7. Ruinas
La brisa matinal era fría y acarreaba consigo el agradable aroma de la tierra mojada, la tormenta de la noche anterior había dejado las calles hechas un completo pantano, pero había ayudado a que el verde que componía todos los alrededores se vieran mucho más hermosos y brillantes que antes.
Tomó aire y suspiró, cerrando sus ojos y escuchando con atención el canto de las aves que tras la tormenta habían salido de sus nidos para revolotear sin control. Estaban en un pequeño vecindario repleto de edificios departamentales y algunas pintorescas casas repartidas en algunas áreas de por ahí, sin rastro alguno de los muertos, parecía que la tormenta y sus potentes truenos los había desperdigado por toda la ciudad.
—¿Falta mucho para el hospital? —preguntó entonces su compañera. Sam volteó la cabeza y la vio de arriba abajo, llevaba tenis, unos jeans rotos y una playera de tres cuartos con mangas rojas, no era la ropa que alguien elegiría para una expedición, pero en aquellos días con tener ropa nueva o de tu talla era suficiente.
Sacó de su mochila el mapa y observó el camino. Después lo enrolló.
—Unas cuantas cuadras más, a menos de que el camino esté obstruido, de lo contrario deberemos tomar un desvío.
—Fantástico —recitó frustrada, estaba deseosa de llegar a aquel hospital y acabar lo más pronto posible con aquella "misión".
Habían corrido con suerte, no solo por el hecho de no haber tenido que lidiar con algún infectado u otra amenaza por ahí, sino porque el tiempo había tratado de buena manera aquel sector de la ciudad, sí, los caminos y los alrededores estaban destrozados y llenos de maleza y pantanales, pero era lo de menos, incluso frondosos árboles habían brotado desde la acera y se alzaban imponentes sobre sus cabezas. Un entorno nada desagradable a decir verdad.
—Hm —emitió ella luego de quedarse mirando un local de pizzas, sonreía con cierta alegría y nostalgia de verlo—. Mi papá solía llevarnos a mi hermana y a mí a esos restaurantes cuando éramos niñas, cada dos semanas era ir y pedir una gran pizza llena de jamón y extra queso, sin piña —recordó y se rio—. En verdad odiábamos la piña, al menos Margaret y yo, a mi papá le gustaba.
Alzó las cejas luego de escuchar el nombre de su hermana. Carraspeó un poco y se acercó.
—Mi papá y yo solíamos ir al parque los domingos, siempre nos sentábamos en la misma banca y comíamos helado frente a un estanque lleno de patos, era... agradable, y muy tranquilo.
—Suena lindo.
—Lo era, pero supongo que todo lo bueno termina, tarde o temprano.
Siguieron avanzando en el vecindario, encontrándose ocasionalmente con antigua propaganda puesta en los tiempos de la pandemia, muchos carteles y señalamientos en las casas, letreros llenos de fotografías de gente desaparecida o muy posiblemente muerta, incluso los volantes que dejaba el ejército para que la gente no saliera y se contagiara. Una gran lona desgastada se alzaba en la parte frontal de un edificio, era un mensaje, y no uno muy agradable.
"DIOS NOS HA ABANDONADO"
La pintura de las letras estaba corroída y la lona estaba repleta de agujeros y rasgaduras causadas por el tiempo y el abandono, pero aun así el escabroso mensaje se percibía muy bien.
—Qué lindo —soltó ella con disgusto y siguió adelante.
—Ann —dijo y ella se giró al instante—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Ya lo hiciste.
—Sabes a lo que me refiero.
—Pregunta.
—¿Cómo lo conociste, a Jerry?
La vio fruncir los labios y pensar bien su respuesta, después se encogió en hombros.
—Luego de... bueno, perder a mis padres, estuve un buen tiempo vagando sola, estaba a la deriva, no tenía nada, si te soy sincera, pensé muchas veces en terminar con todo yo misma —tragó saliva y llevó su cabello hacia atrás—. Un día entré en una estación de servicio, buscaba que comer, entonces vi que alguien más estaba allí, era Jerry y otros dos sujetos de su grupo, tenía mucho miedo así que salí huyendo de ahí. Me escondí en el bosque y dormí en la rama de un gran árbol, al día siguiente fui una vez más a la tienda, y ahí estaba él, dijo que no me haría daño y me obsequió algo de comida y una botella de agua, me tomó un tiempo agarrar algo de confianza, pero lo hice. Supongo que el resto es historia.
—Alto —posó su mano en su hombro y la frenó. Volteó hacia una casa y vio la puerta abierta.
—¿Hay alguien ahí?
—No lo sé.
—¿Y quieres revisar?
—No lo sé —volvió a decir, no apartaba su vista de aquel lugar—. Podría ser una trampa, o quizás alguien necesite ayuda.
Tomó su bate y se encaminó a la entrada, la fachada estaba repleta de moho y hongos, mientras que por dentro todo estaba tapizado con una inmensa alfombra de césped, avanzó por los pasillos del lugar hasta que la cocina se dibujó, al igual que una figura, rápido regresó a ocultarse, tomó valor y nuevamente se asomó listo para actuar.
—Carajo —expulsó y se apoyó en su bate con alivio y cierto pesar. Su compañera entró a la casa y se topó con la mórbida escena; había un cadáver colgado en una cuerda amarrada en una lámpara, justo en la cocina. En la mesa bajo sus pies había una nota, Sam se aproximó y la leyó.
"Susan, en serio lo lamento, traté de ser fuerte y fracasé, lo siento. Pensé que todo terminaría y saldríamos de esta pesadilla, pero no fue así, intenté mantenerme firme, justo como decías tú: traté de encontrar mi fuerza interior, pero la verdad es que esa fuerza nunca existió, lo intenté, pero al final la horrible realidad pudo conmigo, no podía seguir adelante, así que opté por la salida más fácil, espero y lo entiendas, ojalá que tú y Jimmy sean felices y que vivan mucho tiempo, en verdad lo deseo, siempre tuyo; Gary."
Dejó la nota póstuma y se dio media vuelta.
—Supongo que nadie necesitaba nuestra ayuda después de todo.
—¿Entonces, si no fue él, quien abrió la puerta?
Pronto una fugaz figura corrió desde una habitación y salió disparada hasta la calle, se detuvo para limpiarse y mirar a los jóvenes sobrevivientes: era un mapache. Ambos compartieron una mirada llena de alivio y después lo vieron marcharse a toda prisa.
Luego de eso no se detuvieron por nada, continuaron su trayecto a través del vecindario hasta que finalmente se vislumbró la imagen del hospital en las cercanías, estaba situado en una amplia zona residencial, todo a su alrededor estaba tapizado con las reliquias que otrora había dejado el ejército en aquellos días y que hasta la fecha tan solo eran un recuerdo más.
—Muchos vehículos militares —reconoció ella.
—Quizás querían mantener el lugar intacto el mayor tiempo posible.
—Tal vez —una unidad médica móvil se vislumbró arrumbada con algunos autos más.
—Déjame revisar, quizás allá algo bueno ahí.
—Seguro —se quedó afuera, mirando el asolado panorama, la calle parecía un inacabable océano de hierba, cuyos islotes oxidados eran los automóviles adheridos ya en el entorno—. ¿Algo bueno?
—Nada aún, pero mira —abrió la puerta y le mostró una libreta.
—¿Qué es eso?
—Parece una especie de registro o bitácora —empezó a hojear—. Cielos.
—¿Qué pasa?
—Creo que le pertenecía a un médico militar, él y su unidad habían sido enviados para examinar los infectados del hospital, parece que fue aquí donde la enfermedad se esparció por toda la ciudad —siguió leyendo—. Escucha esto, "los infectados presentan un incontrolable estado errático, así como tendencias canibalísticas, atacan a cualquiera que no esté infectado, lo que me hace pensar que solo buscan propagar el enfermedad a como dé lugar. Sin embargo hemos recibido reportes de que los infectados no se detienen de comer aun cuando la víctima ya ha sido devorada casi en su totalidad, buscan alimentarse, pareciera que esa es su única motivación, no sienten dolor, ni cansancio, ni amor, nada, solo viven para matar."
—Carajo.
—Y mira, parece que fue de los primeros en clasificar a los infectados —le mostró una fotografía en la cual aparecían múltiples "sujetos de prueba" siendo analizados—. "El agente infeccioso ataca el cerebro, reactivando en gran medida el neocórtex y el encéfalo para que los infectados regresen de la vida sin la posibilidad de razonar por sí mismos más que ser guiados por un instinto caníbal insaciable. En su mayoría son lentos y solo buscan asesinar a los que tienen a su alrededor, sin embargo, hemos visto una suerte de evolución en su comportamiento, luego de transcurridas unas cuantas semanas, hay casos en los que el infectado puede desempeñarse de manera más errática y salvaje, son capaces de correr y depredar, otros son silenciosos y se ocultan en lugares oscuros, parece que no les agrada mucho la luz, aún estamos a la espera de ver qué más ocurre." —Siguió hojeando casi hasta llegar al final.
—¿Y? —cuestionó presa de la intriga, pero su compañero mostró una cara desilusionada.
—Aquí termina.
—Mierda, creo que el doc no pudo avanzar mucho más en su investigación.
—Sí, eso me temo —guardó la bitácora en su mochila, pensaba leerla después y con más calma—. Vamos, hay que seguir buscando.
De la entrada de aquel hospital tan solo restaba una alfombra de cristales desperdigados por el suelo repleto de musgo y raíces, estaba oscuro, húmedo, lleno de maleza y vestigios de atrocidades pasadas, igual a la mayoría de ruinas en la ciudad y muy posiblemente en todo el mundo, pero que se tratara de un hospital lo volvía mucho más aterrador y siniestro a la vista.
—Olvidé mencionar... que detesto los hospitales —reconoció Sam Anderson con incomodidad. Había pasado buena parte de su niñez en hospitales, y eso había sido suficiente para hacerle reconsiderar estar ahí.
—¿Quieres regresar?
—No, anda, busquemos las medicinas.
Los oscuros y húmedos pasillos de aquel edificio evocaban la misma aura siniestra que cualquier escenario en una película de terror, el sitio estaba devastado, lleno de rastros de batalla y demás pruebas que demostraban que quienes en su tiempo estuvieron allí no habían corrido con mucha suerte. La linterna situada en la escopeta de Sam iluminaba los alrededores, aun cuando la luz del exterior se llegaba a filtrar por los ventanales.
Cada paso era lento y cuidadoso, a medida que avanzaban parecían adentrarse cada vez más en un sinuoso y complicado laberinto. El ruido de sus pisadas cesó en el momento que cruzaron un pasillo se encontraron con dos figuras vagando por el lugar, una había sido une enfermera, y el otro un paciente, de ambos tan solo restaban un par de fríos cascarones hambrientos de carne humana.
—Dos adelante —le susurró a su compañera y sacó su bate—. ¿Quieres que me encargue?
—Por favor —arremetió con audacia. Sacó un cuchillo y se encaminó hacia los infectados—. No soy una damisela en apuros, niño bonito.
El alto tono de su voz hizo que la enfermera reanimada se girara y se abalanzara contra ella. Levantó el cuchillo y con un certero movimiento lo hundió contra la tapa de su cráneo, el segundo infectado arribó a su posición, pero lo pateó y consiguió estrellarlo contra la pared, acabó asesinándolo tras encajarle el cuchillo entre las cejas. Sosegada arrancó su arma y limpió la ennegrecida sangre sobre la harapienta bata del muerto y se encogió en hombros.
—¿Ves? —sonrió con alarde y dejó sus manos sobre su cintura. Sam abrió sus ojos y rápido corrió con ella, la apartó de la entrada de una habitación y justo en ese instante un tercer infectado cayó al suelo, de no haberse precipitado aquella cosa la hubiera tomado a su merced.
De un jalón lo derribó y con dos batazos al cerebro le puso fin a su infortunada existencia. Era un paciente a quien le habían arrancado un brazo.
—Eres bastante hábil —reconoció agitado—. Pero tienes que ser más discreta y estar alerta en todo momento —Ann no dijo nada, parecía avergonzada de haber cometido semejante error—. Vamos, aún tenemos mucho camino por delante.
Siguieron a través del hospital sin muchos más inconvenientes que algún no muerto deambulando por ahí. Contrario a otros lugares, aquel edificio se había conservado bastante bien a pesar de los años, y más se notaba a medida que subían y se encontraban los sectores que en su tiempo el ejército había designado para tratar a los infectados en aquellos días.
Enormes carpas plásticas cubrían los pasillos y las salas, todas repletas de camillas y material médico olvidado.
—Recuerdo esto —profirió Sam con un dejo de amarga melancolía al ver aquellos triajes—. El ejército trataba a los infectados aquí, buscaban contener la amenaza a toda costa, aislándolos, supongo que no se imaginaban en el lio en el que se habían metido —pegó un suspiro—. Vamos, hay que revisarlos, seguro encontramos algo.
Se dispersaron a través del pasillo, encontrando únicamente camillas y catres vacíos al igual que material médico regado por el lugar, nada demasiado útil además de uno que otro medicamento para aliviar el dolor. La pelirroja surcó carpa tras carpa, buscando en los anaqueles o en las mesas de trabajo, rogando por encontrar algo, no tuvo suerte.
—Carajo —cerró abruptamente un cajón y se giró, encontrando una silueta tendida sobre una cama, llevaba una sábana encima y mucha sangre también, casi pega un salto por la impresión.
Desenfundó su navaja y avanzó hasta la silueta, tomó la sábana y lentamente la retiró, encontrando una esquelética figura con un balazo en la frente, aquel ser ya era más una momia que otra cosa. Bajó la mirada y encontró en el suelo un juego de llaves, las tomó y vio una que abría el cuarto de medicamentos. Sonrió de oreja a oreja y salió de la carpa.
—Sam.
—¿Qué pasa? —atendió al instante. Ella agitó las llaves.
—Tengo algo.
—Yo también —exhibió entonces una AK-74 con la culata plegable—. La encontré en un cadáver, aún tiene todas las balas y un par de cartuchos. Oh, también estos —exhibió unos radios de larga distancia—. Creo que nos podrían ser útiles.
Ann no le dio importancia y abandonó la sala, rumbo al cuarto de medicamentos. El sol a través de las ventanas del pasillo les iluminó hasta una puerta al final del mismo.
—Ann, espera, no tan rápido.
—No tenemos tiempo que perder, Jerry nos necesita —presurosa rebuscó en el manojo de llaves hasta que encontró la que necesitaba, rápido abrió la puerta y buscó pasar en el oscuro cuarto, pero una vez más su compañero la detuvo, sujetando fuertemente su brazo.
—Oye, relájate, nos pondrás en riesgo.
—¡Suéltame carajo! —de un tirón se zafó de su agarre y lo miró con molestia—. ¿Cuál es tu maldito problema? Si no vas a ayudarme entonces mejor no estorbes...
Dio media vuelta y puso un pie en el cuarto; pero acabó cayendo al vacío.
—¡Ann! —avanzó, resbaló y acabó cayendo igualmente.
El suelo de aquel sector había colapsado por completo, ambos cayeron por una intrincada pendiente de escombros hasta que impactaron sobre una fría superficie de agua estancada. Tosió con fuerza y se incorporó, buscó su linterna y la tomó, encontrando a su alrededor un conjunto de oscuros pasillos que habían sido dominados por el agua y el tiempo, casi parecía un segundo ecosistema.
—¿Ann? —habló entre quejidos, se levantó y tomó su arma—. ¡¿Ann?!
—Aquí estoy —respondió finalmente entre ligeros ataques de tos. Viró la luz de la linterna y la encontró en el suelo a pocos metros de él—. ¿Qué sucedió?
—Caímos —miró a su alrededor—. Eso pasó —volvió a mirar hacia el techo, justo por donde habían descendido, aquel pronunciado agujero filtraba algo de luz sobre los escombros—. Mierda, Ann, te dije que no te precipitaras —rascó su nuca con frustración—, ahora necesitaremos algo para volver a salir a la superficie.
—Lo siento, ¿sí? No quería meternos en este lio —reconoció apenada y con cierta molestia.
—Entiendo que estés preocupada, pero no podemos ser tan descuidados.
—Lo sé, lo sé, y lo siento —suspiró y tomó su linterna también—. Quizás podemos escalar o...
Escabrosos gruñidos resonaron entre la oscuridad y prontamente los pusieron en alerta. La tomó de la mano y sin pensarlo dos veces corrieron lejos de allí. Atravesaron un largo y tenebroso pasillo desprovisto de casi cualquier luz además de la de sus linternas, escuchando la corredera de los infectados que cada vez sonaban más cerca que nunca.
Tomó su recientemente adquirida arma y volteó; jaló el gatillo y la luz de las trazadoras iluminó con momentáneos estrobos toda escena. Siniestras siluetas de mórbido color pálido y amarillentos ojos inyectados en sangre corrían agazapadas hacia ellos como una jauría de salvajes bestias venidas del abismo, algunas acabaron cayendo gracias a las veloces balas, pero el tumulto seguía hasta donde alcanzaba la vista, y quien sabe que más se ocultaba en la oscuridad.
Dejó de disparar y siguió con su carrera, a medida que avanzaban el agua del lugar incrementaba, elevándose hasta que finalmente llegó un punto en que les llegó hasta la cintura.
—¡No te detengas! —giró con la intención de disparar nuevamente contra sus perseguidores, pero apenas y alcanzó a mandar una corta ráfaga cuando uno de ellos se le abalanzó y le hizo caer.
Forcejó violentamente, eludiendo los golpes y arañazos de aquella criatura, el agua penetraba sus pulmones y poco a poco perdía la fuerza. La criatura alargó su cuello y abrió su boca de par en par, en eso su cráneo acabó siendo perforado desde arriba. Un par de manos se hundieron en el agua y lo sacaron.
—¡Rápido, de pie! —alzó su 45 y abrió fuego contra los infectados.
Se levantó y junto con ella viraron en un pasillo, recorrieron el lugar con dificultad hasta que un cuarto se mostró, se encaminó hasta la puerta y con un par de embestidas logró abrirla, entraron y ella se quedó deteniéndola hasta que Sam pudo jalar una vieja estantería para bloquearla. El golpeteo incesante de los muertos ya empezaba a resquebrajar la madera podrida.
—Rápido, busquemos una salida, eso no aguantará lo suficiente.
Se dispersaron a través de aquel cuarto hasta que un muro resquebrajado y con algunos orificios se mostró como la única alternativa de aquel par para escapar con vida.
—Sam, por aquí —se escabulló entre la grieta y arribó a otro pasillo. El nivel del agua había acrecentado hasta casi llegarles al cuello.
—¿Ves alguna salida? —en simultaneo menearon sus linternas, pero a su alrededor no había más que ruinas y más pasadizos oscuros y aterradores.
—Por acá, mira —alertó, avanzó un poco hasta que finalmente el agua le hizo flotar, llegaron hasta un derrumbe y a través de algunos tubos caídos vieron lo que seguía de aquel pasillo; una ruta que llevaba a los elevadores—. Seguro hay escaleras para incendios.
—Bien —tomó una de las piezas de metal de aquel derrumbe y buscó levantarla, fue inútil, el peso era abismal—. ¡Carajo! —pensó un poco y se hundió por completo, no demoró mucho hasta volver a salir—, por aquí, tendremos que pasar por debajo, ¿sabes nadar, no es así?
—Algo —confesó, aunque no muy convencida se notaba.
—Vamos entonces.
Se adentraron en las frías y oscuras aguas de aquel pasillo, y descendieron como peces hasta que entre los orificios de aquellos derrumbes pudieron abrirse paso hasta el otro lado. Nadaron rumbo a los elevadores, sus puertas estaban abiertas y las cabinas hacía años que habían caído, sin embargo viraron rumbo a la puerta de acceso a las escaleras para incendios. El nivel del agua descendió un poco y les permitió incorporarse y llegar hasta la puerta.
—Rápido, ábrela —demandó ella con la agitación y desespero por salir de allí, pero Sam seguía batallando.
—Está atorada del otro lado —masculló apretando los dientes. Empezó a embestirla hasta que finalmente consiguió abrir un espacio—. Bien, creo que con eso es suficiente.
—¡Sam! —apuntó hacia un agujero en el techo y le hizo ver como más de esas criaturas empezaban a emerger.
—¡Mierda! —cruzaron el reducido espacio que confería aquella puerta bloqueada y se escabulleron hasta que los escalones de hormigón que componían las escaleras de incendios se plasmó ante sus ojos—. ¡Sube, no te detengas!
La marabunta de muertos se abría camino a toda velocidad en torno a aquellas escaleras, desesperados y salvajes escalaban encima de otro y se arrojaban lo más lejos posible para así intentar alcanzarlos, lo cual de milagro no conseguían.
Sam se detuvo unos instantes y le acomodó un batazo a uno que trepó por el barandal, se giró y de una fuerte patada catapultó a otro con los demás, ocasionando un efecto en cadena que los llevó a caerse de espaldas, trató de correr, pero uno le alcanzó el tobillo y lo hizo caer igualmente. El infectado se arrastró hasta llegar con él. Pronto lo atrapó del poco cabello que aún conservaba en su cabeza y lo alejó, el cuero cabelludo se desprendió y dejó expuesto su cráneo, aterrado y asqueado; soltó a la criatura y le asestó un puñetazo que consiguió apartarlo un poco, pero acabó mandándolo con sus compañeros de una patada. Se puso en pie y desesperado brincó entre los escalones, abarcando toda la distancia posible hasta que Ann y la puerta de salida se mostraron en el final del trayecto.
Para cuando cruzó, Ann ya estaba del otro lado, lista para cerrarla y atrancarla con un carro de paro, la puerta era de metal y a pesar del tiempo se hallaba firme y lo suficientemente resistente como para permitirles tomar un respiro.
—Santo cielo —exclamó el agitado muchacho desde el suelo—. No puedo creer que estemos vivos todavía —lanzó unas eufóricas risas y se incorporó para ver a su compañera, quien cabizbaja miraba hacia la nada—. ¿Ann?
Ella no reaccionó, más que estar en shock, parecía distante y pesarosa.
—¿Ann, te mordieron? —preguntó sin tapujo, y mentalizado para cualquier situación. Ella hizo una pronunciada mueca y negó.
—No, no me mordieron.
—¿Entonces, qué pasa?
—¿Qué pasa? —reclamó ruborizada—. Pasa que hicimos este puto desastre para tratar de encontrar medicamentos que pudieran ayudar a Jerry y lo único que conseguí son putas aspirinas —arrojó el frasco y este impactó contra el suelo, pronto un quejido sonó desde una habitación y un militar transformado se asomó—. Debe ser una puta broma.
—Ann.
La pelirroja marchó firmemente hasta el muerto y le puso una patada justo al pecho, este cayó, y cuando lo tuvo a su merced le pisó el cráneo repetidas veces hasta que explotó. Los sesos y sangre del infectado bañaron el pasillo y la dejaron hecha un desastre, una vez acabó con su violento desplante; cubrió su boca y se puso a llorar. Sam no dijo nada, llegó con ella y la abrazó para que pudiera soltarlo todo.
—Tranquila, todo va a estar bien —acarició tiernamente su cabello hasta que se calmó—. Anda, vámonos.
El sol de la tarde ya se mostraba en el horizonte, pintando de un cálido y reconfortante naranja que lo cubría todo cual si fuese una postal. Contrastaba perfectamente con los alrededores y resaltaba la peculiar belleza de la naturaleza apocalíptica a su alrededor, incluso los caminantes solitarios que vagaban por las calles como almas en pena se mostraban menos peligrosos y aterradores que otras veces.
Estaba callada desde hacía un buen rato, no la culpaba por ello, ni tampoco quería intentar hacer algo al respecto, sabía perfectamente que en ese tipo de situaciones lo mejor era esperar a que ella estuviera lista para hablar otra vez.
—Creo que será mejor que nos quedemos aquí, no queda mucha luz de día y no llegaremos a tiempo al refugio, mejor busquemos un lugar donde podamos pasar la noche —mencionó él, sacó su bate y se encaminó a una llamativa casa de aquel vecindario. Rompió la perilla de un golpe y se metió, el lugar estaba vacío y bastante conservado—, creo que es seguro.
Ann Williams se introdujo en la casa y lo primero que hizo fue llegar hasta un sillón para sentarse y seguir con sus cavilaciones. Nuevamente no le dijo nada, empujó un sillón de buen tamaño y atrancó la puerta, puso las cortinas en las ventanas y siguió revisando el lugar.
Primero fue a la cocina, buscó en las alacenas y se encontró con algunos frascos de conservas y comida enlatada, nada impresionante, pero funcionaría para amortiguar el hambre de aquella noche. Dejó los suministros en la barra junto al comedor y siguió revisando la casa, las habitaciones estaban vacías y repletas de pertenencias de quienes habían vivido ahí antes, entró en una habitación antes de llegar a las escaleras y se encontró con el sueño de cualquier joven; una abismal colección de películas, libros, historietas, videojuegos y demás medios con los cuales se divertían antes, no pudo evitar sonreír, era como ver un museo personal.
—Mira esto —nostálgico observó la pila de videojuegos encima de una consola—, seguro que tuviste unos padres grandiosos...
Observó las paredes repletas de posters de películas y bandas de rock, buscando algún indicio del propietario de aquella impresionante habitación, pero todo apuntaba que a quien le había pertenecido antes ya no estaba desde hacía buen tiempo. Hurgó en su cajones y en su closet y consiguió algo de ropa en buen estado, además de ello se llevó unos comics, un par de libros y una brújula que encontró sobre un escritorio.
—Las personas que vivían aquí tenían muchas cosas interesantes, deberías echarle una mirada por ahí, seguro y sacamos un buen botín —dejó sus adquisiciones en la barra y avanzó a la sala, encontrándola totalmente vacía—. ¿Ann? —escuchó entonces un golpe en el segundo piso, raudo subió las escaleras y cruzó el pasillo hasta encontrarla parada en una de las habitaciones—. ¡Ann! ¿Qué ocurrió, estás bien?
—Mira.
—¿Qué? Oh, mierda.
Justo sobre la cama había cuatro figuras, demacradas y consumidas por el tiempo, en el suelo había pastillas y una botella de vino, no hacía falta ser un experto detective para saber lo que les había sucedido.
—Prefirieron irse todos —la pesarosa y tersa voz de su compañera le hizo regresar a la realidad—. Juntos —Sam guardó silencio—. Es trágico, y tierno, si lo analizas —volvió a decir. Su compañero frunció los labios.
—Salgamos de aquí, ¿sí? Mejor sigamos buscando a ver si encontramos algo útil.
—Espera —tomó una sábana del suelo y la extendió hasta abarcar los cadáveres—. Listo.
Registraron de cabo a rabo la casa y encontraron más cosas útiles, en su mayoría ropa y calzado que les sería de gran ayuda en su viaje rumbo a Fuerte Esperanza. Pero no fue hasta que Ann halló en uno de los cajones de la pareja un instructivo de un calentador solar que finalmente supo que habían dado con un sitio sumamente especial. Sam se bañó primero, ya que Ann pensaba demorarse mucho, si es que aquella sería su oportunidad de darse un baño con agua caliente; no lo desaprovecharía por nada. De igual forma no quiso abusar, diez minutos le bastaron para asearse por completo y sentirse renovado y listo para descansar.
Abrió la puerta justo en el mismo momento que ella estuvo a nada de tocar, apenado se apretó la toalla y desvió la mirada, pues ella igualmente se hallaba desprovista de ropa, únicamente estaba cubierta por la toalla para que no se notara su desnudez.
—Oh, lo siento.
—No te preocupes. ¿Me dejaste agua caliente, no es así?
—S-sí, toda tuya.
—Bien.
—Bueno, te-te veo abajo.
Se marchó de ahí a toda prisa, se vistió con la ropa más cálida que encontró en la habitación del hijo y bajó hasta la sala, encendió una vela que halló por ahí, se sentó y aprovechó la quietud del momento para leer algo y disfrutar de la lata de fruta en conservas que había conseguido, sabían mejor de lo que imaginaba, quizás la propia familia las había hecho no hacía mucho tiempo.
La tenue luz y el cantar de los grillos le hicieron cerrar sus ojos y empezar a cabecear en el sillón.
—¿Lectura interesante? —preguntó su compañera luego de bajar, su piel aperlada se había vuelto brillante gracias al baño.
—No realmente —reconoció aún con el cansancio entre sus dientes.
—Se nota —se sentó junto a él y le arrebató el libro—. ¿Escuadrón Letal 2? —cuestionó bromista.
—Siendo sincero, está mejor la primera.
—Claro —cerró el libro, abrazó sus rodillas y se acomodó en su lugar.
—¿Quieres? —le ofreció el frasco con fruta. Ella negó con la cabeza.
—No gracias.
—También hay pepinillos, zanahorias, duraznos y creo que hay garbanzos por algún lado.
—Estoy bien, no tengo mucha hambre en realidad.
—Oh, está bien.
El murmullo de la naturaleza resonó con fuerza a través de toda la casa, hasta incluso un aullido lejano logró percibirse, quizás perros o un coyote. La fauna salvaje de la ciudad no era algo extraño en aquellos días.
—¿Crees que estén preocupados por nosotros?
—Preocupados y muy molestos —reconoció.
—¿Y si fueron por nosotros? —en realidad no se había detenido a pensar en dicha posibilidad hasta ese momento. Sam empezó a negar.
—Conozco a mi papá, sé exactamente cómo piensa, esperará hasta la mañana y si no regresamos, bueno... solo diré que haría falta de un meteorito para detener su búsqueda —Ann liberó unas risitas, acomodó su cabello y empezó a acariciar el dorso de sus pies desnudos.
—Eso es muy dulce, eres muy afortunado de tenerlo y que se preocupe por ti —Sam alzó las cejas y asintió con seguridad. Tomó un pedazo de fruta y la comió.
—Lo sé.
El sonido de los grillos volvió a imperar, así que con el afán de no entrar en sentimentalismos ni tampoco quedarse en completo silencio, buscó hablar de lo primero que se le vino a la mente, aunque fuese una banalidad.
—¿Puedo preguntar...? —captó su atención al instante, ella sonrió con travesura, se apoyó con las rodillas y dejó sus manos sobre sus muslos—. Cuando, bueno, cuando te besé...
—¿Ajá? —no tardó en sentirse abochornado. Ella volvió a reír.
—¿Ya habías besado antes?
—Mierda —rascó su cabeza y también se rio—. ¿Tan mal estuvo?
—Yo no dije nada —reconoció, risueña y mucho más alivianada a como había llegado horas atrás.
—Pero lo pensaste.
—Sí, es decir, no, carajo, solo contesta la maldita pregunta.
—Sí, ya antes había besado.
—¿En serio? —sonrió con picardía.
—Sí —exclamó con hartazgo, ella estaba gozando con su sufrimiento.
—¿Antes o después del fin?
—Después.
—Preciso detalles —le arrebató su frasco de conservas y empezó a comer—. ¿Quién fue tu primer beso y cómo fue?
—Se llamaba Mildred. No fue la gran cosa, fue en una fiesta de la comunidad, estábamos jugando a la botella y me tocó con ella, y listo, pasó.
—Uh, candente —bromeó—. ¿Hubo lengua y todo?
—Tenía quince. —Reclamó apenado.
—¿Eso es un sí?
—Oh cielos, eres asquerosa.
—Lo siento —comentó entre risas—. Vamos, no hay televisión ni mucho menos internet, uno tiene que encontrar nuevas formas de entretenimiento.
—Bien, ya te reíste lo suficiente, te toca.
—¿Quieres oír mi primer beso pos apocalíptico? —alzó las cejas con intriga y Sam se encogió en hombros mientras asentía.
—Oh sí, es mi turno de verte sufrir.
—Pues te tengo malas noticias, niño, la historia de mi primer beso es muy romántica.
—¿En serio?
—Sí, no todo en esta vida son tragedias —se acomodó y aclaró su garganta—. Déjame pensar... sí, sí ya lo recuerdo bien. Fue tiempo después de haberme unido al grupo de Jerry, nos ocultábamos en un club campestre a las afueras de la ciudad, era invierno y había una gran tormenta de nieve afuera, así que todos estábamos refugiados ahí, bastante cómodos he de decir, teníamos hogueras, comida y bebidas. La mayoría estaba descansando luego de un viaje de un par de días y yo estaba sentada con un chico, se llamaba Jared, bueno, Jared era conocido por ser todo un casanova, no había chica ahí que no babeara por él, y si te soy sincera, yo no era la excepción —desvió su mirada y siguió recordando—. Estábamos hablando solo nosotros dos, mirándonos fijamente, junto a una agradable fogata que nos calentaba, un momento muy idóneo si me lo preguntas, entonces solo pasó, nos besamos justo frente al fuego y sin que nadie se enterara, fue... lindo.
—Guau —dijo—. ¿Y qué pasó después? ¿Se hicieron novios o algo así?
—No, eh... a Jared lo mordieron a los pocos días luego de eso, no, no pudimos hacer nada —tan repentino fue que no pudo articular palabra alguna, tan solo se limitó a alzar las cejas con asombro y apretar los labios, ella asintió con pena y algo de resignación—. No estaba enamorada de él, ¿sabes? Solo me parecía lindo —rascó su oído y suspiró—, supongo que cosas malas pasan todo el tiempo, ¿no crees?
—Sí —se tendió por todo el sillón, cruzó los brazos y meneó los labios.
—¿Y... qué te pareció?
—¿De qué hablas?
—Nuestro beso.
—Oh... bueno, estuvo bien, creo.
—Yo creo que fue algo incómodo.
—Supongo —tomó una roca y la arrojó.
—No lo sé, quizás fue algo apresurado.
—¿Por qué sigues hablando de eso? —reclamó incómodo—. Si tanto te molestó, entonces olvídalo y ya, no tienes que recordármelo cada cinco segundos. —Molesto, tomó otra roca y la aventó con mucha más fuerza. Ann inclinó la cabeza.
—Sam.
—¿Qué? —estaba molesto, y se notaba en cada parte de su ser.
—Bésame.
—¿Qué? —aturdido se giró y la encontró, puesta a contra luz sus mejillas resaltaban ligeramente en contraste con su pálida piel. Acomodó un mechón de su cabello de fuego y menó los hombros.
—Bésame.
Analizó cuidadosamente sus palabras cual si esperara el remate de una broma cruel, pero no fue el caso, su cara lo decía todo. Se acercó un poco hasta sentir el fino tacto de su rostro, ella le imitó, entonces entrelazaron sus bocas en un beso muy diferente al de aquel entonces, lento, tibio, y cargando de emoción. Apresó su cara con su mano en una singular caricia que no estaba seguro si funcionaría o no, ella se acercó más e intensificó sus besos. Pero ambos se detuvieron al escuchar un golpe proveniente desde el patio trasero de la casa, se apartaron el uno del otro y sin perder tiempo se dispersaron para tomar armas.
Sam tomó un revólver y ella la 45, se acercó discretamente hacia la puerta y observó por la persiana, justo afuera yacía un solitario ente arrastrándose por el césped.
—Carajo —abrió la puerta y lo vio, vestía un overol azul, pero le faltaba buena parte de las piernas, surcó el patio con la mirada, encontrando un rastro de sangre, al igual que un enorme armatoste cubierto con una lona—. ¿Crees que muy en el fondo sigan conscientes? —pasó a mirar a su compañera.
El zombi se percató de su presencia y de inmediato se arrastró hacia ellos, llegó hasta su pie y empezó a rascar su bota con desesperación. Apenado lo apartó como si se tratara de alguna clase de animal enfermo y negó.
—No —zanjó ella con desagrado.
—Yo quería pensar que sí —se acuclilló y le propinó un contundente golpe con la cacha del arma, el infectado ni se inmutó, tan solo siguió gruñendo—. Pero eso fue hace mucho tiempo —lo tomó debajo de la quijada y de la nuca y con un movimiento certero le rompió el cuello—. Creo que deberíamos ir a dormir, mañana temprano tenemos que regresar con los demás, seguro estarán ansiosos por que volvamos.
Luego de eso entraron a la casa. Sam se quedó vigilando la primera ronda, o al menos esa era la idea, pero cuando despertó ya era de día y él ya no estaba junto a la ventana de la sala, donde había vigilado horas atrás.
—¿Sam? —somnolienta frotó sus ojos y buscó a su alrededor—. ¿Sam? —escuchó entonces el rugir de un auto, apurada sacó la pistola debajo de su almohada y corrió hasta el patio—. ¿Qué diablos?
—¡Ey, despertaste! —exclamó eufórico. Detuvo el motor y bajó de la elegante casa rodante hasta recibirla.
—¿Qué es eso?
—Un último regalo de nuestra difunta familia de allá arriba —observó el gran vehículo y asintió con emoción—. Esta mañana lo revisé bien y estaba perfectamente funcional, con gasolina incluso, tuvimos mucha suerte de encontrar este lugar. Ah, y dentro hallé esto —le entregó un robusto maletín de plástico con una cruz roja en el frente—. Parece que la mamá era enfermera.
Ann abrió el botiquín y lo encontró bien surtido de medicamentos y material médico, sonrió, y aguantó la euforia y las ganas de llorar de la emoción. Sam le dio un codazo amistoso.
—¿Qué me dices si ponemos este bebé en marcha?
—¿Seguro funciona?
—Bueno —agitó las llaves—. Solo hay una forma de asegurarnos. Anda, toma tus cosas y vámonos. —Eufóricos y ansiosos cargaron todo el botín recolectado de aquella casa, subieron todo al camper y se sentaron en la cabina—. Cruza los dedos —encendió el motor y lo puso en marcha. El armatoste con ruedas empezó a avanzar—. ¡Sí!
Atravesaron la cerca de la casa y giró de golpe hasta llegar a la calle. Llamando la atención de algunos errantes que se paseaban por el lugar.
—¿Sabes conducir?
—Sí, bueno, en teoría —pasó e hizo pedazos un bote de basura. Ann se pegó por completo a su asiento y abrochó fuertemente su cinturón.
La caravana se ladeó un par de veces a través de la calle hasta que consiguió enderezarse, fue así que siguieron su rumbo a través de las ruinas con destino a su refugio.
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