Capítulo 11
El resto del verano transcurrió pacíficamente y sin grandes sorpresas, excepto por el coche que Jesse recibió para su cumpleaños número diecisiete en agosto. Pese a que Ethan seguramente sintió deseos de que se aprobara alguna ley que me impidiera poner un dedo o cualquier otra parte de mi anatomía sobre el vehículo, esa noche nos fuimos a festejar a Bismarck en el lujoso Mercedes; y aquel fue el comienzo de un montón de viajes improvisados a la ciudad con Sarah y Bryan, y también el de largas y mágicas noches en algún lugar a las afueras del pueblo, solo nosotros dos.
Con el comienzo de las clases, el buen humor de Bryan se esfumó bruscamente, y casi todo el tiempo se lo oía quejarse de los deberes y de todo lo que había que estudiar. Eso desencadenaba varias discusiones entre él y Sarah.
El primer día de escuela me recibió con la noticia de que Vera había abandonado la ciudad para irse a vivir a Nueva York con su padre. Según Regina, Steven Lane había recibido una interesante propuesta de trabajo en la Gran Manzana, y Vera no dudó en convencerlo de aceptarla. Tal vez, un tiempo atrás, enterarme de eso me habría afectado un poco, pero haber pasado tres meses sin acercarme a Vera y sin saber nada de ella terminó haciéndome comprender que no necesitaba en mi vida a nadie que no quisiera estar allí. Vera me había demostrado con su silencio, y con las breves miradas despectivas que me había dedicado antes de que comenzara el verano, que nuestra amistad estaba bien muerta, enterrada y, ya a esas alturas, reducida a polvo.
Sinceramente, no podría haberme importado menos.
Para el receso de invierno, Bryan recuperó el buen humor. Era prácticamente imposible que la blanca nieve, donde se reflejaban los colores de las luces navideñas que adornaban las calles, no subiera los ánimos de la gente.
Navidad siempre había sido mi época favorita del año. No me importaba el frío, ni que todos los negocios, centros comerciales y demás lugares se encontraran abarrotados de gente. Caminar por ahí y ver los árboles, los adornos y las luces, me llenaba de felicidad y tranquilidad. Todos parecían llevarse bien y los problemas quedaban olvidados durante el mes de diciembre.
Pese a que para las Navidades éramos solo mamá y yo (lo cual no significaba que no nos divirtiéramos), este año en particular iba a ser diferente. Si bien Jesse recibiría familiares en su casa, nos había prometido que pasaría el día con nosotras, argumentando que, con tanta gente desparramada por ahí, no notarían su ausencia. Eso me hacía desear con más ansias que el día llegara. Mamá adoraba a Jesse, y cada vez que se juntaban se armaba una competencia de chistes que les dejaba los rostros de un color rojo intenso de tanto carcajearse. Sin lugar a dudas, eran mis dos personas favoritas en el mundo entero.
Por todas esas razones y más, ni por un segundo se me cruzó por la cabeza, aquella fría y gris tarde de sábado en la que Jesse fue a buscarme a mi casa y me pidió que diéramos un paseo, que la noticia que traía consigo haría que todo diera un giro que, de tan inesperado, acabaría siendo violento y capaz de destruirlo todo a través de unas pocas palabras.
Hablando de cualquier cosa, caminando lentamente por las calles, llegamos a las afueras del pueblo en el sentido contrario al que se ubicaba la parada del autobús. Increíblemente, nunca antes había estado allí, pero no tardé en quedar fascinada y completamente enamorada del paisaje que me rodeaba: los pinos altísimos, los restos de la nieve que había caído el día anterior, formando grandes manchas blancas sobre el suelo, y algunas hojas anaranjadas que se habían resistido hasta último momento a desprenderse de los desnudos árboles, recostándose sobre ella y dándole algo de color. A unos pocos metros se oía el agua del río, que aún no se había congelado, agitándose con las corrientes de viento repentinas.
Sostuve la idea de que este podría convertirse en mi lugar preferido en el pueblo después del muelle, hasta que escuché lo que Jesse tenía para decirme. Después de eso, se convirtió en el lugar que, hasta el día de hoy, alberga uno de mis peores y más tristes recuerdos.
Había notado que algo andaba (probablemente) mal desde que Jesse se apareció en mi casa con aquella expresión tan insondable en su rostro, pero, ni en mi peor estado de pesimismo, se me habría ocurrido pensar que lo que saldría de su boca impactaría en mí como un montón de balas veloces y dolorosas.
—Me voy, Mel.
Ni siquiera pudo mirarme a los ojos cuando pronunció aquellas palabras a las que les sucedió un intenso silencio. Su mirada permanecía fija en el suelo mientras él continuaba de pie allí, con las manos en los bolsillos de su abrigo negro.
Hablar con la boca seca me supuso un enorme esfuerzo.
—¿Te vas? ¿A dónde?
—De vuelta a California.
Tenía que ser una broma. Sí, tenía que serlo... Una broma de muy mal gusto. Pero aunque busqué y rebusqué en sus ojos escurridizos con insistencia, la amargura y la derrota presentes en ellos afirmaban que lo que él acababa de decir no era más que la verdad: se iba.
Abrí la boca varias veces, pero mi cerebro no conseguía conectarse con mi lengua. Cuando por fin dejé de sentir el corazón en la garganta y mi respiración se apaciguó un poco, de entre mis labios escapó la pregunta que dentro de mi cabeza se repetía silenciosamente, una y otra vez.
—¿Por qué?
Jesse se pasó la mano por el rostro y suspiró.
—Mi abuela está muy enferma. Tiene cáncer. Había mejorado antes de que viniéramos aquí, pero ahora empeoró. Le quedan tres o cuatro meses de vida; así que esta será su última Navidad. Mi mamá siempre tuvo una relación muy estrecha con ella, y quiere aprovechar el tiempo que le queda. Y yo la entiendo, ¿sabes?
—Y.... —barboteé—. ¿Y por qué no la traen aquí? Jesse, no es necesario que ustedes se vayan...
—Ella se encuentra en un estado muy delicado, Mel —me interrumpió—. Traerla supondría un riesgo. Además, mis tíos y mis primos también quieren acompañarla, y sería una locura considerar traerlos a todos ellos hasta aquí, ¿no te parece? —No aguardó una respuesta. No habría tenido sentido que lo hiciera. Aquella era la pregunta más retórica que había oído en mi vida. Pero de haber sabido que lo siguiente que él diría sería peor que lo que ya había dicho, definitivamente habría respondido cualquier cosa con tal de retrasar ese momento—. La cuestión es que... mis padres no tienen planeado regresar una vez que mi abuela ya no esté. La idea de ellos es quedarse allí. No consiguieron adaptarse a este pueblo como creyeron que lo harían, y todo esto les sirvió de excusa para decidir regresar a Los Ángeles.
»Así que... sí. Eso es lo que ocurre.
Tuve que sentarme sobre la nieve helada y apoyar la espalda en el grueso tronco de un pino para no caerme de lo mareada que estaba. Mi cabeza iba a mil por hora, esforzándose en procesarlo todo. La voz me salía en forma de susurros ahogados. Me sorprendía que aún fuera capaz de hablar.
—Se suponía que esta iba a ser nuestra primera Navidad juntos...
—Lo sé, Mel. Y te juro que esta es la última noticia que quisiera tener que darte. Pero no puedo hacer nada al respecto. Se trata de mi abuela, tengo que apoyar a mi madre en esto. Ella no es como mi padre, tú ya lo sabes. —Se sentó a mi lado y respiró hondo, soltando el aire lentamente—. Además, me guste o no, tengo que irme con ellos. Todavía soy menor de edad, no puedo quedarme solo aquí. Pero créeme que, si pudiera, lo haría. Sin dudarlo.
—¿Y cuándo te vas? —le pregunté, y como si tuviera una especie de sexto sentido, ya antes de oír la respuesta supe que iba a destrozarme.
—El quince de diciembre.
Dejé de mirar a la nada misma para volverme hacia él, horrorizada.
—Pero... —balbuceé—. Hoy es diez...
Jesse apretó los dientes y los puños sobre sus piernas. Agachó la cabeza sin decir nada, y se quedó así un largo rato.
Los segundos parecieron comenzar a correr con locura. Sentía que el reloj pulsera vibraba en mi muñeca. Me quedaban apenas cinco días con Jesse; cinco miserables días antes de que él se fuera y volviera a verlo ¿cuándo? ¿Cuando nos graduáramos, con suerte?
Esto no podía estar pasando. No podía ser verdad que él se iba. Me costaba creer que, después de haberlo esperado durante tanto tiempo, lo estuviera perdiendo de esa manera. ¿Cómo? Si hasta hacía un día atrás habíamos estado haciendo planes para escaparnos a algún lado la noche de víspera de Año Nuevo, otros tempranísimos para el día de San Valentín, y tantos más para todos los días juntos que teníamos por delante... Todos, cada uno de ellos, absolutamente arruinados por esta noticia.
El súbito descubrimiento de que la vida es extremadamente impredecible no hizo más que sembrar en mí un pánico y una ansiedad horribles.
Me aferré a su brazo y apoyé la cabeza sobre su hombro, sin molestarme en intentar ocultar las lágrimas y los sollozos que comenzaron a sacudirme el cuerpo. Lo oí suspirar varias veces, pero no tuve el coraje suficiente para comprobar si él también estaba llorando o no; porque si lo estaba haciendo, yo no podría haberlo soportado.
Sentía que el silencio que reinaba entre nosotros me consumía, junto con los minutos veloces que se me iban agotando hasta que el día en que tuviera que despedirme de él terminara llegando. No me creía capaz de enfrentar lo que estaba ocurriendo, no tenía ni tendría la fortaleza necesaria para hacerlo. No sin él.
—No te vayas —le supliqué aferrándome a su brazo con más fuerza—. Por favor, Jesse, no te vayas. Te necesito. ¿Qué voy a hacer sin ti? No me dejes, te lo ruego.
—No depende de mí, Mel —respondió él, inmensamente afligido por verme llorar así y no poder hacer nada al respecto, porque no había palabras mágicas que fueran a aminorar el dolor y la angustia que me estaban torturando; pero, de todos modos, lo intentó. En ese momento uno de los dos tenía que ser fuerte y, dado que yo no estaba en condiciones, él se encargó, como siempre se encargaba de todo. Buscó mis ojos con insistencia hasta que los encontró—. Mel, escúchame; escúchame muy bien. No quiero que te tomes esto como un adiós, porque no lo es. No quiero que pienses en eso ni por un segundo. No existe en este mundo nada ni nadie que pueda separarme de ti. Volveré, te lo prometo. Y tú sabes que yo no rompo mis promesas.
»Vendré a verte cada vez que pueda, y tú también irás a verme, ¿de acuerdo? Será así solo por un año y medio, luego nos graduaremos e iremos a cualquier parte del mundo que queramos, solo tú y yo. No me importa la estúpida beca, no me importan Harvard, ni Yale, ni ninguna otra universidad en la que puedan aceptarme, no me importa nada más que estar contigo. Me adaptaré a lo que sea con tal de tenerte a mi lado. Esto que está ocurriendo ahora es solo un pequeño percance comparado con las cosas terribles que podrían pasarnos. La vida no logrará separarnos después de haber cruzado nuestros caminos. No se la haremos tan fácil. Vamos a sobrellevar esto, y cuando menos nos lo imaginemos, ya seremos libres, y pasaremos el resto de nuestras vidas juntos. Mientras tanto, quiero que me prometas algo.
—¿Qué?
Jesse me tomó de la barbilla y giró mi rostro hacia el suyo. Su pulgar secó una lágrima que descendía a través de mi mejilla izquierda. Sus ojos verdes se fijaron en los míos.
—Que no importa cuán difíciles puedan llegar a ponerse las cosas, aun así, vas a esperarme. No te vas a dar por vencida ni a entregarte al pesimismo y al miedo. Sabes que eres el amor de mi vida; se necesitarán más que unos cuantos kilómetros, incluso más que una Guerra Mundial, para apartarme de ti.
De algún lado saqué las fuerzas necesarias para esbozar una sonrisa que trajo una pizca de alegría a su rostro.
—Te lo prometo —dije—. Cuando vuelvas a buscarme, estaré aquí, esperándote.
Él me abrazó con fuerza y algo hizo ruido dentro de mí. Pero no fue algo que se rompió; más bien, fue algo que se reparó, porque aquel abrazo era uno de esos que, de tan poderosos y cálidos que son, vuelven a unir todas tus partes rotas.
Y así, me quedó bastante claro que él también era el amor de mi vida, y que, ni en ninguna otra parte del mundo ni en ningún otro momento de mi existencia, podría encontrar a alguien cuyas imperfecciones y virtudes se amoldaran tan bien a las mías, alguien que pudiera hacerme reír mientras lloraba, alguien que me comprendiera tan perfectamente como él lo hacía; alguien que me amara incondicionalmente, aun conociendo lo peor de mí. Estaba segura de que no existía otro amor como este.
Confiando incondicionalmente en Jesse, creí en cada una de sus palabras, y mientras él, en un intento de subirme el ánimo y distraerme, comenzaba a hablarme de todo lo que haríamos cuando nos graduáramos y ya no tuviéramos que pedirle permiso a nadie para nada, me puse a repetirme a mí misma que todo estaría bien, y que esta prueba de fuego, lejos de quemarnos, nos haría más fuertes de lo que ya éramos. Tarde o temprano, el lado positivo de toda desgracia termina saliendo a flote.
La noche nos sorprendió todavía sentados allí, apoyados contra el grueso tronco del mismo pino que nos sostuvo durante uno de nuestros peores momentos, hablando y dibujando figuras extrañas sobre la nieve.
—Deberíamos irnos —dijo Jesse, levantándose y extendiendo una mano para ayudarme a ponerme de pie—. Está helando.
Asentí con parsimonia.
—Sí, vamos —dije. Él me tomó de la mano con fuerza y no me soltó ni por un segundo hasta que llegamos a mi casa. De pie en los escalones del porche, sentí que algo se retorcía dentro de mí. No quería separarme de él, ahora que sabía que mis días a su lado estaban contados. Cada hora lejos era una hora desperdiciada. Las próximas cinco noches iban a ser muy largas y difíciles de sobrellevar—. ¿Vienes mañana?
—Por supuesto —respondió Jesse sin demoras, sonriéndome. Lo envidié por el simple hecho de que pudiera hacerlo—. Estaré aquí mañana temprano y haremos algo divertido, solo nosotros dos. Así que prepárate.
—Está bien. —Intenté sonreír, pero el resultado fue una mueca extraña y quizá hasta tenebrosa, si bien Jesse se conformó con ella y subió los escalones para besarme antes de despedirse y alejarse. Me quedé allí de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, observándolo hasta que se perdió en la oscuridad de la calle. Entré a casa y tras decirle a mamá que no iba a cenar, corrí a encerrarme a mi habitación.
Y lo dejé salir. El llanto desconsolado que había mantenido a raya delante de Jesse, porque me avergonzaba admitir que el miedo que sentía me inmovilizaba, me lastimaba, me hacía pedazos. Sabía que, una vez que él se fuera, inevitablemente acabaría adaptándome a las circunstancias, pero hasta que eso ocurriera, sufriría; y mucho.
Regresar a la vida que llevaba antes de conocerlo me parecía una completa locura, un sueño absurdo imposible de alcanzar. Un año y medio parece poco tiempo siempre y cuando no estés esperando algo. Es sabido que la espera desespera, y cuando se trata de una persona, de alguien que se alejará kilómetros y kilómetros de ti y empezará a relacionarse con otra gente, a vivir una nueva vida, la ansiedad se vuelve mucho peor, y mucho más difícil de manejar.
No se trataba del miedo a perder a mi novio en manos de otra chica; se trataba del miedo a perder a la persona que me había salvado de tantas maneras y me había brindado los momentos de mayor felicidad de mi vida con solo existir y formar parte de ella, en manos de un mundo retorcido que se encargaba de ponernos los obstáculos más difíciles de sortear.
Jesse era la persona en la que más confiaba en el mundo entero, pero el futuro siempre sería incierto, y los riesgos a los que nos sometíamos al alejarnos el uno del otro durante un periodo de tiempo prolongado eran conocidos por ambos, aunque ninguno de los dos deseara expresarlo en voz alta.
No sé en qué momento pude haberme quedado dormida, pero mi almohada seguía húmeda cuando desperté por la mañana. Aunque los rayos del sol que brillaban afuera brindaban una suave calidez a todo lo que tocaban, el frío seguía siendo desalmado.
Apenas acababa de vestirme y estaba comenzando a tender mi cama cuando oí pasos acercándose por el pasillo y me volví hacia la puerta, que me había quedado abierta al regresar del baño, justo al mismo tiempo que Jesse se apoyaba en el marco, observándome con una sonrisa pintada en su inocente y tan bonito rostro.
Lo primero y único en lo que pude pensar fue en qué haría cuando ya no tuviera que distinguir sus pasos de los del resto, el olor de su colonia y el aroma de su ropa, y hasta el sonido de su respiración. Cuando viniera a visitarme..., ¿seguiría entrando como si fuera su propia casa? ¿Seguiría sintiéndose tan cómodo en presencia de mi madre? ¿Seguiría siendo amigo de Sarah y Bryan? ¿O el tiempo desgastaría y cambiaría todos esos pequeños y grandes detalles que tan feliz me hacían?
El corazón se me encogió y me vi obligada a apartar la mirada rápidamente, antes de que él notara lo que estaba ocurriendo en mis ojos.
—Te dije que vendría temprano. ¿Puedo entrar?
Asentí en silencio. Las palabras no me salían. El nudo en mi garganta parecía haber encontrado un hogar permanente allí mismo.
Jesse se acercó, me obligó a soltar las sábanas que estaba acomodando y me hizo girar hacia él.
—Mírate —murmuró observando mi rostro detenidamente—. Estuviste llorando toda la noche, ¿verdad? Ay, Mel...
—Tú tampoco te ves muy bien que digamos —repliqué en voz baja. Era verdad: mi rostro no tenía nada que envidiarle al suyo.
—Bueno, pero al menos hoy tengo una razón para sonreír. —Sacó de su bolsillo una tarjeta que me mostró con orgullo—. Le robé la tarjeta de crédito a mi padre. Así que iremos a la ciudad, comeremos lo que se nos antoje, haremos compras, miraremos una película... Lo que tú quieras.
—Tu padre va a matarte.
—Tendrá que acostumbrarse a la idea de que llevarme de regreso a Los Ángeles le costará bastante dinero. Vendré a verte cada mes, o cada quince días, si es posible.
»Mel, necesito que me creas; pero que me creas de verdad: será como si no me hubiese ido. Lo único diferente (y, de hecho, creo que esto debería ser un motivo de alegría para ti) será que ya no tendrás que escuchar mis chistes a diario en la escuela, aunque te los escribiré en el chat siempre que te vea conectada. Y para tu mamá será un alivio que ya no venga a vaciarle la heladera cada vez que hace las compras, o que accidentalmente rompa los suvenires para la boda de su amiga en los que tanto había estado trabajando. —No pude evitar echarme a reír al recordar ese día. A Jesse le encantó que lo hiciera. Su mano acarició mi mejilla—. No permitiré que te habitúes a no tenerme aquí todo el tiempo, porque cuando termines de despedirte después de que haya venido a visitarte y te des vuelta para entrar a tu casa, yo ya estaré aquí otra vez. Y cuando finalmente nos graduemos y venga a buscarte para escapar juntos, tú me mirarás sorprendida y dirás «Jesse, has vuelto», y yo te miraré como si estuvieras loca y te responderé «Mel, ¿de qué estás hablando? Nunca me fui».
Le sonreí y lo abracé con tanta fuerza que me sorprendió que no se quejara de que lo estaba dejando sin aire. Deseaba desesperadamente que, con el tiempo, él me demostrara que decía la verdad. Si cumplía con esa promesa, tal vez sobreviviría hasta que pudiéramos volver a estar juntos otra vez. Era la única forma.
No me importaba lo que hiciéramos, siempre y cuando estuviéramos juntos. Pese a mi estado de ánimo, tenía que admitir que hacía un día verdaderamente hermoso afuera, y si Jesse me proponía salir a llenar de gastos innecesarios la tarjeta de crédito de Ethan, yo no podía negarme ni resistirme a semejante tentación.
—De acuerdo —acepté para enorme alegría de Jesse—. Vamos.
Media hora después ya estábamos dentro de su coche, saliendo hacia la ruta.
Pasamos un día maravilloso en la ciudad. Almorzamos en un lugar en el que jamás había soñado con poner un pie, fuimos a ver una película mala al cine y paseamos por varios centros comerciales, comprando libros, discos y todo lo que nos llamara la atención. Nunca me había gustado que los demás gastaran dinero en mí, pero la dulce venganza que experimentaba comprando cosas con el dinero de una persona que me detestaba y que, por un lado, seguramente se estaba deleitando con toda esta situación, era un placer innegable.
Mi corazón estalló de felicidad cuando nos encontramos de casualidad con una feria. Amaba las ferias, especialmente en épocas de Navidad. Me encantaban los juegos, los niños corriendo y gritando con los dedos pegajosos de tanto comer algodón de azúcar, las manzanas acarameladas, las luces, la música, todo lo que se pudiera encontrar en un lugar como ese.
Vimos un puesto de tiro al blanco y Jesse, muy pagado de sí mismo, quiso intentarlo, pero su puntería terrible solo consiguió hacerme reír.
—Mira y aprende —dije, arrebatándole el rifle de las manos y apuntando al blanco. Acerté en el primer tiro.
Jesse me miró con la boca abierta mientras el encargado del puesto me entregaba un enorme oso de peluche marrón.
—Si algo aprendí hoy, es que no me conviene hacerte enfadar. Si consigues un arma de verdad, soy historia.
Entre risas, le entregué el oso a una niña de unos seis años que me observaba fascinada. Ella, embargada por la emoción, corrió a mostrárselo a su madre.
—Y tú corazón acaba de engrandecerse un poco más, si es que eso es posible —dijo Jesse rodeando mis hombros con su brazo.
Tras cerrar el día en una cafetería al atardecer, luché con todas mis fuerzas para no caer en las garras de la desesperación, pero perdí miserablemente. Estábamos en el coche, volviendo al pueblo bajo un cielo ya oscuro, y yo no podía dejar de pensar en que, en menos de una hora, tendría que despedirme de Jesse otra vez, sabiendo que al día siguiente volvería a verlo y al otro también, pero pronto, muy pronto, demasiado pronto, esos días se agotarían y llegaría el momento en el que él se despediría de mí para no volver a verme a diario por mucho tiempo.
Jesse no pasó por alto los constantes cambios en mi semblante, uno más negativo que el otro, y su mano buscó la mía para apretarla con fuerza. Dejé de mirar por la ventanilla y giré la cabeza hacia él.
—Te amo, Mel —dijo—. Más de lo que podrías llegar a imaginar. Nunca entenderás del todo lo que significas para mí. Quiero que seas feliz. —Su mano se deslizó a través de mi cabello—. Lo único que yo necesito para serlo, es que tú lo seas. Así que, si quieres hacerme el favor más grande de mi vida, si quieres que yo sea la persona más feliz del mundo, tú sé feliz. Resiste. Hazlo por mí. ¿De acuerdo?
Asentí parpadeando con fuerza.
—Lo haré. Seré feliz. Te lo prometo.
Estaba tan sensible que simplemente quería romper a llorar de nuevo, pero si yo no sonreía, él tampoco lo haría; y lo único que quería, además de que toda esta situación se tratara solo de una terrible pesadilla, era acumular la mayor cantidad posible de sonrisas para cuando más falta me hicieran.
—Así es como me gusta —exclamó Jesse al verme sonreír—. Escucha, estaba pensando que quizás esta noche podríamos... —Su voz se fue apagando y la frase quedó flotando en la nada mientras él, con los ojos entornados, se inclinaba un poco hacia adelante—. ¿Qué es eso?
Dirigí mi mirada hacia el frente y mi estómago dio un vuelco desagradable: aproximadamente a un kilómetro de distancia, algo venía hacia nosotros moviéndose de manera extraña por la ruta, como haciendo eses. Ciertamente era muy grande como para tratarse de un coche, pero todavía no se distinguía si era un camión o un autobús.
—Jesse, ten cuidado —le advertí, pero él continuaba conduciendo con los ojos fijos en eso que se acercaba a nosotros, demasiado sorprendido y curioso como para oírme—. ¡Jesse! —grité haciéndolo reaccionar.
—Mejor me hago a un lado —murmuró, pero para cuando intentó hacerlo, fue demasiado tarde.
El camión gigante que atravesaba la ruta zigzagueando apareció de la nada justo frente a nosotros. Y en ese preciso instante, lo vi: su cinturón de seguridad, desabrochado, colgando a un lado. No se lo había puesto. Sentí a mi corazón detenerse de golpe y alcancé a gritar con toda la fuerza de mis pulmones justo antes de que la luz abrasadora de los faroles del camión se nos viniera encima. Lo oí llamarme, lo sentí intentando echarse sobre mí para protegerme al momento de recibir el impacto.
Y entonces, la luz se apagó.
✿✿✿
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro