Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9

Hubiese deseado que el tiempo no pasara tan rápido, pero no pude hacer nada para refrenarlo y saborear un poco más la racha de días buenos que vinieron después de aquella noche fría en el parque del pueblo, donde todo finalmente salió a la luz, la confusión se aclaró, los sentimientos fueron revelados y, por primera vez en mi vida, todo pareció encontrar su lugar y encarrilarse. La sensación de ver cómo todo se acomodaba y comenzaba a funcionar correctamente después de unas semanas tormentosas fue tan extraña como placentera.

Jesse y yo quisimos mantener nuestra relación en secreto mientras pudiéramos, solo para evitar posibles momentos incómodos con los que, como nosotros, habían entendido todo mal desde el principio. Pero esa fue una tarea prácticamente imposible de llevar a cabo. Más pronto que tarde se hizo evidente que había algo más que una inocente amistad entre nosotros. Me era simplemente imposible resistirme cuando él, sin darse cuenta, intentaba tomarme de la mano, rodeaba mis hombros con su brazo mientras íbamos por los pasillos de la escuela, o me tomaba de la cintura al encontrarme en los casilleros. Sarah y Bryan fueron los primeros en atar cabos, y se mostraron tan poco sorprendidos como el resto de los que nos conocían.

¿Qué era lo que los demás habían visto y nosotros no? Ya no importaba; no quería repasar aquellos días ni revivir cómo me habían hecho sentir tanto a mí, como a Jesse, y como a Vera.

Hablando de Vera, ella no nos prestó ni una pizca de atención. Seguía sentándose con «las espinosas» y parecía haberse olvidado completamente de mí con una rapidez un tanto ofensiva, si bien aquello no dejaba de, en cierto punto, resultarme un alivio. Con la cabeza y el corazón más despejados, tuve que admitir que estar alejada de Vera me relajaba más de lo que me entristecía. Nuestros últimos días juntas habían sido muy tensos y estresantes. Igualmente, sabía que cuando el «furor» de mi nueva relación se desvaneciera un poco y el pico de felicidad se estabilizara, comenzaría a extrañarla más y dejaría de estar ofendida por la forma exagerada y dramática en la que ella había manejado las cosas cuando podría haberse sentado a hablarme con calma, si nuestra amistad hubiese significado algo para ella. Pero, quizá, nunca lo hizo; tal vez lo suyo solo fueron palabras, y yo nunca fui tan importante en su vida como creí haberlo sido.

El único que se quedó totalmente pasmado al descubrir que mi relación con Jesse había saltado ágilmente el escalón de la amistad, fue Kevin. Ya no volvió a mirarme, ni directa ni disimuladamente. Al igual que Vera, dominó el arte de actuar como si yo no existiera.

Lejos de sentirme tan mal como lo había hecho los primeros días después de que ellos dos hubieran salido de mi vida, estaba convencida de que, con los que se habían quedado a mi lado, tenía la mejor compañía que podría haber pedido.

Mis novios nunca habían tenido relación alguna con Sarah y Bryan, por lo que siempre me había visto obligada a organizarme para no descuidar ninguna de mis relaciones; pero ahora que estábamos los cuatro en el mismo grupo, las cosas marchaban perfectamente.

Para ser sincera, al principio pensé que estar todos juntos podría llegar a ser un problema cuando decidiera pasar tiempo a solas con Jesse (mi momento favorito del día, no podía negarlo), pero Sarah y Bryan demostraron ser más perspicaces de lo que yo pensaba, y comprendían perfectamente cuándo era momento de marcharse. Ni una sola vez dejaron entrever que lo que había entre Jesse y yo les molestaba o incomodaba, o que podía llegar a ser un problema para su amistad con él. Por el contrario, ellos siempre habían considerado unos «imbéciles» a los chicos con los que yo solía salir, y afirmaban que Jesse era la primera persona «decente» con la que estaba.

Y así, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos yendo al último día de clases. No recordaba otro momento de mi vida en el que las semanas hubieran transcurrido tan rápido. Quizás el motivo de esa sensación era que ahora tenía una buena razón para preferir estar en el pueblo antes que en la ciudad.

La verdad es que ya no tenía motivos para querer quedarme en Bismarck, y lo que antes me había repelido de mi pueblo era lo que ahora me encantaba: el pequeño y viejo muelle que estaba cerca de mi casa, bajo el cual se encontraba el río en el que, durante años, Sarah, Bryan y yo habíamos remojado nuestros pies buscando pasar el rato cuando no podíamos ir a la ciudad, acabó convirtiéndose en mi lugar favorito. Después de mucho, mucho tiempo, volví a prestarle atención a las flores silvestres que lo rodeaban, que crecían libremente porque nadie las tocaba, y a las mariposas y mariquitas que revoloteaban alrededor de ellas. Y aunque todo aquello trajera a mi boca un sabor agridulce al hacerme rememorar las horas que había pasado de pequeña mirando esas mismas flores para huir de casa y no pensar en nada más que en los colores, las texturas y esos aromas que te inundaban los pulmones de dulzura, y también para hacer un poco feliz a mamá cuando cortaba unas cuantas que le llevaba de regalo y ella recibía con los ojos anegados en lágrimas, lo cierto era que nunca había pensado que un lugar abandonado y olvidado pudiera llegar a ser tan hermoso.

Jesse desconoció todo aquello hasta que acabamos convirtiéndolo en un auténtico «pueblerino», contagiándole ese mismo espíritu que mis dos viejos amigos y yo habíamos jurado que nada tenía que ver con nosotros. Al parecer, nuestro amor por la ciudad tenía algunas grietas que solo la vida de pueblo podía llenar: la libertad, la calma que era imposible hallar en cualquier ciudad, el silencio y la quietud, la brisa cálida, el «olor a verano» (como lo llamaba Bryan), las tardes enteras mojándonos en el río, comiendo y bebiendo entre risas, inventando juegos, contando anécdotas y haciéndonos compañía mutuamente...

Si me detenía a pensarlo, ¿cómo podría el tiempo no haber transcurrido tan deprisa?

Aquel día frío de enero en el que Jesse se sentó a una distancia considerable de mí en la parada del autobús, la primera vez que lo vi, ni por un insignificante instante se me cruzó la idea de que podría llegar a sentir algo tan fuerte por ese chico que no habría llamado mi atención de haberlo visto en otro lado. Pero llegados a la instancia en la que nos encontrábamos, no tenía otra opción más que aceptar que estaba irremediablemente enamorada de él; y quizá lo correcto hubiese sido agradecérselo a ese pequeño pueblo al que tantas veces había asegurado odiar, porque, después de todo, en un lugar así, todos los caminos colisionan tarde o temprano.

Claro que no debería haberle restado tanta importancia a aquella frase que afirma que «todo lo que sube, cae». Se trata de una ley de vida de la que absolutamente nadie puede huir. Pero lo que nunca nos señalan es que, mientras más rápida sea la subida, más fuerte será la caída. Lo comprendí el día que noté un cambio en la actitud de Jesse.

Nos reunimos como siempre con Sarah y Bryan bajo el muelle, a orillas del río, con nuestras mochilas llenas de comida y refrescos, pero Jesse, que era el que hablaba hasta por los codos y el que siempre se encargaba de sacar tema de conversación, permaneció inusualmente callado mientras Bryan sacaba de su mochila un tablero de Monopoly y se ponía a discutir con Sarah, quien argumentaba que las cosas siempre terminaban mal con ese juego. Ni siquiera se rio cuando comenzaron a insultarse. Con el entrecejo fruncido, tocaba distraídamente la tierra húmeda a la orilla del río, y cada sonrisa que conseguía esbozar parecía haber sido alcanzada gracias a una enorme cantidad de esfuerzo de por medio.

Finalmente, al anochecer, cuando me acompañó hasta mi casa, llegaron las famosas palabras a las que les había estado temiendo todo el día tras advertir su estado de ánimo aquella mañana.

—Mel, tengo que hablar contigo.

Mi corazón dio un brinco desagradable.

—¿Sobre qué?

Jesse sacudió la cabeza.

—Ahora no. Vendré a buscarte esta noche, ¿de acuerdo?

Asentí despacio.

—De acuerdo.

Él se acercó, me besó y comenzó a caminar en dirección a su casa. Viéndolo alejarse, supe que la cena sería eterna.

Dos horas más tarde, me senté a esperarlo en los escalones del porche. Mi corazón volvió a saltar cuando distinguí su silueta acercándose, iluminada pobremente por la luz de los viejos faroles de la calle. Se sentó a mi lado esquivando mis ojos y dio un largo suspiro, fijando la vista en la calle. Junté mis manos sobre mis piernas y aguardé unos segundos, hasta que comencé a inquietarme demasiado.

—¿Sobre qué querías hablarme? —le pregunté.

Jesse abrió la boca tres veces antes de lograr emitir algún sonido. Eso no me ayudó a mantener la calma.

—Mi padre... —balbuceó y se detuvo. Oh, no. Nada bueno podía venir a continuación si la frase inicial incluía a su padre. La garganta me picaba de lo reseca que la tenía. Jesse carraspeó y volvió a intentarlo—. Mi padre me habló acerca de... tu padre.

Sentí que me convertía en piedra; en una estatua. Lo único que me conectaba a la realidad era el incesante y alocado golpetear que arremetía contra mi pecho desde adentro. Notaba el sudor frío que brotaba de las palmas de mis manos y el dolor en los dedos por apretarme las rodillas con tanta fuerza.

¿Qué? —susurré con un hilo de voz.

—Yo... Bueno, la verdad es que yo no le pregunté nada —explicó Jesse, tartamudeando un poco—. No voy a negar que sentía curiosidad, Mel; tú lo sabes. Pero te juro que no le pedí que me lo contara. Él solo... lo hizo.

Claro que lo había hecho. Ethan me detestaba apasionadamente, y no perdía oportunidad de demostrármelo; pero no creí que se atrevería a llegar tan lejos. Este era un golpe bajo y cruel, incluso viniendo de alguien como él.

—De todos modos, Mel —siguió Jesse—, no creeré en nada de lo que él me dijo hasta oírlo de ti.

Sentí ese pinchazo en la nariz tan característico de cuando las lágrimas estaban peligrosamente cerca. Mi voz había quedado atrapada en el nudo gigante que obstruía mi garganta. Así y todo, me las arreglé para hacerla subir.

—Pues no lo harás— dije, levantándome y poniéndome a andar a las zancadas—. No oirás nada de mí.

Jesse se levantó de un salto y comenzó a seguirme.

—¡Mel! ¡Espera! ¿A dónde vas?

Seguí caminando sin molestarme en secar las lágrimas que se desbordaban de mis ojos. El zumbido en mis oídos se iba convirtiendo en un ruido insoportable que se volvía cada vez más alto.

Llegué al muelle y caminé sobre las maderas enmohecidas, que crujían exhaustas bajo mis pies, hasta alcanzar la punta. Me senté jadeando, con los ojos fijos en el agua que la brisa cálida mecía con suavidad. Unos segundos más tarde, Jesse se sentó a mi lado. Guardó silencio durante aproximadamente un minuto, como si eso fuera a cambiar algo, como si darme tiempo fuera a hacerme hablar.

—Supongo que lo que me contó mi padre es verdad, si has reaccionado así —dijo finalmente.

Apreté los dientes y cerré los ojos.

—Lamento haber tocado el tema, Mel. Realmente lo lamento. Pero no puedo fingir que no sé nada. Sospechaba que había pasado algo malo con tu padre, pero no me imaginé que... —Se detuvo abruptamente y respiró hondo—. Mel, puedes confiar en mí, no creo que haga falta que te lo recuerde. No quiero que me cuentes cada detalle de tu vida, pero no podemos tener esta clase de secretos. Con el tiempo terminará afectándonos que no compartas algo tan importante conmigo. Necesito oír la verdad, quiero que me cuentes lo que ocurrió, esta única vez, y te prometo que jamás volveremos a hablar de eso.

Un sollozo trepó por mi garganta haciéndome temblar. Jesse intentó tocarme; yo lo aparté.

Estaba enfadada. Realmente enfadada. Y lo que más me enfadaba y también me sorprendía, era darme cuenta de que no me sentía así precisamente por lo que Ethan había hecho (pese a que seguía creyendo que no tenía derecho y que era un hombre horrible); más bien, me sentía así porque no podía obviar que, con Jesse, las cosas eran diferentes. Sabía que si Vera hubiese sacado el tema, si algún día se hubiera atrevido a preguntarme por mi padre, yo le habría dicho que no quería hablar de eso y ella se hubiese conformado.

Pero Jesse insistía, y seguiría insistiendo, y aunque yo ganara ahora, en algún momento acabaría perdiendo. La información que él manejaba me ponía en aprietos. No sabía qué le habían dicho, si lo habían exagerado o le habían restado magnitud, si habían omitido detalles o le habían dado demasiados. No me importaba qué datos conocían o desconocían los demás, pero tratándose de Jesse... no podía dejar las cosas así. Confiaba en él más de lo que había confiado en todas las personas que habían pasado por mi vida, y el hecho de estar considerando complacerlo lo demostraba.

No había una manera de explicar el dolor, la angustia, el miedo e incluso la vergüenza que me provocaba la idea de hablar sobre ese hombre que había sido mi padre con otra persona. Apenas podía difícilmente lidiar con la parte que todos conocían, con esa leyenda pueblerina sobre aquel hombre escandaloso, pero hablar con otro ser humano acerca de eso que solo mamá y yo sabíamos, aquello que habíamos jurado jamás en nuestras vidas volver a mencionar, me resultaba una idea casi imposible de concebir. Y eso era lo más increíble de esta situación, de estar allí sentada con Jesse: estar transformando lo «completamente imposible» en «casi imposible».

Lo miré a los ojos y el esfuerzo que tuve que hacer para refrenar las lágrimas fue inhumano.

—Voy a hablar de esto por primera y única vez en mi vida, Jesse; y te suplico que nunca repitas nada de lo que vayas a oír esta noche. Prométeme que lo mantendrás en secreto, y que tú tampoco, nunca, volverás a mencionarlo.

—Nunca —contestó Jesse con firmeza—. Jamás haría algo para lastimarte, Mel. Te prometo que me llevaré todo esto a la tumba.

—Está bien —susurré—. Entiendo que quieras saber qué fue lo que ocurrió. —Fijé la mirada en las aguas ahora embravecidas por el viento que soplaba cada vez más fuerte—. ¿Qué te contó tu padre?

Jesse se removió un poco. Resultaba un tanto reconfortante que no pudiera tratar el asunto con liviandad, como lo hacían todos en el pueblo.

—Él me dijo que tu padre tenía problemas con el alcohol y las drogas, que ocasionaba muchos disturbios en el pueblo y que... —Se detuvo súbitamente y habló casi en un susurro—. Y que era violento.

«Violento». Esa palabra le quedaba increíblemente chica a la persona de la que estábamos hablando.

Tragué saliva y mis dedos se entumecieron cuando me aferré con fuerza al borde de las maderas para comenzar a hablar. Apenas podía oír mi propia voz a causa de los latidos potentes y acelerados de mi corazón, que resonaban en mis oídos.

—Supongo que debo comenzar con el dato más importante de todos, y uno de los que nadie conoce: Mark Thompson no era mi padre. Era mi padrastro.

»Mi verdadero padre y mi mamá se conocieron cuando eran niños. Fueron compañeros de escuela y amigos. A los trece años comenzaron a salir, y siguieron por un par de años más, hasta que mi madre quedó embarazada. Mi padre practicaba deportes, como tú, y mientras ella continuaba estudiando en el pueblo, él se había trasladado a la escuela de la ciudad.

»Para cuando mamá supo del embarazo, mi padre ya le había dado la noticia de que se mudaría con su familia a Chicago. Tenía muchas chances de ser admitido en varias de las universidades más importantes del país y de recibir becas. Todo eso sumado a que se iría a vivir lejos, hizo que mamá decidiera no decirle acerca de mí. Creyó que si hablaba le arruinaría la vida, y lo amaba tanto que sintió que no podía hacer semejante cosa.

»En esa época, mi abuelo acababa de fallecer y mi madre estaba muy vulnerable y herida, y se inclinó hacia la primera persona que encontró cuando mi padre se marchó. Esa persona fue Mark Thompson, un chico dos años mayor que ella que había estado invitándola a salir desde que se había dado a conocer la noticia de que mi padre se iría del pueblo y que él y mamá habían acordado terminar su noviazgo, ya que, en ese entonces, las relaciones a distancia inevitablemente acababan fracasando.

»Según mamá, Mark era un tipo algo extraño y solitario, un poco problemático también, pero nadie lo consideraba una mala persona, más bien... solo raro. Había sido criado por su tía, dado que sus padres desaparecieron cuando él aún era un bebé, y algunos justificaban su forma de ser argumentando que su tía era una mujer mayor muy poco cariñosa.

»Pero lo único que le interesaba a mi madre era que Mark la trataba maravillosamente y era muy dulce y considerado con ella, así que, aferrándose a todo eso y aprovechando que estaba embarazada de pocas semanas, decidió acostarse con él y hacerle creer que el bebé era suyo. —Jesse abrió mucho los ojos—. Lo sé, parece una locura y algo difícil de creer conociendo a mi mamá, ¿no? Pero ¿qué otra opción tenía realmente?

»No puedo juzgarla sabiendo que, si no tuviera su historia como ejemplo y me encontrara en su misma situación, probablemente haría lo mismo. Si decía la verdad, mi abuela iba a obligarla a decírselo a mi verdadero padre, y mamá estaba dispuesta a mentirle a todo el mundo, incluso a sí misma, con tal de protegerlo. Y dado que Mark se tomó la noticia del embarazo de muy buena manera y le prometió ayudarla y quedarse con ella, durante un tiempo creyó haber tomado la decisión correcta. A mi abuela no le cayó muy bien la noticia, claro, pero siempre los apoyó a ambos. Así que se mudaron juntos a la casa donde vivimos actualmente. Aunque al principio decidieron que lo mejor sería esperar para casarse, la verdad es que nunca llegaron a hacerlo, afortunadamente.

»Al principio, y a pesar de todo, Mark resultó ser un chico trabajador y responsable; se esforzaba por colaborar en la casa y al mismo tiempo seguir estudiando y cuidar a mi madre. Es difícil de creer, pero hubo una época en la que fue un buen tipo. Es una lástima que no haya llegado a conocer esa parte de él. —Mi mirada se perdió en las aguas turbulentas y tuve que pestañear y sacudir la cabeza para que mi mente no se ahogara en ellas—. Un par de meses antes de que yo naciera, comenzó a cambiar.

»Primero empezó a regresar borracho por las noches, todos los días, y luego empeoró. Mi abuela y mi madre no tardaron en darse cuenta de que se había metido en drogas.

»Nunca supieron cómo y dónde las consiguió, pero sabían que las tenía. Dejó la escuela antes de llegar a graduarse, más pronto que tarde lo despidieron de su trabajo de albañil, regresaba a casa tarde y peleaba con mi madre; la insultaba, le decía cosas horribles, incluso la golpeó cuando aún estaba embarazada. Ella se las arreglaba para seguir asistiendo a la escuela con la ayuda de mi abuela, pero su corazón no resistió todo lo que estaba pasando, y falleció de un infarto dos días antes de que yo naciera. Mamá es hija única y llegó cuando sus padres ya eran mayores, por lo que terminar sola todavía siendo muy joven era una posibilidad que sabía muy bien que existía, pero no creyó que fuera a ocurrir tan pronto. Tenía algunos tíos por parte de mi abuelo, pero vivían en Massachusetts y no sabía nada de ellos. Y como ya estaba a punto de cumplir dieciséis años y tenía un ingreso de dinero fijo gracias a su trabajo de medio tiempo en una panadería, consiguió que no la enviaran a un hogar de acogida. Ahora pienso que, quizás, eso habría sido lo mejor para ella.

»Por un lado, me alegro de que mis abuelos no hayan vivido lo suficiente para llegar a ver todo lo que pasamos mi mamá y yo los años siguientes. Te juro que bloqueé tantas cosas de las que vi y escuché que solo se me vienen a la cabeza algunos hechos puntuales. Siento que es mejor así, hasta que recuerdo que las únicas cosas que puedo traer de vuelta a mi cabeza son las peores.

Me detuve a tomar aire y cerré los ojos durante unos segundos antes de continuar. Mi cuerpo entero temblaba, mi respiración trastabillaba cada vez más. Sentado a mi lado, Jesse parecía una estatua, pero sabía que no se perdía ni una sola palabra de todas las que yo pronunciaba.

—La noche después del funeral de mi abuela, mamá estaba a punto de irse a la cama cuando Mark regresó a casa. Él no había asistido al funeral, por supuesto. Estaba borracho y fuera de sí. Comenzaron a pelear, él la empujó, la hizo caer y golpearse, y yo terminé naciendo un mes antes de lo previsto. Sobreviví de milagro. Y sé que si hubiera sido por él, si hubiese podido elegir, eso no habría ocurrido.

»Crecí convencida de que mi casa y mi mundo no tenían nada que envidiarle al mismísimo infierno. El que creía que era mi padre nunca estaba, no trabajaba y no hacía más que andar de juerga, emborracharse, drogarse, meterse en peleas y pasar noches en la cárcel.

»Mi madre se esforzó por terminar de estudiar y consiguió el trabajo como recepcionista del hotel porque el dueño había sido un buen amigo de mi abuelo. Trabajaba mucho para poder traer comida a casa, vendiendo sus artesanías para generar dinero extra, pero Mark se lo robaba o le exigía que se lo diera, amenazándola con golpearla o con golpearme a mí, y, por supuesto, mamá acababa cediendo. En muchas oportunidades tuvo que pedirle dinero prestado a sus conocidos para poder darme de comer. Recibía ayuda porque todos sabían que era una buena persona y que lo merecía, pero incluso así, nadie podía hacerla entrar en razón, lograr que hiciera algo respecto a la situación que ella y yo estábamos viviendo.

»Y entonces... después de torturarnos durante once años, un día, de la nada, Mark simplemente murió. Se acostó a dormir después de regresar esa madrugada arrastrándose, y jamás despertó. Mamá y yo nos quedamos mirándolo desde la puerta del dormitorio, sin saber bien cómo reaccionar. Pese a todas las cosas horribles que él nos hizo, sé que ambas no podíamos dejar de sentirnos culpables por estar allí paradas sin hacer nada, rogando en silencio que no despertara, que no se levantara de esa cama... Y cuando finalmente nos dimos cuenta de que no lo haría y de lo que eso significaba, que la pesadilla había acabado de una vez por todas, prometimos que enterraríamos con él todos esos años de nuestras vidas que nos había arruinado, que seguiríamos adelante juntas y que nunca, jamás, volveríamos a nombrarlo.

Dejé a mi mente vagar de nuevo por las aguas. El silencio de Jesse me inquietaba, y la forma en que sus ojos también se perdían en el agua en lugar de estar sobre mí me preocupaba. Ningún silencio tan extenso después de oír una historia así era bueno.

—Esa es la historia que todos conocen —dije en voz baja—, excepto por el detalle de que Mark no era mi padre biológico; la historia que todos repiten cuando se acaban los temas de conversación —suspiré—. Algún día será una leyenda urbana para los más jóvenes.

Esas palabras hicieron que Jesse finalmente dirigiera hacia mí un par de ojos que, sin embargo, no decían nada. Mi piel se erizó. Me era imposible saber qué pasaba por su cabeza y eso me generaba una incertidumbre que era como una lenta y despiadada tortura.

—Pero eso no es todo —dijo apaciblemente, su mirada fija en mí.

—¿Cómo lo sabes?

Jesse agachó la cabeza y la meneó lentamente.

—No sabes cuánto me cuesta decir esto, Mel, pero es imposible concebir la idea de que ese hombre, siendo como era, nunca te haya hecho daño a ti. Si lo que acabas de contarme es la historia que, como tú dices, todos conocen, eso significa que hay una parte que se encuentra oculta. Y no puedo más que pensar que es mucho peor que lo que ya oí, aunque no soy capaz de imaginar qué podría ser peor que todo eso.

Mi estómago se contrajo y un dolor punzante hizo que mi corazón se retorciera. No sabía qué sería de mí después de abrir la boca. Ni siquiera sabía cómo iba a lograr contarlo, pero tenía que hacerlo. Y si eso suponía perder a Jesse, el único consuelo que encontraría sería que él fue quien quiso saberlo todo.

Hui de sus ojos y fijé los míos en mis manos, que descansaban sobre mi regazo.

—A pesar de que nunca me quiso, Mark me golpeó solo una vez. Yo tenía siete años, él estaba peleando con mi madre, como siempre, yo los espiaba, él me vio, me dio una bofetada, me tomó de un brazo, me arrojó dentro de mi habitación y me encerró con llave. Cuando caí me golpeé la cabeza con la punta de la mesa de noche y comencé a sangrar mucho. Él me dejó allí por cinco horas, antes de tirar la llave a los pies de mi madre. Ella tuvo que llevarme al hospital y simulamos que todo había sido un accidente doméstico.

»Y luego... —El nudo en mi garganta triplicó su tamaño. La voz me salía estrangulada, como si dos enormes manos acabaran de aferrarse a mi cuello—. Él me lastimó una segunda vez...

Los ojos me ardían. Parpadeé con furia y hablé como pude a través del nudo descomunal que me ahogaba.

—Mark siempre supo que podía lastimar a mi madre de muchas formas distintas, que podía despreciarla de la peor manera posible, gritarle, golpearla, destruir sus cosas, pero que, a pesar de todo, no la afectaba tanto como quería. Llegó un momento en el que él entendió cuál era su punto débil: sabía que si me hacía daño a mí, ella no lo soportaría. —Apreté los dientes y noté que había perdido todas las fuerzas que necesitaba para contener las lágrimas que empezaron a escapar de mis ojos—. Si bien la insignificante pizca de humanidad que quedaba en él le impedía lastimarme de verdad, llegó el día en que encontró el motivo ideal para hacerlo.

»Cuando yo tenía once años, ellos tuvieron la peor pelea de todas. Era de noche, yo estaba en mi dormitorio, en la cama, tapada con las sábanas y las frazadas, porque ya no quería oír... No quería oír los gritos, no quería oír los objetos que se estrellaban contra el suelo y las paredes, los muebles que se arrastraban, los golpes...

»Pero entonces oí algo más. Aunque estaba tapada, lo oí con claridad: mi madre gritándole que yo no era su hija, que él no era mi padre. Y eso fue todo. No oí más, porque empezaron a hablar en voz baja. No sé qué se habrán dicho, pero creo que si no hubiera oído lo poco que oí, si no hubiera oído que él no era mi padre..., no habría logrado sobrevivir a lo que pasó unos minutos más tarde.

»Alguien entró a mi habitación. Era él. Bajé las frazadas y vi su silueta recortada por la luz del pasillo. Lo que más recuerdo de su rostro son los ojos enrojecidos por las porquerías que había consumido, esa mirada desorbitada que te helaba la sangre, y ese olor tan extraño y asqueroso a sudor y alcohol. Se encerró allí adentro conmigo antes de que mamá pudiera llegar. Ella se arrojó sobre la puerta y comenzó a golpearla con los puños, a patearla, gritando desesperadamente, suplicándole... Juro que soñé con esos gritos durante meses.

»Le rogué, le pedí que por favor no me hiciera daño, porque aunque él solo estuviera allí parado, yo sabía que algo muy malo estaba a punto de ocurrir. Y luego él... se acercó a mí y me dijo que todo lo que iba a ocurrirme lo tenía merecido por el solo hecho de haber venido a este mundo a arruinar su vida.

Mi hilo de voz se cortó abruptamente y ya no fui capaz de controlar los temblores de mi cuerpo. Volví a sentir el miedo desmesurado de aquel día, a revivirlo todo dentro de mi cabeza, deseé tener a mi alcance mis sábanas y frazadas para ovillarme bajo ellas e intentar ocultarme, salvarme, aun cuando sabía que el final siempre iba a ser el mismo, que él siempre iba a encontrarme. Hasta el día que murió, afortunadamente no mucho después de aquella noche, siempre ocurrió: ese recuerdo siempre me encontró.

—Todavía no puedo entender cómo mamá no tiró la puerta abajo —musité secándome las lágrimas con la manga de mi saco de hilo—. La aporreó durante lo que parecieron ser horas, aunque en realidad solo fueron unos pocos minutos...

»Pensé que no iba a poder defenderme. Mi cerebro no se conectaba con mi cuerpo. Pero cuando él se me vino encima, salté de la cama y grité. Y pese a que él era más fuerte que yo y terminó atrapándome, no dejé de gritar ni con su mano sobre mi boca, y nunca paré de patearlo y golpearlo. Hasta el día que murió, tuvo en la frente la cicatriz de uno de los tantos arañazos que le di.

»Él no llegó a... ya sabes. Pero hizo lo suficiente como para lastimarme. Cuando creí que no podría seguir luchando, que lo dejaría ganar, y dentro de mi cabeza no resonaban más que las palabras «al menos esta vez soy yo y no mamá. Seguramente tiene razón; seguramente me lo merezco», él se dio por vencido, salió del dormitorio trastabillando y se desmayó en el pasillo. Supongo que el estado en el que se encontraba y la pelea que yo di fueron una combinación demasiado fuerte para su cuerpo deteriorado.

»Pero, de todos modos y durante mucho tiempo... sentí que él seguía allí adentro conmigo, y que lo que había dicho era verdad: me lo merecía. Él hizo que lo creyera esa noche.

¡Pero cómo! —estalló Jesse con una voz tronadora completamente desconocida para mí. Su rostro estaba lívido, sus ojos llenos de odio echaban chispas—. ¿Cómo es que tu madre no hizo nada? ¿Por qué no llamó a la policía? ¿Por qué no fue a buscar a alguien? ¡¿Por qué no hizo ALGO?!

—¡No fue su culpa! —repliqué—. ¡Ella tenía miedo!

¿Miedo? —repitió Jesse incrédulo—. ¿Acaso tenía miedo de que alguien las salvara de esa pesadilla? ¿Acaso tenía miedo de impedir que esa bestia te lastimara tan terriblemente? Por favor, al menos dime que te llevó a ver a un doctor.

—¡No pudo! Todos nos conocían aquí, y Mark no nos dejaba viajar a la ciudad. —Jesse se levantó y se pasó una mano por el rostro, yendo y viniendo por el muelle, haciendo que las maderas enmohecidas crujieran adoloridas bajo sus pies—. Antes de que digas algo más, Jesse, tienes que entender... Solo nos teníamos la una a la otra. No había nadie más para nosotras en este mundo. Y no teníamos adónde ir... Si mamá hubiese intentado hacer algo respecto a todo lo que estábamos viviendo, podrían haberme apartado de ella...

—¡TÚ NO LO MERECÍAS! —vociferó Jesse volviéndose hacia mí—. ¡Tú no merecías vivir nada de eso! Eras solo una niña, Mel, por Dios santo, ¡podrían haber arruinado tu vida para siempre! ¡No hay excusas...!

—¡Ella también era una niña cuando todo comenzó! —lo interrumpí poniéndome de pie, ya gritando tan fuerte como él.

—¡Y debería haberse apartado de él tan pronto como las cosas empezaron a ir mal, en lugar de quedarse y también obligarte a ti a quedarte y a pagar por sus errores!

El pulso dentro de mis venas latía desenfrenadamente. Mis pulmones trabajaban con desesperación para proporcionarme el escaso aire que apenas podía retener. Comprendí que no podía manejar esto; no podía quedarme a oír todas esas cosas que Jesse estaba diciendo. Podría haberlo soportado si hubiesen sido cosas sobre mí, pero si se metía con mi madre... No iba a tolerarlo.

—Después de todo, eres muy bueno para juzgar —espeté pasando a su lado y comenzando a alejarme. Jesse me siguió llamándome con insistencia.

—¡Mel! Mel, espera. Tienes razón, me precipité un poco, pero es que... Me cuesta creer que lo que acabo de oír sea real...

—Tú eras él que quería que le cuente todo, ¿no? —contesté con dureza.

—Sí, pero... —Su pecho ascendía y descendía bajo su chaqueta azul a cuadros—. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo es posible que ustedes nunca hayan dicho ni hecho nada? ¿Cómo pudieron callarlo? ¿Cómo pudieron seguir adelante después de todo eso?

—¡Tuvimos que hacerlo! ¡No había otra opción! Pero no lo habríamos logrado la una sin la otra. Por eso callamos: para permanecer juntas.

—¿Es decir que nunca lo hablaron con nadie? —inquirió Jesse entre sorprendido e indignado—. ¿Nunca fueron a ver a un psicólogo, a un terapeuta o algo así?

Negué con la cabeza. Jesse soltó una risita amarga.

—No puedo creerlo —murmuró—. Simplemente, no puedo creerlo.

Su enfado era tan grande que logró contagiármelo. Mi sangre comenzó a hervir, quemándome por dentro como un fuego ardiendo sin control. Me detuve y me giré, enfrentándolo.

Jamás iba a permitirle a nadie insinuar que mi madre era débil y cobarde. Ella era la persona más fuerte y valiente que yo conocía. No cualquiera habría sobrevivido a todo lo que ella tuvo que enfrentarse, no cualquiera habría soportado ver sus años de juventud arruinados. El miedo le había ganado muchas veces, pero estaba orgullosa de decir que era su hija. Sabía que había gente que la juzgaba, pero nunca, jamás, permitiría que la insultaran delante de mí, ya fuera directa o indirectamente. Si los demás hubiesen podido verla desde mi lugar, habrían comprendido.

—Mira, ya tuviste lo que querías. Ya lo sabes todo, así que ahora espero que mantengas tu promesa y no abras la boca. No quiero pelear contigo, Jesse; necesito estar sola. Y no te preocupes por mí, estaré bien, como siempre. Ya lo he superado hace tiempo.

Intenté volver a darme vuelta, pero Jesse me tomó del brazo.

—Estás mintiendo —dijo—. No has superado nada.

—¿Cómo te atreves a decir eso? —exclamé forcejeando para liberarme—. ¿Cómo piensas que sobreviví, que llegué hasta aquí?

—Lo ocultaste. Se lo ocultaste a todo el mundo. Lo encerraste, lo enterraste y lo cubriste con cemento, pero todavía está ahí. Y si no lo dejas ir, regresará, Mel. Es solo cuestión de tiempo.

—¿Qué diablos estás sugiriendo, Jesse? ¿Que se lo cuente a todo el mundo? ¿Que agregue una página más a la famosa leyenda pueblerina de Mark Thompson?

—¡NO! —bramó Jesse—. ¡Te estoy sugiriendo que busques ayuda!

—¡No necesito ayuda! —repliqué igualando su tono de voz—. ¿Crees que simplemente puedes venir y decirme qué necesito y debo hacer? Estás muy equivocado.

—Te lo creíste —afirmó mirándome a los ojos—. Te creíste todo lo que él te dijo esa noche. Por eso no puedes distinguir a la gente que realmente te quiere de la que solo te usa por conveniencia, ni ver lo que mereces, ¡ni ver la persona que eres! Por eso fuiste amiga durante tanto tiempo de una persona como Vera: una mala persona. Y estuviste perdidamente enamorada por más de un año de un chico al que nunca le importaste, aun cuando él ya lo había dejado bastante en claro.

—Así que ahora me conoces mejor de lo que yo me conozco a mí misma.

—No, por supuesto que no. Es que desearía que entendieras lo especial que eres, Mel. Me destroza pensar que alguien te lastime, y saber que ya lo han hecho, y de la peor manera posible, me rompe el corazón. Quiero que seas igual de feliz que esa gente a la que haces feliz. Piensa en tu madre, en Bryan, en Sarah, en mí... Tienes que dejar de creer que tu importancia en el mundo la define lo que haya dicho y hecho Mark, o Kevin, o Vera, o cualquier otra persona que te haya lastimado. Tienes que dejarlo atrás.

—Ya lo he hecho —repliqué cansinamente—. ¿Por qué no quieres entenderlo?

—¡No has sanado, Mel! No lo has hecho si cada vez que alguien menciona a esa basura de hombre te derrumbas por dentro.

—¡No necesito ni quiero ayuda cuando he logrado llegar hasta aquí sin ella!

—Y estoy tan orgulloso de ti —exclamó él, dejándome entre confundida y perpleja—. Te juro que lo estoy, aunque no lo creas. Simplemente pienso que...

—¡No me interesa lo que pienses! —grité volviéndome hacia él— ¡Querías saberlo todo y yo te lo conté! ¡No es necesario que me digas qué hacer! ¡Ese no fue el trato! —Tomé aire y lo dejé salir despacio, intentando controlarme—. Ahora que ya terminamos, te pido que, por favor, me dejes en paz.

Me di vuelta y, con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho, seguí alejándome. Me sentí tan estúpida al imaginarme, por unos segundos, que él no me dejaría ir. A pesar de lo que acababa de decirle, muy en lo profundo, deseaba que me detuviera y me dijera que no le importaba nada de lo que había oído, que lo borraría de su memoria y que se quedaría conmigo.

Pero, mierda, ¿quién habría querido quedarse conmigo después de conocer los detalles más oscuros y tenebrosos de mi vida? El horror en los ojos de Jesse me persiguió durante todo el camino a casa, acompañado por el silencio de su ausencia. Hasta me pareció poder leer su mente: él pensaba que yo estaba arruinada, y dudaba que estuviera del todo convencido de que un poco de ayuda podría salvarme.

Llegué a casa con la cabeza abombada y la respiración entrecortada. Afortunadamente, mamá ya dormía. Intenté hacer lo mismo, pero no podía parar de dar vueltas en la cama, hasta que acabé arremetiendo contra ella a puñetazos y tirones, desarmándola toda. Entre jadeos, lo maldije de las peores maneras posibles. Maldije su existencia, «el simple hecho de que hubiera venido a este mundo» y de que hubiera sido parte de mi vida.

Todo esto era su culpa: todas mis relaciones fallidas, el perder el tiempo con gente que no me convenía, el sentir que me merecía las cosas malas que me ocurrían, que cada vez que me rompían el corazón era por algo que yo había hecho, por un error mío, siempre mío.

Esa persona que incluso muerta se las arreglaba para seguir interviniendo en mi vida de alguna manera, había empujado la primera ficha del dominó que desencadenó la caída de todo a mi alrededor: Kevin, Vera, y ahora Jesse... Seguramente sería cuestión de tiempo antes de que perdiera a los que todavía me quedaban.

Pero, después de todo, tal y como él lo había dicho, me lo merecía.

✿✿✿

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro