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Capítulo 10

El sueño inquieto en el que había caído se vio abruptamente interrumpido cuando todavía era de noche. Un ruido fuerte me hizo despertar sobresaltada. Me incorporé con rapidez mirando a mi alrededor y tuve que llevarme las manos a la boca para ahogar un grito en cuanto distinguí una figura junto a mi ventana abierta.

Había alguien en mi habitación.

—¡Mel! —susurró una voz masculina—. No grites, soy yo.

Lentamente, bajé las manos y las dejé apoyadas sobre mi pecho, que subía y bajaba con brusquedad a causa de mi respiración trastabillante.

¿Jesse? —pregunté en voz baja—. ¿Eres tú? ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Miré el despertador que reposaba sobre la mesa de noche: los números en la pantalla indicaban que eran las tres de la madrugada.

Lo oí suspirar. La débil luz de los faroles de la calle recortaba su silueta a medida que se iba acercando.

—No podía dormir. —Se sentó en mi cama, a la altura de mis pies—. Intenté llamarte, pero tu teléfono está apagado, así que decidí acercarme. No podía esperar hasta mañana, Mel. Hay algo que debo decirte.

La iluminación bastaba para poder distinguir el color de sus ojos. Nuestras miradas se encontraron y sentí la obligación de apartar la mía. Recogí mis piernas y las abracé. El metro de distancia que nos separaba parecía abismal, frío y cruel. Mi corazón se retorcía dolorosamente dentro de mi pecho. Gran parte de mí temía enormemente por lo que pudiera llegar a oír y deseaba no hacerlo, mientras que la otra ya se encontraba totalmente resignada y lista para lo peor.

—Antes que nada —comenzó Jesse—, quiero pedirte disculpas, Mel. Quizá me entrometí demasiado. Lo que ocurrió fue que me desesperé y no supe cómo reaccionar... No creí que lo que ibas a contarme tuviera semejante magnitud, y no fue mi intención gritarte. Lo lamento.

—Jesse, está bien —lo interrumpí—. Tengo que admitir que, muy probablemente, yo habría reaccionado igual que tú de haberme encontrado en tu lugar. No te preocupes, no estoy enojada. Y entendería si no quisieras volver a hablarme; no necesitas darme explicaciones.

Jesse entrecerró los ojos.

—¿Qué estás diciendo? —inquirió azorado.

—Seamos francos: no soy tu mejor opción. No soy la clase de persona con la que alguien desearía involucrarse. No después de saberlo todo sobre mí.

—Bueno, pues yo pienso que sería muy estúpido y cruel de mi parte decidir juzgarte y hacerte a un lado por algo que ocurrió en el pasado, Mel; algo de lo que tú no tuviste la culpa.

Apreté los labios y agaché la cabeza. Él intentó tocarme, pero yo me alejé de su mano. Lo oí suspirar de nuevo.

—¿Creíste que venía a decirte que ya no quiero verte? —preguntó.

—Sí —confesé.

—Pues, te equivocaste. Mel... vine aquí a decirte que yo soy la persona que mejor te entiende, la que mejor comprende cómo te sentiste y cómo te sientes.

Esbocé una sonrisa endeble y meneé la cabeza.

—Sé que cuentas con la empatía suficiente para intentar ponerte en mi lugar, Jesse. Pero no serás capaz de entender todo lo que sentí y lo que estoy sintiendo a menos que hayas pasado por lo que yo pasé.

—¿Y si te dijera que no pasé por lo mismo que tú pasaste, pero que sí sentí todo lo que tú estás sintiendo?

Alcé la cabeza y lo observé detenidamente.

—¿Qué? —inquirí con un hilo de voz—. ¿De qué estás hablando?

—Hay cosas sobre mí que no sabes, Mel; cosas que no planeaba contarte aún. Pero después de todo lo que tú me contaste, creo que mereces y necesitas saberlas.

Jesse tomó aire y lo dejó salir lentamente, inclinándose hacia adelante y apoyando los brazos sobre sus muslos, con la mirada clavada en el suelo.

—Sufrí de depresión aguda durante cinco años. Me diagnosticaron cuando tenía diez, y por mucho tiempo me la pasé entrando y saliendo de los consultorios de todo tipo de psicólogos, psicoanalistas y hasta psiquiatras que no conseguían ayudarme. Mi cabeza, mis relaciones, mis estudios, absolutamente todo en mi vida era un desastre.

Me quedé mirándolo, como a la espera de que, de un momento para el otro, él comenzara a reírse y me confesara que me estaba tomando el pelo, que lo que acababa de decir no había sido más que una broma muy pesada y de mal gusto; pero mi alivio sería tan grande que hasta acabaría uniéndome a sus risas.

Sin embargo, cuando se atrevió a mirarme a los ojos, lo único que vi en los suyos fue una profunda e inconfundible tristeza.

—Jesse... —susurré pasmada—. ¿Qué...? ¿Por qué...?

—¿Por qué no te lo conté antes? —me interrumpió él, y soltó una risa silenciosa que le sacudió los hombros—. Nos conocemos hace seis meses, Mel. No creo que mis años más oscuros sean un tema de conversación adecuado para comenzar cualquier tipo de relación, ¿no te parece? Digamos que las razones por las que tú mantenías oculto del mundo el «secreto» que me revelaste esta noche, son las mismas por las que yo oculté el mío. ¿Ahora seguirás creyendo que no sé lo que es el dolor? ¿Que no sé lo que es la vergüenza?

Me mordí el labio y sacudí la cabeza, apartando la mirada. El silencio fue tomando forma entre nosotros, pero no lo dejé crecer demasiado. Así como su curiosidad le había ganado al pedirme que le confirmara esa historia que se contaba en el pueblo sobre las atrocidades que mi padrastro había cometido, la información que él acababa de brindarme despertaba la mía al punto de volverla incontrolable.

—Jesse... —lo llamé. Él volvió a mirarme—. ¿Ese era el problema al que te referías cuando nos dijiste que ibas un año atrasado en la escuela?

Él se mojó los labios y agachó la cabeza. Tardó unos segundos en contestar, pero cuando habló, lo hizo mirándome directo a los ojos.

—Sí. Perdí el año porque intenté suicidarme. —Una sensación muy desagradable se extendió desde mi coronilla hasta la punta de los dedos de mis pies. Me quedé paralizada, observándolo sin parpadear—. Estaba cansado de luchar. Alcancé un grado de tristeza que ya no pude manejar. Sentía que ya no podía seguir, que había caído más profundo que nunca en el pozo en el que me encontraba, y no veía salida alguna. Así que tomé la decisión de irme de una vez por todas.

»Todo comenzó cuando mis padres notaron un cambio en mi comportamiento, pero no comprendían a qué se debía, y la verdad es que yo tampoco. Solo sabía que me sentía triste, cada vez con más frecuencia, hasta que llegó a ser un estado casi permanente. Dejé de disfrutar de las cosas que me gustaba hacer, me distancié de mis amigos, empecé a sacar malas notas... Cuando las horas encerrado en casa se convirtieron en días, mis padres decidieron buscar ayuda. Me diagnosticaron con depresión leve; aún estaban a tiempo de tratarla sin tener que medicarme. Así que empecé a ir a terapia una vez a la semana, durante casi dos años.

»A lo largo de ese periodo de tiempo, mejoré bastante. Mi psicólogo lo notó, mis padres también. Yo lo noté cuando empecé la escuela secundaria. Fueron cambios de aire, gente nueva. Pensé que iba a ser difícil, que todo empeoraría en lugar de mejorar, pero había cambiado tanto que, al poco tiempo, ya había hecho nuevos amigos y hasta comencé a practicar deportes. Por eso, Mel, es que te dije que no te tomaras como algo personal lo que mi padre te dijo aquel día en la cena: él no buscaba ofenderte, solo quería protegerme.

»Ocupar mi tiempo fue lo que me ayudó a salir del lugar oscuro en el que había caído, y casi siempre estaba practicando deportes, motivo por el cual mis padres me incentivaron a seguir haciéndolo y a retomarlo apenas llegamos aquí. Y salir con una chica que no está muy interesada en algo que me hace tan bien los asustó un poco, especialmente a mi padre. Pero ellos no ven, ni entienden, que pasar tiempo contigo, contar con tu presencia y saber que estás ahí, es una mejor medicina que cualquier deporte que pueda practicar o cualquier píldora que pueda tomar.

Bajé la mirada y comencé a trazar dibujos sobre mi acolchado.

—Así que lo superaste...

—Durante un tiempo pareció que sí —contestó Jesse—. Pero transcurrido casi un año, empecé a sentirme mal de nuevo. Esa es la cuestión acerca de la depresión: llega sin razón aparente, de la nada y sin avisar.

»Ya estaba con Emma para ese entonces. Intenté mantenerlo oculto porque no quería que afectara nuestra relación, pero, al poco tiempo, ella supo que algo ocurría. Cuando se lo conté y le dije que había retomado la terapia, estuve seguro de que me dejaría. Sin embargo, no lo hizo; se quedó conmigo durante los siguientes dos años, incluso después de que las cosas empeoraran, las sesiones de terapia pasaran a ser dos veces por semana y terminara tomando medicación. A veces pasábamos días enteros sin vernos porque yo quería estar solo. Y así y todo, ella siempre regresaba. No importaba si yo no podía sonreír; ella sonreía por mí. Fue mi pilar más fuerte en mi peor época. Otra razón por la que no deberías tomarte los comentarios de mi padre como algo personal. Él vio todo eso, y adora a Emma porque piensa que es esa persona que yo también pensé que era durante mucho tiempo.

»Pero después tocar fondo de la peor manera posible, después del intento de suicidio, cuando empecé a mejorar de verdad, ella no pudo tolerarlo. A lo largo de los últimos dos años había perdido a todos mis amigos; estaba solo con ella. Y cuando me vio acercarme otra vez a la gente, comenzó a cambiar. Es difícil de creer, y me llevó bastante tiempo darme cuenta, pero Emma prefería la versión oscura y depresiva de mí. ¿Por qué? Porque una persona con baja autoestima, una persona cegada por la tristeza, es mucho más fácil de manipular y de mantener a tu lado que alguien que puede pensar con claridad y que tiene más gente con la que contar. Emma se había acostumbrado a la idea de tenerme para ella sola, sin importar las condiciones en las que yo me encontrara.

»Al principio lo soporté porque pensé que era un comportamiento «normal», incluso llegué a creer que ella solo quería protegerme, al igual que mis padres, y que cuando realmente notara cuánto había mejorado y lo bien que me sentía, estaría feliz por mí y nuestra relación finalmente sería como debería haber sido desde el comienzo. Pero con el tiempo acabé hartándome de que armara un escándalo si saludaba a una compañera de clases por los pasillos de la escuela y que me montara una escena de celos si aceptaba salir por ahí con los chicos del equipo de lacrosse después de las prácticas, o que desconfiara de mí si me quedaba más horas en las reuniones familiares en lugar de huir después de terminar de comer para estar con ella...

»Así que la dejé. No les dije la verdadera razón a mis padres porque no quería causar problemas en su amistad con los padres de Emma. Ella pensó lo mismo que yo, entonces decidimos decir que simplemente ya no queríamos estar juntos. Sé que ellos pensaron que se trataba de una crisis típica de las relaciones adolescentes y que más pronto que tarde volveríamos a estar juntos (y estoy seguro de que mantienen la esperanza hasta el día de hoy). Pero eso no ocurrió, y nunca ocurrirá.

El silencio que se extendió entre nosotros pasó de durar unos segundos a unos minutos. No se me ocurría qué decir. Había muchas cosas que quería preguntar y saber, y, al mismo tiempo, ya no quería oír más. Acababa de encontrar una nueva razón para sentirme estúpida: nunca haber notado nada. Si yo misma me las había visto negras durante tantos años de mi vida, ¿cómo no había aprendido a identificar a la gente que la pasaba igual o peor que yo?

Y entonces, lo comprendí. Me impactó como una ola embravecida en medio de un mar helado y furioso. Jesse tenía razón: yo no había superado nada. El único en esa habitación que había hecho lo necesario para superar sus problemas, para vencer los miedos y los traumas, había sido él; por eso yo no vi lo que él sí vio en mí: las heridas no sanadas. La gran diferencia entre nosotros era que él conservaba solo las cicatrices de la lucha que había dado, y las cuidaba para que no volvieran a abrirse, mientras que yo me había limitado a barrer la mugre debajo de la alfombra, esperando que algún día desapareciera como por arte de magia. Ahora finalmente comenzaba a comprender que, si no la sacaba afuera, jamás me desharía de ella.

Habiendo oído cada una de las palabras que él me había dicho, habiéndolo visto abrirse sin que yo tuviera que pedírselo, o suplicárselo como él había tenido que hacer conmigo, sentí que, de todas las personas que había conocido a lo largo de mi vida, Jesse era a la que más tenía que admirar.

Pero lo siguiente que él dijo, contradijo una parte de todo aquello que yo estaba pensando.

—En caso de que te estés preguntando si me arrepiento de haber hecho lo que hice, de haber intentado acabar con mi vida, la respuesta es no. Lo bueno de tocar fondo de verdad, es que no tienes otra opción más que escalar hacia arriba.

»Ese día que desperté en el hospital y vi a mis padres allí, junto a mí, sinceramente me alegré de estar vivo para poder presenciar esa escena. La depresión es cruel y engañosa; te hace creer que estás completamente solo cuando no es así. Mis padres esperaron días y días a que yo despertara del coma. Nunca perdieron la esperanza como yo lo había hecho, y me sentí enormemente avergonzado por eso. Quise remediarme, así que, por primera vez, acepté con ganas y con la mejor voluntad la ayuda que me ofrecieron. Dejé de verlo como una tortura y pasé a verlo, más bien, como una oportunidad y la única manera de salir del lugar horrible en el que me encontraba.

»Pasé un tiempo en el hospital con tratamiento y contención psiquiátrica, hasta que estuvieron (casi) seguros de que ya no intentaría hacer nada demasiado estúpido y me dejaron ir y regresar a la terapia convencional. Hasta el día de hoy sigo asistiendo a sesiones una vez a la semana en la ciudad, pero ya no tomo medicación.

»Con respecto a lo de la escuela, fui yo quien decidió repetir el año, dado que ya había perdido demasiadas clases y habría sido más difícil intentar ponerme al día que empezar de cero. De todos modos, tuve que enfrentarme a una situación difícil cuando regresé a mi antigua escuela y me vi obligado a lidiar con las miradas preocupadas, curiosas y hasta burlonas de todos; pero, afortunadamente, no pasó mucho tiempo antes de que mis padres decidieran que lo mejor sería mudarnos a un lugar más tranquilo, lejos de Los Ángeles. Aun así, cuando vine aquí, temí que mi buena voluntad no alcanzara para hacer que las cosas resultaran bien. Sinceramente, tenía miedo de caer en el pozo otra vez.

»Probablemente no lo hayas notado, pero el día que nos conocimos, estaba aterrorizado. Por fuera sonreía y por dentro temblaba. Pero entonces me invitaste a sentarme a tu lado, me tendiste una mano, incluso sin saber nada sobre mí; confiaste en que valía la pena, y eso me hizo confiar en ti. Y no tardé en darme cuenta de que no eras una más, de que tu bondad no se debía a una casualidad de la vida o a la educación que recibiste en tu casa. Naciste con ella, es natural en ti. Y supuse que si para tan pocos años de edad habías vivido demasiado, entonces encontraste en eso un motivo para incrementar tu bondad hacia los demás.

»¿No lo ves, Mel? En el mundo hay miles de personas que pasan por situaciones similares a la tuya y lo utilizan como excusa para justificar su propia maldad. Algunos no saben qué hacer con su dolor, así que se lo transmiten a otros. Tú lo utilizaste de manera constructiva.

»Eres una persona admirable. A pesar de todo, estás aquí, sentada a mi lado. Francamente, después de haberte escuchado hablar esta noche, lo que yo viví me parece una estupidez. —Levantó la voz al ver que yo quería interrumpirlo—. No, Mel, no intentes contradecirme: es verdad. Tú tienes motivos para sentirte cómo te sientes; yo no los tuve.

—Jesse, estabas enfermo...

—Y tú tuviste la oportunidad y la excusa perfecta para enfermarte peor que yo con todo lo que te pasó. Pero continuaste andando, y sin ayuda. Sigo pensando que no lo superaste, que tu mejor opción es buscar a alguien que te guie para finalmente deshacerte de eso que, aunque te niegues a verlo, te pesa, y mucho. Pero, por otro lado, ver que llegaste hasta aquí, y sola...

—Sola no —lo corregí—. Con mi mamá.

—Lo de ella también es admirable, pero ten en cuenta que, sin importar su edad, ella ya era por lo menos media mujer cuando todo eso ocurrió. Tú eras apenas un bebé, una niña. Había muchas cosas que desconocías, que no comprendías: no sabías cómo era la vida realmente, no tenías la información suficiente, ejemplos de gente que, pese a sus circunstancias nefastas, salió adelante. Y así y todo, llegaste tan lejos. Eres admirable, Mel. Elegiste la vida, y la mejor vida posible. Eres alegre, buena persona, divertida...

—No empieces a exagerar —le supliqué, pero no pude eludir la sonrisita que acabé contagiándole a él.

—No exagero —me aseguró—. Es que, después de sobrevivir tanto tiempo entre grises, finalmente puedo ver los colores verdaderos de todo lo que me rodea.

—Probablemente no me creas —dije alzando la mirada hacia sus ojos—, pero yo también veo los tuyos. Por eso estoy contigo, y por eso te amo.

—Te creo —respondió, colocando su mano en mi mejilla humedecida por las lágrimas que se me habían escapado mientras lo escuchaba hablar—. No eres un error, Mel, no estás arruinada. Quizá lo que me hizo acercarme a ti en un principio haya sido el deseo de saber qué era lo que ocultabas, pero terminar enamorándome fue inevitable. Y me alegro de que haya ocurrido, porque esto que hay entre nosotros es lo mejor que me pasó en la vida.

»Estás a medio camino de llegar al lugar en el que estoy yo ahora. Sabes lo que tienes que hacer para lograrlo. No te quedes donde estás, ni retrocedas. Por favor, ven conmigo.

—Lo haré —contesté poniendo mi mano sobre la suya—. Dame tiempo, y lo haré.

Súbitamente, sus ojos comenzaron a brillar.

—¿En serio? —preguntó, su voz embargada por la emoción—. ¿Lo harás? ¿Buscarás ayuda?

Asentí.

—No mañana mismo. Pero intentaré hacerlo lo más pronto posible. Sé que es lo correcto... y lo que necesito.

Nuestros ojos volvieron a encontrarse. Sentí que los suyos me quemaban, resplandeciendo en la penumbra de la habitación. Nuestros dedos se entrelazaron. Jesse me sonrió.

—Solo prométeme que no dejarás ni al miedo ni a la vergüenza influir sobre esta decisión que has tomado. Deberías sentirte tan orgullosa de ti misma como yo me siento de mí mismo. Sobrevivimos, y eso no es poco.

Le devolví la sonrisa y me perdí en la calidez de su mirada.

—Me cuesta tanto creerlo, ¿sabes? Quién habría pensado que aquel día, seis meses atrás, éramos dos las personas rotas, sentadas en ese banco, esperando el autobús...

La sonrisa de Jesse se intensificó.

—Prefiero decir «en proceso de reparación».

Nuestras risas resonaron dentro de las paredes de mi habitación como si hubiesen sido las cuatro de la tarde en lugar de las cuatro de la mañana. Jesse se acercó y dejó un beso sobre mi frente antes de descender hacia mis labios y besarme con dulzura. Mi corazón vibró.

—Jesse... —lo llamé en un susurro—. Tengo que pedirte algo.

—Lo que quieras —dijo él acomodando un mechón de cabello detrás de mi oreja.

Vacilé unos instantes antes de continuar hablando. No era fácil, pero debía hacerlo.

—Hay un primer paso que siento que debo dar antes de finalmente comenzar a superar todo este dolor que llevo adentro. Y para darlo, te necesito a ti.

Jesse me observó confundido.

—¿De qué se trata? —me preguntó.

Algo me decía que ya lo sabía, pero comprendía que le resultara difícil de creer, así que procedí a explicarme.

—Hay algo que siempre estuve buscando en todas las relaciones que tuve durante estos últimos tres años, algo que intenté encontrar en cada uno de los chicos con los que salí, algo que me hiciera sentir... normal, como las demás chicas de mi edad. Pese a que nunca supe bien de qué se trataba, me la pasaba sintiendo que fracasaba en mis intentos de hallarlo. Ni siquiera conseguí hacerlo cuando tuve la oportunidad perfecta con Kevin, después de haber estado locamente enamorada de él por más de un año. Creí que con él sí podría... pero no pude.

—Mel —me interrumpió Jesse—, sé a qué te refieres, pero creo que estás equivocada. No tenías por qué hacer nada con los tipos con los que saliste, y no tienes por qué hacer nada ahora conmigo. No necesitas ser promiscua para sentirte igual que los demás.

—Ese es el punto —repliqué—. Durante mucho tiempo, creí que lo que buscaba era sentirme normal. Pero esta noche descubrí que lo que busco es que alguien me demuestre que Mark no me arrebató una parte de mi vida aquella noche que entró a esta misma habitación e intentó lastimarme para lastimar también a mi madre. Necesito que alguien me demuestre, y yo demostrarme a mí misma, que valió la pena luchar, ¡que conseguí evitar que él tomara lo que quería! Y que aquello que él intentó arrebatarme, sigue dentro de mí. Necesito que los hombres a los que me acerco demasiado dejen de convertirse en él y me hagan sentir que tengo once años de nuevo. Necesito sentirme dueña de mi cuerpo, y liberarme de esa sensación de que jamás podré dárselo a nadie porque lo sigo protegiendo como lo protegí aquella noche hace cuatro años atrás. Jesse..., quiero sentirme libre. Y solo tú puedes ayudarme a conseguirlo. —Tomé una de sus manos entre las mías y la apoyé en mi pecho, sobre mi corazón—. Tú eres el único que conoce la verdad, y por lo tanto eres el único con el que realmente me atrevería a hacer esto. —Mi voz se quebró y tuve que detenerme a tomar aire. Apreté sus manos con más fuerza. Sabía que él era capaz de percibir los latidos desbocados de mi corazón a través de mi pecho—. Y sé que funcionará, porqué cuando te besé esta noche, después de todo lo que te conté... seguías siendo tú.

»Tengo miedo, pero me enfrentaré a él. Sé que puedo hacerlo si me dices que sí. Por favor, ayúdame. Será mi primera vez, y la quiero contigo. Hazme sentir que valió la pena llegar hasta aquí; que valió la pena luchar. Por favor. Esperé demasiado a que llegaras a mi vida.

Jesse secó con delicadeza las lágrimas que rodaban cuesta abajo a través de mis mejillas.

—Mel... —susurró acongojado—. Si vamos a hacer esto, necesito estar seguro de que tú comprendes que no es lo que estoy buscando, que no es la razón por la que estoy a tu lado ni mucho menos la razón por la que vine aquí esta noche. Sabes que lo que me estás ofreciendo no es lo que quiero de ti, ¿verdad?

—Sí, lo sé. Pero me gustaría que me desearas lo suficiente como para empezar a quererlo.

Su silencio y la forma en que su mirada insondable seguía fija en mí me preocuparon hasta llevarme nuevamente al borde del llanto.

Pero entonces él volvió a besarme..., y siguió siendo él. Durante cada roce, cada caricia, cada abrazo, cada límite traspasado..., siguió siendo él.

E incluso con el miedo todavía acechándome en mi interior, supe y estuve segura de que jamás me arrepentiría de nada de lo que estaba haciendo. Todo lo que pudiera llegar hacer con él, jamás iba a ser un error; porque Jesse Miller era y siempre sería, la mejor elección que había hecho en mi vida.

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