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La oficina de Vente Venezuela estaba patas arriba. Oriana, moviéndose frenéticamente entre papeles y decoraciones, se sentía como una especie de maracucho corriendo en una fiesta llena de gente. Con solo unas horas para el foro juvenil, su mente estaba al borde de la locura.
—¡Coño! ¿Dónde están esos papeles? —se murmuró mientras buscaba entre los tumultos de documentos. La emoción la llenaba, pero la presión también era palpable.
—¡Ay, qué despelote! —murmuró para sí misma mientras ajustaba una pancarta que había colgado con un poco de desorganización.
De repente, la puerta se abrió, y entraron Delsa Solórzano y María Corina, radiantes como siempre. Oriana, tan metida en su propio mundo, se giró al escucharlas.
—¡Epa, epa! —saludó Delsa mientras se acercaba—. Olvidaste que hoy tienes que darla toda, ¿no? Este evento está en tus manos.
—¡Delsa! —respondió Oriana, sintiendo que su corazón daba un salto. —Perdona todo el desastre, pero he estado corriendo como una loca intentando que todo salga bien.
María Corina sonrió con complicidad y se acercó a Oriana, mirándola de arriba a abajo. —Pero, ¿quién lo diría? ¡Te ves bien hasta en medio de este desastre! —dijo, guiñándole un ojo.
— Créanme que en cualquier momento entro en crisis — dijo divertida, mientras la miraba. — Si no se cae esta vaina antes de empezar, sería un milagro. — les señaló la pancarta que estaba en la entrada, dejando ver que una parte estaba más arriba que la otra — ¡Virgencita de la Chiquinquirá échame la mano, por favor! — Delsa y María se echaron a reír.
—Todo va a salir muy bien, mija, te lo aseguro —dijo Delsa, dándole una palmada en la espalda. —Y si veo que algún joven no lo disfruta, me encargaré yo de que se divierta. — agarró una una regla de la mesa y empezó a darse en la mano con una sonrisa de lado.
María sonrió, su mirada brillando con complicidad. —Has trabajado duro así que todo va a salir bien. Así que tranquila, niña.
—¡Está bien, está bien! —exclamó Oriana, sintiendo cómo su corazón se aceleraba al cruzar miradas María. La conexión que habían compartido la semana pasada aún estaba presente, pero su mente estaba ocupada tratando de no pensar en ello. —Me emociona verlas aquí. La verdad, me siento un poco nerviosa.
—Tranquila, ¡chica! —levanta la mano Delsa, como para darle un golpe de ánimo—. Los nervios son parte del juego. Hoy se va a ver todo tu esfuerzo.
Oriana notó que María le estaba lanzando miradas coquetas, esas que la hacían sudar frío. Era complicado, después de lo que había pasado entre ellas la semana anterior.
"No, no, Oriana, concéntrate" se decía a sí misma, pero el solo roce de María al pasarle un documento a alguien la hacía titubear.
A medida que la hora de inicio se acercaba, los jóvenes comenzaron a llegar, llenando el ambiente de energía y entusiasmo. Oriana se sintió grata al ver el gran interés en el foro. Asegurándose de que todos estuvieran cómodos y listos, dio algunas indicaciones de última hora.
Finalmente, dio el discurso de apertura, su voz resonando en la sala. —¡Bienvenidos a todos! Estoy súper emocionada de tenerlos aquí en nuestro primer foro juvenil. Hoy es un día especial para todos, permitan que sus voces se escuchen y cuenten sus experiencias. Gracias por ser parte de esta gran familia que es Vente Venezuela.
Los aplausos resonaron, llenándola de confianza. Luego, algunos de los jóvenes se levantaron para compartir sus testimonios sobre lo que había significado para ellos ser parte del partido juvenil. Las palabras llenas de gratitud y apoyo hacia Oriana la dejaron con la piel de gallina.
—Gracias a ti, Oriana, por siempre estar ahí y apoyarnos. No solo eres una líder, sino que eres una amiga que siempre escucha —dijo uno de los jóvenes, y el aplauso se hizo general.
Delsa y María también compartieron unas palabras de aliento, y la sala se convirtió en un espacio vibrante de esperanza y comunidad. Después del evento, el ambiente era de celebración. Todos compartían risas y agradecimientos en un ambiente lleno de camaradería.
Cuando la ansiedad del día comenzó a desvanecerse, Oriana se sintió aliviada y feliz con el éxito del foro. Sin embargo, cuando poco a poco la multitud comenzó a dispersarse, María se acercó a Oriana.
—¡Oye, tú hiciste un trabajo brutal! — dijo María, sonriendo de manera cálida.
—Gracias, cariño —contestó Oriana, sintiendo que su corazón se llenaba de alegría al oír esas palabras—. El apoyo de todos ha sido increíble.
A medida que la celebraciones avanzaban, María la tomó de la mano, guiándola a un rincón más apartado de la oficina. —¿Sabes lo orgullosa que estoy de ti? —dijo María, su voz un susurro cercano y cálido—. Te ves espectacular en este rol.
Oriana sintió un cosquilleo recorrer su cuerpo. —Eres increíble María, gracias por tu apoyo —dijo, casi en un susurro —. A veces siento que estoy en el límite. La presión es real, pero me encanta verlos tan comprometidos.
María sonrió con complicidad, acercándose aún más y, justo cuando Oriana pensaba que el momento iba a desvanecerse, María la besó suavemente en los labios. Fue un gesto dulce, pero lo suficientemente fuerte como para hacer que Oriana sintiera que todo lo que estaba construyendo valía la pena.
—Te invito a mi casa a cenar. Solo tú y yo. —María se separó un poco, buscando los ojos de Oriana—. Quiero que hablemos más de esto, y... quizás podamos hacer algo más.
Oriana vaciló, sintiendo el tirón de su doble vida. —No sé... —dijo, pensando en las implicaciones que eso traería. Si su padre se llegara a enterar que fué a la casa de María, no sabria que podía pasar.
"Ok, Oriana le comiste el culo a la gran María Corina Machado en su oficina, y te da miedo ir a su casa a cenar? tas loca mija" pensó Oriana dentro de ella.
—Vamos, solo será un rato. Podemos cenar algo rico y hablar. —insistió María, su mirada sincera provocando que Oriana se sintiera atrapada entre lo que quería y lo que necesitaba. Finalmente, no pudo resistirse.
—Está bien, acepto la invitación —dijo con una sonrisa—. Pero... ¿qué tal si también llevamos algo? No quiero llegar con las manos vacías.
María se río, iluminando la atmósfera. —Claro, como sea cariño. Eres la mejor. — besó fugazmente los labios de Oriana haciéndola sonreír.
Al salir del evento y mientras se dirigían a la casa de María, Oriana no podía quitarse de la mente el riesgo que tomaba, pero esa noche, todo parecía posible. La tensión de sus responsabilidades dejaba lugar a una nueva oportunidad de disfrutar de su tiempo con la mujer que le había robado el aliento.
Cuando llegaron a la casa de María, un ambiente cálido les recibió. María había preparado una cena deliciosa, y ambos se sentaron a la mesa llenos de energía. Mientras comían, las conversaciones fluían con naturalidad, riendo y reflexionando sobre sus días en Vente.
—Sabes, a veces siento que la política puede ser como un juego de dominó. Tienes que saber cuándo jugar las cartas correctas, cuándo callar y cuándo dejar que otros tomen las decisiones. —dijo María, sirviendo un poco de vino.
—¡Sí! ¡Eso es! Es como un baile de poder que puede ser complicado pero también emocionante! —respondió Oriana, sintiéndose más relajada—. De hecho, creo que eso es lo que me gusta de este nuevo rol.
Sin embargo, mientras se compartían risas y anécdotas, el conflicto de Oriana volvió a surgir cuando pensó en la próxima vez que se vería con su padre.
—María —comenzó Oriana, sintiendo que era ahora o nunca—. ¿Qué harías tú si supieras que alguien de tu familia está intentando interferir en lo que haces?
María la miró e hizo una pausa, como si pensara lo que realmente quería decir. —Eso es complicado. La familia siempre pesa. Pero al final del día, tú eres la dueña de tu vida. ¿Por qué dejar que alguien más te diga cómo vivirla?
Oriana sintió cómo esas palabras resonaban dentro de su corazón. El juego del poder siempre había estado presente en su hogar, pero la incertidumbre sobre cómo enfrentar a su propio padre la consumía.
Pero justo cuando iba a abrirse completamente, el sonido de su teléfono interrumpió el momento. Era un mensaje de Diosdado.
"Te necesito en casa ahora."
El mensaje, que en sí fue simple, le provocó un nudo en el estómago. —Perdón, necesito responder esto. —dijo, sintiendo temor envolviéndola—. Espero que no sea nada grave.
María, al ver la preocupación en su rostro, tomó su mano. —¿Estás bien? Si necesitas ir, no tengo problema. El tiempo contigo ha sido maravilloso, pero no quiero interponerte problemas familiares.
Oriana sintió cómo se le hacía un nudo en la garganta. —No, no quiero dejarte así. Solo... tengo que ver qué pasa.
El peso del mensaje parecía más pesado de lo que esperaba. En el fondo, sabía que vivir entre dos mundos era más complicado de lo que había anticipado. Sin embargo, cerrar la puerta de su conexión con María no era una opción.
—Te lo recompesaré, lo prometo —dijo, tratando de encontrar la fuerza para afrontar lo que vendría.
María le sonrió abrazándola, Oriana tomó lentamente su rostro y le dió un beso, el cuál profundizó acercándola más a ella. —Cariño, creo que sí me sigues besando de esa manera, no te dejaré ir. — dijo María sonriendo de lado.
Oriana mordió su labio y suspiró — Nos vemos cariño.
Oriana salió de la casa de María con el corazón latiendo a mil por hora. La emoción de la cena y la conexión que habían compartido se desvanecieron al enfrentar la realidad que la esperaba en casa. Con el teléfono aún en la mano, el mensaje de Diosdado en su mente, sintió que cada paso hacia su hogar era más pesado que el anterior.
Cuando llegó a casa, la atmósfera era tensa. Su padre estaba en la sala, con un gesto de desaprobación que la hizo sentir aún más nerviosa.
"Aquí vamos..." pensó, mientras trataba de armarse de valor.
—Oriana, ven aquí —ordenó Diosdado, con su típica voz autoritaria que no admitía respuestas.
—¿Qué pasó, papá? —preguntó, tratando de que su tono sonara neutral, mientras se acercaba al sofá donde él estaba sentado.
—Me llegaron rumores de que te has estado viendo con María Corina. Eso no me gusta ni un poquito —dijo, mirándola fijamente.
Oriana tragó saliva, sintiendo que el aire se le cortaba. —Pero, papá, eso no es lo que piensas. María y yo... somos amigas. Me estuvo ayudando con en el proyecto juvenil.
Diosdado la interrumpió, levantando una mano. —No me vengas a dar excusas. Sabes que yo tengo ojos y oídos en todas partes. ¿Realmente crees que un “proyecto juvenil” justifica que estés tan cerca de ella? ¡Es una de las opositoras!
Oriana sintió que la frustración comenzaba a burbujear. —Papá, tú mismo me dijiste que la política es un juego. No estoy rompiendo ninguna regla, solo estamos trabajando juntas por una causa. La juventud necesita apoyo, y me siento bien en ese grupo.
Diosdado se levantó, caminando hacia ella con esa intensidad que la intimidaba. —A mí no me importa tu “causa”. Lo que importa aquí es el legado familiar. Si hay algo que comprometa nuestra imagen, no dudaré en tomar medidas. Eres mi hija y debes entenderlo.
Oriana lo miró, sintiendo cómo su paciencia se desgastaba. —¡Mira, papá! No soy una niña. Estoy haciendo lo que pienso que es correcto, y no voy a dejar que me digas con quién puedo o no puedo estar. Estoy cansada de vivir bajo tu sombra.
Un silencio pesado se instaló en la sala. La tensión era palpable, como si el aire se hubiese vuelto denso entre ellos. Diosdado respiró hondo, intentando controlar la ira que comenzaba a brotar.
—Lo que tú llamas “sombra” es responsabilidad. Y debo recordarte que si no te comportas como corresponde, el costo será tu carrera, tus amigos y todo lo que has construido. ¿Lo entiendes? —dijo, con una mirada que atravesaba.
Oriana sintió la rabia crecer; el sonido de sus palabras comenzaba a resonar en su cabeza como un eco ensordecedor. —¿Cómo puedes hablarme así? Esto no es un juego para mí. Yo también tengo sueños, y me estoy esforzando por lograr algo en este país —replicó, su voz temblando de emoción.
Él se acercó un paso más, su expresión no cambiaba. —Tu sueño es quedarte alejada de problemas. Y ese problema eres tú misma si no pones atención. No quiero que te acerques a María Corina.
Oriana alzó la vista, sintiéndose como una leona acorralada. —No puedo prometerte eso. Yo decido lo que quiero hacer con mi vida —contestó, sintiendo que la ira y la determinación ardían dentro de ella.
—Muy bien. Si eso es lo que decides, entonces acepta las consecuencias —respondió Diosdado, dándose la vuelta, dejando claro que la conversación había terminado a su manera.
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