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Capítulo 3

A Jesse le gustaba Vera. No era una noticia para asombrarse precisamente. ¿A quién no le gustaba Vera? A estas alturas, estaba segura de que a todos los chicos con los que había salido les había gustado Vera, y yo no fui más que el premio consuelo para ellos. Afortunadamente nuestros gustos en chicos no solían coincidir, así que nunca habíamos «peleado» por uno.

No podía darme cuenta de si a Vera le gustaba Jesse. Sabía que le parecía lindo, pero no si lo veía como algo más que otro chico lindo de la escuela.

Pensar en eso me mareaba y empeoraba mi estado de ánimo. Comencé a maldecir otra vez por lo bajo al chofer del autobús y a intentar culparlo por lo pésimo que me sentía, pero, al mismo tiempo, no podía dejar de pensar que la verdad habría acabado saliendo a la luz de todos modos; y, sinceramente, una parte de mí agradecía que hubiera ocurrido más pronto que tarde. Al menos todavía estaba a tiempo de remediar la situación sin salir tan herida de ella.

Jesse hizo varios intentos fallidos de volver a entablar una conversación conmigo, pero mis respuestas monosilábicas acabaron haciendo que se diera por vencido. Si notó lo mucho que había cambiado la atmósfera alrededor nuestro, no lo demostró; y para mí esa era la mejor decisión a tomar.

Nos quedamos en la cafetería hasta que faltaron quince minutos para que pasara el próximo autobús a la ciudad. La espera fue silenciosa; el viaje (durante el cual fingí estar profundamente dormida) y la caminata hasta la escuela, también.

Dándonos la espalda, acomodamos nuestras cosas en los casilleros. Los pasillos estaban desiertos, todos se encontraban en clases. Entonces, Jesse cerró la puerta de su casillero, respiró hondo y se volvió hacia mí al mismo tiempo que yo me volvía hacia él, pero cuando vi que abría la boca, me adelanté y detuve sus potenciales palabras.

—Tengo que ir al baño antes de que suene el timbre. Nos vemos luego. —Y me alejé a las zancadas, sintiendo sus ojos fijos en mí. No me sería posible explicar cuán difícil fue alejarme así, pero lo hice, de todos modos.

El timbre del mediodía me encontró cruzada de brazos en el baño. Oí cómo los pasillos se iban llenando de gente ruidosa que gritaba y se apresuraba hacia la cafetería. Salí del baño y seguí a la ola de estudiantes para ubicarme en la mesa habitual. Vera, al entrar y verme, vino inmediatamente a sentarse a mi lado.

—Mel, ¿dónde diablos estabas? —me preguntó preocupada—. Quise llamarte, pero no tuvimos ni un segundo libre en las clases.

Le conté todo lo que había ocurrido (excepto una parte específica de la conversación con Jesse). Ella esbozó una sonrisita cuando terminé.

—Bueno, el chofer del autobús es un estúpido inepto, ¡pero mírale el lado bueno! —exclamó con entusiasmo—. Estuviste dos horas a solas con Jesse. Tienes que contármelo todo.

Aguardó con una sonrisa de oreja a oreja, pero al ver que yo no le correspondía el gesto y apartaba la mirada, su semblante se ensombreció.

—Hey, ¿qué ocurre? —preguntó, otra vez preocupada.

No quería decírselo; no era fácil. ¿Pero tenía sentido hacer de cuenta que la conversación con Jesse no había ocurrido y ocultarle la verdad a Vera? No. Además, cuando ella lo supiera, yo podría finalmente darme por vencida y olvidarme del asunto. Y si Vera decidía darle una oportunidad a Jesse, bien por ella. Otra razón más para olvidarme de él; una bien importante.

Me tragué la humillación que me suponía hablar de aquello, levanté la cabeza y miré a mi amiga.

—Le gustas. Es todo tuyo.

Vera se quedó petrificada, mirándome sin parpadear. Al asimilar mis palabras, se echó a reír.

—¡Mel! ¿Qué dices?

—Estoy diciendo que tú eres la chica en la que Jesse está interesado.

Vera volvió a quedarse seria.

—¿En serio?

Asentí.

—Él mismo me lo dijo. O, bueno, me lo insinuó. Yo le pregunté si estaba interesado en alguna chica y él me preguntó si tú estabas saliendo con alguien. Así que, sí, le gustas.

Mi amiga apartó su mirada turbada.

—¿Y tú por qué le preguntaste eso? —indagó tras unos segundos de intenso silencio, volviendo la cabeza hacia mí con los ojos entrecerrados.

No podía confesarle que, por unos insignificantes días, me había gustado Jesse. Vera habría comenzado con su actuación dramática y yo no quería enfrentarme a eso. Me encogí de hombros con mi mejor mueca de indiferencia.

Pero a Vera no se la engañaba tan fácilmente.

—Él te gusta —afirmó—. Por eso le preguntaste. ¡Lo sabía!

—No me gusta —contesté con rapidez—. No de esa manera. Estábamos hablando de la escuela y le pregunté si le gustaba alguien. Eso es todo.

Vera me miró con cara de «no me vengas con esos cuentos».

—Mel, por favor... Si te gusta, buscaremos la manera de arreglar esto.

—No puedes arreglar una situación así —repliqué sacudiendo la cabeza—. Mírame a mí: aún estoy obsesionada con Kevin.

Karen y Regina aparecieron con sus respectivas bandejas y se ubicaron en la mesa. Vera no notó su presencia.

—Pero, Mel...

—No puedes arreglarlo —repetí, y me levanté de mi silla atropelladamente para comenzar a caminar hacia la salida.

—¿No vas a comer nada? —me preguntó Vera cuando di los primeros pasos.

—No tengo hambre —respondí sin darme vuelta. Seguí andando hasta llegar a la pista donde el equipo de atletismo entrenaba y me senté en las gradas bajo el sol endeble que asomaba de tanto en tanto entre las nubes.

A pesar de que Jesse desconocía el detalle de que por unos pocos días lo había visto como algo más que un amigo y compañero de escuela, yo me sentía como si se lo hubiese confesado a los gritos frente a una multitud, igual de humillada que cuando le había confesado mis sentimientos a Kevin solo para que él me rechazara; y, así y todo, me invadió la inexplicable sensación de que, quizás, podía tener más suerte con él que con Jesse.

Poco sabía acerca de la verdad que se escondía detrás de ese loco y fugaz pensamiento.

Estaba a punto de entrar al salón de clases cuando Kevin me tomó de un brazo obligándome a detenerme junto a la puerta.

—Kevin... —suspiré con cierto fastidio—. ¿Qué ocurre? —No estaba del mejor humor como para intentar descifrar el motivo de su inusual comportamiento cuando andaba cerca de mí.

Él me soltó y se acomodó el cabello dejando al descubierto el arete de oro que tenía en la oreja izquierda. Nunca antes lo había visto tan nervioso y ansioso, y su actitud inquieta consiguió despertar mi curiosidad.

—Mel... Quería... —Comenzó entre balbuceos. El labio superior le sudaba un poco—. Faltan doce días para... Y... bueno...

Lo miré impaciente, sin imaginarme lo que se estaba por venir.

—¿Qué? —pregunté escrutando su rostro.

Él respiró hondo para armarse de valor. Infló el pecho y me miró desde su altura de metro ochenta.

—Quería invitarte al baile, Mel —lo dijo tan rápido que las palabras se le enredaron en los labios.

Mi cerebro dejó de funcionar durante unos segundos: la información que había recibido era demasiado fuerte e impactante, y difícil de asimilar. Mentiría si dijera que no me tentó la idea de pellizcarme el brazo o de golpear a Kevin en la cara, pero no pude más que pestañear anonadada.

—¿Disculpa?

Kevin soltó una risita. No creí poder sentirme más tonta, pero ocurrió.

—¿Quieres ir conmigo al baile de San Valentín, Mel?

Quizá me había golpeado la cabeza durante el cambio de autobuses y lo estaba soñando todo: ya me despertaría en el hospital con Sarah y Bryan mirándome preocupados, y les contaría acerca de este loco sueño que estaba teniendo. Pero lo más importante era que eso significaría que la conversación con Jesse no había ocurrido, que a él tal vez no le gustaba Vera, que no era verdad...

¡Pero no podía pensar en Jesse ahora! No ante Kevin, y menos en un momento como este.

El timbre ubicado a un escaso metro de distancia sonó estridentemente, haciéndome saltar y golpearme la cabeza contra la pared.

Bueno, al menos ya sabía que no estaba soñando.

El profesor apareció de la nada, como si hubiese estado esperando escondido adentro de un casillero.

—Entren —nos ordenó.

Mis pies arrancaron solos; mi cabeza aún zumbaba, adolorida a causa del golpe.

—Iré contigo —le susurré a Kevin antes de que se sentara.

Él esbozó una amplia sonrisa. No había planeado decirle eso, si bien fue el impulso más acertado de mi vida, dado que ¡acababa de aceptar ir al baile con él!

Me senté torpemente en mi silla y Vera clavó sus ojos en mí, muerta de la curiosidad.

—¿Qué quería? —me preguntó.

—Invitarme al baile de San Valentín.

Vera alcanzó a ahogar un gritito antes de que el profesor llamara al orden. Al finalizar la clase, aguardó a que los demás se alejaran y me miró expectante. Le conté cómo había sido. Ella continuó mirándome en silencio, como esperando algo más.

—Estoy feliz, si eso es lo que te estás preguntando —mencioné. Lo estaba, en serio. Sabía que lo estaba, aun cuando todavía no podía transmitirle esa felicidad a mi voz.

De acuerdo, tal vez me encontraba algo molesta. Tenía que admitir que, en algún rincón de mis adentros, sí había esperado ser la chica que le gustaba a Jesse. Pero nunca antes había sentido celos de Vera, y no comenzaría a hacerlo por culpa de un chico, mucho menos por culpa del «nuevo», así que di mi mayor esfuerzo para lograr sonreír y Vera me imitó, claramente más relajada.

—Estoy contenta por ti, Mel, de verás —dijo—. Te lo mereces. ¡Es tu sueño!

—Sí, cuando todos sueñan con fama, dinero y éxito, yo sueño con una cita con Kevin —respondí encogiéndome de hombros.

Vera rio.

—Eso vale mucho más que la fama, el dinero y el éxito —replicó, y entonces se puso seria—. Y con respecto a lo de Jesse...

—Lo único que interesa es que tú le gustas —interrumpí—. Y si a ti te gusta él, deberían intentarlo.

Vera también se encogió de hombros.

—Me da lo mismo. He visto mejores —comentó despectivamente—. Veremos qué ocurre.

Eso, en el idioma de Vera, significaba que saldría con él al menos en una ocasión. Luego yo tendría que escucharla nombrar todas sus virtudes y defectos para al final darse cuenta de que tenía más puntos negativos que positivos y que no era lo suficientemente bueno para ella. Ya estaba acostumbrada a todo ese teatro; formaba parte del protocolo cada vez que Vera salía con algún chico. Yo, la que siempre fallaba en el amor, le daba consejos a mi mejor amiga, la que tenía a todos a sus pies. Era una situación un poco loca y extraña.

❀❀❀

—¡Mel! —exclamó Sarah con alivio cuando me encontré con ella y con Bryan a la salida de la escuela. No habíamos tenido oportunidad de hablar en las últimas tres horas—. ¿Estás bien? Lamentamos mucho lo de hoy, había tanta gente en el autobús que no nos dimos cuenta de que tú y Jesse no habían subido hasta que todos terminaron de acomodarse, y para entonces ya habíamos hecho como un kilómetro y el idiota del chofer se negó a regresar por ustedes. ¿Qué pasó? ¿Qué hicieron?

Les relaté mi «aventura» con Jesse después de que el autobús nos abandonara, siendo interrumpida algunas veces por Sarah, que aprovechaba para insultar un poco más al chofer. Obviamente, cierta parte de nuestra conversación en el pueblito fue omitida del relato que les ofrecí a mis amigos.

Al final resultó ser un alivio que todo ese asunto hubiera concluido lo suficientemente rápido como para no llegar a hacer a Sarah y a Bryan partícipes de ello. Lo último que deseaba era recibir miradas y comentarios compasivos, o darles a mis amigos más motivos para detestar a Vera, como si ser más «gustable» que el resto de los mortales fuera culpa de ella y no de una preciosa carga genética y la buena suerte con la que había nacido.

Sacudí la cabeza y espanté esos pensamientos resentidos de mi cabeza mientras caminábamos hacia la parada del autobús. No dejaría que lo ocurrido afectara mi relación con Vera de ninguna manera.

Jesse nos alcanzó cuando ya habíamos hecho la mitad del camino. Estaba como si nada, y ese era otro detalle que no debería haberme sorprendido, pero cuando notó que yo no participaba en las conversaciones ni me reía de sus chistes, su ánimo decayó un poco.

Otra vez volví a fingir que dormía durante el viaje, sintiendo que Jesse, a mi lado, se preguntaba en silencio qué demonios me ocurría, y odiándome a mí misma por estar comportándome así con él.

El frío le devolvió el habla y la curiosidad fue más fuerte.

—Mel, ¿te ocurre algo? —preguntó llegado el momento de separarnos—. Estuviste muy callada hoy.

«No, no me ocurre nada, tan solo dejaste de gustarme cuando supe que te gusta mi mejor amiga. Todo marcha de maravilla».

Negué con la cabeza evitando mirarlo a los ojos.

—Estoy muy cansada, nada más —contesté. Bueno, al menos el tono muerto de mi voz sonaba convincente.

Jesse me miró escéptico. No parecía tragarse mi mentira.

—De acuerdo, ve a descansar entonces, ¿sí?

Asentí y caminé hacia mi casa después de saludarlo con la mano. Pude sentir sus ojos nuevamente fijos en mi espalda mientras me alejaba. No quería ni imaginarme lo que pasaba por su cabeza en ese momento, pero rogué que no hubiese notado que yo había comenzado a comportarme de esa manera tan particular después de la conversación que habíamos tenido en el pueblito por la mañana.

Una vez que entré a mi casa y cerré la puerta, dejé esos pensamientos afuera con el frío y el viento. Tenía que concentrarme en la parte buena de la historia: Kevin me había invitado al baile de San Valentín. ¡Realmente lo había hecho!

No me di cuenta de que seguía apoyada en la puerta con una sonrisa de oreja a oreja hasta que mamá me llamó desde el arco que daba a la cocina.

—¿Mel? ¿Piensas quedarte ahí todo el día?

—Hola, mamá —la saludé arrojando la mochila sobre uno de los sillones—. ¿Cómo estuvo tu día? —Mamá era una de las recepcionistas del pequeño hotel del pueblo. Solía trabajar de nueve a cinco, pero a veces (generalmente los fines de semana) le tocaba cubrir el turno nocturno.

—Estuvo bien, pero parece que el tuyo estuvo mejor —respondió cruzándose de brazos—. ¿Me equivoco?

Me senté en el sofá y ella se ubicó a mi lado.

—Sí, tuve un día bastante bueno.

«Por partes», omití.

—¿Y a qué se debe? —fisgoneó mamá con una sonrisa traviesa curvándole los labios. Claro que anticipaba con bastante exactitud mi respuesta.

Ella y yo éramos amigas, pero existía un límite en el nivel de complicidad de nuestra relación. Solía hacerla partícipe de casi todas las cosas que ocurrían en mi vida, excepto de los temas amorosos y de algunos otros que solo trataba con mis amigos, si bien, esta vez, no veía nada de malo en contarle que me habían invitado al baile de San Valentín. Después de todo, no sería mi primera vez saliendo con un chico, y ella lo sabía. No era de hacer demasiadas preguntas, principalmente porque confiaba en mí, y tenía sus buenos motivos para hacerlo; motivos que solo ella y yo conocíamos. Además, convivía con la errónea idea de que el padre de la persona con la que más tiempo pasaba era uno de esos viudos sobreprotectores de su hija única y sus amigas, cuando, en realidad, Steven Lane era prácticamente todo lo contrario a ese concepto, tan liberal que llegaba a ser algo alarmante, pero mamá no necesitaba saber eso. Las charlas sobre sexo eran innecesarias. Yo tenía en claro cuáles eran mis límites (o, mejor dicho, mis limitaciones), y mamá también, por lo que no tenía de qué preocuparse. Cualquier cosa que me hiciera feliz, la hacía feliz a ella. Después de todo, merecíamos sentirnos así tras tantos años experimentando lo contrario a la palabra «felicidad».

—Un chico de mi escuela me invitó al baile de San Valentín —dije tratando de no sonar demasiado emocionada—. Tenía muchas ganas de ir y creí que no lo haría este año. —Me pareció conveniente agregar eso para quitarle importancia al hecho de que el chico por el cual me moría desde hacía un año era el que me había invitado.

—¡Mel, eso es genial! Me alegro por ti —exclamó mamá―. ¿Ya estuviste pensando qué vas a usar?

—Uno de mis vestidos, supongo —respondí.

Mamá hizo una mueca.

—¿Algo viejo? Por supuesto que no. Tenemos que preparar un vestido nuevo.

«Tenemos» significaba que ella lo haría. Otro de los hobbies de mamá, además de sus artesanías, era coser y tejer. La mitad de mi armario estaba lleno de ropa que ella misma había hecho y que, francamente, no tenía nada que envidiarle a la de cualquier tienda de primera.

Salimos juntas a comprar la tela y mamá se puso a trabajar de inmediato y a tal velocidad que, en apenas tres días, ya tenía listo un vestido rosado de raso, con mangas hasta los codos y una cinta delgada con brillos que rodeaba la cintura y concluía en un moño del lado derecho. Era perfecto, y mucho más hermoso que cualquier otro vestido que podía llegar a costar cientos de dólares.

El viernes después del almuerzo, Vera se me acercó dubitativa mientras sacaba unos libros de mi casillero. Yo venía sobrellevando bastante bien la situación con Jesse: Vera ni siquiera lo nombraba y actuaba con normalidad, como antes de que él apareciera en nuestras vidas, por lo que no me gustó la expresión en su rostro.

—¿Qué pasa? —le pregunté arqueando las cejas.

Ella se mordió el labio inferior.

—Mel..., por favor, no te enfades —comenzó con un hilo de voz.

—Vera, ¿qué hiciste? —pregunté en tono severo, cerrando la puerta de mi casillero—. ¿Volviste a copiarme en un examen? Es bueno que lo confieses, ¿sabes? —bromeé.

Ella soltó una risita nerviosa.

—No, no es eso. —Volvió a quedarse seria y abrió mucho los ojos—. Jesse acaba de invitarme al baile de San Valentín.

Oh, así que esa era la razón por la que Jesse había estado tan callado durante el viaje en el autobús: nervios. No podía culparlo.

—¿En serio? —exclamé fingiendo total sorpresa. Tenía que admitir que Vera era mejor actriz que yo.

Mi amiga asintió, aferrándose con fuerza a sus libros. Parecía estar pensando que yo iba a golpearla. Forcé una sonrisa que me tensó los músculos de la cara.

—¡Bien, eso es muy bueno!

Ella me miró sorprendida.

—¿Lo es?

—Sí. ¿Por qué no debería serlo?

Vera abrió la boca, pero volvió a cerrarla antes de decir algo.

—¿Y qué harás? —le pregunté. Quería escuchar la respuesta tanto como deseaba no hacerlo. Mi corazón se agitó.

Vera apretó los labios y fijó su mirada en el suelo durante unos instantes, antes de volver a dirigirla hacia mí.

Iré con él —finalmente contestó. La agitación en mi corazón se intensificó. Y lo que vino después la hizo empeorar aún más—. Me gusta. Un poco.

Al notar que llevaba unos cuantos segundos boquiabierta, cerré la boca tan rápido que mis dientes hicieron ruido al chocar.

Dentro de mi cabeza, mi propia voz me exigió que me concentrara: «concéntrate, Mel, en lo bueno: irás al baile con Kevin, estás obteniendo lo que siempre deseaste. ¿A quién le importa Vera y el otro chico?», me repetía. Y tenía razón.

Suspiré y esbocé mi sonrisa más convincente.

—Eso es maravilloso, Vera. Me alegro por ti, en serio.

Ella me dirigió una mirada de agradecimiento y soltó una risita.

—Y hasta hace unos días atrás pensábamos que íbamos a ir solas —comentó mientras comenzábamos a caminar hacia el salón de clases—. Y yo ni siquiera tenía ganas de ir a comprarme un vestido. Pero ahora definitivamente necesito uno. ¿Me acompañas al centro comercial esta tarde?

—Por supuesto. ¿Cuándo te he dicho que no? —Entrelacé su brazo con el mío y continuamos andando.

Vera se veía contentísima. Ella nunca se compraba ropa sin mi compañía. Siempre quería mi opinión, hasta para comprarse la ropa interior, y yo no me cansaba de verla desfilar desde el cambiador hacia el espejo, y de decirle que todo le quedaba perfecto (lo cual era verdad).

Después de clases, recorrimos montones de tiendas hasta que mi amiga finalmente encontró un vestido que le gustaba: rojo, corto y sin espalda. Iba perfecto con ella (bueno, en realidad nada iba mal con ella).

Sentada frente al cambiador, la observé mirarse en el espejo de la tienda, revisando cada detalle del vestido antes de comprarlo. No pude evitar preguntarme qué pensaría Jesse cuando la viera el próximo sábado, aunque la cabeza me daba vueltas de tanto esforzarme por no hacerlo.

No tenía idea de en qué lío me había metido; tan solo pude imaginarme a duras penas su magnitud al darme cuenta de que, a pesar de que nunca antes había deseado ser Vera, por primera vez lo estaba haciendo. Al menos, por una sola noche.

❀❀❀

El lunes por la mañana, unos minutos antes de que el timbre sonara indicando el comienzo de la primera clase del día, me apresuré hacia mi casillero a buscar unas cosas. Aún no había visto a Vera pero, por el rabillo del ojo, advertí que se acercaba gracias al resplandor de su larga cabellera rubia. Venía hecha una llamarada, furiosa a la vista de todos, andando a las zancadas y chocando a varias personas sin siquiera disculparse. Se detuvo abruptamente frente a mí.

—No puedo ir al baile —dijo con la voz temblorosa, y luego apretó los labios con fuerza.

La miré desconcertada.

¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué ocurrió?

Vera puso los brazos en jarra, con las manos sobre la cintura, y miró enojada hacia la pared.

—Tengo que asistir a un desfile.

Su respuesta hizo que me sintiera más desconcertada que antes. ¿Vera enfadada porque tenía que desfilar?

—¿Y por qué esa actitud? —pregunté confundida.

—¡Realmente tengo muchas ganas de ir al baile! —refunfuñó—. No quiero perdérmelo. Pero una de las modelos que debía desfilar en Nueva York este fin de semana se fracturó una pierna y yo soy la siguiente en la lista.

—¡Pues ve! —repliqué impaciente—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Pasar tu vida asistiendo a los bailes de la escuela secundaria o desfilando arriba de una pasarela? Apuesto a que quieres lo segundo. No seas tonta, te están dando otra oportunidad para trabajar en Nueva York; otra oportunidad para hacerte más conocida y avanzar en tu carrera. ¿En serio consideras desperdiciarla?

Vera negó con la cabeza enérgicamente.

—Tienes toda la razón —admitió—. No puedo sacrificar esta oportunidad por algo tan patético como un pequeño baile escolar.

Sin embargo, durante el transcurso de la mañana, se mantuvo muy callada, y se la pasó suspirando con ambos codos apoyados sobre la mesa y las manos aferrando su cabeza. Me resultaba una situación bastante rara: lo difícil era hacer que Vera cerrara el pico, no que lo abriera. Pero al saberla tan molesta (dado que la conocía mejor que nadie), yo también decidí callarme.

Después del almuerzo, Vera fue a darle a Jesse la noticia de que no podía ir al baile. Estaban hablando en la cafetería, a unos metros de distancia de nuestra mesa. Intenté entablar alguna conversación interesante con Karen y Regina para resistir los impulsos de espiarlos, pero olvidé de qué estábamos hablando cuando Vera vino a sentarse a mi lado.

—¿Qué dijo? ―le pregunté con urgencia, y automáticamente sentí deseos de coserme la boca.

Vera se encogió de hombros.

—Obviamente no estaba muy feliz, pero creo que le dio lo mismo.

No supe qué hacer, si buscar alguna palabra de consuelo o continuar en silencio. Opté por lo segundo cuando Karen salió a mi rescate preguntándole a Vera acerca del desfile al que tenía que asistir. Fingí acomodarme el cabello y miré hacia mi derecha disimuladamente. Jesse se encontraba en su lugar habitual, en la mesa del equipo de lacrosse. Todos los chicos se reían, conversaban y se arrojaban trozos de comida, pero él permanecía serio, con la mirada clavada en la mesa. Entonces, la alzó hacia mis ojos.

Casi tiro al suelo mi bandeja al girarme bruscamente hacia Vera. Ella no pasó por alto el detalle.

—¿Qué ocurre?

—Tengo que ir al baño —contesté. Era la excusa más rápida que se me ocurría para salir de allí.

Ella se levantó y fue conmigo. Cuando abandonamos la cafetería, me preguntó si al día siguiente quería acompañarla a las pruebas de vestuario para el desfile.

—¿En día de escuela? —pregunté extrañada—. ¿Eso significa que mañana no vendrás?

—Exacto. Uno de los amigos de mi padre es médico y me hará una nota para justificar la falta. Entonces, ¿quieres venir?

Vera ya me había invitado varias veces a ir a Nueva York con ella, pero siempre algo se cruzaba en mi camino y me impedía acompañarla. Nunca había estado allí, y como mi estilo de vida era el de las ciudades grandes, por supuesto que me moría por ir. Sabía que, si le rogaba, mamá me dejaría acompañar a Vera; pero no quería faltar a la escuela, y no me parecía correcto que el amigo del padre de Vera hiciera una nota falsa para mí también.

—No... —contesté—. Es decir, sí quiero. Pero no puedo. Lo lamento, Vera, si no fuera día de escuela, iría.

—Mi padre te conseguirá una nota a ti también —insistió ella.

—No quiero que haga eso. Además, los exámenes están muy cerca y no puedo darme el lujo de perder clases, especialmente la de Matemáticas. Sabes lo pésima que soy con los números...

Vera permaneció unos segundos en silencio antes de comenzar a caminar tan rápido que terminó adelantándose.

—Está bien, como quieras —musitó, y continuó andando sin mirar atrás.

Me detuve y permanecí observando cómo desaparecía entre la gente, preguntándome qué demonios había hecho tan mal como para que reaccionara así. Creí que podía ser cosa del momento, uno de sus tantos arrebatos impulsivos, pero durante la siguiente clase descubrí que Vera no solo se había alejado de mí en los pasillos: se había marchado de la escuela. Al finalizar la clase la llamé un par de veces a su celular. Ella no contestó.

El trascurso del día fue terrible sin ella. Más que su ausencia, me preocupaba saber que estaba enfadada conmigo. Pero sentirme culpable me hubiese convertido en una estúpida; no era mi culpa que Vera fuera tan irascible. Sin embargo, no podía evitar preguntarme si había hecho algo mal. Y no me refiero a haber rechazado su invitación a Nueva York...

Pasé el resto de la tarde recostada en el sofá de la sala, con mi teléfono celular en la mano, marcando el número de Vera tantas veces que acabé perdiendo la cuenta, pero ella simplemente ignoró todos mis intentos de hablarle. Me di por vencida después de la cena y fui hacia mi habitación arrastrando los pies. Lo habitual era que prendiera la computadora un rato antes de acostarme, pero esa noche me limité a ponerme el pijama y a acurrucarme bajo las frazadas para dar un millón de vueltas, con un millón de pensamientos volando en círculos dentro de mi cabeza, hasta finalmente conseguir quedarme dormida.

❀❀❀

El despertador sonó estridentemente. Solté un gruñido y estiré una mano para darle un golpe y apagarlo. Mamá entró a la habitación unos segundos más tarde.

—Hoy no tienes que ir a la escuela —anunció acercándose a la ventana.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté con la voz pastosa, restregándome los ojos.

—Ven a ver.

Bostezando, me levanté en cámara lenta y fui hasta la ventana. Mamá corrió las cortinas y lo que vi bastó para despabilarme: afuera, los copos de nieve blancos danzaban directo hacia el suelo. ¡Al fin el hombre del clima había hecho uno de sus tan escasos aciertos!

Realmente no me importaba que no hubiera clases y que tuviera que quedarme adentro todo el día, porque, de todas maneras, Vera no iba a ir a la escuela, y yo no me encontraba de humor para socializar. Definitivamente no sacaría un pie de la casa.

Mamá no se salvó de ir a trabajar, así que me quedé sola, y busqué matar el tiempo adelantando tareas y estudiando un poco.

Cerca del mediodía la tormenta cesó un poco. Mientras lavaba lo que había ensuciado para cocinarme algo, observaba el cielo a través de la ventana: estaba de un gris oscuro tenebroso; parecía que el día se había quedado atascado en ese momento en que la noche se acaba pero aún no amanece del todo.

Unos minutos más tarde llamaron a la puerta principal. Fui a abrir convencida de que eran Sarah y Bryan, que venían a festejar el día libre, pero cuando jalé del picaporte, el rostro que había comenzado a ver dentro de mi cabeza hacía apenas unos momentos atrás se solidificó frente a mí. Era como si me hubiera acudido a mi silencioso llamado.

—¡Hola! ¿Qué haces por aquí? —le pregunté sorprendida—. Hoy no es el día ideal para salir de casa.

Jesse me miró con las manos en los bolsillos de su abrigo.

—Tengo que hablar contigo, Mel —dijo—. Por favor.

Contaba con unas muy buenas razones para inventar alguna excusa y eludir esa potencial conversación. La principal y más importante era que no quería que su presencia me distrajera de las cosas buenas en las que quería mantenerme enfocada, pero la verdad era que lo único bueno que tenía era la invitación de Kevin al baile, y en ese momento me encontraba bastante alejada mentalmente de aquello.

—Pasa. —Me aparté del umbral para ir a sentarme frente a la chimenea (sí, teníamos una chimenea de verdad, con leña y todo, no eléctrica) y me froté las manos cerca del fuego mientras Jesse entraba a la sala y se quitaba la gruesa chaqueta azul. Tras dejarla sobre el sofá, se acercó y se sentó a mi lado.

—¿Qué sucede? —pregunté al ver que necesitaba un empujón para empezar a hablar.

Sus orejas se pusieron coloradas, tal vez por el calor del fuego. O tal vez no.

—Mel, necesito que me digas si hice algo mal, si te ofendí de alguna manera...

—¿Qué? —Reí con incredulidad—. ¿Por qué pensarías eso? —No me gustaba hacerme la tonta, pero no tenía otra opción. Reconocer que, aquella mañana que quedamos varados en el pueblito, Jesse dijo algo que me cayó como un inesperado baldazo de agua helada por el cual todavía seguía tiritando, habría sido admitir que, en algún momento, había deseado tener el papel que Vera tenía ahora. Y, la verdad, no podía hacer semejante confesión.

—Porque apenas me hablas estos días —respondió Jesse agachando la cabeza—. Y tú no eres así. O no lo eras al principio. Pareces otra persona. No sé si cambiaste de opinión acerca de mí o...

—No —lo interrumpí—. No se trata de eso. Mira, Jesse, las cosas han estado muy raras últimamente. El chico que me rechazó durante un año ahora quiere ir al baile de San Valentín conmigo, y lo de Vera...

—¿Qué pasa con Vera? —preguntó Jesse arrugando el entrecejo.

—Está enojada conmigo, aparentemente porque rechacé su invitación para acompañarla a Nueva York hoy. Ya estaba molesta por no poder asistir al baile, y yo siempre soy la única persona que anda cerca de ella cuando necesita descargarse. Vera es muy temperamental.

Jesse parecía genuinamente preocupado. Era extraño que los hombres se interesaran por los tontos dilemas femeninos, pero él parecía tan ofuscado por esta situación como yo.

Un intenso silencio se prolongó entre nosotros. Jesse miraba el fuego con una expresión pensativa en su rostro aniñado.

—¿Irás al baile, de todos modos? —me atreví finalmente a preguntarle.

Él meneó la cabeza esbozando una sonrisita taciturna.

—No. ¿Qué sentido tiene ir al baile de San Valentín sin pareja?

—No serías el único —le dije—. Antes de que Kevin me invitara y tú invitaras a Vera, planeábamos ir solas. No deberíamos darle tanta importancia a las parejas. A veces la pasamos mejor estando solos...

Jesse hizo una mueca extraña e imitó mi tono, como hablando de algo que en realidad no le interesaba tanto, pero los dos sabíamos que sí nos interesaba; de otra forma, habríamos cerrado la boca.

—¿Eso significa que no quieres ir con Kevin?

—¡Por supuesto que no! Es decir, ¡por supuesto que quiero ir con él! A lo que me refiero es que ir con pareja no te garantiza la diversión. Puede que solo sea una carga molesta. Confía en mí; me ha pasado.

Jesse esbozó una sonrisa endeble.

—Tienes razón —admitió—. Pero por esta vez, paso. Quizá vaya solo al próximo baile.

—Eso si no consigues pareja —señalé sonriendo.

Él me devolvió el gesto y se mostró un poco más animado.

—Supongo que si para el próximo baile vuelvo a invitar a Vera, rezaré con anticipación para que su agenda esté libre y no le aparezca ningún imprevisto.

Fijé mi mirada en la mesita ratona y mi sonrisa flaqueó.

—Buena suerte con eso —murmuré.

Al ver que pasaban los segundos y ninguno de los dos decía más nada, Jesse respiró hondo y se puso de pie.

—Tengo que irme. Debería ponerme a estudiar para el examen de Ciencias.

—Sí, yo también —dije acompañándolo hasta la puerta.

Jesse se volvió hacia mí tras salir al porche. Vaciló un poco antes de animarse a hablar.

—Si no vuelve a nevar, mis padres irán a la ciudad esta noche, y regresarán tarde. Quizá puedas venir a mi casa... —Alcé las cejas y él se acobardó y tartamudeó un poco—. A mirar una película —agregó inmediatamente, llevándose las manos a los bolsillos de su chaqueta. Sus mejillas se colorearon—. Tenemos planes pendientes, ¿no? Y mi hermanita estará allí con nosotros, por supuesto. Seremos nosotros tres —me sonrió.

Por un efímero instante casi dejo ganar al impulso que sentí de aceptar la invitación. Pero mi lado más sensato libró una valiente batalla y consiguió la victoria.

—Me encantaría, Jesse —dije con una sonrisa torturada a modo de disculpa—, pero no dormí bien anoche, así que hoy me iré a la cama temprano.

Él ocultó su decepción detrás de una expresión de indiferencia bastante mal lograda. Se puso el gorro de lana en la cabeza y se esforzó en mantener la sonrisa.

—Está bien, no hay problema. Nos vemos en la escuela, entonces.

Asentí y lo saludé con la mano. Él me dio la espalda y bajó los escalones del porche para comenzar a caminar en dirección a su casa.

Una vez que lo perdí de vista, cerré la puerta y me apoyé en ella. Permanecí unos largos minutos así, con los brazos cruzados fuertemente sobre el pecho, reteniendo con todas mis fuerzas las ganas de salir corriendo tras Jesse para decirle que estaría allí esa noche.

Soñar es barato pero, por las noches, cuando lo que soñaste despierto te pasa factura, puede que te cueste dormir en el medio de una conversación silenciosa con la almohada, donde todo está lleno de preguntas sin respuestas y sentimientos imposibles de identificar.

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