Capítulo 5
Vera no me llamó el domingo, y pese a que su silencio me tuvo algo preocupada en un principio, acabé decidiendo no darle tantas vueltas al asunto. Después de todo, quizás ella también se estaba preguntando por qué yo no la llamaba para brindarle todos los detalles jugosos acerca de mi noche con Kevin, pero lo cierto era que mi intención consistía en retrasar lo más que pudiera el momento de tener que escuchar su resumen acerca del fin de semana. Por lo general, me moría por saberlo todo. No obstante, esta vez, mientras menos supiera, mejor; si bien comprendía que muy pronto me iba a ser imposible continuar ignorante respecto a lo que había ocurrido (o no, quizás) en «La Gran Manzana».
Lo importante y bueno fue que el domingo me sirvió de día de descanso. Además de pasar tiempo con mis amigos, reviví una y otra vez dentro de mi cabeza las escenas del (según yo) exitoso baile de San Valentín, y el lunes desperté tan entusiasmada que me costó tomar el desayuno antes de salir de mi casa hecha una flecha, casi corriendo hasta la parada del autobús, donde me senté con las piernas temblando. La idea de ver a Kevin, por un lado, me aterrorizaba y me avergonzaba; mientras que, por el otro, me carcomía la curiosidad de saber cómo marcharían las cosas a partir de ahora.
Pero el hilo placentero de mis pensamientos se vio interrumpido violentamente cuando alguien se sentó a mi lado y descubrí que se trataba Jesse, quien se veía tan sonriente y radiante como siempre. Fue un alivio que Sarah y Bryan llegaran casi de inmediato, justo cuando más los necesitaba, después de no haber podido corresponder de la misma manera al saludo efusivo de Jesse y contestar sus preguntas acerca de mi fin de semana, especialmente sobre el baile. Me limité a decirle que todo había ido bien y agradecí que Bryan mencionara el partido de lacrosse que se jugaría el sábado en la escuela, y que eso bastara para distraerlo y salvarme de preguntarle acerca de su fin de semana, el cual, a juzgar por su estado de ánimo, no había marchado nada mal.
Vera se solidificó a mi lado ni bien llegué a mi casillero (a veces me preguntaba cómo hacía para aparecer de la nada) y me miró de una forma extraña, como debatiéndose entre una sonrisa y un ceño fruncido.
—¿Por qué no me llamaste ayer? —preguntó al fin—. ¡Pensé que te interesaría saber cómo me fue en el desfile!
¡El desfile, claro! Había estado tan ocupada evitando pensar en todo lo demás que podía haber hecho Vera en Nueva York que había olvidado el principal motivo por el que había estado allí en primer lugar: aquel desfile tan importante para ella. Me sentí terrible.
—¡Ay, Vera! ¡Lo lamento mucho! ¡No sé cómo se me pudo olvidar llamarte! —Y lo que comenzó como una mentira piadosa para salir del apuro, terminó siendo la verdad—. Quizás estaba algo... aturdida.
Vera alzó sus cejas rubias y, tras atar cabos con rapidez, apretó los labios para disimular su sonrisa.
—Así que... Kevin —comentó como con indiferencia, apoyándose en el casillero de al lado.
Sabía que la única y principal razón por la que Vera no se encontraba dando saltitos y pidiéndome entre risitas que le contara todo era que detestaba a Kevin.
—Kevin —asentí mirándola.
Vera suspiró dramáticamente.
—Mira, Mel: tú sabes cómo me siento respecto a Kevin. Pero eres mi mejor amiga, y tengo que aprender a aceptar lo que te hace feliz y ser feliz por eso también. —La miré con los ojos como platos. Un razonamiento tan «profundo» por parte de Vera no era algo que pudiera apreciarse muy a menudo—. Así que, te prometo que daré lo mejor de mí para intentar —Enfatizó la palabra— hacer que Kevin me caiga bien. O, al menos, para no desear cortarle el cabello y estrangularlo cada vez que lo veo. —Otro suspiro dramático—. Entonces, dime... ¿Cómo te fue en el baile?
Para ser sincera, me alegraba mucho tener la oportunidad de contar mi experiencia primero, ya que dudaba que fueran a quedarme muchas ganas de hablar después de que Vera me contara la suya...
«¡Pero basta!», me grité a mí misma en mis adentros. Primero y principal, ni siquiera debería haber estado pensando en eso, sino en cuánto me entusiasmaba contarle a Vera todo lo que había ocurrido en el baile, más todavía después de lo que ella me había dicho acerca de intentar hacer que le cayera bien Kevin.
Le di la mayor cantidad de detalles posibles mientras sacaba mis libros del casillero y la acompañaba al de ella a buscar los suyos. Lo único que ni pensé en mencionar fue cómo me había sentido en cierto momento de la noche; para ser más exacta, justo antes de que los amigos de Kevin nos interrumpieran. Ese se había convertido en un recuerdo borroso y confuso dentro de mi cabeza, algo que ni Vera ni nadie más necesitaba saber, algo en lo que no era conveniente pensar y, definitivamente, no iba a arriesgarme a hacerlo.
—Oh, por Dios... Melanie Thompson, estoy perdiendo todo el respeto por ti —exclamó Vera, colocando los libros sobre nuestra mesa—. No puedo creer que hayas hecho todo eso. Eres una cualquiera.
Me reí con ganas.
—¡Cómo si fuera la primera vez que lo hago! Aunque estoy decidida a borrar a los demás de mis recuerdos y considerar a Kevin como el primero con quien hago esto. ¡Y mira quién habla! —agregué golpeándole el brazo—. La más santa de las monjas.
Vera también se echó a reír.
—¡Ay...! ¡Sí, bueno, no tienes por qué golpearme! —protestó frotándose el brazo, y entonces su sonrisa flaqueó—. Y con respecto a lo que dijiste, ojalá fuera tan fácil borrar los recuerdos. Creo que te va a costar muchísimo y quizá nunca lo logres, así que no te ilusiones.
Fruncí los labios. Sí, yo sabía muy bien que el pasado era imborrable y, lo peor, inolvidable. Pero no quería pensar en eso. Hacía ya cuatro años que había prometido que no pensaría en eso...
Y ahora venía la parte difícil. Le rogué a mi corazón que se comportara, y me volví otra vez hacia Vera.
—Bueno, ahora es tu turno de darme los detalles jugosos de tu noche. —Le sonreí y percibí un pinchazo doloroso en el pecho—. ¿Cómo te fue?
Vera apartó la mirada bruscamente. Sus dedos tamborilearon sobre la superficie de nuestra mesa. Parecía estar mordiéndose la lengua, como si no quisiera hablar. La espera empezó a desesperarme, tanto así que comencé a temer por lo que estaba por oír. Pero las palabras de Vera no fueron lo que había imaginado que serían.
—Él no me puso un dedo encima, si eso es lo que te estás preguntando. Ni siquiera me besó, ni tuvimos algo que pudiera llamarse una conversación decente. Fuimos a una fiesta después del desfile, pero terminó temprano. Regresamos al hotel y dormimos en habitaciones separadas, claro, porque mi padre también estaba allí. Aun así, esperé a que Jesse se las ingeniara para aparecer en algún momento, ya sabes cómo son los chicos; que me propusiera hacer algo juntos, al menos pasar el rato en la habitación. ¡Estábamos en Nueva York, prácticamente solos! ¡Mi padre deja de existir cuando se duerme!
»Pero no. Él nunca apareció. —Vera clavó la mirada en sus libros—. De haber sabido que las cosas iban a salir así, te habría invitado a ti a ir conmigo. Ciertamente habrías disfrutado el desfile más que Jesse. Se la pasó con la cara larga y creo que no le prestó nada de atención. Juro que nunca antes en mi vida me había sentido tan poco popular; tan poco... deseada.
—Quizá tenía la cabeza en otro lado —me apresuré a responder. No me gustaba ver a Vera así, tan cabizbaja, tan afligida. La tristeza no combinaba con su personalidad eléctrica—. No te lo tomes como algo personal.
—Oh, definitivamente tenía la cabeza en otro lado —coincidió Vera, y si bien estuvo a punto de agregar algo más, guardó silencio al ver que el profesor entraba al salón y dejaba caer su pesado maletín sobre el escritorio, pero algunos asientos seguían vacíos. Atando cabos, me di cuenta de que los alumnos ausentes eran los que formaban parte del equipo de lacrosse, incluyendo a Jesse y a Kevin.
Mi ánimo descendió unos grados. ¿Cómo no se me había ocurrido que Kevin estaría ocupado con las prácticas? El sábado se jugaría un partido importante y los integrantes del equipo estaban excusados de algunas clases del día para poder practicar. Pero existían posibilidades de que pudiera verlo en el almuerzo.
Concentrarme en la clase me costó horrores. Varias veces aluciné que mi teléfono vibraba y eso me provocó sobresaltos repentinos que asustaron a los que estaban cerca de mí. Usualmente no le prestaba mucha atención a mi celular, pero después del glorioso baile de San Valentín habían aumentado las chances de al fin recibir un mensaje de texto de Kevin, algo con lo que siempre había soñado (¡sí, sí! Había soñado con recibir un mensaje suyo).
No obstante, había otro sentimiento que me asediaba y que luchaba por opacar mi entusiasmo. No me costó mucho comprender que se trataba de la culpa; esa culpa que me corroía por el alivio que estaba experimentando después de escuchar a Vera hablar sobre su fin de semana, y, por más que quisiera, no podía dejar de sentirlo. Lo que me tranquilizaba un poco era saber que el malestar de Vera se debía más al haber sido rotundamente ignorada por un chico a que ese chico hubiera sido Jesse. Esto no se trataba de él, se trataba de no haber conseguido lo que quería, de no haber logrado hacer que alguien cayera rendido a sus pies tan fácilmente como siempre.
Fuera como fuese, lo único que yo deseaba aquella mañana, incluso más que ver a Kevin, era librarme de esa sensación extraña que me tenía tan inquieta, y finalmente poder que dejar de luchar contra las ganas de sonreír que me invadían constantemente, más inapropiadas que nunca.
❀❀❀
Al terminar la clase, Vera y yo fuimos hacia nuestros respectivos casilleros después de acordar encontrarnos en el mío antes de que sonara el timbre para ir juntas a la clase de Biología.
Los minutos que pasé a solas los dediqué a ponerme nerviosa por el comportamiento de Vera. Apenas pronunciaba palabra, se movía con una lentitud muy inusual en ella y las arrugas en su entrecejo no desaparecían. Vera reaccionaba de una manera similar siempre que algo no salía como ella lo había planeado, pero esta vez se estaba pasando de la raya. Intentando ser un poco más optimista, me recordé a mí misma que su malhumor no solía durar más de un día, por lo que solo me quedaba sobrevivir a este sin morirme de la preocupación.
Estaba a punto de cerrar la puerta de mi casillero después de tomar el cuaderno que utilizaba para la clase de Biología cuando recordé algo.
Mi corazón se agitó exaltado. La foto. La foto de Jesse. Era como si supiera que, al abrir ese cuaderno, saldría un terrible monstruo que me saltaría encima. Eso era lo que significaba aquella foto para mí en ese momento. Ya había dejado de ser mi foto favorita.
Cerré los ojos, abrí el cuaderno velozmente, busqué con una mano la fotografía y la tomé. Aún con los ojos cerrados, traté de decidir qué hacer con ella. Mis manos quisieron romperla, mas no lo consiguieron. Tampoco podía volver a guardarla allí adentro. Era una situación acongojante. El lindo sentimiento que me provocaba esa foto había durado tanto como mi «interés» por Jesse. Pero, considerando que la vocecita dentro de mí nombraba a Jesse como si aún continuara interesada en él, como si aún me gustara, quizás era ella la razón por la que mis manos todavía no habían destrozado la foto. ¡Pero no podía permitir que una «vocecita» molesta me dijera qué hacer! Yo podía decidir por mí misma, tenía una voz propia y no era necesariamente esa que me estaba rogando que regresara la foto a su lugar.
Tras un largo suspiro, abrí los ojos y arrojé la foto al fondo de mi casillero, donde mis manos y mis ojos nunca llegaban. Al tirarla, noté que estaba toda arrugada: la había estado apretando con fuerza, debatiéndome entre el deseo de hacerla pedazos y el de conservarla. Ahora estaría destinada a pasar el tiempo en un lugar oscuro y algo sucio también, y, quién sabía, quizás algún día la encontrara la próxima persona en ocupar ese casillero, muy probablemente después de que yo me graduara.
Cerré la puerta con cierta violencia y miré hacia ambos lados del pasillo. Vera ya debería haber llegado a buscarme; pero había apenas unos pocos estudiantes a mi alrededor, revolviendo en sus casilleros. Aguardé unos minutos más y, dos antes de que sonara el timbre, me apresuré al salón de Biología, preguntándome si Vera se habría demorado en el baño. No fue grata la sorpresa tras entrar al salón y verla ya ocupando su lugar junto al mío. La profesora entró detrás de mí y me mandó a sentarme.
—¿Por qué no fuiste a buscarme? —le pregunté a Vera.
Ella amagó a decirme algo, pero utilizó la excusa de que la profesora había comenzado a hablar para detenerse justo después de abrir la boca. La miré con desconfianza, pero no insistí. No quería darle a esta situación insólita más importancia de la que probablemente tenía. Vera era quien tendía a buscarle la quinta pata al gato, no yo.
Me enfoqué en la clase para que de esa forma el tiempo pasara más rápido hasta llegar a la hora del almuerzo (es decir, a la posibilidad de ver a Kevin). Mientras tanto, volví a alucinar unas mil veces con que mi celular vibraba en el bolsillo de mi abrigo. Mis ojos se revelaban y, aunque yo no quisiera, se desviaban hacia el reloj redondo que colgaba sobre la pizarra.
Cuando el timbre sonó, fui la primera en saltar de la silla y guardar mis cosas, pero, al mirar a Vera, la preocupación volvió a asentarse en mi pecho. Ella se movía a un ritmo excesivamente lento, considerando que usualmente ambas éramos las primeras en juntar todo y salir corriendo.
—¿Estás bien? —me animé a preguntarle, un poco intimidada por su permanente semblante ceñudo y su silencio sepulcral.
Ella se tomó unos segundos para contestar.
—¿Por qué no te me adelantas y vas la cafetería? Me duele un poco la cabeza, pasaré por la enfermería antes de ir a comer.
—¿Quieres que te acompañe?
—No. —Su respuesta fue tan tajante que la miré pasmada. Al parecer ella también se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir, porque forzó una sonrisa y habló en un tono más suave—. No te preocupes, te alcanzo después.
Sin esperar a que insistiera, di media vuelta y salí al pasillo. En mi camino hacia la cafetería no pude sacarme de la cabeza esa escena tan perturbadora que acababa de presenciar.
De todas formas, mis preocupaciones quedaron guardadas en un cajón con llave en cuanto llegué a destino. Lo reconocí de espaldas ni bien puse mis ojos sobre él. Estaba llenando su bandeja con comida. Ese cabello castaño ligeramente ondulado que caía hasta sus hombros era inconfundible. Temblando un poco, me acerqué, tomé una bandeja vacía y busqué un sándwich y una gaseosa. Una de las reglas de Vera era nunca parecer desesperada; mejor dejar que él me viera y se acercara por su cuenta. Obviamente, en mis adentros la vocecita enloquecida gritaba «mírame, mírame, ¡ya mírame! ¿Qué estás esperando?».
Respiré profundamente y me acomodé un poco el cabello mientras avanzaba en la fila. Unas siete personas me separaban de Kevin. Desde mi posición veía de reojo su perfil perfecto y rebobinaba una y otra vez las escenas del sábado por la noche. ¿Cómo podía estar segura de que no lo había soñado todo? De a momentos caía en la cuenta de que gran parte de la noche había resultado tal y como siempre lo había soñado, y me costaba creerlo.
Encontré la respuesta a mi pregunta dos minutos más tarde. Ya llevaba el sándwich y la gaseosa en mi bandeja cuando oí su voz.
—¡Mel!
Intentando componer la mejor cara de sorpresa posible, giré sobre mis talones y lo vi acercarse con una sonrisa enorme e increíblemente hermosa.
—¡Hola! —Lo saludé como si me asombrara verlo allí. Bueno, al menos acababa de descubrir que pasar tanto tiempo con Vera me había servido para mejorar mis habilidades como actriz.
Él se detuvo a unos escasos centímetros de mí, mirándome a través de esos ojos celestes que también sonreían. Durante unos segundos, ambos permanecimos con la mirada fija en el otro como si estuviésemos hechizados, hasta que las bandejas comenzaron a pesar y las miradas ajenas se volvieron más penetrantes e inquisidoras. Ya todos sabían que Kevin y yo habíamos andado besuqueándonos en el baile.
—¿Vamos a sentarnos? —propuso Kevin.
Asentí y caminamos hacia la mesa donde estaban Karen y Regina. Ninguna se preocupó en disimular las sonrisitas y miradas significativas en cuanto nos sentamos.
Dado que no podríamos hablar de «lo nuestro» hasta quedarnos a solas, entablamos una conversación entre los cuatro sobre el partido que se jugaría el sábado. Parecía que a Kevin lo habían puesto en el banco de suplentes (¡qué sorpresa! Pasaba más tiempo allí que en cualquier otro lado. Francamente, no era un muy buen jugador, y se rumoreaba que solo estaba en el equipo por las jugosas donaciones «desinteresadas» que su padre hacía a la escuela), por eso había venido a almorzar. Tan solo los que ocupaban el banco habían abandonado la práctica por un rato, el resto del equipo comería algo rápido y liviano en el campo y continuaría con el entrenamiento.
Mientras Regina le preguntaba a Kevin sobre el equipo oponente (un equipo de otra escuela de la ciudad), yo bebía mi gaseosa y dejaba que mi vocecita interior se preguntara qué pasaba por la cabeza de Kevin (además del lacrosse): «¿estará nervioso por tenerme cerca después de lo que ocurrió durante el baile? ¿Estará decidiendo qué hacer conmigo? ¿Pensará dar el próximo paso en esta relación? ¿Me dejará? ¿Inventará alguna excusa para hacerme entender que cometió un grave error y que sería mejor seguir siendo amigos y olvidar todo lo que ocurrió, y entonces las cosas volverán a la normalidad? ¿Romperá él mi corazón... otra vez?»
«¡Ya basta!», gruñí para mis adentros. Realmente necesitaba tomar unas clases de meditación para aprender a acallar mi mente.
No mucho después, Regina y Karen se levantaron diciendo que tenían que ir al baño, y después de esa obvia excusa para dejarme a solas con Kevin, se alejaron hasta desaparecer de la cafetería. Consulté mi reloj pulsera: faltaban diez minutos para que sonara el timbre. Kevin apartó su bandeja y apoyó los brazos sobre la mesa, mirándome con una sonrisa radiante. Le devolví la mirada y sentí que me ruborizaba.
—No sé si sea adecuado repetir esto —dijo—, pero la pasé realmente bien el sábado.
¿No sabía si era adecuado repetirlo? Dios santo, me daban ganas de decirle que jamás me cansaría de oírlo.
—Yo también. Sinceramente, nunca me había divertido tanto en un baile.
—Creo que yo podría decir lo mismo. —Kevin me deslumbró con otra de sus sonrisas y, de repente, un rubor rosado tiñó sus mejillas—. Oye, Mel, me estaba preguntando si quizás el sábado, después del juego, te gustaría quedarte en la ciudad por un par de horas más. Podríamos hacer algo juntos. —Arqueé las cejas y él se acobardó—. Si tú quieres, por supuesto; si no, no hay problema...
—Por supuesto que quiero —lo interrumpí, y quise morderme la lengua por parecer tan entusiasmada; ¿pero qué diablos? No podía ocultar mi felicidad. Kevin acababa de invitarme a salir ¡por segunda vez! Parecía que cada vez que algo desmejoraba en mi día, siempre aparecía una solución mágica. No podía quejarme de mi suerte.
Kevin sonrió ampliamente.
—Genial —exclamó, pero esa efusividad se esfumó con una rapidez difícil de creer. Kevin carraspeó y apartó la mirada, vacilando un poco antes de volver a hablar—. Mel, sé que quizá no sea el mejor momento para preguntarte esto, pero... la verdad es que me lo vengo guardando desde el sábado, porque no quería arriesgarme a arruinar la noche... Y tengo una gran duda... respecto a nosotros.
Sentí como si el sándwich que acababa de comer trepara por mi garganta y se hiciera un bulto incómodo que me impedía tragar y me ahogaba.
—¿Ah, sí? Bueno, creo que ahora es un buen momento para hacer esa pregunta. —Deseé que no notara el temblor en mi voz y el miedo en mis ojos.
Con el corazón latiendo agitado, aguardé unos segundos hasta que él finalmente formuló su pregunta.
—¿Todavía te gusto? —Sus ojos se clavaron en los míos. Mi respiración se entrecortó—. Me refiero a si te sigo gustando como te gustaba antes, cuando me lo confesaste.
Mantuve el rostro sereno y le sostuve la mirada. Pese a que la respuesta era un enorme SÍ, no podía dársela tan rápido. No parecía prudente.
—Eso creo, no estoy completamente segura. —Y me encogí de hombros.
Kevin no sonrió. Tampoco lo noté disgustado. Tenía el entrecejo fruncido y una expresión pensativa en el rostro, y me miraba como intentando encontrar algo en el mío que le dijera que acababa de mentir, que en realidad moría por él y lo quería a mi lado por el resto de mi vida (lo cual no era más que la pura verdad).
Finalmente, su sonrisa volvió a hacerse presente.
—Bien, supongo que estás en tu derecho de tener dudas al respecto —dijo como si fuera algo inevitable—. Pero déjame decirte algo. —Acercó más su silla y su rostro quedó a menos de diez centímetros del mío—. Ahora entiendo cómo te sentías cuando me confesaste que yo te gustaba. —Su voz se transformó en un murmullo—. Porque tú también me gustas, y mucho... Es una lástima que no me haya dado cuenta antes, porque creo que siento esto desde hace tiempo, solo que no lo había notado. Y haré lo que tenga que hacer para que me veas como me veías antes. —Oí que su silla se arrastraba un poco más pero no podía apartar mis ojos de los suyos. ¿Qué era aire?—. Lo prometo.
Y me besó. Fue un beso breve, pero maravilloso. Y justo cuando iba a verificar si todas las miradas chismosas estaban dirigidas hacia nosotros, me percaté de que la cafetería ya estaba casi vacía. No debía de faltar mucho para que sonara el timbre.
Kevin echó su silla hacia atrás y se puso de pie. Resistí el impulso latente en mí de tomarlo de la manga de su chaqueta y obligarlo a sentarse de vuelta.
—Tengo que regresar al entrenamiento —dijo—. Nos vemos pronto, espero. —Y me enseñó sus dientes en una sonrisa de tamaño descomunal.
Asentí devolviéndole el gesto y él dio media vuelta y se alejó. Lo seguí con la mirada hasta que atravesó la puerta hacia el patio y se perdió de vista camino al campo de juego.
Suspiré y sentí que las manos me dolían de tanto retorcérmelas. Aún podía percibir vívidamente los labios de Kevin sobre los míos, y deseaba tenerlos todavía allí. Tuve que aguardar a que mi corazón se calmara y mi respiración se normalizara antes de levantarme para abandonar la cafetería, pero entonces el timbre sonó estrepitosamente y caí en la cuenta de que mi estado de ensueño iba a hacerme llegar tarde a clases.
Corrí a través de los pasillos, saqué lo que necesitaba de mi casillero y seguí corriendo hasta llegar al salón de Biología. La profesora se mostró algo molesta, pero me salvé de que tomara nota de mi retraso por ser la primera vez que llegaba tarde.
Con una mano en el pecho y respirando agitadamente, fui a sentarme. No había estado esperando ver a Vera en su lugar habitual, junto a mí, pero allí estaba ella. Me sonrió y por un momento creí que todo volvería a la normalidad, pero Vera eligió dedicarse a sus actividades como nunca antes lo había hecho, sumida en un silencio absoluto durante toda la clase, y siguió así por el resto del día. Si yo hacía algún comentario o pregunta, ella me daba una respuesta escueta para luego volver a quedarse callada. Sonreía, pero sus ojos continuaban apagados. No quise forzarla a hablar, y eso hizo que el resto de la jornada fuera un poco complicado de sobrellevar.
Un par de horas más tarde, mientras caminaba hacia la parada del autobús con Bryan y Sarah, mantuve la esperanza de que, después de una noche de descanso, Vera se sintiera mejor y todo volviera a la normalidad. Decidí no contarles a mis amigos acerca de mi inquietud respecto a su comportamiento (ellos odiaban a Vera tanto como Vera los odiaba a ellos), pero sí les hablé acerca de mi encuentro con Kevin.
—¡Oh, por Dios, Mel! —exclamó Sarah excitada mientras subíamos al autobús y pagábamos el boleto—. ¡Está loco por ti!
—No creo que sea para tanto —repliqué, aunque, sinceramente, deseaba que Sarah tuviera razón.
—Siendo hombre, te digo que estoy seguro de que siente algo por ti; algo más que un simple flechazo, de otra forma no te habría dicho lo que te dijo —comentó Bryan ocupando su asiento habitual.
—¡Sí! —coincidió Sarah—. Si no estuviese realmente interesado en tener una relación contigo, simplemente te habría ignorado o te habría hablado como siempre lo hizo, fingiendo que lo que ocurrió en el baile en realidad nunca sucedió.
Tenía que admitir que las opiniones de ambos tenían sentido, y eran todo lo que yo había estado pensando. Una parte de mí había estado segura de que Kevin fingiría amnesia y haría de cuenta que la noche de sábado había sido tan solo un sueño mío y continuaría tratándome como a una simple amiga. ¿Qué tan agradecida debería haberme sentido de que hubiera ocurrido exactamente lo contrario? Mucho. Muchísimo.
Bryan y Sarah se quedaron dormidos tan pronto como se acomodaron en sus asientos, pero yo no pude hacer lo mismo; incluso dudaba que pudiese pegar un ojo durante la noche. El sábado estaría observando el juego y contando los minutos para mi cita con Kevin, y no conseguía parar de pensar en eso, aun cuando todavía tenía unos cuantos días por delante antes de que ese momento finalmente llegara.
Sentí mariposas haciéndome cosquillas en el estómago. Fuera de la mirada de Kevin, era una sensación maravillosamente agradable.
Pero las mariposas parecieron marchitarse y desvanecerse en cuanto mis ojos se desviaron hacia la derecha. El asiento desocupado junto a mí. Jesse. Por supuesto, debía de haberse quedado entrenando con el resto del equipo. Una extraña sensación de vacío desplazó por completo a las mariposas y se apoderó de mi estómago para luego extenderse por todo mi cuerpo y oprimir mi corazón. No lo había visto en todo el día, y lo echaba de menos...
«¡No!», gritó la vocecita histérica, «Concéntrate en Kevin. ¡Kevin, Kevin, Kevin! Al fin tienes lo que querías, Melanie Thompson; no lo eches a perder».
Por más irritante que fuera, la vocecita tenía razón. No, no lo echaría todo a perder. Tenía una importante razón para sentirme feliz, y otras tantas para convencerme de que esos estúpidos momentos de debilidad podrían no solo echar a perder mi relación con Kevin, sino también mi amistad con Vera.
Dios mío, menos mal que Vera no podía leer mentes... Habría sido bastante complicado (por no decir imposible) explicarle por qué Jesse aparecía en mis pensamientos tantas veces al día, y cuando menos me lo esperaba.
❀❀❀
Para mi disgusto, el comportamiento anormal de Vera se extendió a lo largo de toda la semana. Volvió a hablar sin parar (y entonces reparé en cuánto había extrañado oírla decir tonterías), pero algo continuaba raro respecto a ella. La chispa seguía sin presentarse, su voz sonaba más monótona, carente de la emoción excesiva que tendía a embargarla, tanto cuando hablaba de algo que le gustaba como de algo que odiaba. De todos modos, y por mucho que detestara admitirlo, lo que más me llamaba la atención era que no mencionara a Jesse ni de pasada.
En cuanto a él, podría decirse que estaba «como si nada», y esa actitud indiferente no hizo más que perjudicar nuestra ya inestable relación. En un principio había agradecido que él no me hablara de Vera, pero ahora que veía cómo se encontraba ella y lo comparaba con cómo se encontraba él, no me quedaba más que ponerme del lado de mi mejor amiga, aun sin comprender qué era lo que estaba ocurriendo entre ellos dos, o sin siquiera saber si mantenían contacto afuera de la escuela (porque, adentro, se ignoraban mutuamente).
Jesse y yo apenas nos hablábamos. Notaba sus esfuerzos por hacer que las cosas volvieran a la normalidad, pero yo me mostraba reacia a dar el brazo a torcer, y las respuestas monosilábicas que le daba a sus intentos de conversación acabaron apartándolo y haciendo que se acercara más a Sarah y a Bryan, quienes se daban cuenta de que algo iba mal pero todavía no se atrevían a intervenir para ver de qué se trataba.
Lo que más me molestaba de Jesse era lo que hasta hacía unos días atrás me había gustado de él. Además de que actuaba como si Vera no existiera, ahora me parecía muy poco considerado de su parte que no me hubiera hablado acerca de la invitación que ella le había hecho para acompañarla a Nueva York. ¿Qué clase de «amiga» me consideraba como para no compartir conmigo algo así? Después de todo, yo había sido la primera a la que le había «confesado» que le gustaba Vera. ¿Acaso se había arrepentido de haberlo hecho porque descubrió que Vera no era su tipo y acabó decidiendo actuar como si nada hubiera ocurrido? Si así era, entonces ya no tenía por qué volver a hablarle.
Sin embargo, el viernes por la noche me encontró sentada en mi habitación, atormentada por la culpa, ese sentimiento con el que tanto me había familiarizado últimamente. Sacar conclusiones apresuradas no era algo que acostumbrara hacer, y menos cuando se trataba de una persona como Jesse, que me había caído tan bien desde el minuto uno. Me negaba a creer que él fuera como la mayoría de los chicos, desconsiderado e insensible. No, él no era así. Tenía que haber una buena explicación para esa situación extraña que se estaba desarrollando entre él y Vera (y que me tenía a mí atrapada en el medio), y me sentí peor cuando me detuve a pensar y se me ocurrió que quizás él había intentado decírmelo y yo lo había ignorado. Tal vez sus intentos de hablarme habían ocultado algo; algo que yo no había visto.
Debía remediar esto. Tenía que hacerlo. Por más preocupada que estuviera por Vera, mi enojo hacia Jesse se había ido disipando con el correr de los días, y pensar que lo había «abandonado» estando tan cerca un momento muy especial para él (su primer partido de lacrosse en nuestra escuela) me tuvo en vela casi toda la noche, después de verme imposibilitada para hablarle y desearle buena suerte, ya que no lo encontré conectado al chat, no tenía su número de teléfono y era muy tarde para acercarme hasta su casa. Me consolé con la existencia de la posibilidad de verlo antes del juego y tener mi chance de empezar a remediar las cosas, y gracias a eso conseguí dormir un poco.
❀❀❀
El sábado desperté con el estómago revuelto. El juego comenzaba a las cuatro y media, así que, cerca de las tres, tomé mis cosas y corrí hacia la parada del autobús. Hice el viaje sola, ya que los partidos eran otro de los eventos escolares a los que Sarah y Bryan no asistían, y Jesse, obviamente, había viajado más temprano.
Vera me estaba esperando en la entrada de la escuela. Se la veía bien. Me saludó alegremente y comenzó a hablarme sobre otro desfile en Nueva York para el cual la estaban teniendo en cuenta.
Un rato antes de que comenzara el partido, cuando todavía no habíamos ido al campo de juego, me dijo que quería aprovechar para ir a revisar algo a su casillero y que se encontraría conmigo en las gradas en unos minutos, así que saqué la cámara de la mochila y me metí en el mar de gente que se apresuraba hacia el campo de juego.
Cuando llegué allí, descubrí que las gradas ya estaban casi llenas. De un lado se ubicaban los estudiantes y padres de nuestra escuela, y del otro los de la escuela rival. Busqué un lugar con la mirada hasta que acabé encontrando uno en la segunda fila, junto a dos chicas de primer año. Pero Vera no iba a caber allí, había lugar para una sola. De todas formas, me apresuré a sentarme para no acabar parada. Una vez ubicada, miré por sobre mi hombro y quedé perpleja al divisar a Vera en una de las gradas más altas, sentada entre Regina y Karen. Las tres me vieron y me saludaron con la mano. La sonrisa de Vera fue la más amplia. Les devolví el saludo, pero la sonrisa se negó a aparecer.
¿Por qué Vera no me había buscado para sentarnos juntas? Aquello superaba las barreras de lo raro. Siempre nos sentábamos juntas durante los juegos, así como nos sentábamos juntas en todas las clases e íbamos juntas a todas las fiestas, bailes y acontecimientos en general. De todos modos, no podía ponerme paranoica por eso; no tenía derecho, ya que era yo la que se irritaba cuando Vera comenzaba a ponerse un poco obsesiva y a comportarse como si fuéramos siamesas. Aunque, quizás, por esa misma razón, lo que ella había hecho me dolía tanto. Jamás hubiese esperado esa especie de «abandono» de su parte, pero darle vueltas al asunto no tenía sentido alguno en ese momento, así que respiré hondo y regresé la vista al frente con el corazón trepando por mi garganta.
Apenas unos minutos más tarde, los jugadores entraron al campo ya con sus cascos puestos, se ubicaron en sus puestos y el silbato sonó dándole comienzo al partido. El aire se llenó de gritos, pero mis ojos no se fijaron en los jugadores ni en el juego: mis ojos buscaron a Kevin, quien, sentado en el banco de suplentes, observaba el partido con mucha atención. En cuanto a Jesse, ni soñaba con poder distinguirlo, puesto que ni siquiera sabía qué número era, pero llegué a la conclusión de que era mejor mantener mi mente alejada de él si no quería que mi día empeorara aún más.
Para evitar pasármela espiando a Vera, tomé mi cámara y me concentré (no sin mucho esfuerzo) en tomar fotos. Hice algunas tomas de los jugadores de nuestro equipo corriendo con sus sticks, arrojándose sobre el equipo contrario y festejando cada vez que hacían una anotación. Ninguna de las fotos me convencía, pero supuse que mi estado de ánimo influía mucho en mis habilidades ese día.
Al finalizar el primer tiempo íbamos ganando por cinco puntos. Después del segundo íbamos perdiendo por dos, y terminamos ganando en el cuarto por siete, tres de los cuales fueron anotados por Jesse (eso oí decir a una de las chicas de primero que se sentaba a mi lado; parecía ser que Jesse era el número treinta).
Cuando el silbato sonó indicando el final del partido, la tribuna ocupada por los estudiantes de mi escuela estalló en vítores. Todos se pusieron de pie aplaudiendo y vivando. Los jugadores se quitaron los cascos y se felicitaron. Distinguí que casi todos palmeaban a Jesse mientras el equipo rival se retiraba del campo cabizbajo, y su tribuna, silenciosa, ya comenzaba a vaciarse. Todo era un descontrol de felicidad, como siempre que ganábamos en cualquier deporte que jugáramos. Si bien tendía a participar de los festejos, esta vez me mantuve al margen. Intentando enfocarme solo en los planes con Kevin, procedí a juntar mis cosas para abandonar las gradas lo más rápido posible, pero mientras guardaba mi cámara, alguien se abrió paso hacia mí desde abajo. Alcé la vista. Era Jesse.
—¡Mel! —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Estás aquí!
Ignoré el súbito golpeteo potente de mi corazón contra mi pecho.
—¡Sí! ¡Jesse, jugaste de maravilla! Quise desearte buena suerte ayer, pero no tengo tu número de teléfono y no estabas conectado al chat, y tengo que decirte que lamento haberme comportado como una idiota esta semana y... Bueno... ¡Felicidades!
Su sonrisa no flaqueó ni por medio segundo. Se lo veía feliz y no parecían importarle ni en lo más mínimo los días pasados. Estaba bañado en sudor a pesar del frío, tenía el flequillo pegoteado en la frente y en una mano llevaba el casco y el protector bucal. Las hombreras y la pechera lo hacían parecer enorme.
—No te preocupes, Mel, está todo bien. Siempre lo estuvo. —Sus orejas se pusieron aún más coloradas. Hablaba casi a los gritos para hacerse oír por sobre la multitud que continuaba festejando incansablemente—. Me alegra que estés aquí. Quiero aprovechar para agradecerte, ya que tú me apoyaste desde el principio y siempre me diste ánimos. —Otra vez sentí que las mejillas me ardían y no supe qué decir; permanecí mirándolo fijo a sus ojos verdes—. Siéndote sincero, antes de salir al campo, pensé en ti y en todas las veces que me repetiste que me iba a ir bien... y así fue. Eres una gran amiga, Mel. Gracias...
Ahora el calor se extendía por todo mi rostro y llegaba hasta mis orejas. Allí, parada como una idiota, boquiabierta, lo último que había esperado oír era eso mismo que me encontraba oyendo. Sentí una mezcla de bochorno y vergüenza. Estaba por balbucear algunas palabras sin sentido, pero Jesse se me adelantó.
—¿Tienes tu cámara ahí? No tenemos una foto juntos. —Me quitó la cámara de las manos para dársela a la chica que estaba a mi izquierda, quien nos apuntó con ella mientras Jesse rodeaba mis hombros con su brazo sudado.
Anonadada, intenté sonreír y no parpadear con el flash. La muchacha tomó la foto y me devolvió la cámara. Yo seguía sonriendo. Y entonces, alguien cayó junto a la chica dándole un empujón que casi la tira al suelo; alguien que resplandecía como un destello dorado bajo el ya débil sol.
—¡Jesse! —chilló una voz. No hacía falta mirar para saber quién era.
Pero miré. Y a continuación, comprendí que acababa de cometer el mayor error de mi vida.
Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Vera saltar a los brazos de Jesse y besarlo con una pasión que pareció incendiar todo lo que estaba a su alrededor. Las personas comenzaron a aplaudir y a silbar. Vera había echado sus brazos alrededor del cuello de Jesse y él la aferraba por la cintura.
Y de repente todos parecieron callarse, pero lo que ocurría era que una especie de zumbido me había tapado los oídos. El mundo perdió color. La cámara se me resbaló de las temblorosas manos. Mi corazón había trepado hasta mi garganta otra vez y buscaba ir más arriba; buscaba salir, escapar. Sentí que lo iba a vomitar. Y a pesar de todo, mi mente se encontraba completamente bloqueada, ajena a todo pensamiento. Comencé a percibir mi pulso cada vez más veloz palpitando en cada centímetro de mi cuerpo. Solo cuando recibí un empujón por parte de alguien que estaba detrás de mí, caí bruscamente en la realidad como quien cae desde las nubes directo hacia el asfalto; y es que así era la realidad: dura y dolorosa.
Sin dar lugar a otra reacción, salí corriendo. Corrí y corrí, empujé gente, fui adquiriendo velocidad sin siquiera saber hacia dónde iba; corrí a través de los pasillos en los que la endeble luz del sol intentaba seguir colándose a través de los grandes ventanales, pero ya todo se iba sumergiendo en las sombras.
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