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🖤​🩵12. LA SINCERIDAD EN EL AMOR DE UNA MADRE QUE PROTEGE A SU HIJA🖤​🩵

Habían pasado dos años desde que conocí a Diego. Decidimos esperar a salir juntos todo ese tiempo para darnos espacio y recuperarnos de nuestras heridas. Él acudió al psicólogo para sanar las suyas y yo a la mía para lo de siempre. Nunca cambiaba de tema y a veces hasta me sentía pesada, aunque Nina me dijera que escucharme era lo mínimo que podía hacer. Recibir su apoyo me servía para avanzar.

Mi chico y yo encontramos trabajo, ambos, después de los agobios de la precariedad. En mi caso me contrataron para un puesto adaptado de oficina monótono y aburrido, pero sin necesidad de desplazamiento y a dos manzanas de mi casa. La mayoría del tiempo me lo pasaba estresada por la carga de papeleo, pero no me podía quejar.

Lo mejor eran mis compañeros. Ya había empezado a formar grupos divididos de quedadas según con quién me juntara. Estaban los "oficinistas" y los "voluntarios", también llamados salvadores de gatitos con un emoticono de una pantera —en honor al Panterón de la yaya—. Cuando mi abuela me preguntaba por los "amiguetes", ya tenía que especificarme a cuáles se refería. No cabía en mí de tanta felicidad.

Aquel día, volviendo a casa del trabajo, vi a una mujer embarazada en el autobús. Pensé en cómo me vería si pudiese estar en su lugar. ¿Cómo sería tener una vida creciendo por dentro? No lo sabía, pero tampoco podría imaginarlo nunca. Me daban ganas de llorar de tan siquiera pensarlo.

El doctor nos confirmó en la última revisión que no había rehabilitación posible. Estaba rota y no volvería a andar. De cintura para abajo no sentía nada, así que tampoco podría tener hijos biológicos.

Al entrar por la puerta, escuché la televisión con el volumen alto. Me extrañó. A la yaya no le gustaba tanto ruido, pero en los últimos meses había empezado a tener problemas de audición. Pregunté por ella y me respondió tarde, una vez me encontraba a escasos metros de su sillón.

Acariciaba a la gata con ilusión mientras hablaba por teléfono con alguien. Colgó en cuanto me oyó de forma repentina. El animal y ella habían formado un vínculo único con el que no me podía mostrar más satisfecha. El nivel de compañía que le ofrecía aumentaba su esperanza de vida, y aquello era casi literal. La veía más enérgica que nunca y deseosa de su viaje a las islas griegas.

—Yaya, me he puesto un poco triste volviendo a casa —le dije, viendo cómo se inclinaba para que le diera un beso en la mejilla.

—¿Y eso, hija?

—Pues que estaba tan tranquila escuchando música y de repente he visto a una mujer embarazada y se me ha venido a la cabeza la misma inseguridad de siempre y...

—Bonica, Diego no te va a dejar por no poder tener hijos. —La abuela me acarició el pelo—. Además, él es el primero que quiere adoptar. Nunca es tarde para eso.

Asentí, usando las uñas para dañarme la piel de los dedos. Era el método que usaba para paliar la ansiedad. Había dejado de morderme las uñas, pero necesitaba un gesto que igualara su efecto.

—Ya. Es que me gustaría ser normal. —Me quedé cabizbaja, pensativa—. Fátima se quedó embarazada hace unos meses y me contó que fue lo más bonito que le había pasado. Y luego llegó el aborto y sentí como si lo hubiese perdido yo.

Volvían los deseos de llorar. Los ojos vidriosos me impedían ver el programa que veía la yaya después de la comida.

—¿Cómo está la Fátima? —Su voz pastosa era dulce y preocupada.

—Todavía seguimos animándola cuando podemos. Está mejor, quiere esperar un poco antes de volver a intentarlo con su novio. —Me acaricié la nuca, tensa—. Me da mucha lástima todo esto de los hijos, yaya.

—Ay, nena, y yo que lo sé. —Me acercó hacia sí para abrazarme como pudo—. Creo que no te lo he contado nunca, pero tu madre, la Fani, también abortó una vez.

Me quedé con los ojos bien abiertos, interesada en conocer más de la historia. De repente se me había despejado la mente de pensamientos negativos y malas vibraciones. Solo quería conocer más sobre mi madre.

—¿Cuándo fue?

—Antes de que nacieras tú, ella se quedó embarazada de un niño. Ibas a tener un hermanito mayor. —Suspiró—. Pero tuvo complicaciones y lo perdió. Y eso a tu padre no le gustó.

La idea de tener un hermano que pudiese protegerme, apoyarme y compartir aquellas experiencias conmigo me hacía sentir nostalgia por una época que nunca ocurrió. Había un vacío en mí que ese conocimiento podía llenar.

—¿Por eso...? —Me costaba sacar las palabras. La lengua se me trababa—. ¿Por eso le pegaba?

—Empezó a tratarla mal desde ese día. Intenté sacarla de ese ambiente, la avisaba. —Hizo una breve pausa para rememorarlo—. Pero ella estaba enamorada. Decía que era el amor de su vida y que no podía dejar pasar la ocasión, que quizás si no le daba otra oportunidad, nunca encontraría a nadie igual.

—Lo debisteis pasar las dos muy mal.

—Peor fue cuando tu padre se enteró de que no solo ibas a ser niña, sino que encima ya no podría tener más hijos. —La expresión en su rostro no necesitaba más detalles para mostrar la agonía del pasado—. Se puso hecho un animal. —Describía con gestos la agresividad con la que actuaba—. Y cuando tú naciste yo le decía a tu madre: nena, ahora tienes a la pequeña. Piensa en ella.

Narró las experiencias como si todavía pudiese vivirlas en la piel. Por unos momentos, creí ver la sinceridad de Rosa con una ausencia completa de filtros.

Llevaba tantos años guardando para sí el dolor de la pérdida y el silencio que la necesidad de desahogarse la obligaba a soltar lastre.

Me hacía pensar en aquellos hombres que decían que el sexo era una necesidad biológica y que, de no hacerlo, podrían sufrir daños en la salud. Era tan absurdo como quienes se enfadaban cuando no tenían descendencia masculina. ¿Qué más da el género? Un hijo es un hijo, sea lo que sea. Ojalá pudiese haber sido todo distinto para poder hablar con mi padre y soltarle lo mucho que repudiaba sus ideas.

Era un sueño ficticio, basado en ilusiones y expectativas sin realismo alguno. Ni él estaba vivo ni yo habría podido alzarle la voz en mil años. Su solo recuerdo ya era capaz de someterme, por lo que no imaginaba cómo habría sido su presencia durante tantos años.

—Todo esto te lo quería contar porque sé que vuestra generación está sufriendo mucho por estos temas. En la mía era lo normal, no se veía igual, pero sigue habiendo mucha maldad, que yo lo sé... —Me acariciaba el hombro con afecto—. Perdóname. No quería ponerte peor con mis historietas de abuela chocha.

—No, yaya, te agradezco que me lo hayas contado. De verdad. Eres la persona que más ha hecho por nosotras y también necesitas que te cuiden. Tienes que soltar esa carga.

—Ay, con lo que has sufrido tú, qué te voy a contar yo a ti que no sepas. —Me sonrió pese al sufrimiento—. Me cuidáis mucho, el Dieguito y tú. Me trajisteis a la Nina esta bonica ella y me lleváis pa' aquí y pa' allá con vuestras cosas.

Tragué saliva.

—Pero...

—Ni peros ni peras, mi niña. A mí con los cotilleos que me traes ya me echas la tarde. —Volvió a acariciar a la gata—. Si yo con no quedarme solita ya estoy feliz. Y más si vivo rodeada de tanta juventud que me devuelve la energía.

Se me escapó una sonrisa. El malestar con el que había llegado a casa se había desvanecido como polvo de un soplido. Ahí estábamos, la abuela y yo, queriéndonos como siempre sin nada que nos derrumbara.

—Eres la mejor, yaya.

La anciana soltó una risotada.

—¡Las gracias a Dios, a mí no!

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