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🖤​❤️7. LARGA DURACIÓN DEL SILENCIO Y LA SOLEDAD ENTRE ÁRBOLES INDEFENSOS🖤​❤️

Al despertar en la cama, sentí una extraña sensación en los pies. Por alguna razón, debajo de las sábanas era capaz de mover los dedos. Me dio un subidón de adrenalina. ¿Cómo podía haberme curado?

Tenía que comprobarlo. Al bajar las piernas al suelo, vi que podía andar. Me mantenía en equilibrio sin necesidad de apoyos. No entendía nada. Empecé a reír de la felicidad. Lágrimas brotaban de mis ojos mientras daba los primeros pasos. Era una sensación única y gloriosa.

Entonces, una voz habló, grave y robusta como un árbol.

—Cariño, ya está el desayuno. —Su voz parecía adulta, más que la de mi padre.

Deslizaba las zapatillas por una casa de ensueño. El pasillo tenía enredaderas hermosas, flores del otoño y mariposas que sobrevolaban mi cabeza. Olía a frutos y a libertad. Era como vivir en el mundo de Alicia en el País de las Maravillas. Faltaban las criaturas mágicas.

Empecé a bailar en mi camino a la cocina, pero al llegar, la alegría se convirtió en desdicha al contemplar al que creía que era mi abuelo sentado en la mesa. Los fogones y los muebles estaban hechos de setas gigantes y mi abuela era joven. Los reconocía por las fotos.

—¿Qué está pasando? —pregunté arrugando el rostro de la impresión. Los veía tan tranquilos, naturales, cómodos...

Quería quedarme en esa imagen de paz.

En un parpadeo, el pasillo había cambiado por completo. Una figura desconocida, sombría, chorreaba cascadas de agua de un chubasquero. Me esperaba al final del pasillo. Ya no había enredaderas, ni flores, solo quedaban raíces secas y huesos molidos.

—No, por favor. Otra vez el agua no. —Me costaba respirar.

Cada vez que oía el goteo del grifo, sudaba. No podía con ello. Era irracional, una sensación indescriptible, pero con una fuerza emocional que arrasaba conmigo.

Me apoyé en la pared. Las piernas me temblaban. Temía que se me volvieran a quebrar. Traté de huir de aquel hombre. Permanecía quieto y, aun así, se acercaba a mí más rápido de lo que yo corría.

—Solo quiero salir con unas amigas —supliqué cuando su mano envolvió mi cuello. Me estampó contra la pared.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba en casa de Guillermo. Él era quien me sujetaba, furioso. Sus ojos lanzaban destellos aterradores. No había nada más allá.

—¿Con quién? A ver, dame el móvil. —Me tendió la mano.

Accedí con pánico. Ya me había asegurado de que nada de lo que hablaba pudiese ofenderlo. Solía desinstalarme la mayoría de aplicaciones para evitar que me preguntara.

—Vale. Te vas a llevar la chaqueta. Te llevo y te recojo yo.

Iba tan rápido organizando las ideas que no me quedaba otra que aceptar.

Al abrir la puerta de mi dormitorio, encontré a Borja desnudo. Habíamos vuelto atrás en el tiempo, a cuando todavía estaba con él.

—¿Vienes o qué? He tenido un día duro. —Suspiró, tumbándose en la cama con una sonrisa lasciva—. Sé que lo estás deseando.

—No. Hoy no me apetece. —Me rasqué la nuca, tratando de salir del cuarto. Estábamos encerrados—. ¿Puedo ir al baño? Tengo náuseas. Me encuentro mal.

—Me la chupas y luego vas al baño a limpiarte y hacer lo que quieras. No se tarda nada, de verdad.

En cuanto me volví, él estaba allí, a escasos centímetros de mí.

—Borja, por favor. —Los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Nunca haces nada por mí. O sea, yo te protejo de los gilipollas esos, te traigo flores, te llevo donde tú quieres y te compro lo que te apetece. Y yo no recibo nada. Solo silencio, comentarios negativos y pesimismo. —Se llevó las manos a la cintura—. ¿En serio?

Me quedé bloqueada. Mi cuerpo era el tronco de un árbol silencioso y solitario que se hallaba indefenso ante las hachas de los leñadores que pretendían talarlo.

No quería que se sintiese mal por mi culpa.

Sin embargo, la puerta se abrió a tiempo. Logré salir y escapar. Borja venía detrás. Sentía su aliento cerca de la nuca. Me dio un escalofrío al entrar en el cuarto de aseo.

Quise encerrarme, pero él puso la bota a tiempo para impedirlo. La abrió de un golpe.

La bañera estaba llena de agua. ¿Cuándo? ¿Cómo? No me dio tiempo a reflexionarlo. Una mano sucia me agarró del cabello. Me puso de rodillas y me hundió la cabeza.

No podía reaccionar. La presión era más fuerte que mis deseos por respirar. El aire me empezaba a faltar. Luchaba por salir, pero no había forma de huir. Era un chico alto y corpulento, lo suficiente como para someterme cuando quisiera. La garganta se me agrandaba como burbujas a punto de explotar. La visión borrosa llegó poco después.

Una brisa fría me sacó del agua. Choqué contra los azulejos de la impresión. Estaba empapada. Abrí la boca ansiosa por volver a llenar mis pulmones.

La yaya Rosa le acababa de dar un bofetón a Borja. En respuesta, él la empujó con violencia. Se golpeó contra el retrete. Escuché un chasquido procedente de su brazo. La anciana gimió de dolor.

A quien en su momento llamé pareja le volvió a agredir a Rosa, esta vez provocando un segundo chasquido definitivo.

Le gritaba que parase. Y así lo hizo. Se fue corriendo sin más. Los sollozos me ahogaban más que la propia bañera.

Con cada chasquido que oía, los huesos de las piernas me crujían. Estallaban con ecos de sufrimiento en cada articulación y cada cartílago. Se me atrofiaban sin nada que pudiera hacer para evitarlo. Indefensa. Solitaria. Silenciosa.

La abuela, pese a su dolor y su brazo colgante, se acercó a abrazarme sin terminar de ubicarme por su ceguera. Al palparme, me acogió con afecto y me permitió oler su aroma a galletas. Pegada a su ropa, no veía nada. Y aquello me tranquilizaba.

Aquella noche, me dejó una velita antes de irse al hospital.

Desperté en la cama entre gritos. La yaya Rosa, años más mayor que por aquel entonces, había vuelto a dejar una llamita en la mesita de noche. Estaba sudando y ella me calmaba con caricias amables.

—Mi niña, era una pesadilla. Ahora ya estás a salvo. —Aunque no lo mostrase, alguna lágrima había recorrido su arrugada piel antes de llegar al cuarto.

Debía estar pálida. No sentía las extremidades de la cintura hacia abajo. Sudaba y temblaba.

—No me merezco ser feliz, yaya. Aunque Diego sea bueno de verdad como tú dices, no se merece sufrir por alguien como yo. —La sujetaba de la mano, buscando esperanza en ella.

—Noe, tú eres el mejor regalo que me dio el Señor. Y mira que yo soy de sus favoritas, que a mí me ha puesto muchas batallas. —Me dio un toque en la nariz, suave. Asentía con orgullo. Miré su brazo atrofiado y sentí pena—. Si yo te contara lo que me ha hecho pasar. —Me dio una palmadita en el costado—. Y el Dieguito ha venido todos estos días que tú has estado sin ganas de na', a preguntar por ti y a buscarme una telenovela nueva en el Nesfli ese. No sé qué de una Golondrina.

—¿Ha venido alguien más?

Me sentía triste al imaginar que, de entre los nuevos amigos voluntarios que hice, ninguno tendría ganas de juntarse con una pobre desgraciada en silla de ruedas.

La yaya empezó a reír.

—Ana te trajo unos guantes chulísimos. Nena, qué manejo tiene la chiquilla esa. Y el Olaf, el grandote del norte ese. —Hizo aspavientos con su brazo—. Bueno, bueno, bueno, eso sí es un hombre, se ofreció a llevarte en brazos aquí y allá por si lo que no te gustaba era la silla de ruedas. —Abrió los ojos, como si acabara de acordarse de un detalle—. Ah, y no te lo pierdas. La Fátima te ha traído libros para cuando estés mejor. Que yo a esa la veo con el escandinavo. Esos dos se traen algo entre manos, que yo lo sé.

Solté una carcajada al escucharla. Me hacía sentir mil veces mejor hablar con ella.

—¿Cómo puedes ser tan feliz con las cosas que nos han pasado...?

—Porque lo malo siempre llega, así que hay que aprovechar lo bueno siempre que se pueda. Y el humor nunca está de más. —Me hizo cosquillas en el vientre y aquello me hizo incorporarme. La abracé con ilusión, cubriéndola de besos—. Ay, ay, cómo me quiere el koala. Yo de ti me iría de cenita con el Diego. No te preocupes por mí, que yo ya me traeré al Olaf.

Soltó una risita pícara que me terminó de tranquilizar. Aunque en aquel instante no lo viéramos, siempre habíamos sido las chicas indefensas. Y nos necesitábamos la una a la otra.

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