Capítulo 1: Una sonrisa pintada
Luffy observaba el mar sentado en la cabeza del Going Merry. Suspiró y se dejó caer hacia atrás.
- Nami... -gimió-. ¿Falta mucho para la siguiente isla?
Nami miró su Log Pose, y después llamó a Usopp, que estaba en lo alto del mástil, observando el horizonte.
- ¡Usopp! ¿Ves la próxima isla? Debería estar cerca.
- Espera un momento... -respondió Usopp, mientras ajustaba sus gafas. Observó un momento más el horizonte-. ¡Veo una isla a las doce en punto!
Luffy se irguió sobre su asiento, emocionado.
- ¡Una isla! ¡Ya era hora! ¿Qué nos encontraremos ahora? ¿Fantasmas? ¿Monstruos? ¡No puedo esperar!
Se puso a gritar por todo el barco, mientras iba soltando las aventuras que se le iban ocurriendo, sin darse cuenta de que su imaginación estaba asustando a Chopper, que realmente creía que podrían haber tales criaturas en la isla.
- No creo que encontremos muchas aventuras en esa isla -comentó Robin, levantando un momento la mirada del libro que estaba leyendo-. Esa isla es Kundel, conocida por ser probablemente una de las islas más normales de todo el Grand Line. Hay unos cuantos pueblos, astilleros, campos, granjas... Nada extraño. Deberíamos aprovechar para descansar un poco.
- ¿Qué? ¿Nada divertido? -Luffy se sintió decepcionado, y se sentó de golpe en el suelo. Apoyó la cabeza en las manos, poniendo morros-. Con las ganas que teníamos de vivir alguna nueva y peligrosa aventura...
Nami le golpeó la cabeza con fuerza, haciendo que Luffy se la sujetara dolorido.
- ¡¡¡ERES EL ÚNICO QUE QUIERE AVENTURAS PELIGROSAS!!!
Dirigieron el barco hasta la isla. Era una isla primavera, completamente verde y llena de profundos bosques y empinadas colinas. Encontraron una cala escondida, rodeada de bosque. No había ningún camino cerca de ella, por lo que seguramente los habitantes de la isla no la usaban para nada.
- No creo que sea necesario dejar a nadie vigilando el barco -comentó Nami-. Será muy difícil que alguien lo encuentre, y si no ven la bandera tal vez podamos disfrutar de unos cuantos días de anonimato. Así que ya sabéis -señaló con el dedo a Zoro, que estaba echando el ancla, y a Luffy, que ya había bajado del barco de un salto- ¡nada de crear problemas!
- Tranquila, Nami-san, no dejaré que estos alcornoques estropeen nuestro descanso -dijo Sanji, acercándose a Nami, aunque esta lo apartó indiferentemente con la mano.
Tras asegurarse de que el Going Merry estaba bien amarrado, se dirigieron por la costa buscando el pueblo más cercano. Según lo que Robin les había dicho, Kundel era una isla muy grande y con varias aldeas costeras en las que no tendrían ningún problema para comprar suministros. Zoro iba a la cabeza, cortando las plantas que entorpecían su paso por el bosque.
- ¿Realmente creéis que es buena idea que Zoro vaya primero? -dijo Usopp, frunciendo el ceño.
- ¡Cállate, idiota! -respondió Zoro, mosqueado. Su falta de orientación era algo de lo que no se enorgullecía.
Al poco rato de caminar, escucharon un gran alboroto.
- ¿Qué es ese ruido? -preguntó Usopp, mientras las rodillas comenzaban a temblarle, temiéndose lo peor.
- Suenan como muchas voces hablando -comentó Zoro, deteniéndose para escuchar mejor.
- Hay música -dijo Chopper, mientras olfateaba el aire-, y huele como a comida. ¿Una fiesta?
- ¡FIESTAAAA! -gritó Luffy, echando a correr hacia donde venía el sonido.
- ¡Idiota, espera! -gritaron los demás, mientras corrían tras él.
Nada más llegar a la aldea, vieron que Chopper tenía razón; lo que ocurría en esa aldea no era nada más que una fiesta alegre, llena de música, colores y comida deliciosa, que Luffy ya estaba devorando. A pesar de su repentina aparición, nadie les hacía caso. Estaban demasiado ocupados abrazando a los niños, con lágrimas en los ojos.
- ¿Qué os sucede? -comentó Luffy, con la boca llena de comida-. Abrazáis a los niños como si fueran a desaparecer de un segundo a otro.
De pronto, todo el pueblo se dio cuenta de que forasteros habían aparecido de la nada. De las casas sacaron en un abrir y cerrar de ojos varias lanzas y picas, con las que amenazaron a la banda de los Sombrero de Paja. Nami se golpeó en la frente. Adiós a su plan de pasar inadvertidos.
- ¿Quiénes sois? -preguntó un aldeano, mientras protegía a sus espaldas a dos niños, que los miraban con miedo-. ¿Tenéis algo que ver con los Piratas de las Cicatrices?
Los Sombrero de Paja, se quedaron en silencio, sorprendidos. ¿Acaso no sabían quienes eran? ¿Por qué reaccionaban tan violentamente si no sabían que eran piratas? ¿Y quiénes eran los Piratas de las Cicatrices?
- Podéis estar tranquilos -dijo de pronto una voz dulce, femenina-. Estos forasteros de aquí no tienen nada que ver con los Piratas de las Cicatrices. Acaban de llegar aquí por pura casualidad.
Los aldeanos se tranquilizaron y guardaron sus armas, sonriendo aliviados.
- En tal caso, ¡uníos a la fiesta! ¡Tenemos mucho que celebrar, y todo gracias a la Dama Sonrisa Pintada!
Entonces, una figura encapuchada se levantó del barril donde estaba sentada.
- Celebráis demasiado pronto. Uno de los piratas de las Cicatrices, el más peligroso de ellos, más incluso que su capitán, escapó cuando los detuve. Lo lamento, no he cumplido bien mi misión -la figura inclinó la cabeza, en señal de disculpa.
- Tranquila, señorita. ¡No se atreverá a volver por aquí! ¡Ahora sabe que contamos con tu protección! -los aldeanos rieron alegremente, eufóricos.
Todos los piratas del Sombrero de Paja se unieron a la fiesta, felices, excepto Zoro. Este se acercó a la figura encapuchada.
- Jamás creí que te encontraría fuera del East Blue, Anais de la Sonrisa Pintada.
- En sí soy de aquí, del Grand Line, Roronoa Zoro. Sólo estaba en el East Blue porque me dijeron que un hombre al que buscaba había pasado por ahí, pero resulta que habían pasado varios años desde que dejó el East Blue, así que volví -Anais le dirigió una corta mirada, clavándola después en los aldeanos, que seguían celebrando al fiesta en compañía de los Sombrero de Paja.
- Zoro, ¿la conoces? -Luffy apareció con un muslo de pollo completamente metido en la boca, y habló mientras masticaba. Anais, levantó la cabeza y lo miró, sin emoción en los ojos. Luffy abrió los ojos al máximo-. ¡Menuda cicatriz!
Realmente Anais tenía una cicatriz sorprendente, tan grande que le cruzaba toda la cara, pasando por sus labios. El resto de ella era dulce, casi inocente. La cara era redonda, los ojos castaños eran grandes y almendrados, y las cejas eran finas. Observó a Luffy sin sentimiento alguno, y se pasó un dedo por la cicatriz y se lo mostró. Estaba ligeramente teñido de negro.
- Es un dibujo -respondió Zoro-. Por algo la llaman Anais de la Sonrisa Pintada. No la conozco, al menos no en persona, pero he oído hablar de ella. Una caza recompensas bastante conocida en el East Blue.
- Es un placer conocerte, Monkey D. Luffy, el Sombrero de Paja -dijo Anais, mirándolo fijamente-. El hombre de los 100.000.000 de berries, el que ganó a un Schichibukai con sus propias manos. Seguramente un oponente formidable.
Luffy se puso en tensión. ¿Acaso esa chica lo estaba retando a luchar? El resto de los Sombreros de Paja se acercaron adonde estaban Zoro, Luffy y Anais, curiosos por lo que estaba ocurriendo.
Anais, al ver los brazos en tensión de Luffy, preparado para luchar, arqueó las cejas, lo más cercano a mostrar un sentimiento que le habían visto hasta el momento.
- Tranquilo, Luffy Sombrero de Paja. No tengo ninguna intención de luchar contigo. Como tu compañero el Caza Piratas Zoro sabe, soy conocida por mis escrúpulos a la hora de cazar piratas. Sólo cazo piratas que hayan hecho el mayor crimen de todos: -hizo una pausa, mirando a todos los piratas de uno en uno- robarle la libertad a otra persona. Y por suerte para vosotros, no tengo pruebas de que hayáis cometido ese crimen alguna vez. Corren rumores de que secuestrasteis a la princesa Nefertari Vivi de Arabasta, pero ella está felizmente en su país y no tengo pruebas que demuestren el supuesto secuestro. Al fin y al cabo, es solo un rumor. Pero es un hecho conocido que tú, Luffy Sombrero de Paja, derrotaste al tritón Arlong, liberando a varios pueblos de su yugo y devolviéndolos la libertad que habían perdido. No sé con qué propósito derrotaste a Arlong, y tal vez jamás lo sepa. ¿Fama? ¿Dinero? No me importa. La cuestión es que devolviste la libertad a cientos de personas y, por eso, te respeto y te admiro. No, no lucharé contra a ti, no mientras no le robes la libertad a nadie.
Mientras hablaba, los ojos le brillaban seriamente. Luffy le escuchó atentamente. Al contrario que muchos caza recompensas que cazaban piratas por dinero, o por ganar fama, aquella chica con el rostro pintado cazaba piratas con un ideal. En sus ojos oscuros, Luffy pudo ver que Anais seguía un sueño, soñaba vivir en un mundo libre, donde nadie era esclavo de los demás.
- ¿Y por eso luchaste contra los Piratas de las Cicatrices? -preguntó Sanji, mientras encendía un cigarrillo.
- Exactamente -respondió ella-. Aunque uno ha escapado. Uno de los piratas más ilógicos que he visto en toda mi vida.
- ¿Ilógico? -preguntó Chopper, medio escondido tras las piernas de Robin, asustado por el dibujo en forma de cicatriz que tenía Anais.
- Así es -respondió Anais, mirando hacia el profundo bosque, como esperando ver aparecer a aquel pirata-. Joe Brazos Marcados. Es el hombre en el que más confiaba el capitán de los Piratas de las Cicatrices, y sin duda alguna el más peligroso de ellos. He investigado sobre él, y su conducta me parece ilógica. Fue secuestrado cuando era un niño por los Piratas de las Cicatrices, marcado y obligado a servirlos bajo condiciones infrahumanas, pero él los admiraba. Quería ser poderoso, como ellos, quería infligir a otros niños el mismo daño que le habían infligido a él durante su infancia. No tenía el menor atisbo de compasión, no como los otros esclavos que había en su tripulación. Y vendrá a por mí en busca de venganza.
Un silencio pesado cayó sobre ellos. Usopp miraba a su alrededor, preocupado, esperando aparecer de la nada a un gigantesco pirata sediento de venganza.
De pronto, una daga se clavó en la pared de una casa, justo al lado de la cabeza de Anais. La joven ni se inmutó, miró a los Sombrero de Paja y les dijo:
- Decid a los aldeanos que se escondan en sus casas, y tal vez vosotros deberíais hacer lo mismo.
Sin añadir nada más, se levantó del barril y sacó su arco. Puso la flecha en la cuerda y esperó, muy quieta, esperando escuchar algún sonido que pudiera decirle por donde se acercaría su enemigo.
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Anais estaba tranquila, cosa que no era extraño en ella. Vivía en un mundo de tranquilidad que nada podía perturbar, ni siquiera el hecho de que un potencial asesino acabase de lanzar una daga que por poco la mata. Hacía rato que había dominado la rabia hacia los esclavistas, por lo que podía actuar fríamente.
Sabía que tal vez ese hombre sería uno de los más poderosos contra los que había luchado hasta la fecha. Al fin y al cabo, un hombre no consigue tener una recompensa de 15.000.000 de berries siendo un endeble. No se quedaría con la recompensa; nunca lo hacía. Dejaría al hombre, ya fuese inconsciente o muerto, a los aldeanos, para que cobraran la recompensa. Ella solo pediría alimentos y un barco con el que llegar a la siguiente isla. Esos 15.000.000 de berries serían por las molestias que les había causado. Había llegado a esa isla persiguiendo a esos piratas, pero debía asegurarse de que eran esclavistas. Una cosa era hacer caso de los rumores y otra cosa comprobarlo con sus propios ojos. No quería cometer el error de luchar contra piratas que no cometían el crimen que ella perseguía. Por eso había esperado a que secuestrasen a los niños, en vez de acabar con ellos nada más llegar a la isla. Necesitaba una prueba definitiva, aunque eso significara causar algún trauma a algún niño. Por suerte, ninguno de aquellos cerdos los habían tocado. Anais se había asegurado de ello.
Escuchó con atención, a pesar de que había oído que era muy silencioso cuando luchaba. Algunos de los Sombreros de Paja habían avisado a lo aldeanos, que corrían a refugiarse en sus casas, pero dos la observaban atentamente, prestando atención a cada mínimo detalle. Roronoa Zoro, el ex cazador de piratas, con una recompensa de 60.000.000, y Monkey D. Luffy, el Sombrero de Paja, con una recompensa de 100.000.000. No eran débiles, tampoco. Es más, nunca se había encontrado cara a cara con piratas cuyas recompensas fueran tan altas. Sus miradas parecían evaluarla, trataban de descifrar lo fuerte que era. Y ella se lo iba a demostrar.
Una leve corriente de aire a su izquierda agitó levemente su capucha, y se agachó rápidamente. Escuchó como una segunda daga se clavaba en la pared, justo donde su cabeza había estado hacía unos segundos. Entonces escuchó unos pasos que se acercaban corriendo hacia ella, así que guardó el arco y sacó sus dos dagas curvadas. Parecía que iba a ser una lucha cuerpo a cuerpo.
Joe Brazos Marcados era un hombre grande, que rozaba los dos metros, con fornidos brazos completamente cubiertos de cicatrices. Su rostro estaba retorcido en una mueca feroz, llena de odio. Odio hacia ella. Como si eso le importase. Llevaba el pelo muy corto, y tenía varias dagas que lanzaba una tras otra, a toda velocidad.
Anais las esquivó sin dudar ni un instante. Cuando se quedó sin dagas, Joe sacó un espadón de una vaina a su espalda y embistió contra ella. Esquivó los ataques que, aunque poderosos, eran bastante lentos. Cuando el espadón se clavó durante un segundo en el suelo donde ella había estado milésimas antes, decidió que era hora de atacar. Con las dagas bien sujetas, le hizo un corte en forma de equis en el centro del pecho. Aprovechó el segundo que probablemente Joe necesitaría para recuperarse para recuperar el aliento. Había necesitado usar toda su velocidad para esquivar todas aquellas embestidas.
De pronto, un puño impacto contra el lateral de su cabeza, lanzándola por los aires hasta que se chocó contra una pared. Cayó al suelo, y se levantó con las piernas temblorosas apoyándose en la pared, mientras la sangre caía de una herida que se había hecho en la cabeza. Miró a Joe. En el centro del pecho, donde debería haber un profundo corte sangriento, solo había unos ligeros arañazos. Joe rió.
- ¿Creías que podrías hacerme algún daño con tus minúsculas dagas? -volvió a reír, con más fuerza esta vez, mientras se golpeaba el pecho con fuerza-. Mi piel ha cicatrizado tantas veces a causa de los cortes, que es necesaria mucha fuerza y una espada muy afilada para cortar mi carne.
Anais se quedó de piedra. ¿No lo podía cortar? No podía decir que fuese débil, pero había puesto toda su fuerza en aquel impacto, y apenas le había hecho unos arañazos. ¿Cómo conseguiría vencerlo?
Buscó por todo su cuerpo algún lugar que no tuviese cicatrices, y descubrió que el dorso de las manos seguía intacto, cubierta por piel curtida por el sol. Frunciendo el ceño, corrió hacia él lo más rápido que pudo. Joe no se lo esperaba, y no pudo reaccionar. Clavó una de sus dagas en el dorso de su mano, haciendo que un chorro de sangre saliera de la herida. Gritando de dolor, Joe dejó caer su espada. Eso era lo que Anais quería. Al menos, si ahora la atacaba, tendría que hacerlo con los puños, y su probabilidad de sobrevivir sería mayor. Tal vez estaba loca, pero aún apreciaba su vida. Si ella no seguía su misión, ¿quién lo haría?
Antes de poder darse la vuelta para enfrentarse de nuevo a Joe, otro puño le volvió a golpear, esta vez en el costado. Volvió a salir volando y cayó al suelo con fuerza. El costado le dolía mucho, demasiado, apenas podía respirar. Sentía que se desvanecía, no entraba suficiente aire en sus pulmones. Los bordes de su visión se le fueron tiñendo de negro.
Perdió el conocimiento.
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