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5. El plan

El regreso a la casa de Sam fue por demás desagradable y desgarrador, al atravesar las calles lo único que podían hacer era mirar con horror lo que había sucedido.
La sangre pintaba los alrededores, cadáveres regados por doquier, humo y fuego sobre las casas, y los pocos sobrevivientes de la comunidad tratando de asimilar el dolor.

—Esto fue una maldita matanza —habló Noah, se agachó ante el cadáver desmembrado de una niña, agachó la cabeza y negó con pesadez—. Es Rachel, Mariana y yo la conocíamos desde que solo era un bebé —cerró los ojos de la pequeña y se levantó.

—¿Cómo ocurrió esto? —siguieron camiando hasta que llegaron a la calle donde vivían.

—Esas cosas  aguardaron lo suficiente hasta que el hambre las hizo estallar en un frenesí.
Sam subió los pequeños escalones que antecedían a su puerta, pero mucho antes de siquiera levantar la mano para tocar, ésta se abrió y Adam salió disparado a los brazos de su padre. El pequeño estalló en llanto, apretó más y Sam acarició su cabello.

—Tranquilo, tranquilo, ya pasó, estoy aquí —levantó su carita y limpió sus lágrimas con el dorso de su mano, besó la frente de su hijo y lo cargó en sus brazos.

—Creí-creí que te perdería —habló entrecortado sin dejar de aferrarse a él como un cachorro asustado.

—Te prometí que volvería —entraron a la casa. Inmediatamente, Mariana abrazó con fuerza a Noah y lo besó sin parar. Durante unos segundos Ann deseó hacer lo mismo, pero se limitó a acercarse lentamente.

—¿Estás bien? —comenzó a revisar su rostro.

—Sí, Ann, estoy bien —respondió sin mucho a expresar.

—Estás lleno de sangre.

—Al menos no es la mía —mostró una diminuta y amarga sonrisa. Apresurados pataleos se escucharon desde las escaleras, Lily bajó a toda prisa y recibió a Sam con un abrazo—. Hola, pequeña.

—¿Te encuentras bien? —en sus ojos se veía que estaba aliviada de verlo con vida.

—Sí, nena —besó su frente y la siguió abrazando.
Los altavoces de la comunidad se encendieron tras un pitido que tomó por sorpresa a todos, salieron de la casa para escuchar mejor.

Atención habitantes de Fort Hope, todos reúnanse en patio principal, inmediatamente —habló una femenina y ya bastante conocida voz a través de los parlantes.

—¿Esa es Diana? —preguntó Lily bastante sorprendida, desde hacía años que no escuchaba un anuncio en aquellos parlantes, habría jurado que ni siquiera ya servían.

—Creo que sí —respondió Sam, igual de confundido.

Toda la gente, o la que quedaba, comenzó a salir de sus casas y a  reunirse en la zona central de la comunidad, fuera de la casa de Diana, Sam se alegró de ver algunos rostros conocidos entre la multitud, miró a Peter, quien asintió con gusto al verlo, Sam le secundó, miró también a Dash, e incluso divisó a Lizz, quien lo evitó con la mirada a penas y lo notó.
Diana salió de su casa, se veía seria y a la vez inexpresiva, observó a su alrededor, muchos rostros, pero ni por asomo la mitad de los habitantes.

—No tengo palabras para expresar lo que sucedió hoy aquí —hizo una pausa y apretó los labios—. Lamentablemente no puedo endulzar mis palabras. Sé que esto nos tomó por sorpresa, muchos murieron, sé que están asustados, y es por esa razón que los llamé aquí, debemos afrontar la verdad; ellos están de vuelta.
Y por lo visto son más rápidos, más fuertes, más letales. Recibimos un ataque que pinta para no ser ni el último ni el más fuerte, justo ahora debemos dejar las penurias de un lado y comenzar a ver una alternativa para evitar o al menos resistir un próximo ataque —Sam lo notó, aquella mujer triste que llegó a conocer se había convertido en alguien más que preparada para ser líder—. Ya habrá tiempo para llorar y guardar sepultura a nuestros muertos, ahora, necesitamos idear un plan. Ron, tú y tus herreros comiencen a crear refuerzos para los muros y los vehículos, Jeremaiah, consigue un grupo y saquen todas las armas y municiones que tengamos, Amelia, revisa a todos los heridos y busca si alguien está infectado, todos, busquen algo que hacer, no quiero haraganes, ahora —la gente comenzó a dispersarse sin chistar, pasó su vista una última vez en la multitud—, Joseph, Noah, Peter, Sam, vengan a mi oficina.

Las miradas de confusión entre ellos no se hicieron esperar, Sam bajó a su hijo y removió su cabello.

—Ve con tu madre, en un minuto los alcanzo.

—Está bien —se fue con ellas. Sam se emparejó junto a los otros mencionados y juntos entraron a la casa de Diana, la siguieron a través de su sala hasta que llegaron a su oficina.

—Chicos, como bien sabrán, esas cosas no vinieron del bosque, sería imposible no haberlas visto antes, así que debieron haber venido de la ciudad —señaló en un mapa que había puesto sobre la mesa.— A lo que voy con esto, es que los observé, todas esas cosas actuaban como si fueran una manada, y por lo visto son nocturnos, pues no han atacado ahora que hay algo de luz de día, entonces deben tener una especie de madriguera o nido que los protege de la luz, debemos destruir ese nido.

—Hay que atacar primero, haremos grupos, y cada grupo se separará para ir en la búsqueda del nido —propuso Peter.

—Así es —admitió decidida—. Formaremos los grupos hoy, para partir mañana hacia la ciudad. Es la única alternativa que puede funcionar, no podemos esperar a que ataquen otra vez, debemos ser ofensivos y tomarles por sorpresa.

—Es arriesgado —habló Sam—. Pero... tienes razón, es la opción más factible.

—Bien, una vez que tengan su equipo reunido, marcaremos las rutas de búsqueda —alzó la mano y les permitió retirarse.
Joseph se quedó a discutir con ella, mientras Peter, Sam y Noah salían del lugar. Mientras discutían sobre quiénes serían parte de los grupos, Sam notó algo en la entrada principal, comenzó a acercarse, sus amigos le siguieron.

—¿Qué ocurre? —preguntó Peter al verlo actuar de forma extraña.

—Miren esto —se agachó y escudriñó entre la nieve hasta que sacó algo.

—¿Un candado? —preguntó Noah.

-Sí, el candado que le ponen a la entrada todas las noches.

—¿Qué tiene? —volvió a dudar Peter.

—Alguien lo quitó.

—Sí... ¿y?

—Los infectados habrán evolucionado y éso pero... no creo que sepan abrir candados, y mucho menos desde adentro —aseveró seriamente.

—¿Quieres decir que...?

—Sí, Noah, alguien los dejó entrar.







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