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Capítulo 25

Dedicado a BrandyCamilaGoos

***

Pasé varias horas esperando que llegaran las doce. Estaba muy ansiosa cuando finalmente el reloj de Jojo las marcó.

Nick no me había contado de qué iba su plan, pero dudaba que lograra animarme. Solo podía pensar en los días que llevaba sin ver a Jimmy y en lo mucho que él estaría sufriendo internado allá. Tenía grabada en mi mente la imagen de sus heridas y de las correas que lo ataban a la cama. Era imposible olvidar algo así.

Jojo estaba dormida y yo esperaba que permaneciera así. No quería preocuparla, así que no le había contado nada.

La impaciencia me consumía y decidí asomarme a ver si Nick andaba cerca. Justo cuando abrí la puerta, se coló dentro de mi habitación de repente. Me sobresalté mucho, pero cerré rápido sin hacer ruido. Comenzó a hacerme gestos para que me mantuviera en silencio. Supuse que el encargado de la guardia andaba cerca.

—¿Estás loco? —susurré—. Casi me matas de un infarto.

—¿En serio? Pensaba que era yo el que tenía ese tipo de problemas.

Lo miré con cara de «¿Qué mierda dices?» y lo único que logré fue hacerlo reír en silencio.

—Lo siento, era broma, ¿ya estás lista? —Me miró de arriba a abajo—. Así te vas a congelar afuera.

¿Afuera? No sabía que su plan incluyera salir al exterior. Al mirarlo bien, noté que era bastante obvio. Estaba cubierto de pies a cabeza.

—¿Qué diablos piensas hacer? —musité y miré a Jojo, no quería que despertara—. ¿Quieres que salgamos a esta hora?

—Vamos, estamos perdiendo el tiempo, afuera te explico. ¿Por qué tienes la luz encendida? Si esa chica despierta podría ser un problema.

—Eh... descuida, tiene el sueño ridículamente pesado y, además, siempre dormimos así.

Me miró con algo de sorpresa, pero no dijo nada al respecto. Si bien sabía que debía parecer raro que durmiéramos tan iluminadas, esa no era mi mayor preocupación en ese momento.

—Nick, esto es un error, tú ni deberías estar aquí a esta hora.

—Shhh, confía en mí.

Me apresuré cubriéndome mejor. Seguía creyendo que todo eso era una locura con letras mayúsculas.

Asomó la cabeza despacio y, luego de ver que el pasillo estaba despejado, me tomó de la mano libre y comenzamos a correr hacia las escaleras del modo más discreto posible. Estaríamos en serios problemas si alguien nos atrapaba, así que rezaba porque nadie nos viera.

Al llegar al primer piso, seguimos esquivando a los profesores que estaban de guardia mientras hacían sus rondas. Cada vez sentía más curiosidad, no tenía idea de hacia dónde nos dirigíamos. Tomamos un pasillo en el que nunca había estado —ni sabía que existía, de hecho— y nos detuvimos frente a una puerta. Sacó una llave de su bolsillo y la introdujo en la cerradura.

—¿Qué lugar es este? —pregunté lo más bajo que podía.

—Era el antiguo cuarto de mantenimiento, ya casi nadie lo usa. Digamos que eso lo hace un lugar bastante privado.

Abrió la puerta y encendió la luz. Cerró de nuevo cuando entramos. Era un cuartico que solo tenía un viejo sofá y un escritorio vacío en una esquina. Algunos utensilios de limpieza y herramientas de trabajo estaban esparcidos por todo el suelo.

—¿Y cómo es que tienes una llave? —cuestioné.

—Todos los trabajadores del manicomio tienen una. Esta es de cierta manera la salida de emergencia del edificio. —Señaló las ventanas de la habitación—. Son las únicas ventanas que no están enrejadas, para usarlas en caso de que las salidas estén bloqueadas y sea necesario evacuar. Dan a la parte trasera del jardín.

—Tú no trabajas aquí, ¿cómo es que conseguiste esa llave?

—Bessie Boop, tengo «demasiado» tiempo libre en este jodido lugar...

Sonrió con malicia.

—¿Y te lo pasas robando llaves?

—Créeme, la dueña de esta llave ni notará su ausencia. Además, no la robé, la tomé prestada para esta noche.

—¿Y cuál es tu brillante plan? ¿Salir al jardín?

Me miró con incredulidad.

—No pensé que me subestimaras tanto. Esta noche —imitó un redoble de baterías con sus manos y su boca—, nos vamos a la mierda de este lugar.

—¿Qué? —pregunté más alto de lo que pretendía.

No podía estar hablando en serio, era imposible escapar de allí y, en caso de que hubiera alguna posibilidad, yo no podía estar afuera de noche. El pecho se me oprimió solo de pensarlo.

—Estás de broma, ¿no? No hay manera de salir de aquí.

—Créeme, sí la hay.

—No, no la hay —repliqué, a punto de entrar en pánico—. Y está oscuro afuera, no puedo—

—Bessie Boop —me interrumpió—. Primero, sí es posible salir de este lugar sin que nadie lo note. Segundo, el manicomio está en el medio de la ciudad, no de un jodido bosque. Ni notarás que es de noche, existe algo llamado «alumbrado público».

Su tono irónico me molestó. Él no tenía idea de cuánto había sufrido en la vida a causa de mi temor a la oscuridad. No podía exponerme más de la cuenta y arriesgarme a perder todo mi avance.

No podía hacerlo.

—Tú no lo entiendes —dije—, yo... yo no puedo hacerlo. Es una locura.

—Sí, quizás lo sea, pero es tu mejor oportunidad de mandar al carajo toda esa tristeza y de tener una experiencia única en la vida —apuntó, como si fuera lo más obvio del mundo—. Además, casi estás curada de tu nictofobia, eso no será un problema.

—Nick —lo miré con escepticismo—, ¿cómo diablos tú sabes eso?

Jamás le había mencionado nada referente a mi fobia o a mis ataques de pánico.

—Pues... es que... —dijo, arrastrando las palabras, como si hubiera hablado de más. Se pasó la mano por el cabello y me evitó con la mirada—. Es una historia un poco larga.

—Hazme la versión corta, ¿quién te lo contó? Casi nadie aquí lo sabe.

—Nadie me lo contó, Bessie Boop —admitió finalmente—. Yo... leí parte de tu expediente y tu evaluación psiquiátrica. No fue a propósito, lo juro.

—¿En serio? —pregunté con enojo—. ¿Por qué hiciste eso? No tenías derecho a invadir así mi privacidad, «nadie» tiene derecho a invadir así mi privacidad.

—Lo sé, lo siento, fue solo curiosidad. Estaba en la consulta de Melissa y se le presentó un inconveniente y me dejó allí. Había un expediente sobre el escritorio, de una chica llamada Harriet, y un cuaderno con las notas de Melissa sobre ella. Estaba aburrido y no tenía idea de que era el tuyo, así que comencé a hojearlo. Luego ella me dijo que tú habías sido la última en pasar por la consulta ese día y comencé a atar cabos en mi cabeza, lo siento.

Solté un bufido.

—No puedo creerlo, ¿cómo pudo ser tan descuidada de dejar toda mi información al alcance de cualquiera? Y tú no debiste hacerlo, eso está mal y—

Interrumpí mis propias palabras. Me tomó un momento recordar un detalle que él mismo había mencionado esa misma tarde en el jardín.

—Espera, tú no te consultas con Melissa, ella no es tu psiquiatra. Tú te consultas con un hombre. ¿Qué diablos estabas haciendo allí, Nick? Dios, no me digas que...

Sonrió con malicia, confirmando mis sospechas.

—Ups...

—¿Hablas en serio? —exclamé con incredulidad—. ¿Tienes algo con Melissa?

—Eh... no tengo «algo» con Melissa, digamos que solo nos divertimos juntos. ¿Qué puedo decir? Soy irresistible.

Soltó una risotada y lo miré con cara de querer asesinarlo. No podía creerlo, jamás se me hubiera ocurrido. Eso explicaba muchas cosas: lo del cuarto en el que estábamos, lo de la llave, la mirada extraña de Melissa al vernos juntos.

—Oh, Dios —dije—, no lo puedo creer. ¡Jamás lograré mirarla de la misma manera!

—¿Qué te ocurre, Bessie Boop? Ambos somos adultos y ella, además de psiquiatra, también es mujer. Yo no soy su paciente, así que técnicamente no está violando ninguna regla.

—¡Ella está casada, Nicholas! ¡Tiene hijos y una familia!

—Sí, sí, lo sé —respondió sin inmutarse—. Tiene varias fotos sobre su escritorio que lo recuerdan. Pero ¿qué hay con eso? No es mi culpa si su matrimonio la hace infeliz. Además, eso pasa todos los días en todas partes del mundo. No es la primera ni será la última esposa infiel. Olvídalo, ¿vale?

No entendía cómo era capaz de no sentir ni una gota de remordimiento. Aunque, en parte, tenía razón; no era solo su culpa.

Me preguntaba cómo miraría a Melissa a partir de ese momento.

—Diablos, ¡preferiría nunca haber sabido eso! —admití.

Caminé alrededor de la habitación tratando de alejar todos los pensamientos relacionados con ese tema. Supuse que fingiría que jamás lo había escuchado. Esa era la única opción que me quedaba.

Luego de un instante, me detuve frente a él y le hablé una vez más:

—Bueno, al parecer, ya lo sabes todo sobre mí, ¿no es cierto?

—Sí, en serio lo siento, pero lo sé todo. De tu madre, del incendio, de tu amiga, del juicio...

—¿Y bien? —cuestioné con inseguridad—. ¿Tú también piensas que soy una asesina y que lo del incendio fue mi culpa? ¿Vas a juzgarme como los demás?

Me volteé, no quería ver su expresión. Estaba acostumbrada a ese tipo de reacción de desprecio cuando las personas sabían sobre mi pasado.

Permaneció un momento en silencio. Después me tomó con delicadeza por la barbilla y me hizo mirarlo a los ojos.

—Bessie Boop —dijo en un tono bajo y dulce—, por supuesto que tú no eres una asesina. Yo no tengo dudas sobre eso, nunca las tendría. Y, a juzgar por lo que leí, Melissa tampoco las tiene, si eso te hace sentirte mejor.

—¿Y cómo estás tan seguro? ¿Qué te hace pensar que no soy tan peligrosa como dicen todos y que no pude haberlo hecho de verdad?

Bufó al escucharme.

—Yo sé que no eres una asesina porque te he mirado a los ojos. Ellos dicen mucho más que cualquier documento, cualquier juicio, o cualquier otra mierda que hayan hecho en tu pueblo para hacerle creer a todos que fue tu culpa, te lo aseguro.

Suspiré profundo al escucharlo. Me conmovió que alguien que me conocía tan poco creyera en mí sin juzgarme, algo que ni siquiera los que me habían visto crecer habían hecho.

—Y ¿sabes qué más he visto en tus ojos? —volvió a decir y yo hice un gesto negativo—. Pues he visto una enorme tristeza, déjame ayudarte con eso, por favor.

—Lo siento, Nick. A menos que puedas sacar a Jimmy del ala C, no creo que nada pueda ayudarme.

Bajé la mirada. Le agradecía su preocupación, pero mi dolor no iría a ninguna parte hasta que volviera a ver a Jimmy sano y salvo.

—Ojalá pudiera —aseguró—, por él y por ti, por verte feliz. Ya que no puedo hacer nada por él, déjame hacerlo por ti. Salir de esta jodida prisión un rato te hará bien, ya sabes, respirar otro aire. Te lo aseguro.

—Esta prisión es mi hogar ahora. Escapar no solucionará nada y, descontando el gran lío en el que estaremos si alguien nos atrapa, no puedo hacerlo... Tengo miedo.

—Tú no perteneces aquí, deja de ser dramática. Cuanto antes lo entiendas, mejor será. Además, nadie va a atraparnos, estoy planeando los detalles de esto desde el día en que llegué. Siempre he sentido aversión por las reglas, no sabes el subidón que me da romperlas. Pensaba hacerlo solo, pero se me ocurrió que contigo puede ser mucho más divertido. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo así de arriesgado, eh?

Me sonrió y lo miré reprimiendo una sonrisa. En realidad, podía contar con los dedos de una mano las veces que me había saltado las normas.

—Vamos, todo saldrá perfecto. Mi plan está demasiado bien calculado para fallar, y ellos no son tan listos como creen.

—A lo mejor tú tampoco —repliqué con sarcasmo.

—Puede ser... —respondió con una sonrisa ladeada—. Si fuera tan listo no haría ni la mitad de las cosas que hago a diario. Sé que no me conducirán a ningún lugar y las sigo haciendo, de cualquier modo.

—¿De qué mierda hablas, Nicholas? ¿El tratamiento te está matando neuronas, acaso?

—Olvídalo, no lo entenderías. —Abrió una ventana y miró hacia afuera. Salió despacio y me extendió una mano—. Ven aquí y déjame hacer mi trabajo de «mejor amigo genial que cualquier chica quiere tener». Yo te protegeré siempre, lo juro. Confía en mí.

Miré su mano un instante y dudé en hacerlo. Algo mucho más fuerte me hizo tomarla. Necesitaba olvidar la realidad y sentirme mejor de alguna forma —aunque esa estuviera lejos de ser la indicada.

Finalmente, salí con su ayuda y planté los pies en la nieve. El viento frío me golpeó en el rostro. Tenía tanto miedo que no podía pensar en más nada.

La reja no estaba demasiado lejos, unos veinte metros nos separaban de ella. No había ningún guardia en esa área, pero era cuestión de tiempo que alguno hiciera una ronda por ahí. Sin soltar mi mano, comenzó a guiarme y corrimos entre los árboles.

Y entonces pensé que todo se iría a la mierda.

Toda la adrenalina del momento se disipó al verme frente a la enorme barrera que debíamos saltar. Jamás lo lograría con el yeso en mi mano. Debíamos regresar, no había otra opción y estaba aterrada.

No obstante, no me dio tiempo a pensar. Me cargó por la cintura impulsándome hacia arriba. No me quedó más remedio que sostenerme con fuerza y apoyar mis pies para intentar subir. El hierro estaba resbaladizo a causa del clima, pero con su ayuda desde abajo logré impulsarme hasta el otro lado. No podía creerlo cuando me vi afuera.

Luego trepó y saltó con facilidad, como si se hubiera dedicado a eso toda su vida. No paraba de sorprenderme.

Corrimos un poco más en la calle, hasta alejarnos un par de cuadras de la clínica. Algunas personas se nos quedaron mirando con desconcierto. Supuse que al correr de esa forma parecíamos dos fugitivos de la justicia —y lo éramos, de algún modo—. Mi corazón latía tan fuerte que parecía que fuera a salirse de mi pecho, pero tenía que reconocer que eso había sido lo más emocionante que había hecho en mi vida.

«Chúpate esa, Gibson —me burlé mentalmente—, acabo de escaparme de tu distinguido y perfecto manicomio».

Al menos por esa noche, volvería a ser libre.

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