Capítulo 37
Dedicado a BeatrizRamonaOchoa
***
Abrí los ojos despacio y traté de mantenerlos abiertos, pero me costaba bastante.
Todo era blanco a mi alrededor, ese no era mi cuarto. Me tomó un momento notar que tenía un suero en el brazo izquierdo. No tenía fuerzas siquiera para levantarlo. Mi mente estaba totalmente bloqueada, por más que lo intentaba me resultaba imposible pensar con claridad. ¿Qué estaba haciendo allí?
—¡Bessie!
Una voz familiar hizo resonar algo en mi interior, trayendo consigo un par de recuerdos fugaces. No sabía si había sido un sueño, algo sencillamente no encajaba.
Moví la cabeza suavemente y entonces logré verla.
—¡Oh, Dios, Bessie! —exclamó Jojo—. ¡Al fin despiertas! Estaba tan preocupada por ti. Todo esto es terrible. Lo siento, Bessie, en serio lo siento...
Lucía consternada y yo no sabía el motivo. Traté de hablar con las pocas fuerzas que tenía, pero no lo conseguí. Nada salió de mi boca.
—Ellos te sedaron —me explicó—. Estabas fuera de control, Bessie. Tuviste un ataque psicótico y... llevas dos días aquí, en el ala C. Descuida, me han dicho que no te retendrán aquí. No me dejaban venir a verte. Me ha costado mucho convencer a los profesores, pero les dije que quizás me necesitarías al despertar.
Bajó la mirada, algo nerviosa, mientras yo trataba de mantener la vista enfocada en ella.
—Stella no está —continuó—, se ha tomado unos días fuera de la clínica. Me han dicho que puede que no recuerdes nada, iré a avisarles que despertaste. Todo estará bien. —Señaló a la mesita al lado de la cama y, con mucha dificultad, logré ver el libro que papá me regaló cuando era pequeña—. Eso es tuyo, estaba en el cuarto cuando... Bueno, ahora regreso.
Se marchó rápidamente de la habitación y yo comencé a sentirme mareada y aturdida. Me faltaba algo. Lo sabía.
¿Qué ocurría conmigo? No lograba recordar nada más que haber despertado en esa habitación, pero muy dentro sabía que había algo más.
Sentí que me estaba asfixiando, así que traté de levantarme súbitamente de la cama. Quería gritar, pero tenía la garganta cerrada. Me arranqué de una vez el maldito suero del brazo y sentí una pequeña punzada al hacerlo. El dolor hizo que me detuviera un segundo y se me nublara la vista.
Una enfermera entró al cuarto acompañando a Jojo.
—¿Qué haces, Elizabeth? —me dijo, alarmada—. Estás muy débil, no puedes levantarte aún.
Ambas me ayudaron a acostarme nuevamente y no opuse resistencia alguna, pues mi mente estaba ocupada con algo muy diferente. Luego de ver el pequeño hilo de sangre que salía del interior de mi muñeca izquierda, una palabra hizo eco en mis pensamientos. Era un nombre, específicamente, que no me decía nada, pero que logró que todo mi mundo diera una vuelta en ese instante: Jimmy.
***
Esa tarde Melissa fue a visitarme. Actuó muy raro, al igual que todos los demás, y Stella aún no regresaba. Decía que estaba nuevamente bajo el efecto del trastorno de estrés postraumático, aunque yo no recordaba haberlo tenido nunca antes. Según ella, mi mente estaba evadiendo mis recuerdos y, tarde o temprano, algo los «detonaría» y los haría regresar.
Pero ¿qué recuerdos estaba evadiendo? ¿Qué estaba mal conmigo?
Mi mente había saltado desde mi entrada en la clínica hasta esa mañana al despertar. Más de tres meses de mi vida se habían esfumado por completo, aunque sabía que estaba allí por lo ocurrido con Beth y también conocía a casi todos a mi alrededor. Intentaba enfocarme en pequeñas ideas que venían y se iban como luces, pero el dolor de cabeza no me lo permitía y la medicación me mantenía algo adormilada y torpe.
Tampoco había logrado articular palabra, simplemente no podía, y me sentía todo el tiempo como atrapada dentro de un sueño del que no conseguía despertar.
Al día siguiente me permitieron salir del ala C, pues Melissa dijo que no tenía sentido alguno retenerme allí. Me dijeron que dormiría en una nueva habitación y que ya mi compañera había cambiado todas nuestras cosas. Solo no me explicaron el porqué del cambio.
Una enfermera me acompañó hasta la salida del ala C y me dio las instrucciones de cómo llegar hasta mi nuevo cuarto. Luego me preguntó unas tres veces si estaría bien y yo asentí. Al parecer, estaba bastante ocupada y no podía perder el tiempo siendo mi niñera. Por ese motivo, me vi sola en uno de los pasillos de la clínica, que me pareció más inmensa que nunca antes. O quizás es que estaba demasiado abrumada en ese instante.
Sabía hacia dónde debía dirigirme, pero mis pies comenzaron a moverse por inercia hasta el extremo totalmente opuesto. Lo único que llevaba conmigo era mi tomo de El Principito y la ropa que llevaba puesta. Ambas cosas me las había dejado Jojo en su visita del día anterior.
Miré el libro entre mis manos mientras caminaba y sentí algo muy extraño hacia él. Siempre había sido mi favorito y era un regalo muy preciado de mi padre, pero en ese momento era lo último que quería ver. ¿Por qué había comenzado a sentir esa repulsión por algo tan especial para mí?
Subí las escaleras y me detuve en un pasillo que me resulta más familiar que el resto. Caminé un poco más hasta llegar a un cuarto justo en el medio. Ese había sido el mío. No sabía por qué, pero no tenía dudas al respecto.
No estaba cerrado con llave, así que abrí la puerta muy despacio y con gran facilidad.
El olor penetrante de algún producto de limpieza me estremeció, y unas malditas mariposas coloridas me recibieron. Sentí nauseas al verlas y la respiración se me aceleró.
«Ella tenía una especie de obsesión con las mariposas», dijo una voz en mi cabeza. El libro cayó al suelo y mis piernas flaquearon, por lo que también caí de rodillas.
Mi vista se nubló un poco y comencé a palpar el pulido suelo con mis manos. Recordé entonces la sangre. Casi podía olerla y la sentía aún sobre mi piel. Yo había estado cubierta de sangre, pero no había sido mía.
Estaba incluso más confundida y mareada que antes, y la habitación comenzó a darme vueltas. No obstante, fijé la vista en el libro. En su portada estaba el niño rubio con los ojos azules, y el recuerdo de otros ojos azules cobró vida en mi cabeza. Poco a poco fui armando mentalmente parte de su rostro. Sus rizos, su sonrisa, sus hoyuelos...
Y entonces la realidad me golpeó con fuerza.
Yo lo había sostenido entre mis brazos y lo había visto descender en picada hacia el abismo sin poder hacer nada. Había visto su mirada celeste perderse en la lejanía y sus grandes ojos apagarse. Yo había sido lo último que él había visto. Y ese instante había sido la última vez que yo lo vería a él.
Todo cobró sentido de repente y sentí que el dolor no cabría en mi pecho. Me acosté bocarriba y sostuve el libro contra mi corazón herido.
—Jimmy... —susurré mientras me ahogaba en mis lágrimas—. Yo te recuerdo, Jimmy... Yo te recuerdo... Yo te recuerdo...
Había jurado protegerlo y había fallado miserablemente. No lo había salvado y se había ido. Para siempre.
***
Su cumpleaños número dieciocho había pasado, pero una voz dentro de mí me decía que él aún tenía diecisiete, que siempre los tendría. Jimmy siempre sería perfecto, con los mismos rizos rubios y la sonrisa más hermosa que había visto. Una belleza tan etérea que dolía mirarlo.
Nunca le saldría barba ni canas ni arrugas, porque nunca envejecería. Tampoco me pediría matrimonio ni me llevaría al altar, y no tendríamos casa propia o hijos porque simplemente él no estaría ahí nunca más.
Ya no veríamos las estrellas juntos ni vería florecer nuestro árbol, y tener una cita fuera de la clínica sería solo otro de mis sueños destrozados. Nunca más sostendría mi mano ni me abrazaría. Ni me besaría ni me miraría a los ojos. Pero lo peor era que nunca sabría cuánto yo lo amaba porque no se lo había dicho a tiempo y ya era muy tarde.
Me había dejado vacía, y dolía tanto que yo no sería capaz de soportarlo.
Solo me preguntaba por qué, ¿qué diablos no había visto? ¿Dónde había estado yo cuando más me necesitaba?
Algo simplemente no encajaba. Él había aceptado que tendría que marcharse y que las cosas se solucionarían. ¿Por qué había hecho algo así? Y, sobre todo, ¿por qué en mi cuarto y de dónde había sacado la navaja de Jojo?
Esa noche pensé que no lograría resistir, me dolía hasta el último de mis huesos de tanto llorar. La solución de Melissa fue darme un cóctel de píldoras para dormir y, por primera vez, realmente lo agradecí.
Stella volvió al día siguiente, tan o más destrozada que yo. Nunca nada se sintió tan reconfortante como llorar en su pecho, pues ella comprendía mi dolor mejor que nadie. Por mucho que Jojo o Melissa se esforzaran por consolarme, no había mucho que pudieran hacer. Yo había perdido al amor de mi vida, pero Stella había perdido a su hijo, al que amaba tanto como si lo hubiera traído al mundo.
Ese mismo día nos despediríamos de él.
Su vida no había sido ordinaria, y quizás por eso él mismo había decidido que no quería que su muerte tampoco lo fuera. Le había dejado una carta a Jason y una a Stella explicándole con detalles lo que quería que hicieran. No había deseado un funeral, solo sus tres personas más amadas y su lugar favorito del mundo: nuestro árbol.
También había dicho que quería que todas sus pertenencias fueran donadas a otros chicos que las necesitaran, y por eso Stella me pidió que la acompañara a empaquetarlo todo. Sin embargo, no pude entrar a su habitación. No fui capaz de mirar el lugar donde habíamos vivido tantos momentos hermosos sabiendo que no volverían, así que permanecí sentada en el suelo.
Mientras trataba de recoger los pedazos rotos de mi corazón afuera, ella lloraba en silencio dentro. Pero yo ni siquiera tenía fuerzas para llorar, había llegado a un punto en el que el dolor era tanto que incluso me costaba respirar. Me sentía enferma.
—Ya está... —dijo muy bajo cuando terminó.
Su voz sonaba más ronca de lo usual y su rostro estaba hinchado. Parecía haber envejecido una eternidad.
—Jason se lo llevará todo hoy cuanto se vaya. —Me extendió algo que me hizo estremecerme y añadió con voz llorosa—: Este lo dejé fuera, pensé que quizás te gustaría conservarlo.
Era el jersey rojo que tanto amaba verlo usar: el que había usado en Navidad y en nuestro «Mesiniversario».
Asentí y lo tomé con delicadeza.
—Sé que tú le diste este... —le dije—. ¿No quieres conservarlo tú?
—No, Bessie, no quiero ninguno. Siempre tendré su recuerdo en cada esquina de este lugar. Quédatelo tú, para que conserves algo suyo cuando te marches de aquí.
—Yo nunca podré olvidarlo, Stella.
—Lo sé, pero un día reharás tu vida y ese será un recuerdo hermoso.
La abracé lo más fuerte que pude y comencé a llorar una vez más. En realidad, no creía poder rehacer mi vida nunca. Ya lo había intentado luego de perder a Beth, y todo había resultado incluso peor.
No sería capaz de seguir adelante sin Jimmy. O simplemente no quería hacerlo.
***
Nunca pude imaginar que mirar a Jason me resultaría semejante tortura. Eran tan malditamente parecidos que cada centímetro de él me recordaba a Jimmy. Sus ojos, su cabello, incluso su voz. Jason lucía demacrado, tenía unas ojeras enormes y hasta el último rastro de alegría había desaparecido de su rostro.
Yo debía verme incluso peor, pero no podía importarme menos.
Estábamos los tres frente al árbol: él, Stella y yo. El otro Jimmy había comenzado a cobrar vida después de los meses de invierno. Sus verdes hojas estaban brotando nuevamente y, justo como Jimmy me había dicho aquel día, algo aparentemente muerto se alzaba ante los ojos de todos más vivo que nunca.
El mundo no detendría su paso por lo que nos ocurriera a nosotros. El Sol seguiría saliendo cada día y las estrellas cada noche, aunque nuestras vidas estuvieran sumergidas en la más oscura penumbra.
Pensé que moriría de tristeza cuando Jason me acercó la pequeña vasija y sostuve sus cenizas en mis manos.
El viento se las fue llevando poco a poco y las esparció en el jardín. Mis manos temblaban sin que pudiera contenerlas, pues no asimilaba del todo que realmente tuviera entre mis dedos a la persona que me había ayudado a enfrentarme a mis fantasmas y que me había querido sin juzgarme; a quien me había enseñado el verdadero significado de amar y entregarse por completo.
Mis sollozos eran el único sonido que se escuchaba en todo el jardín, el resto era un silencio demoledor. Cuando terminamos, Stella cubrió su rostro con sus manos y se alejó casi corriendo hacia la clínica. Jason, por otro lado, apoyó sus rodillas en el suelo y permaneció mirando al árbol.
—Él... me dejó solo... —susurró, como si aún no pudiera creerlo—. Era todo lo que tenía... y ya no está.
Me acerqué despacio y lo abracé por la espalda lo más fuerte que pude. Comenzó a llorar desconsoladamente.
—Yo siempre supe que algo así pasaría, Bessie... —Casi no conseguía hablar—. Desde que Jimmy era pequeño siempre supe que un día lo intentaría de verdad o que sería un accidente. Pero sabía que pasaría... Yo solo quería tenerlo cerca, llevo años extrañándolo y queriendo que viviéramos juntos.
Tomó una bocanada de aire intentando aplacar su llanto.
—Debí venir a visitarlo muchas más veces y pasar más tiempo con él —continuó—. Solo quería trabajar y ahorrar dinero para darle una mejor vida. Cuando recibí la llamada no podía creerlo, me repetía una y otra vez que no había sido él... Era mi hermanito, Bessie, y cuando mamá se suicidó yo juré protegerlo... Esto también es mi culpa, soy un idiota incompetente.
Negué con la cabeza sin soltarlo, pero no conseguí hablar. No era su culpa, era culpa de todos. De la vida que había tenido y de las malas decisiones de sus padres.
No supe cuánto tiempo pasó hasta que Jason logró calmarse un poco y se levantó. Luego me miró a los ojos con ese tono azul tormentoso que compartía con su hermano cuando estaba triste o asustado.
—Tengo que darte algo —me dijo y sacó una hoja de papel doblada y un poco estrujada de su bolsillo—. Esta carta es para ti, estaba junto a la mía y a la de Stella en un cajón de su cuarto... Descuida, nadie la ha leído.
Me la entregó y yo asentí. Después entró a la clínica, dejándome sola junto al árbol.
Observé la carta en mis temblorosas manos. No sabía que también había dejado una para mí, ni tampoco sabía si sería capaz de leerla. No obstante, suspiré profundo y traté de recobrar fuerzas.
Necesitaba saber qué tenía para decirme y, quizás, cuáles habían sido sus motivos. No pude evitar sonreír al abrirla y ver su letra pequeña y dispareja.
Quizás no estaba lista aún para leer sus últimas palabras, pero tenía que hacerlo.
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