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Capítulo 31

Dedicado a GuadalupeMolina297

***

—¿Así que te gusta jugar con fuego, pequeña Bessie?

La voz chillona de Natalia hizo que me detuviera de repente y que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo.

—¿Qué dijiste? —pregunté.

Me volteé despacio, rezando por haber escuchado mal. Iba camino a mi habitación para estudiar con Jojo, y mi plan se vería frustrado, al parecer.

—¿De dónde te has sacado eso, Natalia?

—¿En serio me preguntas, cariño? Tú deberías saber mejor que nadie. ¿Acaso no fuiste tú quien se libró de sus amigos en un incendio?

Sus palabras me golpearon una a una. Me parecía estar soñando. Ella —precisamente ella— no podía haber descubierto mi mayor secreto... ¿o sí?

—¡Cállate, demente! —grité, sobresaltando a un par de chicas que pasaban cerca de nosotros—. ¡No tienes idea de lo que dices!

—¿Ah, no? Solo repito lo que dice tu expediente.

—¿Cómo carajos tú leíste mi expediente? —exigí con desesperación—. ¡Yo no hice nada de eso! ¡Es todo mentira!

—¿Lo es...?

Comenzó a acercárseme despacio con su mirada amenazadora. Eso no podía estarme ocurriendo. ¿Melissa habría vuelto a descuidar mi información? Habían pasado unos días tan calmados que mi esperanza de que todo se solucionaría había vuelto. ¿Por qué cada vez que pensaba que todo marchaba bien algo me arrastraba hasta el fondo?

—¿Qué diablos quieres, Natalia?

Sonrió y me acomodó un mechón de cabello tras la oreja.

—¿De ti? Nada. Solo quiero verte sufrir.

—¿Por qué? ¿Por qué te empeñas en molestarme? ¡Yo nunca te he hecho nada!

La impotencia me consumía y mis ojos escocían. No podía llorar frente a ella. No lo haría.

—Sí lo has hecho, pequeña Bessie, tu simple presencia me molesta. ¡Debiste quedarte en tu pueblucho!

—¿Y crees que yo quería venir? ¿Te parece que yo quería terminar encerrada en un maldito manicomio con gente como tú?

Soltó una risotada.

—¡Qué curioso! Hasta donde sé, tu noviecito lleva años en este lugar y no parece importarte. A mí me da igual si los mataste de verdad, si iniciaste un tiroteo o si quemaste una iglesia. Nunca me engañaste, de cualquier modo. Pero me pregunto qué pensarán los demás cuando sepan cuán peligrosa eres, tú que te haces la santa todo el tiempo. ¿Sabes qué? Creo que incluso yo te subestimé. Alguien capaz de quemar a sus mejores amigos no puede estar muy cuerdo que digamos.

Sus palabras calaron profundo dentro de mí. Trajeron de vuelta el dolor que pensaba que había logrado sepultar. Una lágrima se escurrió por mi mejilla.

Mis mejores amigos habían muerto sin que yo hubiera podido hacer nada al respecto y todos me culpaban por eso. ¿Cuánto más iba a sufrir y a pagar por un crimen que no había cometido? Era inocente y todas las personas que me importaban lo sabían.

Eso no podía seguir lastimándome. Ya era suficiente.

—La única loca aquí eres tú —respondí, armándome de valor—. Y ¿sabes qué? Adelante, ve y díselo a todos y que crean lo que quieran. Ya me da igual, y no puedo cambiar lo que ya pasó. Diviértete, Natalia, cuéntales que soy una asesina peligrosa. Quizás así dejen de verme como la Bessie aterrada que entró en este lugar.

Sequé mi rostro con el dorso de mi mano.

—A fin de cuentas —continué—, si lo haces no perderé nada que ya no haya perdido antes. Y sí me quedará la satisfacción de que tu tampoco ganarás nada si depende de mi sufrimiento. Me das lástima, Natalia.

Quedó desconcertada al escucharme. No esperaba que le respondiera de ese modo —ni siquiera yo lo esperaba—, pero esa carga ya se me estaba haciendo demasiado pesada y no caería en su juego retorcido.

Di media vuelta y comencé a caminar hacia mi habitación.

—Todas las flores se marchitan eventualmente, pequeña Bessie —dijo, en un último intento de perturbarme—, así que tu día llegará.

—Tienes razón —respondí sin voltearme—, mi día llegará, pero puedes estar segura de que no es hoy.

No me detuve a esperar una respuesta de su parte, continué hasta llegar.

Traté de ser lo más fuerte posible, pero estaba perturbada. A una parte de mí le aterraba pensar que los demás se enterarían. ¿Qué pasaría, entonces? La situación era un desastre y estaba segura de que Natalia lo haría.

Cerré la puerta del cuarto apenas entré. Al darme la vuelta, pateé una pila de libros que había en el suelo. No obstante, fue otro pequeño objeto que también rodó lo que llamó mi atención: la navaja suiza de Jojo.

—¿Qué diablos se supone que hace eso regado en la habitación, Jojo? —grité, enojada. Al parecer, no había sido suficiente con el episodio con la loca de Natalia, necesitaba una nueva preocupación—. ¿No se supone que lo mantendrías fuera de la vista?

—Lo siento —respondió ella, avergonzada. Se apresuró a tomarla y a guardarla en el fondo de uno de sus cajones—. Estaba buscando algo y no aparecía. Estaba a punto de devolverlo todo a su sitio. No te enojes.

—¿Y qué pasa si hubiera entrado Stella o alguien más? Estaríamos en serios problemas, ¿acaso no te das cuenta?

Asintió y bajó la cabeza; sabía que yo tenía toda la razón.

Seguí de largo entre todas sus cosas en el suelo y me lancé a mi cama. Clavé la vista en el techo blanco y suspiré con pesadez.

—¿Estás bien? —preguntó en un tono de voz muy bajo.

Era comprensible que estuviera preocupada, mi expresión debía revelar mis deseos de mandarlo todo al carajo en ese instante.

—Descuida, lo estaré —respondí.

No sentía ganas de hablar con nadie sobre lo de Natalia. Nada cambiaría lo que estaba a punto de ocurrir. Sin embargo, decidí que no derramaría ni siquiera una lágrima por eso. Ya lo había vivido antes; sobreviviría.

***

El día siguiente empezó con muy mal pie. Natalia lo había hecho, le había contado a todos la verdadera causa por la que yo había entrado a la clínica.

Esa mañana no hubo ni un solo rincón en el cual librarme de todas las miradas acusadoras, incluso la de Víctor. En ocasiones me parecía que no lograría resistirlo. Quería correr lejos y jamás tener que volver.

Estaba consciente de que tarde o temprano podían enterarse, pero lo hubiera dilatado el mayor tiempo posible. Me sentía como si estuviera en mi pueblo luego del incendio, y esa era mi propia versión del infierno.

Jimmy me dijo que olvidara todo eso y que, si nunca me había relacionado demasiado con nadie, no debía importarme en lo absoluto lo que pensaran de mí. Pero no era tan sencillo. Estaba cargando con algo que no había hecho y no se detenían a dudar mi culpabilidad ni por un segundo. Nadie me daba el beneficio de la duda. ¿Cómo podían pensar que era capaz de semejante atrocidad?

Cuando terminé las clases al mediodía, Stella entró al salón y me pidió que permaneciera allí. Esperé a que todos salieran. Jimmy me entregó una última mirada de preocupación antes de marcharse.

Ella cerró la puerta y caminó hasta mí. Se sentó en el pupitre de Jimmy y suspiró profundo. Lucía consternada y sorprendida. Quizás ya era hora de que comprendiera que Natalia no conocía los límites cuando se trataba de lastimar a las personas.

—¿Cómo te sientes, mi niña? —preguntó.

—No lo sé —respondí con desgano—, supongo que siempre supe que algo así podía pasar.

Apoyó su mano en mi hombro y lo apretó ligeramente.

—Recuerda que los momentos difíciles son los que nos demuestran cuán fuertes somos. Jimmy te mostró su árbol, ¿no es cierto?

Asentí y me sonrió con ternura.

—Pues piensa que ustedes son más parecidos a él de lo que creen. No importa lo mucho que sufran o lo duro que sea el camino, siempre se levantarán más resistentes que el día anterior. Todo esto también pasará, y sé que algún día encontrarás la forma de demostrar que tú no tuviste nada que ver con lo que les ocurrió a tus amigos. No dejes que esta situación te haga perder todo el progreso que has tenido durante estos meses, te ha costado mucho llegar hasta este punto.

—Lo sé —susurré. Mis ojos se humedecieron con todas las lágrimas que había estado conteniendo desde el día anterior—. Solo... duele.

Y entonces no pude evitarlo y rompí en sollozos.

—Eso es —dijo—, déjalo salir...

Se levantó y me tomó por la mano hasta envolverme en sus brazos y dejarme llorar en su pecho. La abracé con fuerza y nos mantuvimos ahí por un largo rato.

Todos los sucesos tristes que había vivido me golpearon, parecía que habían vuelto para quedarse. No contuve mis lágrimas, las dejé fluir hasta que sentí que todo dejó de doler, al menos un poco. Lo necesitaba.

Esa tarde llamé a casa buscando consuelo en mi familia, y a lo mejor fue un grave error. Omití lo que había ocurrido en la clínica, pero me atreví a preguntarle sobre Nancy, la madre de Beth. Ella solía ser como mi segunda mamá luego de Elisa, por eso se sintió tan mal saber que había sido noticia en nuestro pueblo en varias ocasiones.

Había dejado su trabajo y todos decían que estaba perdiendo la cabeza. Lo único que hacía era llorar y gritarles a las personas. Seguía obsesionada con el incendio y quería que la policía reabriera el caso.

Pensé mucho en Beth y en cuánto me hubiera gustado estar ahí para consolar a Nancy y compartir su dolor. Era imposible, ella creía que era mi culpa y probablemente deseaba verme muerta.

Tampoco sabía qué pasaría conmigo si la policía reabría el caso. Quizás se probaría mi inocencia de una vez por todas. O quizás solo se avivaría el odio de todos los involucrados contra mí. Eso no era lo que más me importaba en ese instante, de cualquier modo, sino la salud de Nancy. Me peguntaba si en algún momento lograría pasar página y continuar su vida.

A veces me sentía demasiado egoísta por intentar hacerlo, por tratar de conciliar la paz y de tener un nuevo comienzo. Pero estaba segura de que Beth lo hubiera querido así. Donde quiera que estuviera, ella sabía que no había sido mi culpa y que yo la amaba.

Aunque no estaba segura de si el resto del mundo me perdonaría alguna vez por querer ser feliz. ¿Acaso no lo merecía?

***

—¡Beth!

Desperté empapada de sudor y entre sollozos. Había tenido una pesadilla horrenda con ella y la noche del incendio. Y también involucraba a Jimmy.

Me senté en la cama y apreté mis rodillas contra mi pecho. No lograba controlar mis lágrimas. Jojo permanecía dormida y no quise despertarla. Miré el reloj y vi que faltaba muy poco para la media noche.

¿Por qué me pasaban esas cosas? Era demasiado para poder soportarlo. Beth era especial, no merecía nada de lo que le había ocurrido.

Mi mente estaba nublada y una única idea daba vueltas una y otra vez en mi cabeza: Jimmy. Había sido solo una pesadilla, pero necesitaba verlo y saber que estaba bien. Necesitaba abrazarlo y tener la certeza de que no le ocurriría lo mismo que a Beth.

Limpié mi rostro con la manga del pijama y me levanté despacio. Tomé mi abrigo y salí al pasillo sin pensarlo dos veces. No había ningún profesor afuera, así que corrí con cautela hacia las escaleras.

Cuando llegué arriba, había uno haciendo su ronda. Permanecí oculta y en silencio hasta que se alejó en dirección contraria al pasillo de Jimmy. Volví a correr sin detenerme hasta llegar a su puerta.

Toqué suavemente e imploré que me escuchara. Si me veían ahí fuera estaría en serios problemas, y el profesor de guardia no tardaría en regresar.

«Despierta, por favor», rogué mentalmente y toqué una vez más tratando de hacer el menor ruido posible.

Comencé a desesperarme y me dispuse a tocar por tercera vez. La puerta se abrió justo antes de que lo hiciera.

—¿Bessie? —susurró Jimmy con desconcierto.

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