Capítulo doce
***
Escucho voces a lo lejos, mas no puedo abrir los ojos pues estos se sienten muy pesados; es una tarea titánica tratar de abrirlos.
Mi cuerpo duele, es como si un auto me hubiese pasado encima; no puedo moverme. Pero, sobre todo, siento mi extremidad derecha con un peso extra. Parece que estuviese envuelto en algo que impide su movilidad.
En este punto me pregunto: ¿Qué pasó conmigo? ¿Por qué tengo una máscara de oxígeno? ¿Por qué no recuerdo nada?
Intento abrir mis ojos y poco a poco logro mi objetivo, no obstante, la luz me ciega momentáneamente.
—La paciente está despertando, llama al doctor —ordena una voz desconocida para mí–. Señorita Reed, tranquila, en un momento la examinara un doctor.
Poco a poco logro observar a mi alrededor, una enfermera sustituye el suero por uno muevo mientras otra sale de la habitación.
Sigo observando y me percato que mi brazo tiene un yeso ortopédico, al lado izquierdo de la cama se encuentra un aparato que mide mis signos vitales. El olor a desinfectante y medicamentos es perceptible.
Cuando estoy por preguntar a la enfermera qué sucedió la puerta es abierta, posteriormente un médico ingresa y se acerca a la cama. Empieza a examinarme.
—¿Cómo se siente señorita Reed? —No contesto. Mi boca se siente pastosa, estoy sedienta—. Usted estuvo todo un día inconsciente —Informa.
¿Todo un día inconsciente? ¿Qué pasó?
Al parecer el médico nota mi desconcierto porque añade:
—Sufrió una descompensación en medio de la competencia de patinaje. ¿No recuerda nada?
Niego con un movimiento de cabeza mientras prosigue con su labor.
»De inmediato sus familiares la trasladaron aquí. Ellos se encuentran preocupados por usted. Están en la sala de espera.
En ese instante diversas imágenes vienen a mi mente, una tras otra.
Dios mío, la competencia... mi presentación... Luego de eso no recuerdo nada. Pero ¿Por qué me desmaye? ¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué estoy postrada en una cama de hospital? ¿Por qué tengo una máscara de oxígeno? ¿Por qué mi brazo está enyesado?
Quito la máscara de oxígeno con algo de dificultad, el doctor me ayuda a retirarla del todo.
—¿Q-qué m-me pasó? ¿Po-por q-qué —relamo mis labios para continuar hablando—...mi bra-brazo está enyesado?
Con un gesto indica a la enfermera que sirva un vaso con agua ya que ella alcanza una jarra y un vaso que se hallan en un aparador al otro lado de la habitación.
—Señorita Reed, cuando fue ingresada de emergencia al hospital se le realizó diversos exámenes. No obstante, por el sangrado que tuvo...
—¿S-sangrado? ¿De qué habla? —en este punto estoy muy alterada y confundida.
—Señorita Reed, usted tuvo un aborto involuntario.
En mi mente se repite una y otra vez la palabra «aborto»
Estoy en shock.
Cuando asimilo sus palabras digo:
—¿Q-qué clase de b-broma es esta? —intento levantarme, no obstante, el médico y la enfermera interceptan mi movimiento.
—Tranquilizase. Beba —Me alcanza un vaso con agua—. Usted tuvo un aborto involuntario. Su embarazo era ectópico, lo que quiere decir que el óvulo fecundado se implanta fuera del útero, especialmente en la trompa de Falopio. En pocas palabras, era imposible que el proceso gestación concluyera.
»Usted tenía tres semanas de embarazo.
No puedo creer lo que oigo.
No es posible, yo no... ¿Por qué?
Esto parece irreal, una mala jugada de mi subconsciente. ¡No, todo es mentira!
No sé en qué momento empiezo a llorar, solo siento las lágrimas recorrer mi rostro. Tengo ganas de gritar, patalear, destruir algo.
Iba a tener un bebé.
—Yo —no puedo completar la oración—... es imposible. Dígame que es mentira, por favor —Sollozo.
—Señorita, como se habrá dado cuenta, en ocasiones los anticonceptivos suelen fallar —Dice algo a la enfermera y continúa hablando—. Señorita Reed debe tranquilizarse. esa no es la única noticia que debo informarle. Hay algo más.
¿Qué más puede sumar a ese vacío que siento?
Piensa por un momento antes de continuar.
—Usted no solo fue ingresa de emergencias por el aborto involuntario. Antes de ser intervenida para retirar los restos del feto, y con los resultados de los otros exámenes, estos arrojaron que padece de diabetes tipo 1.
Mi mundo es destruido no una sino dos veces.
¿Cómo sucedió esto?
¿Por qué a mí?
Mis sollozos se hacen mas intensos. Quiero salir corriendo de aquí, siento que me falta oxígeno.
—¿C-cómo es posible? —Grito—. Yo soy deportista, llevo un régimen alimenticio... ¡No, usted está mintiendo! —El vaso que anteriormente el médico me alcanzó sale disparado hacia la pared de al frente, la enfermera se sobresalta, pero el doctor le indica que no intervenga
—Cálmese. El hecho que sea deportista no significa que esté libre de desarrollar alguna enfermedad. La diabetes tipo 1 es muy común en niños y adolescentes, usted ingresa en ese rango.
—Pero n-no te-tenía síntomas —digo exaltada y con dificultad para hablar pues nuevas lágrimas surgen.
—Tuvo síntomas. Quizás no se dio cuenta, o no quiso darle importancia. Su familia informó que tuvo interminable sed, cansancio, pérdida de peso; ¿Son ciertos los síntomas mencionados?
«Sí, lo es, es cierto, tuve todos esos síntomas y otros más» Tengo ganas de gritarle, pero no puedo. En su lugar lloro. Lloro por frustración, por rabia, por mí, por mi familia... Esto no puede estar pasándome, no a mí, no ahora. ¿Por qué?
Intento levantarme, pero una vez más el doctor lo impide. Quiero que me suelte, quiero salir de aquí, necesito abandonar este lugar.
—¡Suélteme!
—Calmase, tiene una fractura en el brazo, puede dañarla más –Hago caso omiso, en su lugar intento zafarme del agarre del galeno —¡Enfermera!
Ella obedece pues coloca algo en la intravenosa, mientras continúo luchando y gritando que me suelten. De un momento a otro perdido las pocas fuerzas que mi cuerpo albergaba hasta sumirme en una profunda oscuridad.
***
Tuve un sueño terrible, porque eso fue, solo un sueño. Ahora despertaré y estaré en mi habitación lista para otro día de escuela... o de entrenamiento. Sí, eso es lo que pasó.
Abro los ojos. La realidad me golpea de nuevo.
Volteo y veo a mi madre sentada en una silla. Ella luce demacrada, triste y desconcertada a la vez.
—Mamá —Digo en un susurro apenas audible.
—Lissa —Inmediatamente ella empieza a llorar, yo me uno a ella. Ella me abraza.
—Mamá, dime que no es cierto, dime que no tengo diabetes, dime que... —no puedo pronunciar «dime que no estaba embarazada» En su lugar abrazo con más fuerza a mamá; me aferro a ella porque necesito sentirme protegida, necesito saber que todo estará bien.
»Mamá, no me dejes. Llévame lejos. ¡Quiero irme de aquí! —mi llanto incrementa.
—Lissa, por favor tranquilízate. Por favor —se separa de mí para acariciar mi rostro.
—Esto es una pesadilla, esto no es lo que quiero. Por favor, sácame de aquí. —digo entre sollozos.
—No puedo Lissa. Debes pasar unos días o quizás semanas aquí, depende del tratamiento que sigas. Lissa, acabas de sufrir un aborto —mi madre me observa con triste. Lágrimas surcan su rostro. —Acaban de diagnosticarte diabetes. Lissa, tienes una lesión en el brazo producto de la caída que tuviste al momento de desmayarte. Por favor tranquilízate.
—¡No es cierto! ¡Nada de lo que dicen lo es! Yo nunca estuve embarazada, no tengo diabetes y esto —señalo mi brazo enyesado— pasará —retiro bruscamente las lágrimas de mi rostro.
Mamá lleva una mano a su boca tratando de sofocar un gemido.
—Por favor Lissa, cálmate. Todos estamos preocupados por ti; tu padre, Drew ... —no dejo que continúe.
—¡No quiero ver absolutamente a nadie! ¡Quiero estar sola! ¡Déjeme sola! —grito cuando alguien abre la puerta. Es una enfermera quien le indica algo a mamá, ella asiente y ambas salen de la habitación.
En aquel momento me derrumbo, no puedo más.
¿Por qué está pasando esto? ¿Por qué?
¡Lissa Reed no merece esto!
Lissa Reed no es la misma chica de siempre. De esa chica quedan recuerdos que endurecen el alma, que hielan el corazón.
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