-Eso será todo, Samuel - sonrió el vendedor, entregándome lo que había comprado. Lo había metido todo en una bolsa de plástico. 

Lo acepté con una sonrisa fingida y vi si no me faltaba nada. Comida enlatada, una tienda de campaña, algo de yesca para hacer la fogata y una olla pequeña. No, no faltaba absolutamente nada, todo estaba en orden. Tenía mucho tiempo de hacer esto, alrededor de casi tres años de alejarme de todos durante dos días. Solamente necesitaba dos días para entrar de nuevo en control. Odio que me pase eso. 

Tomé la bolsa con una mano y comencé a dirigirme hacia la salida. Inmediatamente, vi cómo la puerta se abría rápidamente. 

-¡Hola, Samuel! - comentó una voz aguda, saludándome con la mano. 

Rayos, ella no de nuevo. 

-Hola, Sara - sonreí levemente, ocultando el contenido de mi bolsa. 

Sara era una chica de un 1.60 metros de altura. Tenía el pelo café más listo que alguna vez vi en mi vida y los ojos del mismo color que el café matutino que mamá me hace todos los días. Tenía buen cuerpo, no lo niego, pero era un poco desesperante. 

-¡Qué alegría verte por aquí! - me abrazó inmediatamente. Yo me limité a bajar los brazos para que ella me rodeara con los suyos, su cabeza me llegaba al pecho y podía oler el champú que se echó esa mañana. 

-Digo lo mismo - mentí completamente. 

Luego del abrazo, Sara me siguió todo el camino que iba de regreso a casa. Ambos estábamos en la misma clase de último año. La conozco desde que era un niño, tal vez hace unos siete años, más o menos. Desde hace mucho tiempo descubrí que yo le gustaba. Una de sus amigas chismosas me lo comentó, desde entonces he visto cómo ha sido la persona más dulce y amable conmigo. 

El problema es que yo no siento lo mismo por ella. 

-¡Rayos! ¿Para qué llevas todas esas cosas? - Sara vio sin querer el contenido de mi bolsa de supermercado. 

-Ya sabes, papá me mandó a que hiciera el "súper". 

Sara abrió la bolsa e inspeccionó mejor lo que había comprado. 

-Dudo realmente que una tienda de campaña esté en la categoría de "súper" - rió tímidamente. - Anda, dime por qué llevas todas esas cosas. 

Suspiré lentamente. 

-Todos los años hago una pequeña excursión al bosque del pueblo. Me encanta la naturaleza, y lo hago para despejarme. 

-¿Cuánto tiempo estarás allá? - Sara abrió mucho los ojos. 

-No lo sé, tal vez dos o tres días. 

Se quedó callada durante unos segundos. ¡No, por favor no! Estoy seguro de la pregunta que me iba a hacer. 

-¿Puedo ir contigo? - preguntó ella, haciendo una extraña mueca. Odio cuando las chicas hacen eso. 

-¿Qué? ¿Al bosque? ¿Estás segura? 

-¡Claro! ¡Suena divertido! 

-Te recuerdo que comeremos lo que cacemos, o la poca comida en lata que lleve. 

-¡Descuida! ¡Estoy acostumbrada a lo que papá hace para cenar! 

-Hará mucho frío - dije intentando pensar en mil y un excusas más. 

-Entonces te abrazaré y ya - sonrió Sara mientras me rodeaba con su brazo. 

No tenía otro argumento más, así que finalmente accedí. 

-Me iré en dos días más, estaré justo aquí a las seis de la mañana del miércoles. Si no estás pues...

-¡Claro que estaré! ¡Nos vemos el miércoles! - me abrazó de nuevo y salió corriendo. 

Vi cómo se alejaba lentamente mientras se hacía cada vez más pequeña hasta perderla de vista. Suspiré una última vez mientras cerraba la bolsa de nuevo y me dirigía a casa. 

Sólo espero que esa chica no arruine mi tradición. De lo contrario, nunca jamás en la vida se lo perdonaría.