Capítulo 10 - Vana esperanza
Ha pasado ya un rato y el heredero no ha vuelto. Espero de veras que no le haya pasado nada. Ni siquiera me ha dicho dónde iba. Me estoy volviendo una blanda... Las historias hacen estragos en mí siempre que piso una. "Vamos, Muñeca, tú no eres así". Empiezo a repetirlo como un mantra a ver si se hace realidad. Desde luego, la soledad te obliga a pensar en muchas cosas que no quieres recordar; te haces preguntas de las que el bullicio de la vida te mantiene distraída. De esas para las que no hay respuestas por mucho que te cuestiones. Como por ejemplo, ¿qué pasaría si me abandonaran aquí? ¿Vendría TX a buscarme? ¿Alguien llorará si muero?
Oigo pasos y la nube negra sobre mi cabeza desaparece.
—Te has tomado tu... Tiempo.
—Me alegra ver que me esperabas, pequeña.
Vuelvo a sentarme y miro hacia el suelo, aplastando las hormigas que corretean bajo mis pies.
—¿No piensas darme la bienvenida? —me niego a mirarle si quiera— ¿Acaso esperabas a alguien más? La verdad es que no pensaba venir pero esa princesa malcriada ha acelerado mis planes. En fin, que se le va a hacer.
Me veo tentada a responder, pero antes de que pueda decir nada saca un manojo de llaves como el que había sostenido el heredero poco antes. Al oir el tintineo del metal giro la cabeza para verle bien y su rostro está deformado por una enorme sonrisa. Me da escalofríos solo mirarlo, así que sigo distraída con lo que hay a mi alcance; principalmente de las cuerdas con las que los gorilas me han atado las muñecas a la espalda.
—Prefiero que me coman las ratas que irme contigo. Pensé que lo había dejado claro —le miro, pero sigue sonriendo y aparto mis ojos de él hacía el suelo, aguantando una arcada.
—Oh, no, no, no. Pequeña, te voy a tener que enseñar modales. Si te educo correctamente a lo mejor puedo aprovechar algo de tí. ¿No crees?
—Estás loco de remate... Quiero decir, peor que el resto de psicóticos que viven aquí.
—Genio, loco... ¿Sabes cuál es la diferencia? ¿Hay alguna distinción entre la genialidad y la más absoluta locura?
—Solo sé que un hombre repugnante y desquiciado cómo tú no podría ser el genio de ninguna historia.
Se acerca a mí, enfocándome como un animal a punto de saltar sobre su presa. Es un hombre poco corpulento; no parece muy pesado y es algo mayor. Aún con la herida del brazo y la costilla rota debería tener algo de ventaja. Cuando está lo bastante cerca para tocarme estirando la mano, la levanta hacia mi garganta. Me deslizo contra la pared, levantándome lentamente mientras sigue mis movimientos, expectante. Deja caer la mano al costado y vuelve a mirarme, enseñándome de cerca una hilera de pequeños dientes amarillentos y torcidos. Me acerco a él dando un pasito y le doy un rodillazo entre las piernas. Ese movimiento nunca falla, pero ni siquiera se inmuta. No se mueve y no deja de sonreír, estirando más y más sus finos labios de color mortecino.
En lo que tardo en parpadear está a mi espalda, aprieta mis manos contra su entrepierna y me sujeta la barbilla, dispuesto a romperme el cuello. Para ser viejo y escuálido es muy rápido. Más que nadie que haya conocido nunca.
—Ese ha sido un ataque muy vulgar y... poco efectivo —apenas me deja respirar, mucho menos hablar—. Ahora vas a ser una buena chica y te vas a sentar justo ahí.
Me dirige hacia un rincón ligeramente iluminado por la luz del fuego que ha dejado en el pasillo. Aún me sostiene por el cuello, tirando de mí hacia arriba. Cuando llegamos a donde quería me gira, de modo que quedamos frente a frente, y me clava el puño en el estómago. Yo me doblo de dolor intentando coger aire pero respirar duele más que nunca. Doblada por la cintura y sin respiración siento un golpe seco e intenso en la columna y caigo como un peso muerto cuando me fallan las piernas. Me golpeo el cráneo contra el duro cemento, pero mi propio latido no me deja oír el ruido sordo del golpe. Me coge el mentón entre los dedos y los clava en la poca carne de mi cara, recordándome la fea herida de la mejilla. Me obliga a inclinar la cabeza y me mira con esa asquerosa sonrisa de satisfacción. Está disfrutando tremendamente de esto.
—Eres preciosa... Casi perfecta. Dejaré tu dulce rostro intacto, no te apures. No puedo decir lo mismo del resto —suelta una carcajada profunda.
—¿Por qué...?
—¿No quieres preguntar otra cosa? Esa pregunta es demasiado común para alguien como tú.
—¿Tú..?
—¿Que si sé quién eres? ¿Acaso hay alguien de este mundo o en cualquier otro que no sepa quién eres, pequeña?
No puedo decir nada más. No me quedan fuerzas ni para parpadear. El golpe me ha dejado prácticamente ciega y tengo el cuerpo destrozado.
—Oh, no, no; no me mires así. Sé lo que estás pensando. No tiene nada que ver con que seas la anormalidad. Una creación completamente humana es especial por sí misma, no necesita esforzarse para serlo. Pero tú... eres diferente, y lo diferente despierta fuertes emociones en aquellos que lo rodean.
—¿Entonces…?
—Shh… No te preocupes. Tendrás tus respuestas. Pero no ahora.
Me pone un dedo en los labios. Si pudiera se lo arrancaría de un mordisco desde la falange. Empuja mi cabeza hacia atrás y como me golpea contra la piedra del muro. Siento náuseas y soy incpaz de tragarme la sangre que se ha acomulado en mi boca. Podría desmayarme en cualquier momento; querría desmayarme ahora mismo. Se queda en silencio un segundo e inserta una bola de tela en mi boca de forma brusca. una enorme arcada me sobrecoge y el bulto no me deja expulsar el vómito, que termina por volver a bajar por mi garganta junto con la sangre acomulada. Me duele la cabeza y aún no distingo los objetos, pero hubiera jurado que lo que tiene en la mano es un cuchillo.
—Muy bien. Las cosas irán de la siguiente forma. Asiente si me entiendes —no puedo mover la cabeza sin sentir una ola de dolor y un terrible mareo, así que no respondo—. ¿No me oyes o es que aún no entiendes tu situación?
Noto el frío de la hoja contra la piel de mi muslo. Acto seguido noto como la hoja atraviesa la piel, seccionado la carne que hay debajo. Abro los ojos como platos aunque no grito. Me ha cogido por sorpresa. El corte no parece demasiado largo ni muy profundo, hay otras heridas que me preocupan más.
—¿Ves lo que me haces hacer? Ahora asiente si entiendes lo que pasará si no lo haces —muevo la cabeza—. Muy bien, buena chica.
Está agachado a mi lado, puedo ver un borrón que se mueve, recortado por la tenue luz de la llama. Oigo lo que parece el sonido del metal rozando una piedra una y otra vez, como si alguien afilara un cuchillo. Cuando ese chirrido frena algo de cristal golpea ligeramente el suelo. Enfoco la vista todo lo que puedo, distinguiendo el brillo de una pequeña botellita a la altura de mis rodillas.
—Verás, pequeña, aquí me llaman Mamba. Te dejo a tí imaginar porqué —agarra el frasquito y creo ver cómo lo vierte sobre una... ¿Piedra? El irritante chirrido del metal contra la piedra llena la estancia— ¡Tiempo! Pequeña, esto que tengo aquí es veneno. Si llega al corriente sanguíneo te provocará un fallo multiorgánico en unas... Seis horas. Aunque es un poco más retorcido. Va deteniendo los órganos uno a uno hasta que llega al corazón o los pulmones, los deshace desde dentro como si fueran azucar. Por supuesto, si el corazón colapsa primero no sería divertido, ¿no crees? Claro que no voy a dejar que mueras tan rápido. Vamos a pasar un buen rato juntos.
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