Capítulo 6
Alguien gritó mi nombre; fue lo último que oí antes de que mis pasos se convirtieran en el único sonido que me acompañaba a través de los tenues y solitarios pasillos.
Unas odiosas lágrimas me nublaban la vista, pero eso no me impidió seguir corriendo. No sabía qué estaba buscando, aunque en realidad no creía que estuviera buscando algo, si bien tampoco entendía de qué huía. Mi mente era un torbellino de pensamientos confusos, acompañados de los más extraños sentimientos que alguna vez hubiera experimentando.
Me detuve cuando llegué al pie de la escalera que llevaba al primer piso. Sentía como si mi corazón estuviera apretado dentro de un puño de acero; mi pecho ascendía y descendía bruscamente y tenía las mejillas bañadas en lágrimas. Me senté en el primer escalón, junté las piernas y las abracé con la cara apoyada en ellas mientras comenzaba a sollozar en silencio.
—Mel... —llamó alguien que se acercaba desde el pasillo por el cual yo había llegado corriendo.
Mis ojos nublados por las lágrimas me impidieron verlo con claridad. Fue su voz lo que me hizo reconocerlo y levantarme de un salto como si alguien hubiese gritado «¡fuego!».
—Kevin... —susurré secándome las mejillas con el puño de mi abrigo.
Él apuró el paso.
—¿Qué ocurre? —inquirió alarmado, deteniéndose frente a mí y escrutando mi lloroso rostro.
«Nada» hubiese sido una enorme y ridícula mentira, pero si intentaba explicar algo que ni yo misma entendía iba a acabar mintiendo de todas formas.
—No lo sé...
A pesar de que estaba susurrando, mi voz hacía eco entre las paredes. Todo estaba muy silencioso, ni un solo grito llegaba desde el campo de juego.
—¿Esto tiene algo que ver con Vera? —preguntó Kevin de repente. Lo miré desconcertada—. Es que... bueno, he notado que ustedes están más serias que de costumbre estos días, que ya no están todo el tiempo riendo y hablando en voz alta. Y también vi que no se sentaron juntas en el juego. ¿Qué pasó, Mel?
Me sorprendía estar descubriendo que Kevin era tan perspicaz. Y yo que había pensado que las cosas con Vera estaban relativamente normales...
—Sí —confesé con un hilo de voz, y dejé salir un largo suspiro—. Sí, tiene que ver con Vera. Pero no quiero hablar de eso, Kevin. En serio.
Él me miró preocupado, pero decidió no insistir. Entonces, sin preguntármelo ni meditarlo demasiado, respiró hondo y, acto seguido, me abrazó con fuerza. No dudé en abrazarlo de vuelta, un simple impulso que me hizo romper a llorar de nuevo. Mis lágrimas empaparon su hombro. Él no hizo más que intensificar el abrazo.
Cuando pude parar de llorar y recobrar un poco la postura, Kevin se apartó y me sonrió. Estuvo a punto de decirme algo, pero una voz que resonó en el pasillo pronunciando mi nombre nos interrumpió. Los vellos de los brazos se me erizaron al oírlo.
—¿Mel?
Allí estaba Jesse, a unos seis metros de distancia, contemplando la escena con recelo. El sudor pegajoso le hacía brillar la piel. Llevaba en la mano algo que reflejaba la luz de los débiles y pobres rayos del sol que se despedía.
—¿Qué ocurre? —preguntó dando unos pasos hacia nosotros—. ¿Te encuentras bien? ¿Por qué...?
Kevin lo interrumpió.
—Ella está bien.
Jesse le frunció el ceño.
—¿En serio? —inquirió con una leve nota de sarcasmo en su voz—. Porque su cara dice lo contrario. Y, por cierto, le estaba hablando a ella, no a ti.
A pesar de mi aturdimiento, miré a Jesse como si se hubiera vuelto loco. Era la primera vez que lo veía dirigirse así a alguien, ser en cierto modo «grosero». Aunque lo conocía hacía poco, nunca lo habría creído capaz de reaccionar de esa forma, y sin un buen motivo aparente, puesto que Kevin no le había contestado de mala manera. Claro que su actitud cambió después de oír el tono en el que Jesse le había hablado.
—Bueno, pues parece que ella no quiere hablar contigo, ¿cierto? —respondió, y un silencio intenso se extendió por unos segundos entre los tres como dándome la chance de intervenir, pero mi anonadado cerebro había sido momentáneamente privado de la capacidad de hilvanar frases y dejarlas salir en voz alta. Lo único que podía pensar, las únicas palabras que mi mente no dejaba de repetir, eran: «¿Qué diablos está pasando aquí? ¿Por qué estos dos se están hablando así e intercambiando miradas asesinas? ¿No era que se habían caído 'bien' desde un principio y hasta estaban a punto de hacerse amigos?». Algo me decía que había una parte de aquel «enfrentamiento» que yo me estaba perdiendo.
Jesse alzó las cejas en mi dirección. Interpreté su pedido silencioso, pero no pude decirle nada. Apartar la mirada de él me costó horrores, pero mirar al suelo me dolía un poco menos que mirarlo a los ojos.
—No te preocupes —dijo Kevin con aire triunfante al ver que yo seguía sin pronunciar palabra—. Yo me quedaré con ella y la cuidaré.
Jesse lo fulminó con la mirada.
—Mel —volvió a llamarme—. Mel —insistió. Mi terca forma de ignorarlo le hizo soltar un suspiro resignado. Esperaba que no pensara que me resultaba fácil comportarme así, pero no sabía cómo hacerle entender que, en aquel momento, lo que más necesitaba era estar lejos de él, aun cuando ni siquiera sabía bien por qué—. Está bien. Te dejo tus cosas. Hablamos luego. —Se acercó un poco solo para entregarle a Kevin lo que sostenían sus manos: mi cámara de fotos y mi mochila. Tras echarme un último vistazo, dio media vuelta y comenzó a deshacer el camino por el que había llegado. Junté coraje y alcé un poco la cabeza para verlo alejarse. Sus pasos hacían eco en los pasillos vacíos. Una ola de sentimientos contradictorios me invadió: no quería que supiera que lo estaba mirando, mientras que otra parte de mí quería que volteara una vez más y me viera. Pero eso no ocurrió.
Kevin guardó mi cámara dentro de la mochila y me ayudó a colgármela de los hombros.
—Tengo que ir unos minutos a los vestidores para cambiarme —dijo—. Nuestra... cita, ¿sigue en pie?
No lo dudé ni por un segundo. No estaba de humor para «citas», pero Kevin siempre sería la excepción a todas mis reglas.
—Sí.
Él me sonrió.
—Vuelvo enseguida. Espérame aquí.
Volví a sentarme en el primer escalón, con los ojos secos y la cara larga. El esfuerzo por mantener la mente en blanco me estaba matando, si bien encontrarme tan atontada me ayudaba bastante a no enloquecer. Era como si alguien hubiese sacudido un avispero dentro de mi cabeza. A ese sentimiento lo acompañaba el de percibirme completamente vacía. Eran dos extremos, como el amor y el odio.
En menos de diez minutos, Kevin estuvo de vuelta.
—¿Nos vamos? —preguntó con una sonrisa que me bastó para desviar mis pensamientos hacia algo bonito: su rostro. Consulté mi reloj pulsera antes de contestar.
—De acuerdo... Pero tengo que tomar el autobús que sale en una hora, o se me hará muy tarde.
—Una hora está bien —replicó Kevin mientras se ponía el abrigo y yo me levantaba del escalón.
Rodeó mis hombros con su brazo y caminamos hacia el estacionamiento en silencio. Nos subimos a su auto y fuimos hasta una cafetería, donde ocupamos una mesa junto al ventanal.
—¿Qué quieres tomar? —me preguntó.
—Lo que sea que tú tomes... —respondí dejando la mochila en el sillón junto al mío.
—¿Dos capuchinos?
Asentí. El capuchino era la única bebida con café que no me disgustaba.
Mientras Kevin iba por las bebidas, suspiré y admití que mi comportamiento y mis reacciones no me llevarían a ningún lado, si ni siquiera estaba segura de por qué había llorado tanto y por qué me sentía tan mal. Algunas cosas debían cambiar. Lo que más me convenía era aprender a controlar mis pensamientos y mantenerlos a raya, al igual que lo había hecho la noche del baile, y adoptar una actitud más positiva y alegre, o terminaría por espantar a Kevin y entonces sí me sentiría realmente mal.
Cuando regresó con las bebidas, le dediqué una sonrisa cálida que él me devolvió.
—Te ves mejor —comentó sentándose frente a mí.
—Sí, me siento mejor —contesté bebiendo un sorbo de mi capuchino.
—Me parece genial, me gusta verte sonreír.
Advertí que mis mejillas se encendían y agaché la cabeza a la vez que las comisuras de mi boca se curvaban hacia arriba. Durante un rato, hablamos de cualquier cosa mientras bebíamos despacio nuestros capuchinos. Cuando nuestras tazas quedaron vacías y mis manos expuestas sobre la mesa, Kevin estiró las suyas y las tomó. Yo había estado mirando a través del ventanal (a duras penas, pues no quería tener mis ojos sobre él todo el tiempo), pero ese gesto me obligó a volver la mirada hacia su hermoso rostro. Él esbozó una débil sonrisa que, por alguna razón, se esfumó enseguida.
—Mel... —dijo mirándome directo a los ojos—. Eres una chica francamente... increíble. —Las mariposas aletearon en mi estómago, pero no logré sonreír. Había algo en su mirada repentinamente seria que me preocupaba—. Eres... hermosa, divertida, inteligente y una excelente persona. Supongo que soy un idiota por haber tardado tanto en darme cuenta de todo eso y estar haciendo esto ahora, cuando debería haberlo hecho hace un año atrás. Y... —Noté que tragaba saliva y mi corazón latió fuerte—. La verdad es que me gustas muchísimo; sinceramente, no recuerdo que me haya gustado tanto una chica. —Rogué que él no notara cómo mis manos habían comenzado a sudar—. Pero debes saber algo; algo que te habría dicho hace un año atrás si me hubieses gustado como me gustas ahora: no quiero ser tu novio. Aunque tampoco quiero ser solo tu amigo.
Me quedé helada, conteniendo la respiración con mis ojos fijos en los suyos. Solo cuando comenzaron a arder, parpadeé.
—¿Qué significa eso? —pregunté casi en un susurro.
Me sentía estúpida, pero realmente no entendía lo que estaba diciendo.
—No estoy listo para una relación seria —respondió Kevin, y me soltó una mano para frotarse la frente en un gesto de frustración—. No lo estuve hace un año y no lo estoy ahora. Y te juro que desearía estarlo, o por lo menos ser lo suficientemente valiente como para intentarlo contigo, pero no sabría cómo manejar las cosas, qué hacer, cómo comportarme. Ni siquiera estoy seguro de poder llevar adelante algo que no sea una simple amistad, aunque estoy dispuesto a intentar avanzar un poco sin que lleguemos a ponernos serios, porque tratándose de ti no puedo conformarme con la relación que teníamos hasta hace unos días atrás. No después de lo que pasó en el baile de San Valentín.
»Mira, Mel, sé que te mereces mucho más que lo que yo tengo para ofrecerte, y te aseguro que esta situación me está matando, pero debo ser sincero contigo. No quiero ilusionarte en vano.
Desesperada, sentí que las lágrimas volvían a agolparse en mis ojos. No quería pasar vergüenza llorando otra vez frente a él, pero sus palabras arremetían contra mí como un centenar de puños enormes que me golpeaban y me hacían daño. Sentí que adentro mío algo se rompía en mil pedazos. No me costó mucho darme cuenta de que era esa ilusión que había albergado desde el baile de San Valentín de que las cosas entre nosotros avanzaran. Debería haberme visto venir algo así. Era demasiado bueno para ser realidad.
—Mel, necesito que me entiendas —se apresuró a seguir Kevin al notar mi rostro lloroso—. Estoy diciéndote esto porque no quiero lastimarte. No soportaría hacerlo. No quiero arriesgarme a comenzar una relación seria contigo por miedo a fallarte. ¡Y eso no quiere decir que ya no quiero verte! —exclamó con delicadeza cuando una lágrima resbaló por mi mejilla—. Quiero hacerlo, pero sin presiones. Tan solo veamos hacia dónde va esto y...
Levanté una mano y él se detuvo abruptamente. Ya había oído suficiente y no quería seguir oyendo más.
—Entiendo —mentí con la voz quebrada—. Yo tampoco quiero presionar las cosas. Lo haremos a tu manera. Realmente no importa.
El rostro de Kevin se tiñó de confusión. Boquiabierto, me miró con los ojos entornados. Por supuesto, él debía de haber pensado que esto iba a ser más difícil; quizás había creído que yo rompería a llorar desconsoladamente y haría una escena.
—¿En serio? —preguntó sorprendido—. ¿Te encuentras bien, Mel?
Asentí con convicción, pero no lo miré a los ojos. No me creía capaz de soportarlo.
—Creo que deberíamos dejar las cosas como están sin agregarle más nada a esta relación. —Suspiré acomodándome el cabello detrás de las orejas—. Creo que estamos bien así. Podemos hacer lo que queramos juntos, sin presiones. En el futuro veremos cómo sigue todo y si es necesario dar otro paso.
Decir todo eso me dolía tanto como tener una espada atravesada en el pecho, y es que no eran más que puras mentiras. Estaba diciendo todo lo contrario a lo que realmente pensaba, a lo que realmente sentía. No quería esperar; no quería seguir teniendo esta relación tan extraña con él, pero ahora ya sabía que no había nada que pudiera hacer para cambiarla. O me conformaba, o daba un paso al costado. Ambas opciones me parecían terribles, pero una implicaba seguir viéndolo y, en cierto modo, disfrutándolo, mientras que la otra nos llevaría de vuelta a una amistad sin ningún tipo de beneficio.
Kevin me dirigió una sonrisa radiante.
—Eso es exactamente lo que yo pienso. —Sentí el estómago de plomo—. Mel, realmente me sorprendes, no creí que fueras a decir todo eso, creo... que ahora me gustas más que antes...
Tomó nuevamente mi mano. Lo dejé hacerlo, pero no aferré la suya. Tragué saliva y me ordené a mí misma mantener la entereza. Aunque el dolor que sentía en el pecho me dificultara la respiración, no iba a quebrarme de nuevo.
—Debería irme, el autobús pasará en quince minutos —dije con la voz apagada, arrastrando las palabras—. ¿Puedes llevarme hasta la parada?
—Por supuesto —respondió Kevin, y se puso de pie de un salto. Parecía muy feliz. Me habría gustado sentirme igual o al menos poder fingirlo delante de él.
Viajé hasta el pueblo con la mejilla pegada al vidrio frío de la ventanilla. Mis latidos continuaban acelerados, pero mi mente se mantenía inquietantemente en blanco. Después de todo, yo era buena simulando que nada había pasado, que nada ocurría, y guardaba los sentimientos devastadores bajo veinte llaves en un cofre dentro de mi corazón. Y ahí permanecían, acumulándose. A veces pensaba y sentía que cuando mi corazón se aceleraba tras una emoción fuerte, era debido a todo eso que llevaba guardado adentro y ansiaba salir. Pero mi plan era que continuara allí, encerrado. No podía abrirle la puerta. Nunca iba a poder.
Las cosas no mejoraron cuando llegué a casa. Mamá estaba extraña; apenas sonreía y hablaba muy poco. Ni siquiera notó que yo estaba igual, o peor, que ella. Era muy inusual verla así, hasta podía afirmar que había apenas dos o tres días al año en los que ella se mostraba tan cabizbaja y taciturna, y acabé confirmando que nos encontrábamos atravesando uno de esos días, una de esas fechas que influían tan negativamente en su estado de ánimo, cuando entré a la cocina a buscar algo para beber y mis ojos se posaron en el calendario imantado que estaba en la puerta de la nevera. Lo que no pude comprender fue cómo no lo había recordado antes. Ese día no era cualquier día: era el aniversario de la muerte de mi padre. Ya hacía oficialmente cuatro años que nuestra casa permanecía silenciosa, y tantas cosas habían cambiado...
Me estremecí ligeramente. No quería pensar en eso, no quería recordarlo. Evitar hacerlo gracias a la ausencia de fotos y recuerdos suyos en la casa era lo que me había ayudado a salir adelante los últimos años; pero los momentos de debilidad existían por mucho que deseara eludirlos, y entonces, de una forma rápida y violenta, volvía a revivir aquel miedo intenso y paralizante, el más poderoso que pudiese existir, ese mismo miedo que su sola presencia solía infundir en mí, en mi madre, en todos los que lo habían conocido...
Mantenerlo encerrado dentro del cofre era una tarea ardua, más aún cuando sus intentos de salir eran tan insistentes y constantes. Pero yo no se lo permitiría. Jamás lo haría.
Siempre pensé que la noche era el peor momento del día; al menos si habías tenido un día malo. Cada sentimiento, cada emoción y sensación se intensifica por la noche, y todo su peso cae sobre nosotros, haciendo vibrar a nuestros corazones con los recuerdos de los mejores momentos vividos, y torturándolos con facilidad ante las escenas dolorosas que se repiten dentro de nuestras cabezas sin cesar, quebrando hasta al más fuerte, hasta al que más lágrimas contiene. Y yo, que siempre las contenía, que siempre luchaba contra ellas aun con las heridas palpitando en carne viva, no pude hacer nada para detener lo que ocurrió aquella noche.
Aquella noche lloré como hacía mucho tiempo que no lloraba. Una vez sola en mi habitación, lloré ríos, mares y océanos. Dejé salir no solo todo aquello que había acumulado durante el transcurso del día, sino también todo lo que había tolerado y enfrentado las últimas semanas, desde aquella mañana de enero en la que una persona desconocida se sentó a mi lado en la parada del autobús, una persona que, sin hacer realmente nada, lo había cambiado todo para convertir mi vida en uno de esos sueños retorcidos de los que ansías despertar y deseas nunca recordar.
❀❀❀
Era lunes y me encontraba esperando el autobús, ya con Sarah y Bryan a mi lado, cuando Jesse llegó y saludó animadamente antes de sentarse junto a Bryan sin dar señales de notar que yo estaba allí. Eso me provocó un dolor punzante en el pecho. A pesar de la confusa y extraña escena que se había desarrollado entre nosotros el sábado por la tarde, yo seguía queriendo arreglar las cosas, pero aquello me parecía una tarea cada vez más difícil de concretar. Era como si retrocediéramos dos pasos cada vez que intentábamos avanzar uno. De todas formas, no quería ni debía ser hostil con él. No había motivo. Mis problemas, mis estúpidos dilemas, reacciones y sentimientos, eran cosa mía y no podía dejar que afectaran mi relación con los demás. Me creía lo suficientemente madura como para no permitir que eso ocurriera. Si Jesse intentaba hablarme o acercarse, lo dejaría; ya no intentaría empujarlo lejos.
No obstante, él se limitó a ignorarme lisa y llanamente durante el viaje a la ciudad, si bien estuvo lejos de permanecer callado: parecía un comentarista deportivo mientras le hablaba a Bryan acerca del partido del sábado y la salida con los chicos del equipo esa misma noche. Sarah se había colocado los auriculares y escuchaba música en su reproductor de MP3, así que, como no tenía con quien conversar, intenté ponerme a leer una novela que llevaba a la mitad, pero no podía parar de distraerme. Lo único que mi cerebro era capaz de procesar era el sonido de la voz que pertenecía a la persona que estaba sentada a mi lado, aun cuando no lograba comprender nada de lo que decía.
Y como si mi día no hubiese empezado lo suficientemente mal, Vera no apareció para llevarme con ella cuando llegué a la escuela. Tampoco me fue a buscar a los casilleros. La vi recién en nuestra primera clase, ocupando su lugar de siempre, a mi lado. Me saludó con una sonrisa cuando me senté, pero, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, no pude devolverle el gesto. Esta situación me desesperaba. De a momentos me sentía normal, pese a que me costaba horrores mostrarme así frente a los demás, y cuando mi mente era atacada por todos aquellos pensamientos que quería evitar, me daba cuenta de que mis caras y mis movimientos inquietos me dejaban en evidencia frente al resto.
No abrí la boca durante toda la clase y mantuve la vista solo en mi cuaderno y en la pizarra. Noté varias veces que Vera me observaba de reojo, pero debía de haber algún motivo por el que ella tampoco me hablaba, porque si un día me encontraba con los ánimos bajos, Vera lo notaba de inmediato y siempre intentaba hacerme reír. Pero esta vez se comportaba como si yo fuera una persona a la que acababa de conocer, como si me estuviera evaluando y no sintiera la confianza suficiente para hablarme todavía.
Quince minutos antes de que sonara el timbre, pedí ir al baño para aprovechar un momento de privacidad. El aire fresco de los pasillos solitarios y el agua gélida con la que me lavé la cara y las manos me trajeron un poco de vuelta a la vida y aflojaron los nudos de mis pensamientos.
Me sentía más aliviada mientras recorría los pasillos de vuelta al salón, menos abombada y atosigada, pero entonces, antes de llegar a destino, divisé a Vera de pie junto a los casilleros con los brazos cruzados sobre el pecho. Su mirada inescrutable estaba fija en mí. Mi corazón se estremeció levemente. Esa escena no me gustaba; no me gustaba para nada. Súbitamente, los pocos metros que nos separaban me parecieron abismales.
—Hola —dije acercándome un poco más a ella y compensando el saludo que le había quedado debiendo al comienzo de la clase—. ¿Qué haces aquí? ¿También vas al baño...?
—Tenemos que hablar —me interrumpió Vera con firmeza.
Suspiré y sacudí la cabeza. Había sabido que tarde o temprano este momento llegaría. No se podía obviar lo delicadas y complicadas que estaban las cosas entre nosotras. De hecho, todas mis relaciones se encontraban en la misma situación; pero de tan solo pensar en tener que hablar de eso, los nudos en mis pensamientos volvían a apretarse.
—Lo sé, Vera, sé que tenemos que hablar. Pero, sinceramente, ahora mismo no puedo. No estoy teniendo un buen día y...
—Me di cuenta —volvió a interrumpirme Vera—. Por eso creo que este es el momento indicado para hablar, antes de que te las arregles para volver a hacerte la tonta y seguir con esta patética farsa por más tiempo.
Arrugué el entrecejo y la miré desconcertada.
—¿De qué estás hablando? ¿A qué farsa te refieres?
—Creo que sabes muy bien de qué estoy hablando. Mel, hemos sido mejores amigas incondicionales por más de tres años. Nadie te conoce como yo, y nadie me conoce como tú. Por eso, encuentro toda esta situación terriblemente hiriente y ofensiva.
—Vera...
—Ya no puedo seguir haciendo esto, Mel. Ya no puedo lidiar contigo, con tus mentiras y engaños.
—¡Vera, yo nunca te he mentido! —la interrumpí alzando la voz—. ¡No sé de qué estás hablando!
—Después de todo este tiempo, Mel, deberías ser capaz de confiar en mí —respondió Vera meneando la cabeza—. Pero lo único que has hecho estas últimas semanas, especialmente estos últimos días, ha sido mentirme.
—¿Y qué mentiras te he dicho?
—Varias. Pero solo una fue realmente grave: «no me gusta Jesse, en serio».
Un sonido extraño escapó de mi boca.
—¿Así que esto se trata de Jesse? —pregunté con una mezcla de fastidio e incredulidad.
Vera me sostuvo la mirada. Parpadeé, sintiéndome ligeramente incómoda.
—¿Te atreverías a decirme que no?
No pude contestarle. Quería, me moría por hacerlo, tenía la respuesta en la punta de la lengua, pero no pude dejarla salir.
—¿Acaso es solo una casualidad que hayas empezado a actuar tan extraño cuando él apareció, e incluso de una manera más extraña todavía después de que él, en cierta forma, te diera a entender que yo le gustaba? —continuó Vera—. Francamente, no sé cuál de las dos es más estúpida: yo, por haberte creído en algún momento, o tú, por actuar como si no me conocieras realmente. Hicimos una promesa, cuando nos volvimos amigas, ¿recuerdas? Jamás dejaríamos que un hombre se interpusiera entre nosotras. Y gracias a Dios eso nunca ocurrió. Hasta ahora, claro.
»¿Cómo pudiste dejar que esto ocurriera, que llegáramos a este punto en el que apenas nos dirigimos la palabra y por primera vez no podemos hablar con sinceridad acerca de cómo nos sentimos? Es como si fuéramos dos desconocidas...
—Vera, creo que estás equivocada...
—Ni siquiera puedes hablarme mirándome a los ojos —dijo ella. Automáticamente alcé mis ojos hacia los suyos, y mi corazón se estrujó dolorosamente—. Sabes que no estoy equivocada, Mel. Te conozco tanto que a veces creo que ni tú misma te conoces tan bien. Conozco tus miradas, tus palabras, leo entre líneas todo lo que dices, fui capaz de ver que desde el primer minuto en que Jesse entró a tu vida, tu amor por Kevin se empezó a debilitar.
»¿Acaso crees que no noté que ya no pasabas todo el tiempo volviéndome loca hablando de él, que si lo hacías era solo porque lo sentías como una especie de «obligación», como si quisieras demostrarme que nada había cambiado, cuando en realidad muchas cosas ya no eran ni son lo mismo? Principalmente tú. Ya no eres la misma. Te tenía en un pedestal, Mel, nunca te lo dije, nunca lo habría admitido en voz alta, pero eras mi ejemplo a seguir. Tu honestidad, tu alegría, tu forma de hablar, de decir hasta las cosas más terribles de una manera tan especial que hacías que no dolieran...
»Eras mi pilar, no sé qué hubiera hecho hasta ahora si no te hubiera encontrado a ti. ¿Quién habría evitado que cometiera errores de los que me arrepentiría por mucho tiempo? ¿Quién me habría alentado y acompañado cuando más lo necesitaba? ¡He pasado más tiempo contigo estos últimos años que con mi propio padre! Incluso con mi madre...
»No exageré todas esas veces que te dije que eras como mi hermana. Pero en este momento siento que no te conozco. ¿Por qué sigues haciendo esto, Mel? ¿Por qué sigues mintiéndome y negando lo que realmente sientes? ¿Por qué dudas tanto de nuestra amistad, de mí?
El frío había ido desapareciendo a medida que Vera había ido hablando. El rostro me ardía, un calor sofocante se extendía de punta a punta por mi cuerpo. Con un odio inmenso hacia mí misma, noté cómo los ojos se me llenaban de lágrimas. Nunca antes en mi vida me había asustado e incomodado tanto llorar frente a Vera.
—No lo sé —respondí entre sollozos débiles—. No lo sé, Vera, no sé qué me pasa... Sin importar cuánto me esfuerce, parece que no hago más que complicarlo todo y ya no puedo lograr sentirme bien de verdad. Cada vez que pienso que las cosas se enderezan, vuelven a torcerse de nuevo y ya no sé cómo solucionarlo... Lo lamento si te lastimé, si te hice sentir mal. Sé que esto es mi culpa, pero hay ciertas cosas que tú quieres que admita y yo no puedo hacerlo... No sé por qué, pero no puedo... Lo lamento...
Vera seguía mirándome fijo. Si una escena similar se hubiera desarrollado unas semanas atrás, ella me habría abrazado sin dudarlo, y hubiese sido uno de esos abrazos que hacen que quedarte sin aire se sienta increíblemente bien.
Pero esta vez no lo hizo; Vera no me abrazó. Y cuando habló unos segundos más tarde, desconocí esa voz fría que brotó de entre sus labios.
—Olvídate de Jesse, él fue solo un detonante. ¿Sabes qué es lo que más me duele de todo esto? Lo que pensaste de mí al dejar de confiar, al sentir la necesidad de mentirme, cuando te dije tantas veces que si Jesse te gustaba, encontraríamos la manera de solucionarlo. Pero supongo que tú creíste que después de decirte eso empezaría a verlo a tus espaldas o algo así, ¿no?
—No, Vera...
—¿Quién crees que soy, Mel? ¿Alguna vez me conociste de verdad? Porque si lo hubieras hecho, esto no estaría ocurriendo. ¿Por qué crees que el sábado hice lo que hice? Necesitaba una prueba de que no me estaba volviendo loca especulando acerca de lo que tú sentías, necesitaba saber si tenía razón o no. No voy a mentirte, tuve mis dudas, incluso tras haber notado tu alivio cuando te enteraste de que nada había pasado entre nosotros en Nueva York. ¿Por qué te ves tan sorprendida? —preguntó de repente, fingiendo confusión—. ¿Creíste que no me había percatado de eso? En serio, Mel, ¿qué tan estúpida crees que soy?
—¡No creo que seas estúpida! —fue todo lo que pude decir en medio de mi desmesurado aturdimiento, pero Vera negó con la cabeza, rechazando mis palabras.
—Reconozco mis defectos, Mel, créeme. Pero yo nunca te mentiría, mucho menos te engañaría ni haría algo para lastimarte. Confié en ti todo este tiempo, pero ya no. Y tú tampoco confías en mí. No podemos seguir ignorando esta grieta enorme que se abrió en nuestra amistad, y lamento informarte que no ha sido culpa mía. Fue tu error desde el principio; yo te di oportunidades de arreglarlo, también quise ayudarte con los problemas que claramente tienes, pero tú rechazaste todo lo que te ofrecí. Ahora ya es muy tarde para hacer algo. Lo lamento, pero ya no seguiré participando de este juego.
El ruido de un casillero cerrándose me hizo sobresaltar. Fue entonces cuando noté la gente a nuestro alrededor, y las miradas de varios curiosos sobre nosotras. No había oído el timbre, no había oído nada más que la voz de Vera, quien, sin más ni menos, giró sobre sus talones y desapareció entre la ola de estudiantes que iban y venían en todas las direcciones.
Me quedé de pie allí, rodeada de gente que hablaba entre murmullos y me miraba disfrutando de lo que había quedado de aquella especie de espectáculo dramático y confuso que se había llevado a cabo durante los últimos minutos. Distinguí el rostro de Jesse de entre los demás, sus ojos verdes fijos en los míos que se cerraron con fuerza mientras yo rogaba que, al abrirlos, acabara descubriendo que todo lo acontecido había sido solo una de las más terribles pesadillas que había tenido en la vida.
Pero al levantar los párpados me descubrí en la misma situación, en el mismo lugar, atrapada en aquella realidad nefasta de la que no podía escapar.
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