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Oriana miraba el refrigerador, buscando ingredientes para hacer algo de comer, cuando un sonido familiar interrumpió su concentración: su teléfono comenzó a sonar. Al ver la pantalla, sintió un revuelo en su interior; era María Corina.
Justo en ese instante, notó que su padre, Diosdado Cabello, estaba en la sala, rodeado de papeles y documentos. Su corazón se aceleró; sabía que contestar la llamada en ese momento podía significar problemas. La presión de su padre la tenía en un estado de constante tensión, y la amenaza de arruinar su carrera como diseñadora y maquilladora siempre flotaba sobre ella.
Decidió ignorar la llamada, sintiendo una punzada de culpa mientras se alejaba hacia su cuarto. Pero mientras iba, escuchó la voz fuerte y autoritaria de Diosdado.
—Oriana, ¿dónde vas? —preguntó, con un tono que no admitía réplica—. Debes concentrarte en lo que te he dicho. Tu trabajo como infiltrada en Vente Venezuela es esencial. Tienes que aprovechar ese apellido González que llevas para acercarte también a Edmundo.
—Está bien, papá. —La voz de Oriana sonó un poco más aguda de lo habitual.
—Recuerda lo que te dije. Necesito que averigües los movimientos de María Corina y Delsa. Tienes que ser cautelosa. —Su padre la miró por encima de los lentes, como un halcón vigía—. No intervengas más de la cuenta.
Oriana contuvo el aliento y continuó su camino, deseando desaparecer. La presión sobre sus hombros crecía, y la idea de traicionar a María y Delsa la atormentaba. Una vez en su habitación, se cerró la puerta, y tras unos momentos de duda, decidió devolver la llamada a María.
El teléfono sonó un par de veces antes de que María contestara, su voz vibrante al otro lado de la línea. —¡Hola, Oriana! Qué bueno que llamas. ¿Cómo estás?
—Hola, María. Bien, solo ocupada —dijo Oriana con un tono ligeramente nervioso—. ¿Y tú?
—La verdad es que estoy un poco más emocionada que ocupada. Quería invitarte a una pequeña reunión que tendré con Delsa y Edmundo González. Él quiere conocerte, y yo creo que te va a encantar. Además, tiene algunas bromas preparadas para ti por lo de tu apellido, ¡es tan divertido! —La risa de María resonó en el teléfono, y Oriana sintió un tirón en su estómago.
—Oh, eso suena... interesante —respondió Oriana, tratando de mantener la calma. Sin embargo, la identificación de su apellido falso como González la llenó de malestar, ya que sabía que no era más que una fachada.
—No te preocupes, será informal. Quiero que estés cómoda —le aseguró María, notando la leve inquietud en la voz de Oriana—. Además, me encantaría que me ayudaras con el maquillaje y la ropa para la reunión.
La mención del maquillaje hizo que Oriana se iluminara un poco. —Claro, ¡me encantaría ayudarte! —dijo, dejando escapar una pequeña risa nerviosa.
Después de colgar, Oriana se lanzó a alistar sus cosas. Se miró en el espejo, un torrente de emociones luchando en su interior. Se vistió con ropa cómoda y se aplicó un poco de maquillaje. Mientras se organizaba, su mente divagaba entre el deseo de permanecer en el grupo juvenil que María representaba y la presión que su padre ejercía sobre ella.
Antes de salir de casa, se aseguró de que su apariencia era perfecta. Pero justo cuando estaba por salir, se encontró con Diosdado, quien la miró con desconfianza.
—¿A dónde vas? —preguntó con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
Oriana sintió su corazón acelerar, pero rápidamente encontró una respuesta. —Voy a donde Shaina, a una reunión —mintió, tratando de mantener una voz serena.
—Asegúrate de no distraerte demasiado de lo que realmente importa. Tienes un trabajo que hacer —le advirtió, y antes de que pudiera decir algo más, Oriana se despidió, sintiendo un alivio inmediato al cerrar la puerta detrás de ella.
Cuando finalmente llegó a la oficina de Vente Venezuela, la energía y el bullicio del lugar la invadieron. Ni siquiera tuvo tiempo de nervios antes de que María se acercara, iluminando la habitación con su sonrisa.
—¡Oriana! —exclamó, acercándose para darle un beso en la mejilla—. Llegaste rápido. Me alegra mucho verte.
—Yo también, María —respondió Oriana, sintiendo un poco de calor en su rostro por el contacto.
María la guió hacia un rincón más tranquilo de la oficina, donde podía concentrarse en arreglarla. Mientras Oriana sacaba sus productos de maquillaje, la conversación fluyó naturalmente.
—Niña he estado pensando en lo que pasó la última vez que nos vimos —dijo María, mientras se sentaba frente al espejo. Oriana sintió que su corazón latía con fuerza—. Ese beso fue inesperado, pero... no sé, siento que hay algo más entre nosotras.
—Lo sé María, fue un momento... —Oriana tartamudeó, sintiendo un rubor en sus mejillas.
María le sonrió con complicidad, pero había una pregunta en sus ojos. —No quiero que sea incómodo entre nosotras. No sé, me siento atraída por ti. Me gusta tu energía, y creo que eres increíble.
Oriana tragó saliva. Era un momento delicado.
—Sí, yo también siento lo mismo —respondió, sintiendo el peso de sus palabras—. Pero hay muchas cosas en juego, María. No es tan sencillo como parece.
María la miró, sorprendida, y Oriana sintió que el aire se volvía denso.
—Lo sé, pero lo que siento por ti es real. No se trata solo de política o de lo que se espera de nosotras. Hay algo más —dijo María, su voz suave y sincera—. No importa lo que haya en el fondo; lo que importa es lo que estamos construyendo juntas.
Oriana se sintió abrumada por las emociones. Era un momento que había deseado, pero la realidad de su situación la perseguía.
—Gracias, María. Eso significa mucho para mí —respondió, sintiendo que la conexión entre ellas se fortalecía.
Mientras comenzaba a aplicar el maquillaje, las miradas se convirtieron en un juego de acercamientos. Oriana podía sentir la calidez de María, y cada roce de sus manos era electrizante.
—Oye, ¿quieres que practiquemos el beso de nuevo? —bromeó María, su mirada traviesa iluminando el ambiente.
Oriana se rió, sintiéndose un poco más relajada asintió acercándose un poco a María para aplicarle el rubor. Pero antes de que pudiera responder, la tensión se apoderó de la habitación.
—Mis niñas, ¿están listas? —interrumpió Delsa, asomándose por la puerta.
Ambas se separaron rápidamente, pero no antes de que Oriana sintiera el calor de la cercanía de María.
—Sí, solo estoy terminando aquí —dijo María, tratando de recomponer la situación. Delsa asintió y volvió a salir, dejándolas solas.
En ese instante, María se inclinó un poco hacia Oriana, sus ojos brillantes en la luz de la oficina. —Entonces, ¿por qué no exploramos esto que sentimos? Digo, hay más entre nosotras de lo que parece, y no veo razón para ignorarlo.
Oriana sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. Antes de que pudiera pensar en las consecuencias, se inclinó un poco más, y en un impulso compartido, sus labios se encontraron en un contacto suave, titubeante pero significativo.
Cuando se separaron, ambas lucieron un poco sorprendidas, pero con sonrisas que hablaban más que las palabras.
—Me encantas —dijo María, su voz suave, como si se estuviera riendo entre dientes.
Oriana, sintiendo una mezcla de alegría y miedo, solo pudo responder: —Y tú a mí igual.
María sonrió, tocándole la mano. —No sé a dónde nos llevará esto, pero estoy dispuesta a averiguarlo.
Oriana supo que su vida se complicaría aún más. La mezcla de sentimientos que había surgido entre ella y María, combinada con su papel como infiltrada, la mantendría en un torbellino de emociones y lealtades divididas. Pero por un momento, todo lo que pudo sentir fue la vivacidad de ese beso y la promesa de algo más en su futuro.
Unas horas más tarde, la oficina comenzó a llenarse de un bullicio animado. Delsa llegó con una sonrisa y un aire de autoridad, seguida de Edmundo González, quien provocó que el corazón de Oriana se acelerara, no solo por la atención que estaba a punto de recibir, sino por el nombre que compartían.
—Hola a todos. Espero que estén listos para un día productivo —anunció Delsa, como siempre, lista para liderar.
—Por supuesto que sí, Delsa —respondió María, sonriendo y haciendo una presentación informal de Oriana—. Quiero que conozcas a Oriana. Ella ha estado haciendo un trabajo increíble en el partido con los jóvenes.
Edmundo extendió su mano hacia Oriana. —Un placer conocerte, mi hija perdida. — bromeó de manera tierna. — He oído muchas cosas sobre ti. Espero que los rumores sean ciertos, ¡porque tengo ganas de conocerte más!
Oriana sintió la presión de esa pequeña broma, pero intentando mantener la compostura, estrechó su mano. —El placer es mío, Edmundo. Estoy emocionada de trabajar con jóvenes dispuestos a tener un mejor futuro.
—Lo importante es que logremos que esos jóvenes sientan que tienen voz y pueden hacer un cambio —explicó Delsa, sentándose con todos mientras comenzaban la reunión—. Quiero que todos compartamos ideas sobre cómo involucrarlos de manera efectiva.
Oriana se sentó junto a María, y su mano buscó inconscientemente la de ella debajo de la mesa. Durante la conversación, Edmundo compartió ideas sobre cómo conectar con los jóvenes a través de las redes sociales, y Oriana se sintió inspirada a compartir su opinión.
A medida que avanzaba la noche, las risas y las bromas se multiplicaron. Edmundo hizo un par de comentarios sobre cómo Oriana compartía el apellido González llamándola hija o nieta perdida, y todos se reían, pero Oriana sentia punzadas de incomodidad. Intentaba sonreír y seguir la corriente, pero el peso de su secreto la mantenía alerta.
Al finalizar la reunión, todos comenzaron a levantarse. Oriana sintió el impulso de tensarse, sabiendo que debía ser cuidadosa en su papel. Sin embargo, antes de que pudiera decir adiós, María la detuvo con una mirada.
—Oye, Oriana, ¿podrías quedarte un momento más? —preguntó María, y su voz suave resonó en el aire.
—Claro, ¿todo bien? —preguntó, Oriana mirándola a los ojos.
María la miró fijamente. —Sí, solo quería saber cómo la pasaste.
Oriana tragó saliva. —Sí, la pasé muy bien.
María se acercó, repitiendo el gesto de sujetar su mano. —Oriana. Me gustó mucho que hayas venido hoy contigo acá me sentí más aliviada y para ser honesta también me gustó como me has maquillado.
— Eso significa mucho para mí. — Oriana la miró directo a los ojos y luego bajo a sus labios, pero inmediatamente desvió la mirada.
María sonrió, y en un instante, la distancia entre ellas desapareció. Sus labios se encontraron en un suave roce que encendió una chispa entre ellas. Cuando se separaron, ambas se miraron, con una mezcla de sorpresa y alegría en sus ojos.
—No puedo creer que acabes de hacer esto donde nos pueden ver —dijo Oriana, su voz temblando un poco.
—Yo tampoco, pero me alegra que lo hayamos hecho —respondió María, sonrojándose mientras se reía suavemente.
El momento fue interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose, y Delsa apareció, con una mirada curiosa.
—¿Qué están haciendo mis chicas? —preguntó, con una sonrisa traviesa.
Ambas chicas se separaron un poco, intentando recomponer la situación.
—Solo disfrutamos de una amena charla —respondió María, tratando de mantener la calma.
Delsa las miró por un momento, pero luego sonrió y se unió a ellas, sin hacer más preguntas.
La noche continuó, y Oriana se despidió de todos para así volver a su casa. Sintiendo un torbellino de emociones por la situación en la que estaba y ahora más su relación con María Corina.
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