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Capítulo 22

Dedicado a @candelanoriega588

***

Permanecí alrededor de una hora llorando mis penas en silencio, hasta que una voz familiar me sobresaltó:

—No creo que llorar sea la mejor opción, Bessie Boop.

—¿Nick? —Traté de secarme el rostro con rapidez y evité mirarlo. Detestaba que me vieran en ese estado—. ¿Qué haces aquí?

—Diría que vine a consolarte, pero estaría mintiendo. Odio estar encerrado ahí dentro y el jardín es lo más parecido a la libertad que hay en este jodido manicomio.

Se encogió de hombros y yo asentí. En eso tenía razón.

—¿Por qué lloras, eh? —preguntó.

—¿Estás de broma? Me parece que sabes bien lo que ocurrió.

—Venga... —dijo, como si no lo creyera—. Eso fue un malentendido con Hendrix, pronto lo resolverán.

Se sentó a mi lado en la nieve.

—No estoy tan segura. —Suspiré profundo—. Supongo que no es solo por la discusión, sino porque me siento mal. No sé por qué aún tiene secretos conmigo. Soy su novia, ¿no? ¿No se supone que debe confiar en mí?

—En teoría, sí. En la práctica, es diferente. Todos tenemos nuestros propios demonios y en ocasiones no queremos que los demás carguen con ellos, en especial las personas que nos importan. Además, todo en la vida tiene solución. No deberías conformarte con llorar, sino hacer algo al respecto.

—Pero ¿qué más puedo hacer, Nick? No estoy segura de que lo nuestro tenga solución, no si sigue mintiéndome y ocultándome cosas. ¿Y cómo es que tú sabes sobre él? ¿Te contó qué le ocurre?

—¿Contarme? —bufó—. No lo creo. Esta no es la primera vez que él y yo nos vemos. Nosotros asistimos a la misma escuela hace algunos años, aunque solo nos conocíamos de vista porque él era más pequeño y yo ya estaba en el último curso.

Eso explicaba la reacción tan extraña de Jimmy la primera vez que lo había visto; él lo conocía. De cualquier modo, todavía faltaba la pieza más importante del puzle: el motivo de tanto misterio.

—¿Y qué pasó con él? —pregunté con angustia—. ¿Qué es eso que lo perturba tanto?

—Lo siento, Bessie Boop, no me corresponde a mí decírtelo. No seas demasiado dura con él, dale tiempo. Hay cosas difíciles de contar.

—Es que no puedo ayudarlo si no es sincero conmigo. Es difícil confiar en él si levanta ese muro a su alrededor. Yo lo entiendo hasta cierto punto, hay cosas sobre mi pasado que preferiría olvidar, pero no interfieren con nuestra relación.

—En realidad, creo que todos hemos pasado por momentos que preferiríamos olvidar. Esos también son parte de nosotros, no podemos borrarlos. Además, si te detienes a pensarlo, la mayor parte de las personas en este lugar terminaron aquí porque tuvieron una vida de mierda, no solo ustedes dos.

Suspiré profundo y traté de controlar mis ansias y mi impotencia.

Tenía razón, casi todos en la clínica habíamos pasado algún suceso traumático que nos había llevado a estar encerrados ahí. Conocía los motivos de Víctor, de Natalia, los de Jojo, incluso yo tenía los míos. Pero no lograba descifrar los de Jimmy, no lograba leerlo. No obstante, la curiosidad me asaltó por una razón totalmente diferente.

—Nick, tú... ¿Tú también viniste aquí porque tuviste una infancia difícil?

—¿Yo? —Resopló con diversión—. Diablos, no, por eso dije la mayor parte. Mi historia es diferente a la de los demás en este lugar. De hecho, mi infancia y mi adolescencia fueron geniales, no tengo nada de qué quejarme.

—¿Y por qué viniste aquí? Tú eres quizás la persona menos trastornada que conozco, no entiendo por qué estás encerrado aquí con todos nosotros.

No tenía planeado preguntarle algo así. Sin embargo, él no parecía ser de las personas que se avergonzaban de sí mismos o que ocultaban secretos como Jimmy. O como yo.

—Eh... incluso resulta gracioso. Mis padres me metieron aquí porque consideran que «soy imprudente y puedo llegar a ser peligroso para mí mismo», y que por eso estoy mejor bajo la supervisión de los profesionales a tiempo completo. No quiero cabrearlos aún más, por eso no me resistí ni me he marchado, aunque soy mayor de edad y podría hacerlo en cualquier momento.

—¿En serio? —pregunté con escepticismo—. Tú... ¿te has dañado?

—No exactamente, ni tampoco a propósito. Eso sí, debo reconocer que he hecho un par de estupideces que me han costado bastante, y que podían haber tenido consecuencias peores teniendo en cuenta mi estado de salud. Supongo que me lo merezco por ser un imbécil.

—¿Teniendo en cuenta tu estado de salud? ¿Estás enfermo?

Sonrió, pero su gesto no le llegó a los ojos.

Cierto temor me invadió de que estuviera enfermo de gravedad o de que pudiera morir. Todo lo relacionado con la muerte me aterraba.

—Esa es una pregunta complicada de responder —dijo—. No estoy enfermo, pero tampoco estoy bien del todo. Depende de cómo veas el hecho de vivir gracias a un corazón ajeno.

—¿Qué?

Volvió a sonreír al ver mi cara de confusión.

—Me trasplantaron el corazón, Bessie Boop. Ya sabes, en un salón de operaciones con cirujanos y eso.

Lo empujé por el hombro al ver que había comenzado a burlarse de mí. Soltó una carcajada.

—Ya sé cómo funcionan las cirugías. No lo hubiera imaginado nunca, te ves tan...

—¿Vivo? —me interrumpió entre risas.

—¡Nicholas, deja de bromear! Me refería a que no luces como alguien enfermo ni nada parecido. ¿Por eso vomitaste el primer día?

—Eh... pudiera decirse que tiene algo que ver.

—¿Y qué le pasó a tu corazón? ¿Naciste con problemas cardíacos?

—Algo así. Me tocó cargar con la maldición de mi familia paterna —dijo con pesadumbre—, una Cardiopatía Hipertrófica que se ha cargado a una gran parte de los Renard antes de los cincuenta años. No suele manifestarse hasta después de la adolescencia, así que yo era un niño aparentemente saludable. Mis padres mantenían la esperanza de que quizás había tenido mucha suerte y que no lo tendría.

—¿Cómo descubrieron que la tenías, entonces?

—Fue bastante sencillo, tuve un ataque al corazón que casi me mata.

—Oh —susurré con sorpresa—. Dios, debió ser terrible. ¿Estabas sano un día y al otro casi mueres?

—No —confesó y bajó la mirada—. Fue una sorpresa para los demás, pero no para mí.

—¿Lo sabías?

Asintió sin mirarme. Abrí mucho los ojos ante su confesión.

—Una parte de mí siempre supo que no había sido tan afortunado y que también estaba condenado a padecer como mi padre y como mi difunto abuelo. Lo sabía. Cada vez que me esforzaba un poco me faltaba el aire y me sentía agotado. Pero fui tan imbécil que decidí no contárselo a nadie.

—Quizás eso hubiera marcado la diferencia.

—¿Crees que no lo sé? Cada día lo pienso. —Suspiró profundo—. No era tan fácil, ¿sabes? Crecí viendo a mi padre sufrir con la enfermedad y sé que su vida no será demasiado larga. Era tan estúpido que pensaba que, si lo ocultaba de todos, tendría más tiempo. No quería renunciar a mi vida de fiestas hasta el amanecer, alcohol y diversión. No quería cambiarla por una llena de hospitales y medicamentos. Supongo que así de duro me golpeó el karma.

Me miró y sonrió con amargura. Había arrepentimiento y tristeza tanto en su mirada como en sus palabras.

—Todo se fue a la mierda una madrugada mientras regresaba a casa en mi motocicleta. Había tomado bastante, supongo que eso influyó también. Sentí un fuerte dolor en el pecho y perdí el control de la moto. Terminé tirado en medio de la carretera. Tuve mucha suerte de que un conductor me viera y me llevara rápido al hospital. Fue casi un milagro que lograra sobrevivir ese día, pero los problemas estaban muy lejos de terminar. Ahí comenzó todo.

Suspiró profundo.

—El área del infarto fue muy extensa —continuó—, me causó una insuficiencia cardíaca severa. Necesitaba un trasplante con urgencia, mi corazón podía detenerse en cualquier momento. Para el trasplante había una fila enorme, no hay muchos donantes y sí muchas personas que lo necesitan. Tenía solo un pequeño porciento de probabilidades de tener un órgano compatible a tiempo.

Ni siquiera era capaz de imaginar lo que él había sentido. O su familia, ellos también debían estar devastados.

—¿Y dónde apareció el donante?

—No apareció. De hecho, siempre estuvo ahí —respondió con tristeza.

—No comprendo.

—La madrugada en que todo ocurrió, mientras trataban de salvarme, en la sala de al lado una chica luchaba por sobrevivir a un accidente de auto. Su nombre era Samantha, o Sammy, como la llamaban sus padres. Nuestras madres se conocieron y se dieron apoyo en el salón de espera. Ambos sobrevivimos, Bessie Boop, pero ella nunca más despertó.

—¿No? —pregunté con escepticismo—. ¿No dices que sobrevivió?

—Muerte cerebral —afirmó en un tono de voz bajo y miró al suelo—. Su cuerpo sobrevivió, pero su cerebro no, así que es como si hubiera muerto... Apenas me estabilicé un poco, mi madre me llevó a conocerlas a ella y a su madre. Como no podía irme del hospital, comencé a pasar mucho tiempo en su cuarto, incluso cuando no había más nadie. Y le hablaba, aunque sabía que no podía escucharme.

Noté que sus ojos se humedecieron ligeramente y tomé su mano. No debía ser nada sencillo recordar esos momentos.

—Es raro, comencé a verla como si fuéramos amigos de toda la vida, y ni siquiera la vi hablar o abrir los ojos una vez. Estaba tan atrapada en ese sitio como yo, en ese limbo del que sabía que no saldría con vida. A ella le contaba lo que no podía decirle a mi familia o a mis amigos, lo mucho que me dolía saber que iba a morirme con dieciocho años y con un millón de cosas por hacer todavía, lo acojonante que era todo... Lo que más deseaba con todas mis fuerzas era verla despertar, conocerla, aun sabiendo que me quedaba muy poco tiempo.

—Lo siento... —susurré.

Negó con la cabeza y esbozó una sonrisa casi imperceptible.

—No lo sientas, no había manera, ella no regresaría. Cuando mi corazón falló, tampoco había modo de detenerlo. Mi hora había llegado.

Mi piel se erizó al escucharlo.

—Sin embargo, las cosas no pasaron como yo esperaba. Nadie me había dicho nada para no emocionarme en vano, pero llevaban algún tiempo realizándome estudios y también a Sammy para saber si su corazón era compatible conmigo. Sus padres habían decidido donármelo... Ellos ya habían perdido la esperanza y decidieron salvarme. La sacrificaron por mi culpa...

—¿Qué? ¿Cómo puedes decir eso? —Apreté su mano con más fuerza—. Ella no iba a despertar, Nick, ellos lo sabían. Tú sí tenías una vida por delante.

—Ella era una chica genial, estoy seguro. Merecía más que yo esa oportunidad.

—Nick, tú también merecías vivir, claro que lo merecías, deja de torturarte con eso. —Di un par de palmaditas en su espalda y lo observé un instante. Había algo que no me quedaba claro—. Sigo sin entender por qué viniste a parar aquí.

—Pues... ser trasplantado me da la posibilidad de seguir viviendo, pero ya nada es como antes. El corazón que me mantiene vivo no es mío, mi cuerpo siempre lo detectará como una amenaza. Por eso tengo que tomar inmunosupresores de por vida, medicamentos que impiden que le haga rechazo al órgano nuevo. Tienen muchos efectos colaterales y me hacen propenso a enfermar. Debo tener un estilo de vida saludable y mantenerme lejos de todos los vicios y focos de enfermedades.

—Es decir, ya no puedes hacer nada de lo que solías hacer.

—No exactamente, luego de que pasé los primeros meses volví poco a poco a mi vida habitual, con algunas restricciones, claro. El primer año es difícil y decisivo en cuanto a la supervivencia, nada aseguraba que el trasplante sería efectivo. Después de pasarlo y ver que todo marchaba bien, me relajé. Pensé que ya no necesitaba tanto rigor para mantenerme estable y comencé a saltarme algunas reglas, a pesar de la insistencia de mis padres.

—¿Por eso te enviaron aquí?

—Me enviaron al hospital, en realidad. En muy poco tiempo comencé a hacerle rechazo al corazón de Sammy. Mis padres y mi doctor principal se cabrearon conmigo y decidieron que debía venir aquí. Además, una psicóloga dijo que estoy deprimido por mi condición. Es una estupidez, nunca me he sentido mal después del trasplante, pero su evaluación ayudó a que Gibson me dejara entrar aquí, donde tengo más ojos de la cuenta encima.

—Pues —me aclaré la garganta y elevé las cejas—, creo que entiendo sus motivos para hacerlo, Nicholas.

—Yo no quería venir, pero no los culpo por no dejarme opción. Sé que estuvo mal, me puse en riesgo y casi hago que todo el sacrificio de Sammy y de sus padres haya sido en vano. Supongo que deben estar decepcionados por mi culpa.

—No lo creo, Nick, si fueron capaces de salvar tu vida no creo que se vayan a decepcionar o a odiarte, deben ser personas llenas de amor. Lo que importa es que has aprendido la lección, ahora solo tienes que demostrarles a todos que eres responsable y que puedes cuidar de ti mismo.

—Eso intento —admitió—, y despierto cada día pensando en que no debo hacer sufrir a mis padres de nuevo. Yo los amo, pero los he dañado mucho, aunque no fuera mi intención. Sé que no soy perfecto, nadie lo es.

Me miró a los ojos y en esa ocasión fue él quien sostuvo mi mano y la apretó.

—Ellos no han dejado de quererme ni un poco a pesar de eso, todo lo contrario. Quizás no lo merezco, pero cada vez que los he necesitado han estado ahí para mí y han esperado pacientemente, aunque he llegado a ser muy duro con ellos. Eso es lo que hacemos con nuestros seres queridos, Bessie Boop, tratar de comprenderlos y esperar.

—¿Por qué siento que ya no estás hablando de tus padres? —pregunté.

—Diablos, Elizabeth, ¿siempre eres tan aguafiestas?

Ambos reímos. Luego me levanté y puse mi mano libre sobre su hombro.

—Gracias por hacerme compañía y por contarme tu historia —dije con sinceridad—. Me alegra mucho que estés aquí, ¿sabes? Sin importar todas las tonterías que hayas hecho en el pasado, eres una buena persona, Nick.

—Sí, sí, ya sé que soy un tipo genial —respondió en un tono divertido—, por eso todos me aman.

—Uf, y también «muy» modesto.

Me despedí de él con una última sonrisa y comencé a caminar hacia la clínica.

Me resultaba increíble lo que me había contado. Jamás hubiera podido imaginar que alguien tan despreocupado en apariencia tuviera semejante historia, pero me alegraba haberla escuchado. Una vez más, mis problemas lucían diminutos comparados con los de otras personas. Sentía que era una egoísta.

Debía dejar de pensar tanto en mi sufrimiento y acercarme más a los demás, comprender que cada cual tenía sus propias batallas. No había dejado de reclamarle a Jimmy su verdad, y ni siquiera le había contado todo sobre mí. Si aún no estaba listo para abrirse conmigo, debía comprenderlo y demostrarle cuánto lo quería. Nick tenía razón, eso era lo que debíamos hacer con las personas que amábamos: apoyarlos sin condición.

Eso era justo lo que haría con Jimmy.

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