Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🖤​❤️9. DRAMAS Y TRIBULACIONES DE LA CHICA QUE NO SE VE REFLEJADA EN EL...🖤​❤️

Un aura oscura me acechaba cada vez que volvía a casa y me encontraba entre la pared y la soledad. El beso de Diego me había despertado miles de emociones que creía perdidas. El vacío que me había perseguido durante el último año y medio parecía estar rellenándose de manera natural, pero yo seguía preocupada.

Notaba la sinceridad en las intenciones del chico, pero hasta ese punto no me había dado cuenta de un problema todavía mayor que me consumía: la percepción que tenía de mí misma.

Entrar en la segunda consulta fue uno de los mayores desafíos a los que decidí enfrentarme un mes después del accidente. Fue mi abuela quien insistió hasta la saciedad, proponiendo alternativas viables para hacerme el proceso más ameno. Al final, decidí no incordiar a la psicóloga obligándola a venir a casa y me presenté ante su escritorio, tensa. Rota. Obcecada en ideas absurdas de unión y lealtad.

—Hola, Noelia. —Sonrió Nina, ajena a lo que le esperaba durante las próximas sesiones. Se levantó con el ademán de apartar las sillas—. ¿Necesitas ayuda?

—No. Estoy bien. Puedo yo sola —bufé, situándome ante ella con seriedad.

Me crucé de brazos y lo habría hecho de piernas si hubiese podido. La muerte de Guillermo seguía en aquel recuerdo vívido como serpientes mordisqueándome los lóbulos cerebrales. Me dolía la cabeza y me escocían los ojos. No paraba de temblar.

Se quedó en silencio unos segundos, observándome al detalle hasta que decidió preguntarme la razón por la que me encontraba allí. Le conté a grandes rasgos cómo el otro doctor no había parado de preguntarme acerca de mis autolesiones, de las contradicciones en mi discurso y de, citando sus palabras, "su claro cuadro clínico de paranoia, ansiedad irracional y trastorno de la personalidad dependiente". No hizo falta más de dos sesiones para entender que estaba sugiriendo que mentía en mis declaraciones.

Y me negué a soportarlo.

Con Nina, fue todo más sencillo.

—Por eso digo que para esta profesión se necesita gente con valores —susurró ella en una voz tan baja que, de haber sido otra paciente, ni lo habría escuchado. Luego, puso una mueca empática—. Solo con el informe que recibí del hospital se puede saber que decías la verdad. Este es un lugar seguro en el que puedes expresarte como quieras. Aquí no se te va a juzgar.

Cumplió su palabra.

Cuando me preguntó acerca de las cicatrices en los muslos, le conté que me cortaba con cuchillas de afeitar para aliviar el dolor del alma. Lo hacía cuando no me veía mi abuela, cada vez que el espejo me contaba la misma historia pútrida sobre los defectos de mi cuerpo.

Nina me ayudó a comprender. Nos costó meses, pero empecé a visualizar cómo funcionaban los engranajes inconexos de mi cabeza.

Me dio una explicación al porqué tendía a no comer, o a hacerlo poco para satisfacer la imagen de una falsa yo ante un cristal inanimado. No solo eran los estándares de la sociedad, también lo provocaban Borja y Guillermo con sus comentarios. Esos que, ocultos bajo una capa invisible de protección, me hacían más daño que ninguno.

Lo mismo ocurría cuando defendía que Guille me quemara la piel del brazo con sus cigarrillos. Lo que yo creía que eran rabietas y castigos a consecuencia de mis errores, en realidad no eran más que problemas suyos mal gestionados que acababa pagando conmigo.

Nina me pedía que repitiera que no era culpable. Iba en el bus y me lo decía. Viendo un programa con la abuela, me lo decía. Antes de dormir y al despertar, me lo decía.

La posesión y el control fueron puntos de inflexión. Hasta ese punto en mi vida, jamás había sentido tanto asco como lo había hecho al entender que las restricciones para salir con mis amigas eran una herramienta de control y poder, y no preocupaciones genuinas sobre mi salud.

Lo que no querían era que tuviese opiniones externas que de verdad pensasen en mí, o relaciones saludables con amistades que pudiesen desvelar el telón de comportamientos tóxicos subyacentes a las palabras.

No me veía fuerte. No me veía útil. De haber sabido que podía contarle a alguien mi amor por las mariposas sin que me llamara pesada o loca o aburrida, no habría tomado las decisiones que tomé. De haber sabido que los problemas de los demás no dependían de mí, en el presente tal vez tendría piernas con las que aprender a bailar.

En aquel momento, sumisa bajo el puño de gigantes a los que temía, la Noe del pasado no podía escapar de su prisión.

De no ser por la abuela, quizás mi nombre estaría tallado en piedra junto al de mi madre, y en el epitafio pondrían "no pudieron pedir ayuda, y eso que lo intentaron".

Cargaba con mochilas que no me pertenecían por complacencia. Pensaba que no podía pensar por mí misma. Y era cierto. Guillermo solía sentarse conmigo en la cama, agarrarme del mentón con cariño y decirme "¿qué harías tú sin mí?". Tan inocente era que creía que se trataba de una muestra de romanticismo, y no de un modo de anclarme a él.

La dependencia me superaba. Un año después, seguía mostrando reticencia a iniciar una relación con alguien por esas cuerdas que me ataban.

Cuando veintiséis de treinta y un días al mes recibía indiferencia y cuatro días recibía amor, no paraba de sonreír esperando con ganas a que llegara uno de los buenos. Incluso si lo que llegaba eran dos horas de atención limitada, con algún que otro "hoy tengo sueño, estoy cansado, ya me lo contarás en otro momento" de su parte. Me hacía feliz. Me conformaba con lo que tenía.

La peor parte llegó al hablar de las emociones. Recuerdo pasarme tres sesiones llorando cada vez que mencionaba la palabra agua. Me venían imágenes de mi abuela y su brazo atrofiado. Aparecía el miedo y sus secuaces del infierno.

Ni me bañaba en piscinas ni en el mar ni usaba la bañera. Desde lo que ocurrió con Borja, no volví a meter los brazos en una superficie acuática, fuera cual fuera su nivel de profundidad. Y eso que adoraba el lago del parque, pero prefería contemplar las olas desde la distancia segura del césped.

El terror era mi día a día. Reconocía y podía diferenciar cada patrón de pisada de mis ex novios. Los escuchaba entrar en casa y sabía cuántos segundos tenía antes de toparme con ellos. Si eran firmes y violentas, estaban enfadados. Debía fingir que dormía. Si eran suaves y lentos, tenía oportunidad para conversar. ¿Cuánto? Dependía de la expresión en el rostro y del modo en el que tirara la mochila al sofá.

Tenía que asegurarme de que no hubiese migas en el mantel y su sitio era intocable, centrado para ver la tele, pero sin tener que esforzarse para manosearme. Nada de contarle la horrible sensación de náuseas que sentía cada vez que comía desganada. Si el baño olía mal, yo lo limpiaba.

A ser posible, si cenaba conmigo, algo de carne muy hecha y patatas. Si no lo hacía quince minutos antes de que llegara, estaba frío. No le gustaba. Un plato roto después, el portazo de su cuarto me aliviaba. Ya no me gritaría más hasta el día siguiente, o la noche, si le apetecía a él montarme. Para aquello me hablaba con dulzura, como si se arrepintiera.

Si llegaba el día en el que no me apetecía y me negaba en rotundo, la reacción no era positiva. La presión de su puño me hundía en la almohada. El resto del tiempo me evadía mientras lo sentía detrás de mí. Me hacía daño, pero "era su novia, y era mi deber", decía. En retrospectiva, la sola idea de imaginarlo me hacía vomitar.

Entre sabores salados y labios llenos de sangre, pensaba en lo sucia que me había sentido durante meses, incluso después de baños intensivos. Llegué a descuidarme más de la cuenta, a no cambiarme de ropa en casa. A no ducharme por miedo al agua. Ya no reconocía mi propio olor nauseabundo entre capas de trauma.

Llegué a pensar cuánto tendría que aguantar hasta estar en paz, cuando la tragedia más importante era que había aceptado que aquella vida, la existencia de una chica encadenada, nunca cesaría.

Sentada en mi silla de ruedas, observando el corcho de la pared de mi dormitorio con una lágrima derramándose por mi mejilla, escuché sollozos.

Me dirigí con calma al origen de los silenciosos llantos en el cuarto de mi abuela. Procuré no hacer ruido.

La vi sosteniendo una camisa entre sus manos. La olfateaba y se la abrazaba.

—¿Yaya? —Me acerqué y apoyé las manos sobre las sábanas. De un impulso, me subí a la cama y la abracé—. ¿Qué pasa?

El aroma de mi madre me hizo entender lo que sucedía. Se me formó un nudo en la garganta que me impidió hablar. Fue automático. Nada más sentirlo, me aferré a la anciana para desahogarme con ella.

Rosa me envolvió con su brazo huesudo, cariñosa y leal. Tanto tiempo pensando en mí me había aislado del dolor de una madre que perdió a su hija.

Conteo de palabras: 1593

Total: 17032

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro