Capítulo 11
Dedicado a PanConLeche16
***
Trataba de concentrarme en Jimmy mientras caminábamos hacia la biblioteca, pero se me hacía bastante difícil. Mantuve los ojos cerrados durante casi todo el camino; no podía siquiera pensar en lo que hacía. No encontraba ninguna explicación lógica a por qué había aceptado salir de mi habitación de noche.
Todo cuanto podía recordar era la expresión en su rostro al pedírmelo y tomar mis manos. Aunque me debía una disculpa, no lograba estar enojada con él.
No hablamos ni una palabra en el trayecto, todo cuanto hice fue temblar y desear correr hacia mi cuarto. Al parecer, lo notó y sostuvo mi mano con firmeza. A pesar de toda mi ansiedad y el miedo tan enorme que sentía, su presencia me transmitía cierta confianza.
La biblioteca estaba bien iluminada, justo como él había dicho. De igual modo, no me atrevía a mirar en dirección a las ventanas. El simple hecho de imaginar la oscuridad fuera de ellas me hacía estremecerme en la silla. Me tomó alrededor de cinco minutos normalizar mi respiración. Saber que fuera de mi habitación estaba expuesta e indefensa no me permitía calmarme del todo.
—¿Estás bien? —preguntó, expectante.
Asentí con algo de dificultad.
—¿Qué... qué querías decirme? —pregunté, intentando distraer mi mente.
—Bessie —suspiró profundo—, siento como me comporté contigo ayer. Tenía mucho dándome vueltas en la cabeza, y nada de eso es tu culpa. En serio, lo siento.
—Descuida, ya lo había olvidado. —La culpabilidad en su rostro me indicaba que estaba siendo sincero y no le dije más nada al respecto. No quería hacerlo sentirse peor—. ¿Por qué faltaste a clases hoy? Me sorprendió que no fueras.
Su expresión cambió por completo, lucía nervioso e inquieto. Supe entonces que acababa de acertar con mi pregunta. Decidí soltarlo todo de una vez para aclarar mis dudas:
—Natalia dijo que hoy es el cumpleaños de Ana. ¿Quién es esa chica, Jimmy? ¿Qué ocurrió con ella? ¿Era tu novia, o... aún lo es?
—¿Qué? —Se sorprendió—. ¿Natalia dijo eso también?
—No, no exactamente, pero... ¿lo es?
Bajé la cabeza y comencé a jugar con la costura de mi blusa. No sabía por qué hablar de esa chica me hacía sentir tan incómoda. Sin embargo, se rio de pronto y me quedé perpleja al ver su reacción. Un par de segundos atrás había estado consternado.
—¿Qué te ocurre, Bessie? —preguntó con diversión—. ¿Acaso estás celosa?
—¿Qué? ¿Yo? ¡No! ¿P-por qué estaría celosa? —tartamudeé, llamando la atención de varias personas a mi alrededor. Eso hizo que me sintiera como una imbécil y que me enojara con él. Me levanté de la silla y lo enfrenté—. ¿Sabes qué? Si me trajiste hasta aquí para reírte de mí, olvídalo. Me voy a mi cuarto, de donde no debí salir, en primer lugar.
—Bessie, espera —Se levantó y me sostuvo por el brazo para evitar que me marchara—. No te enojes, solo bromeaba contigo.
—¡Déjame en paz, Jim Thomas! ¡Nunca puedo pasar dos minutos contigo sin que te burles de mí!
Tomé su brazo con mi mano libre y tiré de él para que me soltara. Hizo una mueca de dolor que no comprendí, yo no tenía tanta fuerza. Comencé a alejarme sin prestarle atención.
No me importaba siquiera volver sola, lo único que quería era estar lo más lejos posible de él cuanto antes. Me siguió, así que apuré mi paso. Apenas había llegado al primer escalón cuando lo escuché hablar y, por algún extraño motivo, me detuve ante lo que dijo:
—Ana no era mi novia, era mi mejor amiga.
Me volteé.
Tenía una expresión seria en su rostro e hizo una pausa, como si pensara con detenimiento lo próximo que iba a decir.
—Ella murió, Bessie. Ana murió poco antes que llegaras... No quiero hablar de eso, no puedo hacerlo.
De todo lo que podía haber dicho, eso era lo menos que yo esperaba escuchar.
Su voz sonaba rota, denotaba un profundo dolor que rompió por completo mi corazón. ¿Ana estaba muerta? ¿Por eso todos evitaban hablar de ella? De pronto, pensé en Beth, en el dolor que me había causado su ausencia. Nunca imaginé que él estuviera pasando por el mismo sufrimiento. Eso explicaba tantas cosas.
Bajó la mirada y no pude evitar acercarme. Sus palabras habían hecho que mi enojo se disipara.
—Lo siento —susurré.
Asintió sin mirarme a los ojos y, sin detenerme a analizar un segundo lo que hacía, me acerqué y lo abracé. Se tensó por un momento y creí que la había cagado. Luego inhaló profundo e hizo lo que menos esperaba: me envolvió en sus brazos y me atrajo con fuerza hacia él. Hundí mi cabeza en su pecho y él apoyó la suya en mí.
Nunca había sentido algo así. Podía escuchar los latidos agitados de su corazón, que se iban relajando poco a poco. Los míos, por el contrario, iban cada vez más rápido y tenía un maratón de animales en mi estómago. Más que mariposas, parecían toda una compañía de enormes elefantes bailando ballet.
Estaba totalmente perdida en la esencia suave y dulce que desprendía. Ya no me importaba la oscuridad afuera ni tampoco tenía miedo —por muy improbable que sonara.
Me habló de una forma tan sutil que sentí que sus palabras me acariciaron:
—Bessie, no te alejes de mí, por favor. Siento ser un idiota a veces, solo... déjame ayudarte.
—¿Dé qué estás hablando?
Me separé para mirarlo a los ojos, sin deshacer el abrazo. No necesitaba esforzarme demasiado, él era apenas un poco más alto que yo. Tenían un tono azul calmado y hermoso.
—En serio quería pedirte disculpas hoy, y fue Stella quien me dijo que viniera a esta hora.
—¿Stella? Pero ella sabe que...
Me tomó un instante procesar la situación. La verdad estuvo todo el tiempo frente a mí.
—Jimmy, ella sabe de mi nictofobia y también sabe que no salgo en las noches. Stella te utilizó para sacarme de mi habitación porque le dije a Melissa que no quería seguir con la terapia por ahora. ¿Acaso cree que así voy a superarlo todo, de la noche a la mañana?
—Bessie, Stella quiere ayudarte —respondió, y no parecía sorprendido en lo absoluto. La ira se apoderó de mí, no podía ser cierto.
—Tú lo sabías...
—Sí, per—
—¡Supiste todo el tiempo que le temo a la oscuridad y lo hiciste a propósito! —exclamé y me separé súbitamente de él—. ¡Me expusiste a propósito! ¿Tienes idea de lo que pudo haber pasado? ¡Eres un idiota!
Me di la vuelta y comencé a subir las escaleras a toda velocidad, camino a mi cuarto. No podía creer que hubiera sido tan estúpida como para caer en su trampa.
—Bessie, espera —suplicó—. Mírate, estás fuera de tu cuarto y estás bien. No te ocurrió nada.
—¡Pudo haber pasado! —repliqué sin detenerme—. ¡Ustedes no saben nada de mí! ¡Mantente lejos! ¡Tú—
Corté mis palabras, pues me quedé horrorizada al voltearme para mirarlo. Detuve mi paso de repente y permaneció desconcertado ante mi actitud. Él no había notado que tenía su jersey amarillo crema manchado de sangre, justo donde yo lo sostuve para liberarme de él en la biblioteca.
Señalé con un dedo su brazo ensangrentado. Al verlo, palideció por completo. Comenzó a observarme de una manera que no comprendí, como si me temiera.
¿A qué se debía su miedo? Era imposible que yo le hubiera ocasionado eso, era demasiado débil para herirlo de esa forma.
Me acerqué despacio para tratar de ayudarlo. Intenté tomar su brazo para ver cuán grande era la herida bajo el jersey y dio un paso hacia atrás.
—Estoy bien —dijo de un modo tajante—. Debo irme, lo siento.
Y se marchó. Me dejó en medio del pasillo, sola y hecha un revolico de emociones diferentes.
***
Contra todo pronóstico, Jimmy me recogió a la mañana siguiente. Me sorprendí al verlo, pero evité hacer comentarios. No le había contado nada a Jojo. Todo me parecía tan extraño que era mejor de ese modo. Ya ni siquiera sabía qué había ocurrido de verdad o hasta qué punto mi trastornada imaginación había alterado los hechos. Sabía que no lo había soñado por la mancha de sangre en mi blusa, de cuando me devolvió el abrazo.
Jojo se quedó en la habitación alistándose, como siempre, con el pretexto de que no decidía qué ponerse. Estaba segura de que lo hacía para dejarme a solas con Jimmy, o quizás porque él no le agradaba en el fondo. En realidad, no me importaban demasiado sus motivos.
Ninguno de los dos mencionó nada sobre lo ocurrido la noche anterior. Miré su brazo con discreción. Como siempre llevaba un jersey, no pude ver si lo tenía vendado o no. Me preocupaba que no se lo hubiera curado bien y que la herida se le infectara. Supuse que se la había hecho de alguna manera estúpida y le avergonzaba contarme por todas esas tonterías de la masculinidad.
Yo también era torpe y me lastimaba en ocasiones hasta con cosas que no eran aptas para eso. Me hubiera gustado preguntarle, pero imaginaba que no le apetecía hablar de ese tema. Como ya era costumbre, me quedaría con la duda.
Tampoco quise hablar de nada relacionado con lo que planearon él y Stella, ya le había dicho lo suficiente la noche anterior y ninguno de los dos parecía estar de ánimos para discutir. A pesar de que no se disculpó por sacarme de mi habitación sabiendo el peligro que eso implicaba para mí, decidí perdonarlo una vez más.
***
Mi pobre mascota «no-animal» estaba triste —o al menos eso me parecía—. La tomé en mis manos y noté que no se veía tan verde y alegre como siempre. Supuse que el invierno era difícil para los cactus, no había mucho sol ni calor, y solo faltaban un par de semanas para que comenzara. Me preocupaba un poco, pero traté de alejar esas ideas. Beth me había dicho que esas planticas no morían; estaría bien.
Sentí que llamaron a la puerta, así que coloqué la maceta de vuelta en la ventana.
Al abrir, me quedé muy extrañada. Era una chica de mi clase con la que jamás había tenido ningún tipo de contacto. Su nombre era Debbie y, según le contaron a Jojo, estaba en la clínica porque oía voces y hablaba sola.
—¿Hola? —pregunté con escepticismo—. ¿Necesitas algo?
Me miró de un modo extraño y asintió con la cabeza. Era bajita y delgada. Tenía una mirada desconcertante.
—Me han dicho que te quieren ver —respondió. Incluso su voz me resultó inquietante.
—¿Quién quiere verme?
—En el aula de música, en cinco minutos.
Dio media vuelta y comenzó a alejarse.
—¡Ey, espera! ¿Quién quiere verme?
No se detuvo ni siquiera a mirarme mientras le hablaba. Eso había sido perturbador. ¿Quién podía enviarla a buscarme? Algo no encajaba.
Decidí aventurarme. A menos que las voces se lo hubieran dicho, alguien quería hablar conmigo.
El aula de música estaba al final del pasillo y a esa hora ya no quedaba nadie en los salones. Tenía que reconocerlo: la curiosidad me estaba torturando. Al llegar, vi que la puerta estaba abierta. Encendí las luces de inmediato, con ayuda del interruptor que, por suerte, estaba justo al entrar.
Pero no había nadie dentro. Debí suponer que sería una broma de esa chica loca para burlarse de mí.
«Qué tonta eres, Bessie», me reproché.
Caminé hacia el centro para detallarla mejor. Jamás había estado allí y era ciertamente un sitio curioso. Era amplia y solo tenía un par de ventanas herméticas. No obstante, las luces iluminaban bien todo el lugar y no me sentía incómoda. Había varios instrumentos musicales guardados en largos estantes de madera. Olía a humedad y estaba un poco abandonada. Era evidente que no le daban mucho uso, no creía que hubiera demasiados músicos en la clínica.
—Hola, pequeña Bessie —dijo una voz conocida y di un respingo al escucharla.
—¿Natalia? ¿Qué haces aquí?
Salió de la nada y permaneció de pie en la puerta con una sonrisa diabólica que no prometía nada bueno.
—Pues ¿qué más puede ser? —respondió—. ¿No es obvio? Te mandé a buscar. Me alegra que vinieras.
—¿Qué demonios quieres, Natalia?
—Por Dios, pequeña Bessie, qué hostil eres —dijo en un tono irónico—. Luego dicen que soy yo la problemática.
—Dime qué quieres de una maldita vez o si no me largo.
Me molestaba su actitud, ¿cómo podía ser tan cínica?
—De acuerdo... —Se recostó en el marco de la puerta y comenzó a mirar sus uñas—. Es sencillo. Ya que ahora eres la mascota de remplazo de Jim Thomas, una posición bien patética permíteme decirte, pero que no me importa un carajo, quiero que te mantengas bien alejada de Víctor.
—¿Ah, sí? —pregunté—. ¿Y si no qué vas a hacer? ¿Morderme, loca de mierda?
Soltó una risotada que aumentó mi enojo. ¿Quién diablos se creía que era?
—Para nada, pequeña Bessie. Se me ocurren mejores modos de hacer tu vida infeliz sin ensuciarme los dientes.
Se incorporó despacio y me tomó un momento comprender lo que iba a hacer.
—No, no te atreverás, loca.
En un abrir y cerrar de ojos, apagó la luz y cerró la puerta. No pude impedírselo. Me dejó a oscuras y encerrada.
—¡Abre, desgraciada! —grité—. ¡Abre!
Comencé a temblar mientras golpeaba en vano la puerta. ¿Cómo podía hacerme algo así?
—¡Natalia, basta, abre la maldita puerta! ¡Abre!
Estaba sudando y la habitación me daba vueltas. Comencé a sentir un pitido en los oídos.
—¿Qué te ocurre, cariño? ¿A qué le temes? Es solo un poco de oscuridad.
Escuchaba su risa de trastornada cada vez más lejos. Casi no podía respirar. Recuerdos desgarradores se agruparon en mi cabeza. Beth, el incendio, la corte. El ruido no me dejaba pensar en más nada.
—¡Abre, Natalia!
«Me asfixio, necesito aire —imploré mentalmente—. Déjame salir, necesito salir».
Estaba fuera de control y continué gritando con la esperanza de que alguien llegara. Comencé a gatear en el suelo, no lograba sostenerme sobre mis pies.
Era inútil.
Pensé que ese sería mi final, creí que moriría en esa oscura y olvidada aula de música. Mis extremidades fallaron y me golpeé la cabeza contra el suelo.
Eso fue lo último que sentí.
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