Capítulo 8: Didrieg
A Anais le temblaba todo el cuerpo. No era capaz de mover un músculo, sentía que algo le paralizaba los brazos y las piernas. Ni siquiera sabía si estaba respirando. El odio, la rabia, la impotencia la devoraban por dentro, a la par que la esperanza. Como en un sueño, escuchó un cuerno. Alguien había dado la alarma de "barco enemigo" que instalaron tras el ataque cinco años atrás. Solo la hacían sonar si estaban completamente seguros de que era un enemigo. Y Didrieg, sin duda alguna, era un enemigo.
Anais sentía la mirada preocupada de Luffy clavada en ella, pero ella no se la devolvió. Simplemente miró como se acercaba la silueta del barco, de la misma manera en la que lo había hecho cinco años atrás. Con manos temblorosas, cogió un poco de la pintura en polvo que tenía en un saco colgado del cinturón y se repasó el dibujo de la sonrisa, con la mirada ausente, prepárandose.
¿Por qué habían vuelto? ¿No les había parecido suficiente destruir una aldea y secuestrar a todo el pueblo? ¿Ahora querían destruir la isla, convertir a la otra aldea en esclavos?
De pronto, las palabras de la niña esclava a la que había confundido con Lucy regresaron a su mente. Había dicho que a Didrieg le gustaba los esclavos de Greattree porque eran más resistentes, más fuertes que los demás. Al parecer, quería aumentar su cantidad de esclavos "especiales". Había vuelto, y esta vez no dejaría a nadie libre y con vida.
Los minutos pasaron, y escuchó el sonido de personas corriendo tras ella y deteniéndose a su lado. Sintió que unas manos la sacudían (¿Nick? ¿Luffy?), mientras alguien gritaba su nombre, pero ella era incapaz de reaccionar. El barco echó el ancla a unos cuantos metros de la playa, y bajaron una escala de cuerda. Los primeros piratas que intentaron bajar por ella cayeron muertos al agua, derribados por las flechas envenenadas de los guardianes de la isla. Unas flechas más incendiaron partes del barco y la escala, pero los pequeños fuegos fueron rapidamente apagados.
De pronto, todo se apagó. Los gritos, los golpes, las olas, los pájaros, se callaron. La playa, el barco, los guardianes de la isla que luchaban a su alrededor, incluso los Sombrero de Paja que también se habían acercado tras oír el cuerno, desaparecieron. Todo se volvió oscuro excepto una cosa.
Había una chica joven en la cubierta, mirando la playa. Su piel era pálida, y el pelo lo tenía oscuro, largo y muy rizado. Anais no le veía los ojos por la distancia, pero sabía que eran negros. Parecía más alta, más delgada, más estilizada, más... mujer. Pero era ella, tenía que ser ella. Mientras la miraba, recuerdos le venían a la cabeza, como un torrente furioso, imagen tras imagen, dejándola sin respiración. Se recordaba a sí misma con aquella chica y con otra chica rubia y de alegres ojos azules, jugando en la playa, corretando colina arriba, cumpliendo las "misiones" del Club de la Rosa Roja para conseguir un mundo mejor, aunque estas "misiones" consistieran en buscar conchas o piñas o en molestar a Nick, con una rosa de la floristeria de su madre prendida de la camisa. Recordaba sus gritos, sus risas, sus rasguños cuando se metían demasiado en el bosque, se perdían y Nick tenía que ir a buscarlas. Pero entonces, los recuerdos se congelaron.
Detrás de la joven había un hombre alto, rubio, de espalda ancha y mirada cruel. Tenía el rostro cruzado por varias cicatrices que le daban un aspecto salvaje, brutal. Agarraba a la joven por el pelo, tan fuerte que el rostro de la chica estaba contraído en una mueca de dolor. Tenía una pistola apuntándole a la cabeza.
Anais conocía a ese hombre, y lo odiaba.
- ¡¡¡DIDRIEG!!! -gritó, saliendo de su estado de letargo, mientras se levantaba y echaba a correr hacia el agua.
Nadó en la fría agua, mientras escuchaba voces que gritaban su nombre tras ella, pero las ignoró. Si escuchaba esas voces, no podría cumplir su venganza. Agarró la escala, por la que no bajaba ningún pirata en ese momento. La lluvia de flechas incendiarias se detuvo un momento mientras subía. Al parecer, nadie quería herirla por error. En cuanto subió, sacó sus flechas y mató con ellas a todos los que pudo, hasta gastarlas todas, y después arrampló contra ellos con las dagas. Un par de ellos consiguieron hacerle cortes superficiales con las espadas, uno en la mejilla y el otro en el brazo, pero no sentía el dolor. La adrenalina, la rabia, el odio eran demasiado fuertes como para permitirle sentir dolor.
De pronto se dio cuenta de que no quedaba nadie en la cubierta; todos habían bajado a las celdas que había bajo cubierta o habían saltado al mar para empezar a atacar el pueblo. Las planchas de madera estaban cubiertas de rojo, al igual que todos los cuerpos que estaban tendidos sobre ellas, incluida Anais, que jadeaba por el esfuerzo.
Solo quedaban tres personas de pie: Anais, Didrieg y la chica.
- ¡¡¡Suéltala!!! -le gritó Anais a Didrieg.
Al contrario de lo que Anais esperaba, Didrieg soltó a la chica y se apartó unos pasos.
- ¿Quién demonios eres tú? -preguntó, con la cara impasible. Al parecer, no le importaba haber perdido a casi la mitad de sus subordinados a manos de una chica de quince años.
- Tú no me conoces, ni conoces mi nombre -respondió Anais, jadeando-. Pero yo sí que te conozco a ti, y conozco lo que haces. Por eso, ¡voy a derrotarte aquí y ahora, y voy a recuperar aquello que me arrebataste!
- Habitante de Greattree, ¿verdad? Ese cáracter te delata -dijo Didrieg, riéndose.
- ¿A... Anais? -preguntó una voz débil, la voz de la otra joven.
- Tranquila, Mery, pronto serás libre -respondió Anais, echándole una veloz mirada. Mery tenía una sonrisa esperanzada en la cara y los ojos llenos de lágrimas.
- Vaya, vaya... Anais, ¿eh? Por el dibujo de tu cara, supongo que eres la misma Anais que destruye barcos esclavistas y mata a sus capitanes. Anais de la Sonrisa Pintada, ¿no es así? -Didrieg enarcó una ceja, interesado, e inmediatamente esbozó una sonrisa diabólica-. Por lo que parece, te importan mucho estas personas, ¿no es verdad? ¿Qué te parece si te devuelvo el favor que me has hecho al asesinar a mis subordinados?
Didrieg levantó la pistola y apuntó a Mery. Anais corrió lo más rápido que pudo hacia ella. Justo se estaba poniendo delante de ella con los brazos abiertos para protegerla cuando sonó el disparo. Su hombro izquierdo recibió todo el impacto. El dolor fue instantaneo, agudo, como si le hubieran clavado un cuchillo en la carne. Sintió la sangre, cálida y espesa, cayendo a lo largo de su brazo, goteando hasta el suelo. Con las piernas temblorosas, alzó la cabeza y miró directamente a Didrieg. Oyó a Mery gritando su nombre, pero no le hizo caso. Con una mano temblorosa se agarró el hombro herido, tratando de detener la hemorragia, aunque solo consiguió mancharse la mano de sangre. Le dedicó a Didrieg una mirada desafiante.
- ¡El ser humano nace libre! -gritó, con la voz temblorosa por el dolor-. Cuando nacemos todos somos libres. Tal vez a medida que crecemos, perdemos nuestra libertad. Tal vez al crecer somos presos de la sociedad, de las costumbres, de los moldes sociales. Tal vez cuando envejecemos somos presos de nuestros propios cuerpos y de nuestras propias mentes, pero aún así... aún así... ¡NADIE TIENE EL DERECHO DE ROBARLE LA LIBERTAD A OTRA PERSONA!
Anais escuchó los sollozos de Mery a su espalda, pero no hizo nada para calmarla. No iba a mentirle diciendo que los últimos años habían sido fáciles, no iba a mentirle diciendo que no le dolía el hombro, que solo era un rasguño. Mientras, Didrieg rió cruelmente, sin dejar de apuntarla con la pistola.
- ¡El ser humano jamás es libre! -le respondió, aún riéndose-. El ser humano es siempre preso de su cuerpo, de su mente y de sus instintos, y si eso no te parece ser preso, piensa en los gobernantes, en los políticos, que crean leyes y cárceles para meter a los que no las cumplen. ¿Acaso eso es libertad?
- En algo tienes razón. Sé que el mundo jamás será completamente libre. No se puede dejar a todos que hagan lo que quieran. ¡Todo sería un caos! Guerras, asesinatos, robos, violaciones... el mundo sería injusto. ¡Sé que sin cadenas no hay libertad! ¡Siempre lo he sabido! Pero al menos... al menos... ¡Lucharé por un mundo más libre, libre para la gente inocente, y no para gente como tú, que les roban la libertad a gente que se la merece! ¡Ellos merecen ser libres! ¡No tú! -la voz de Anais era cada vez más débil, más jadeante. Sentía que pronto las rodillas le cederían, y entonces no podría hacer nada para ayudar a su pueblo, solo quedarse en el suelo mientras la gente sufría y moría.
- Niñata idiota... -Didrieg parecía ligeramente molesto-. Ya me estás hartando con tonterías sobre la libertad... ¡No eres nadie para hablarme de moral! ¡Nadie! -apuntó con la pistola directamente a la cabeza de Anais. Mery gritó, pero ella no se movió-. Ahora, prepárate y muere.
- Libérame... -susurró Anais, con la cabeza gacha, pero en el último momento, levantó la cabeza y proclamó-. ¡Libérame! ¡Libérame del dolor, del cansancio, del odio, de la rabia! ¡Libérame de las cadenas de mi existencia! ¡Tal vez creas que con mi muerte conseguirás algo, pero no lo harás! ¡Simplemente tendrás la ligera satisfacción de matar a una niñata de quince años! ¡Pero mis nakamas me vengarán, y terminarán la misión que yo no pude terminar por ser demasiado débil! ¡Mátame mientras puedas! ¡Te aviso que será de la última cosa que hagas!
Anais comenzó a reír, por primera vez en tres años. Se sentía bien. Sentía bien saber que tenía nakamas que la vengarían, que terminarían su misión por ella, aunque ella estuviera muerta. Sentía bien saber que, aunque no pudiera verlo, sus vecinos y amigos pronto serían libres de nuevo. Sentía bien haber vuelto a ver a una de sus mejores amigas de la infancia y ver que estaba bien antes de morir. Sentía bien saber que lo que había hecho durante los últimos tres años no había sido inútil. Sentía bien saber que al menos moriría de una forma noble, salvando a una amiga. Sentía bien saber que pronto su madre vería el sol y que, además, se reencontraría con Shanks dentro de dos semanas. Sentía bien saber que al menos había terminado una de sus misiones, aunque no pudiera terminar ella misma la más importante. Sentía bien reír de nuevo, como cuando era niña, a pesar de que cada carcajada le sacaba punzadas de dolor del hombro.
Didrieg apuntó con cuidado; esta vez no fallaría el tiro. Por su rostro, parecía que lo que más deseaba en ese momento era detener aquella risa medio histérica, medio real. Al ver que su fin se acercaba, Anais miró fijamente el cañón de la pistola. Quería ver por donde vendría su muerte. Dejó de reír; le dolía demasiado, pero sonrió ampliamente a Didrieg y a la pistola. Aceptaría con gusto la muerte si eso significaba que todos los demás serían felices. Tal vez algunas personas la echaran de menos durante un tiempo, pero pronto lo superarían. Solo era una persona, una vida, una pequeñez comparada con las alrededor de cien vidas que había atrapadas en el barco.
Sonriéndo al cañón, esperó su final.
¿Qué os ha parecido? Espero que os haya gustado el discurso de Anais, he estado debatiendo filosoficamente conmigo misma durante muuuuucho tiempo XD Bueno, votad si os ha gustado y si quereis más, y comentad que creeis que pasara en el siguiente capítulo. Y bueno, siguiendo con la "costumbre" que empecé con el último cap, aquí viene la pregunta. La pregunta de este cap es... *redoble de tambores*:
Si estáis viendo el anime, ¿en que capítulo vais? O, ¿ya habéis terminado los que son y teneis que esperar una semana para ver cada capítulo nuevo? Yo voy en el capítulo 389, y tengo mono porque últimamente por razones varias no puedo ver más :'(
Bueno, espero que lo hayais disfrutado, y no olvideis votar y comentar qué os ha parecido el cap y responderme a la pregunta!!! (tengo curiosidad, ¿vale? quiero saber si voy mucho o poco o ni fu ni fa en comparación con vosotr@s XD)
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