. No pude evitar sentir empatía por él e incluso por la loca de Natalia.

—¿Entonces, Natalia...?

—Sí. El día que llegaste tuvo una recaída, así que la llevaron allá. No pensé que llegarían a tanto, creí que bastaría con una consulta de emergencia con Melissa. Ellos no lo vieron así. Pero, está bien. —Su tono cambió por completo y lució esperanzado al añadir—: Stella me dijo que debe regresar esta misma tarde.

«Oh, Dios», pensé y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sus palabras me conmocionaron.

Traté de sonreírle mientras regresaba a su asiento. Acababa de decir que ella estaba fuera de sí el día que nos «conocimos». Sin embargo, por algún motivo, creía que no sería la persona favorita de esa chica.

Debía dejar de sobreactuar, ella no podía ser tan mala... ¿o sí? Esperaba estar equivocada, sí que lo esperaba.

Todo pasó de inmediato a un segundo plano cuando vi que la puerta se abrió y Jimmy entró al salón.

Se acercó sin alzar la mirada, inmerso en sus pensamientos. Tragué en seco sin apartar mis ojos de él y no pude dejar de notar cuán lindo lucía con su rostro inocente y su enorme jersey color cielo. Combinaba a la perfección con sus ojos. Al parecer, lo único que tenía en su ropero eran jerséis de tallas grandes, y ya sabía que ese era un tema que debía obviar por completo si alguna vez volvíamos a hablar.

Justo antes de llegar a su pupitre, se detuvo y me miró, dejándome paralizada y expectante. No era solo miedo por su reacción del día anterior, sino también el hecho de que no tenía idea de qué hacer o qué decir.

No obstante, hizo lo menos que podía esperar: me sonrió.

Parpadeé con incredulidad, en caso de que fuera una visión. Alguien debía pellizcarme para hacerme despertar.

Ese chico me hacía replantearme mi salud mental. Hasta donde yo recordaba, se había marchado enojado de la biblioteca, y en ese momento estaba actuando como si nada hubiera pasado.

—Hola —me saludó.

—¿Hola?

Mi saludo sonó como una pregunta y me sentí patética.

—Sé que aún tenemos algo pendiente, pero esta tarde no puedo. ¿Te parece bien si terminamos el proyecto mañana? Es decir, si lo comenzamos, todavía ni me has dicho qué libro escogiste.

—De acuerdo, me parece estupendo —respondí.

Seguía sonando como si le preguntara, y no creía que la expresión de confusión de mi rostro fuera de gran ayuda.

—Genial, pero si tú escogiste el libro yo escogeré el lugar. La biblioteca no me agrada, hay mucha gente y no podemos ni hablar.

—Vale... dime dónde.

—No —replicó—, prefiero que sea una sorpresa.

Una sonrisa con un toque de picardía apareció en su rostro y yo permanecí inmóvil. No lograba ni cerrar la boca después de ver su comportamiento.

«¿Será algún efecto adverso de la medicación?», me pregunté. Me giré en mi asiento y miré al frente.

¿Qué demonios acababa de pasar?

El profesor de matemáticas entró al salón y comenzó su clase. Al menos debía pretender que estaba prestando atención.

***

Durante la cena, estaba acompañada por Jojo. Nos pasamos la tarde leyendo y haciendo deberes en la habitación. No habló más de lo necesario, por suerte.

Esa noche me sentía mejor. Debía estarme acostumbrando al comedor, ya no me molestaba tanto estar rodeada de gente.

Sin embargo, alguien me habló mientras tomaba mi bandeja:

—¡Bessie! Ese es tu nombre, ¿verdad?

Estaba de espaldas y solo la había escuchado una vez, pero era capaz de reconocer esa maldita voz en cualquier lugar. Víctor había estado en lo correcto, Natalia estaba de vuelta y me hizo el centro de atención de todos en el comedor en cuestión de segundos.

Me volteé despacio para mirarla y ahí estaba, con una enorme sonrisa diabólica dibujada en el rostro. Era justo como la recordaba.

—Soy Natty —dijo y comenzó a acercárseme—. No nos presentamos de manera «formal».

Me miró de la cabeza a los pies con desprecio. Me sentí en desventaja al comprobar que era mucho más baja de estatura que ella.

—Natty, ¿qué haces? —le preguntó Víctor con desconcierto.

Ella lo ignoró por completo y volvió a dirigirse a mí:

—Me han dicho que «cuidaste» a Víctor mientras no estuve. Ya volví, así que ya puedes desaparecer de mi vista para siempre. ¡Vuelve a tu rincón, pequeña rata!

Tenía que ser un sueño. Esa chica ni me conocía y estaba siendo abiertamente hostil conmigo delante de la mitad de la clínica. Todos esperaban mi reacción. Lo único que pude notar fue la mirada fija de Jimmy y su expresión seria a unos metros de distancia. Ni siquiera había visto que él estaba ahí.

Aunque no debía preocuparme por lo que estaba pensando en ese instante, ni él ni nadie, la ansiedad se apoderó de mí. Yo no estaba hecha para ese tipo de situaciones.

—Déjate de tonterías, Natty —la reprendió Víctor—, Bessie y yo somos amig—

—¡Vete al carajo, Natalia! —grité, interrumpiéndolo—. ¡Tú no eres nadie para hablarme de ese modo, loca de mierda!

Las palabras abandonaron mi boca antes de que pudiera procesarlas. ¿Cuándo aprendí a responder así? Y lo peor era que acababa de llamarla «loca de mierda» frente a una treintena de personas que vivían en una institución mental, yo incluida. No podía haber sido más sutil.

Natalia se quedó paralizada de la sorpresa, al igual que Víctor y el resto de los presentes, excepto uno: Jimmy, que seguía mirándome igual de serio. No podía resistir esa humillación.

Di media vuelta y comencé a caminar de prisa, antes de que ella pudiera responder.

Necesitaba escapar de ese lugar de inmediato y tal vez nunca volvería a poner un pie ahí —o fuera de mi habitación, en general—. Esa chiflada llegó para arruinarlo todo justo cuando las cosas estaban mejorando.

«Diablos —pensé y me detuve súbitamente—. ¿Qué mierda es esto?».

Traté de procesar por un segundo lo que ocurría. Algo caliente y pegajoso se deslizaba por mi cabello y mi espalda. Luego vi los fideos rodar por mi rostro y caer al suelo. 

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