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16. Fuego

El día había resultado siendo bastante más tranquilo de lo que imaginó, las aves cantaban y el frío no era tan penetrante como otras veces. La gente se encontraba realizando el mantenimiento de la comunidad, igual que ella, llevaba algunos pliegues de madera y metal que ayudarían para reforzar el muro principal, con los años y tras múltiples ataques, era el que más dañado se había puesto.

Dejó las maderas sobre el montón y estiró su espalda a la par que suspiraba de cansancio, estaban bastante pesadas. Se sentó sobre los escalones de una casa y descansó un poco. Miró como los habitantes de la comunidad iban y venían; cargando materiales o herramientas, o conatruyendo sin parar. Entonces se topó con la mirada de Ann, se irguió al sentir como la miraba, entonces la vio acercarse, se puso de pie, sabía que tarde o temprano pasaría.

—Hola, Lizz —la saludó luego de tantos años de silencio, la miró un poco confundida, muy en sus adentros pensó que eso no sería lo primero que le diría.

—Hola, Ann —respondió, simplemente se sentía extraña. Justo cuando parecía que la conversación comenzaría, una serie de gritos provenientes de las afueras de la comunidad, comenzó a alertar a todos. Hubo silencio hasta que se pudo escuchar con claridad.

—¡Abran la puerta! —repetía alguien con desesperación. Claramente se escuchaba un auto.
La gente comenzó a reunirse frente a la entrada, estaban asustados y expentantes—. ¡Abran la puerta, maldición! —se volvió a escuchar el grito, el cual provenía de una voz familiar.

—¡¿Qué mierda esperan? Abran la puerta! —exclamó Lizz. Rápido un par de habitantes abrieron la puerta central. Y en cuestión de segundos una camioneta completamente dañada y llena de agujeros de bala entró derrapante a la comunidad.

La puerta se abrió y el primero en mostrarse fue Tyler, estaba horriblemente agitado, además de lleno de suciedad y sangre. Se dejó caer sobre la nieve, todos comenzaron a acercarse.

—¿Qué sucedió? —dudó Diana, quien había salido de entre la gente.

—Ellos... ellos ya vienen...

Solo bastó con esas simples palabras, para que todo el caos se desatara, la gente comenzó a alarmarse y a entrar en pánico.

—¡Prepárense, busquen las armas, necesitamos defender este lugar! —ordenó Diana a todo volumen, al instante la gente comenzó a correr de ahí. Lizz se arrodilló frente a Tyler.

—¿Dónde está Sam? —farfulló temblorosa.

—Él y Joseph venían en un auto diferente, no sabemos dónde están —se levantó de golpe, cubrió su boca y miró el pánico a su alrededor.

—¿Y él quién mierda es? —intervino Ann una vez que vio bajar a su misterioso y desconocido acompañante.

—Él es Nathan... nos ayudó a escapar —se puso de pie.

—¡Alguien viene! —alertó un vigía desde la cima del muro.

—¡Luke, ¿es de los nuestros?! —preguntó Diana.

—¡Por Dios! —exclamó horrorizado, en un parpadeo: una lluvia de balas impactó contra él y los demás vigías del muro.
Todos comenzaron a alejarse a toda prisa, en ese momento, el muro central de la comunidad fue destrozado, un gigantesco camión le pasó encima, Lizz logró esquivar el autobús, pero otros no. Terminaron desperdigados en el suelo, como una masa roja.

Más y más vehículos blindados comenzaban a entrar, y de ellos descendían las tropas de Scott, armados y sedientos de sangre.
Una gigantesca masacre había comenzado, y los muertos no tardarían en hacerse presentes.



—¿Lily, qué está pasando? —preguntó Adam abrazando con fuerza su oso de peluche. No respondió nada, siguió mirando como el caos se apoderaba de las calles.

—Toma tus cosas Adam... nos vamos de aquí —Adam estuvo a punto de subir las escaleras, pero el sonido de una ventana rompiéndose lo detuvo.

—Li... creo que algo entró... —pronunció sin dejar de temblar, siguió abrazando a su oso, mientras en la planta alta escuchaba como algo rasgaba el suelo.

—Adam, abajo de la mesa, ya —alertó, ambos se ocultaron. Lily cubrió la boca del pequeño, para evitar cualquier sonido.
Unas fuertes pisadas comenzaron a escucharse, hasta que un par de piernas tan pálidas como la nieve se cruzaron en la vista de ambos. El nocturno caminaba encorbado y lento, buscando una presa, avanzó olfatenado hasta que llegó a la sala.

Lily asomó la cabeza un poco, y alcanzó a ver un gran cuchillo afilado, puesto encima de la mesa.

—Adam, voy a salir —acarició su cabello.

—No —soltó elevando un poco la voz, al instante ella le cubrió la boca, el nocturno comenzó a acercarse.

—Si algo malo pasa... quiero que corras —el niño solo negaba. Antes de decir cualquier cosa, besó su frente y salió disoarada afuera de la mesa, con rapidez alcanzó el cuchillo.
Pero el muerto se dio cuenta, y se abalanzó sobre ella.
Gritó, sujetó al muerto mientras éste lanzaba fuertes mordidas como un perro rabioso. Lily soltó el arma para poder contener las mandíbulas feroces de aquél monstruo. Gritó con más fuerza.

—¡Adam! ¡Corre! —salió de la mesa, y se quedó mirando como aquella monstruosidad se acercaba a su cuello, cerró los ojos, y entonces se enfiló hacia el cuchillo, lo tomó y atravesó la nuca del infectado con todas sus fuerzas, la bestia cayó sin vida a lado de Lily. Se incorporó y miró al niño, congelado ante lo que había hecho—. ¡Adam! —exclamó abrazándolo con fuerza. El pequeño estalló en llanto.

Pero poco tiempo tuvieron para desahogarse, pues alguien llegó tocando la puerta de una manera frenética. Se levantó y lo puso tras de sí, llegó hasta el sofá y tomó su arco, apuntó directamente esperando a la persona tras la puerta. Después de golpear la puerta decenas de veces, de una patada, lograron derrumbarla. Era Ann y Peter.

—¡Mami! —gritó el pequeño corriendo hacia ella. La joven arquera sintió un alivio inexplicable al verlos.

—¡Díos mío, estás bién! —apretó con fuerza a su hijo, entonces acercó a Lily para también abrazarla—. Están bien... ambos están bien —los llenó de besos a ambos.

—Chicas, lamento interrumpir, pero el lugar se está yendo a la mierda, ¿podemos irnos? —preguntó tomando armas, municiones y bastante comida.

—¿Qué haremos? —preguntó Ann.

—Primero hay que irnos, ya pensaremos que hacer después. —Concluyó guardando lo esencial en una gran mochila.

—Pero... ¿y papá? —dudó, frenando a todos por completo. Ann se arrodilló hasta mirarlo directamente.

—Escucha, Adam, tu padre, ya sabe que debemos irnos, él nos encontrará. No puedo decirte cuándo, solo ... sé que lo hará —asintió, esperando que él lo entendiera.
Se comenzaron a escuchar grandes explosiones y más gritos.

—Vámonos, ya —Peter cargó su escopeta y le entregó una 22 a Ann, finalmente los cuatro salieron de ahí.


Diana, después de lograr esquivar el camión, se lastimó la pierna, residía en el suelo, con una herida expuesta, gimió de dolor y comenzó a arrastrarse para lograr ponerse a salvo, pero alguien la detuvo.

—¿Vas a algún lado? —la pierna de Scott cayó sobre su herida, dejó escapar un alarido.

—¡Maldito bastardo! —maldijo entre el dolor y el enojo—. ¡Si vas a matarme, hazlo de una vez! —rugió fúrica.

—¿Matarte? Eso no me toca a mí —respondió sonriendole. Joseph bajó de una de las camionetas blindadas.
El corazón de Diana se quebró al verlo recibir un arma por parte del Destripador.

—Con esto probarás que eres uno de los nuestros.

—No, no tú, ¡cualquiera menos tú! —estalló en llanto. Joseph apuntó el arma directamente a su cabeza—. Maldito seas Joseph... —soltó sus últimas palabras, y una bala entró en su cráneo. Manchando la nieve de rojo.

Scott gritó y pateló entre carcajadas, mientras Joseph admiraba el cadáver de su madre.

—¡Demonios, amigo. Honestamente no creí que fueras a hacerlo, pero me impresiónas! Estás más loco de lo que pensé... —palmeó su espalda y siguió riendo.

—¡Señor! Ya no hay nadie vivo, ¿qué hacemos con este lugar? —preguntó uno de sus soldados. Dejó de reír, miró la destrucción y suspiró con cierta paz.

—Les dije lo que pasaría si se llegaban a oponer, a la mierda con este lugar... quémenlo todo —volteó a ver a Joseph—. Por cierto, ¿qué le pasó a mi buen amigo Sam?

—Está muerto —respondió con cierta duda. Scott lo analizó detenidamente.

—Eso espero. Anda, hay que irnos.

Desde afuera, el panorama era completamente distinto, todo Fort Hope estaba cubierto de llamas, tras la llegada de Los Cazadores, ya solo había muerte.
Los cuatro sobrevivientes miraban desde el bosque como su hogar ardía, como el lugar en donde algunos crecieron y otros pelearon, era destruido sin piedad.

—Ya no hay nada que podamos hacer... —habló Peter mirando su hogar arder, empezó a caminar. Ann colocó una mano encima del hombro de su hijo.

—No mires Adam, solo... sigue caminando.









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