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6. Somos un grupo ahora

Escabrosas y traumáticas imágenes vagaban por su cabeza mientras que los gritos se intensificaban más y más a cada instante con la fuerza de un coro infernal. Sudor helado pasaba por su frente, sus ojos se movían de un lado a otro por debajo de sus párpados, mientras que no podía dejar de agitarse desesperadamente buscando escapar de ahí, entonces sintió un ligero apretón sobre el pecho, y fue que logró abrir los ojos y regresar a la realidad de una vez por todas.

Alterado volteó hacia distintas partes sin dejar de parpadear hasta que se encontró con el avejentado rostro de su padre.

—Oye, tranquilo, Sam, ya pasó —dijo y le otorgó algunas palmaditas para tranquilizarlo—. ¿Mal sueño?

—Sí, algo así —respondió recuperando la compostura. Se incorporó en el sillón y observó a su alrededor, estaban en la sala de aquella casa que habían encontrado la noche anterior, todo estaba lleno de polvo y maleza, sin embargo el agradable e inconfundible aroma de algo friéndose desde la cocina imperaba por todo el lugar y sobrepasaba de manera cualquier otro olor en la casa.

Intrigado se levantó y avanzó hasta la cocina, donde Jonh preparaba un gran desayuno. No pudo evitar elevar sus cejas con sorpresa al ver sobre los platos en la mesa; huevos y una ración de tocino. Jonh cocinaba con una sonrisa, parecía contento de lo que hacía, como si aquella simple acción lo transportara por unos segundos a su anterior y monótona vida.

—¿Y eso? —preguntó su hijo luego de sentarse y recibir uno de los platos.

—¿Tu qué crees? El desayuno —limpió sus manos y avanzó hasta las escaleras—. ¡Será mejor que bajen o se les va a enfriar!

Uno a uno el resto del grupo empezó a bajar desde el segundo piso y al igual que su hijo, recibieron con sorpresa el desayuno que había preparado.

—Cielos, Jonh... —Lizz olisqueó la comida—. Huele delicioso.

—Gracias, Lizzie —tomó una jarra y sirvió algo de jugo casero—. También hice algo de jugo.

Sorprendidos y felices empezaron a comer, hasta que Jerry se mostró en la cocina.

—¿Qué es todo esto? —la molestia de la noche anterior no se había marchado del todo, y eso se notaba en su mirada y en su forma de hablar.

Todos en la mesa se miraron mutuamente buscando qué hacer o decir, cualquier cosa sería mejor que dejar que aquellos dos volvieran a hacerse de palabras, o peor, que la cosa escalara hasta irse a los golpes.

—Bueno —empezó a decir Jonh—. Me levanté temprano y no sabía qué hacer, así que fui e investigué a fondo el auto de nuestros desagradables amigos de la escuela, entonces encontré unas cajas llenas de provisiones, había carne, vegetales, agua embotellada y lo más importante: huevos, la mayoría se hicieron pedazos a la hora de escapar, pero logré salvar el resto —limpió su boca con una servilleta y siguió hablando, se notaba mucho más alivianado que antes—. También salvé algo de tocino y las naranjas las encontré de un árbol en la casa del frente, así que se me ocurrió hacer esto.

—¿Hiciste el desayuno?

Nos hice el desayuno —repuso, quitó una toalla y dejó un último plato frente a la mesa—. Tenía ganas de hacer algo de comer y bueno, ya sabes —se llevó un bocado a la boca—, ya que somos un grupo ahora, pensé que un buen desayuno juntos no estaría mal, ¿no crees?

La tensión entre aquellos dos se desvaneció en un santiamén. Jerry Adams alzó las cejas y se sentó con los demás, todos miraron expectantes como se llevaba un pedazo de tocino a la boca y empezaba a saborearlo.

—¿Y? —interrogó Ann. Jerry sonrió con modestia.

—No está mal.

Las risillas de todos en la mesa hicieron que el desayuno se volviera el doble de agradable. Pasaron la mayor parte de la mañana charlando y bromeando sin parar, olvidándose prácticamente de lo que tenían aún por hacer. No fue hasta que las horas pasaron que nuevamente regresaron a la realidad, tomaron todo lo útil de aquella casa y se subieron a la camioneta para así seguir con el viaje.

El sol había salido luego de varios días nublados y fríos, manchando con su luz todos los verdes alrededores que conformaban las desoladas calles de aquella urbe pos apocalíptica. Era impresionante la cantidad de verde en los alrededores, como si se tratara de una pintura surrealista de la cual eran participes.

—Miren eso —habló Sam desde el asiento trasero, apuntó y les mostró a un pequeño grupo de ciervos que pastaban por ahí, los animales se marcharon al instante, no sin antes haberles otorgado una hermosa postal.

Ann sonrió, bajó su mirada hacia el cuadernillo que residía en su muslos y empezó a dibujar. Curioso, Sam volteó y vio su dibujo, había capturado aquella imagen con mucha precisión y ternura, aun cuando solo se trataban de simples rayones hechos con un bolígrafo.

—Lindo —confesó agraciado de ver su obra—. Eres muy buena.

—Gracias —terminó el dibujo y lo firmó, después arrancó la hoja y se la entregó—. Toma, para que pienses en mí.

Ruborizado formó una sonrisa y aceptó la hoja, sacó igualmente la libreta que siempre llevaba en su mochila y guardó cuidadosamente aquel dibujo como un separador.

—¿Tú también dibujas?

—No, yo... escribo.

—¿Sobre qué?

—Sobre todo, sobre el día, día, nada en específico.

—En ese caso, ¿por qué mejor no escribes sobre nosotros? Escribe nuestra historia, así en unos años cuando toda esta pesadilla termine, la leeremos y recordaremos, tanto lo bueno como lo malo, y así sabremos que tan solo fue eso, solo una pesadilla.

—Lo haré —aseguró, aceptando aquel esperanzador escenario en su corazón.

—Bien —se arrellanó en el asiento y se acomodó sobre él para descansar un poco. Tembló con fuerza, giró un poco la cabeza y vio como Russel y Lizz también estaban dormidos cómicamente una recargada encima del otro. Suspiró y siguió mirando el paisaje.

El paraje urbano cambió a ser una amplia carretera subyacente llena de verde y algunos autos atascados, tan solo un amplio camino iluminado por un tierno sol mañanero que brindaba paz y quietud como pocas veces. Siguieron recto hasta que luego de un rato la acera desapareció, al igual que la ruta.

—¿Qué pasa? —preguntó Jerry luego de despertar, aún estaba algo somnoliento.

—La carretera, ya no está —dijo Jonh y bajó del auto.

—Papá, espera —Sam y Jerry le siguieron.

Juntos avanzaron hasta el borde de la resquebrajada carretera, el tiempo había carcomido el camino hasta convertirlo en una curva por la cual pasaba un agitado río salvaje, el cual había obstaculizado su camino.

—Carajo —musitó Jonh.

—¿Podemos pasarlo? —dudó su hijo.

—No a menos de que le crezcan alas a esta cosa —regresó hacia la camioneta y sobre el cofre extendió el mapa.

—¿Todo bien? —preguntó Lizz Graham luego de bajar para estirarse. Ann y Russel hicieron lo mismo.

—Necesitamos tomar un desvío —mencionó Jerry llegando junto a él—. ¿Qué tal por aquí? —señaló una bifurcación en el mapa.

—No, nos tomaría más tiempo y no tenemos suficiente gasolina—siguió mirando la ruta.

—¿Y aquí? —apuntó a una segunda autopista.

—Tal vez, pero necesitaríamos más combustible si es que queremos llegar al menos a la mitad del trayecto.

—Vi unos cuantos autos varados cuesta abajo, podríamos revisar si aún tienen combustible —sugirió Sam, sacó una gorra negra y se la colocó.

—¿Qué opinas? —le preguntó a Jerry, pero este se vio con las mismas opciones.

—Tienes razón, necesitaremos más gasolina si es que queremos salir de la ciudad.

—Bien —rascó su nuca y asintió—. Está bien, busquen en los autos, y tengan cuidado, si algo llegara a pasar; avisan de inmediato, ¿quedó claro?

—Como el cristal —tomó su bate y mochila y se encaminó cuesta abajo—. Vamos, Russ.

—Oh, está bien —su rechoncho compañero le siguió con torpeza—. ¿No deberíamos traer un rifle o algo así? ¿Qué tal si hay infectados, o Cráneos, o Hinchados o...?

—Tranquilo, amigo, todo estará bien, solo vamos por combustible, no a salvar el mundo.

—Claro, claro, lo sé... es solo que estar tan expuesto y sin un arma me pone nervioso.

—¿Siquiera sabes disparar? —llegó hasta uno de los autos amontonados al lado del río y empezó a inspeccionarlo.

—Bueno, en realidad de eso se encarga Jerry o a veces Ann, no... no soy alguien muy violento que digamos.

—¿Alguna vez has disparado?

—Una vez... —confesó, mientras que sus ojos se trasladaban a tan horrida escena vivida en su pasado.

—¿Y... cómo fue?

—Fue durante la pandemia. Estaba con mi familia en la granja de mis abuelos en Idaho, se suponía que íbamos a quedarnos a vivir ahí durante todo el tiempo que durase la cuarentena, poco tiempo después la televisión, la radio y el internet dejaron de funcionar, el caos de la ciudad era lo único que se escuchaba y nosotros no hacíamos más que escondernos. Una tarde, mi padre y mi abuelo fueron a un rancho cercano a ver si los vecinos estaban bien, mi madre se fue a atender a las gallinas y yo me quedé en la casa cuidando a la abuela —tiritaba nerviosamente y sonaba agitado—. En fin, y-yo estaba en la sala, y fue cuando escuché un golpe desde arriba, así como también algo rompiéndose, pensé que mi abuela se había caído o algo parecido, así que corrí para ayudarla. Cuando llegué encontré toda la habitación llena de sangre y plumas, miré en un rincón y ella... ella estaba... ella había atrapado una codorniz de la ventana, se-se la estaba comiendo viva. En cuanto me vio intentó atacarme, no supe qué hacer, así que solo reaccioné, saqué la pistola que mi abuelo guardaba en su armario, y la maté...

—Puta madre —expresó su compañero sintiendo el pesar en sus palabras, inclusive se había puesto pálido—. Amigo, lo siento, no tenía idea, no era mi intención...

—No te preocupes. Hace tiempo entendí que eso ya no era mi abuela, solo... me hubiese gustado que mis padres y mi abuelo lo hubiesen entendido también.

Siguieron revisando los autos. Luego de semejante anécdota, ya no necesitaba interrogarlo más, estaba claro que como todos los que conocía; si estaba vivo era por algo y no por simple suerte.

—¿Suerte con la gasolina? —escucharon entonces la firme voz de Ann, ella y Lizz bajaron también.

—Negativo, estos autos están vacíos —respondió Sam.

—Fantástico —enunció, se estiró y durante unos segundos dejó al descubierto su atractivo y esbelto abdomen. Sam desvío la mirada y se topó con Lizz, no habían cruzado palabra alguna luego de lo ocurrido en la escuela.

—¿Y ahora qué haremos? —preguntó entonces su vieja amiga. Por unos instantes había olvidado el sonido de su voz.

—Quizás más adelante tengamos suerte —profirió Russel con esperanza y cansancio, el calor no le sentaba muy bien, casi parecía que le habían echado un balde de agua encima.

—Sí, tal vez —Ann avanzó más abajo en la ligera pendiente, se quitó los tenis y llegó hasta la orilla del río.

—¿Qué haces? —cuestionó Lizz.

—¿Qué parece? Me doy un baño, hace mucho calor y en verdad lo necesito —se quitó la sudadera que llevaba encima y quedó tan solo en un crop top ligero, avanzó hasta zambullirse en el río, estando sentada el agua le llegaba hasta la cintura—. ¿Qué esperan, tontos? Al agua.

—¡Al diablo! —Sam se quitó rápidamente los zapatos y también la camiseta, llegó hasta con Lizz y la tomó de las manos—. ¿Qué dices? Como cuando nos escapamos al lago con Greta y Jimmy para ver el atardecer. —Ella sonrió.

—No lo sé.

—¡Vamos! —la tomó de la mano y juntos corrieron hasta zambullirse al agua. Estaba fría, pero en contraste con el inclemente sol en el cielo, aquel chapuzón resultó por demás refrescante.

—¡Sam, eres un tonto! —exclamó ella luego de mojarse toda.

—Sí, Sam, eres un tonto —bromeó Ann y le lanzó algo de agua a la cara. Lizz le imitó entre risas.

—¿Con que así va a ser, eh? —se burló y también empezó a lanzarles agua—. ¡Ya les hacía falta un baño!

—¡Cállate! —reclamó Lizz y siguió lanzándole agua sin parar. Viéndose opacado decidió pedir ayuda.

—¡Russ, date prisa, amigo, no podré solo con ellas dos!

—N...no, creo que yo mejor los veo desde acá.

Se sentó sobre el césped y acomplejado observó a sus compañeros pasando un buen rato. Escuchó entonces como algo avanzaba tras él, se giró y vio a Jonh.

—¿No irás con ellos?

—Oh... no, no creo, señor, los cambios de temperatura me caen muy mal y podría resfriarme, mejor prevenir que lamentar, ¿no cree? —lanzó una risita incómoda.

—Claro —se sentó junto a él—. Sabes, habrá veces en las que deberás pensar muy bien en si lo que harás estará bien o mal, y otras, en las que simplemente tendrás que dejar de pensar, y hacerlo.

Dibujó sobre sus labios una pequeña sonrisa soñadora que logró contagiarlo. Jonh se encogió en hombros y miró hacia el río. Russel se puso de pie y decidido se quitó la playera y los zapatos, y como si de un niño se tratara; se encaminó a toda prisa hasta el río, los demás rieron e hicieron un escándalo el verlo, después siguieron jugando. Jonh rio y los miró jugar con anhelo.

—¿Pero qué demonios hacen? —reclamó Jerry al arribar también a la pendiente—. Deberíamos estar buscando combustible o un refugio para pasar la noche.

—Relájate, niño —intervino Jonh con calma—. No pasa nada si se distraen un rato, solo míralos, ¿hace cuanto que no escuchabas una risa tan feliz?

El muchacho se acercó a él y reposó junto a las ruinas de un auto, la risa le ganó al ver como jugueteaban sin parar, era como ver a un grupo de niños que ajenos a la realidad simplemente buscaban divertirse.

—Debo admitir, que hacía bastante tiempo que no veía a Ann tan contenta —reconoció con cierto atisbo de felicidad en sus palabras.

—¿Te importa, no es así?

—Hemos pasado por mucho ella y yo, es... complicado.

—¿Es amor acaso?

—No —aseguró sin titubear—. Conozco muy bien a esa chica, y ella me conoce también, la quiero, pero es como una hermana para mí, nada más.

—Por lo visto las pelirrojas no son muy tu tipo.

—En realidad, las chicas no son mi tipo.

Jonh soltó una risita.

—Hm, ya veo —reposó sus brazos sobre sus rodillas y observó el paisaje.

La quietud de la ciudad ensombrecida por los rayos del sol en el horizonte, aunado además con las rítmicas aguas que pasaban a través del río; hacían que todo lo malo se fuera y que aquel singular instante perdurara en su corazón, como una muestra que probaba que no todo en aquel mundo era tan malo. Luego de bañarse y jugar un buen rato, Sam salió y se recostó en la orilla junto con su amigo y juntos miraron el paisaje también, parecía que luego de todo su agitado trayecto ya necesitaban un buen descanso.

—Cielos, en verdad nunca creí decir esto, pero el apocalipsis tiene cosas buenas —llevó sus manos al frente—. Los paisajes hermosos.

—Ya lo creo... —respondió embobado, aunque su mirada no estaba puesta en el horizonte.

Confundido miró en la misma dirección que él y entendió por qué estaba tan distraído, tanto Ann como Lizz se habían salido del agua también, salvo que ellas se tiraron contra el suelo y aprovecharon para broncearse un poco. La poca y húmeda ropa que traían encima dejaba poco a la imaginación de aquellos dos, mostrando los aspectos más naturales y bellos de ellas, como si se tratara de una pintura.

—Oye, cierra la boca o se te caerá la baba. Tienes que ser más discreto si vas a mirar así.

—¿Qué? No, no, yo estaba... —de un segundo a otro se había puesto totalmente rojo y no por culpa del calor. Sam lo compadeció soltando algunas risillas, después palmeó su espalda.

—Russ, tranquilo, no pasa nada.

—No entiendes, si Ann se entera me mata.

—Oye, lo prometo, tu secreto está a salvo conmigo.

—¿En serio? —Sam posó su mano en su pecho y asintió.

—Promesa de scout.

—Bien. No soy un pervertido, es solo que... bueno, tú entiendes.

—Te entiendo amigo, hoy en día las cosas son muy complicadas, es difícil no mirar, en especial en esta clase de situaciones...

Se quedó mirando la bella figura de Ann sobre la tierra y sonrió. Su piel resplandecía como la porcelana y su cabellera de fuego flotaba con el viento, suspiró y siguió mirando todo el paisaje.

Acabaron recolectando combustible de unos automóviles lejanos al río, después siguieron con su trayecto. El atardecer ya empezaba a plasmarse sobre toda la ciudad, inclusive la brisa dejaba de ser cálida y se convertía en una helante ráfaga que poco a poco comenzaba a cobrar fuerza. La camioneta siguió su trayecto por la ciudad hasta que una vez más Jonh se detuvo.

—¿Ahora qué? —exclamó Jerry con apatía, se quitó la manta que llevaba sobre la cara para cubrirse del sol y vio el camino—. Oh no.

—Esto no es bueno.

Las rutas y caminos secundarios estaban bloqueados por grandes murallas de piedra y demás rescoldos de barricadas que en su tiempo fueron colocadas con la intención de limitar el tráfico en una sola ruta: un gran y oscuro túnel que se alzaba sobre todo lo demás y que no presagiaba nada bueno, además de ello una inmensa fila de automóviles acumulados imposibilitaba el paso de la camioneta por completo.

—Carajo —volvió a decir Jerry.

—Esto no lo podemos evitar, si seguimos derecho haremos un escándalo y si regresamos y buscamos otra ruta llegará la noche y estaremos más expuestos.

—¿Entonces qué haremos? —cuestionó Russel con apuro. Jonh resopló y meneó la cabeza.

—No lo sé.

—Podríamos tratar de mover los autos y así despejar la ruta —sugirió Sam.

—Nos tomaría una eternidad hacerlo —respondió Jerry.

—¿Entonces? —cuestionó Lizz—. ¿Qué se supone que vamos a hacer?

Jonh apretó los dientes y se pegó lentamente contra el volante en una clara señal de desesperación.

—Toda esta zona fue cercada por el ejército hace años, no encontraremos un sitio seguro a menos que crucemos eso —apuntó entonces al túnel.

Nadie habló, tan solo bastaba con ver las temerosas miradas del grupo para saber que aquello no era una buena idea en lo absoluto. La oscuridad de aquel pronunciado túnel era suficiente como para hacerlos reconsiderar todo el trayecto que llevaban recorrido.

—No tenemos más opción —reconoció Jerry—. Tendremos que cruzarlo.

—¿Te refieres... a-a pie? —inquirió Russel, él asintió severo.

—Tenemos una o quizás media hora más de luz, si nos apuramos puede que lo crucemos y encontremos un lugar para dormir del otro lado.

—En ese caso no tenemos más opción, bajen todo y tomen las garrafas, saquemos todo el combustible que podamos, ya después encontraremos otro vehículo.

No demoraron nada en prepararse. Jonh colocó la valija con las armas sobre la cajuela y empezó a repartirlas, sacó una escopeta y tras verificar que tuviera suficientes balas se la pasó a su hijo.

—No sueles darme algo tan potente —reconoció con asombro y temor. Jonh buscó en la valija y le pasó una cajita de cartuchos también.

—Entonces no hagas que me arrepienta. —Sacó un revólver 38 y revisó el tambor, después se lo entregó a Lizz—. Toma, niña.

—Jonh...

—Solo no le dispares a los de tu equipo, créeme, estarás bien —llegó un momento en el cual todos estaban armados y preparados para adentrarse en aquel oscuro camino—. Bien, no se separen y no armen un escándalo —volteó hacia los asustadizos jóvenes y asintió frunciendo el ceño—. Recemos para que todo salga bien.

En el primer segundo que cruzaron el umbral pareció que todos se habían transportado a una dimensión desconocida, dominada por el húmedo frío y la pavorosa oscuridad que apenas y les permitía dilucidar sobre lo que tenían frente a sus narices. Tan solo Jonh y Ann iluminaban el camino con dos diminutas linternas que a duras penas abarcaban la suficiente periferia como para hacerles seguir en línea recta entre el cementerio de autos y demás basura que había por todo el lugar.

Apestaba a agua estancada y cada paso era precedido por un pequeño chapoteo, la lluvia se había colado por las hendiduras en el techo y se había acumulado con el pasar de los años. Aquel túnel se había convertido en un filtro utilizado por el ejército en los tiempos del brote, pronto se dieron cuenta de ello al encontrarse con sus esqueletos aun portando el característico uniforme camuflado. Sam se agachó ante uno de los cuerpos y le arrancó una bolsa de mano y una pistola también, buscó en la bolsa y se encontró con unas bengalas, una cantimplora y una fotografía de su familia y unas cuantas cosas más. Se puso la bolsa y siguió adelante.

El eco de las goteras y las ratas que chillaban por ahí era todo lo que se escuchaba, era un sitio calmado, pero a la vez con un ambiente muy siniestro. Jonh marcaba sus pasos con lentitud, mirando en distintas direcciones, las paredes estaban llenas de manchas de sangre y huecos de disparos, y mientras más de adentraban en el lugar, más esqueletos aparecían.

—¿Qué demonios pasó aquí? —susurró Jerry.

—El ejército bloqueaba las calles principales, buscaban mantener la cuarentena lo mejor posible, debió de haber sido un completo caos este lugar una vez que los infectados se acumularon.

—Miren, allá —anunció Russel. Una estructura metálica se alzaba a la distancia, era como una especie de tarima alta con algunos parlantes.

—Un puesto de control, ahí los militares brindaban acceso o no a los no infectados luego de su revisión.

—Esto es escalofriante —musitó Lizz apretando la cacha de su arma—. No puedo ni imaginarme lo que tuvieron que pasar todas estas personas.

—Alto —ordenó con firmeza—. ¿Oyen eso?

Un extraño séquito de chasquidos y crujidos húmedos sonaban delante, viró su linterna y encontró un rastro de sangre que se mezclaba con el agua, subió más la luz y vio a un montón de pálidos infectados casi desnudos devorando lo que parecía era un venado. Pronto una demacrada zombi soltó su bocado y tras ser atraída por la luz: bramó y se encaminó hacia ellos.

—¡Mierda, corran! —levantó su escopeta y le disparó a la infectada; rompiéndole así toda la cabeza. El rugido del arma alertó a todos.

Las espectrales figuras de los no muertos se alzaron por todas partes, se habían metido en la boca del lobo.

—¡Por aquí! —vociferó Jerry, levantó su rifle y disparó contra algunos. Le siguieron, zigzagueando a través de los autos y recibiendo a los infectados que aparecían en su camino.

Sam sacó una de las bengalas y la encendió, su siniestro resplandor rojo dominó el lugar y dibujó a las criaturas con el aterrador tono del infierno. La arrojó lejos, consiguiendo captar la atención de varios, pero no de todos. Levantó su escopeta y le disparó a uno, cargó y después mató a otro más, volvió a bombear su arma mientras corrían entre los autos hasta que uno salió de la nada y lo atrapó contra el cofre de una camioneta. Forcejó con el muerto hasta que Lizz arribó y le ensartó su navaja a la criatura justo tras la nuca.

—¡Muévete! —la alejó para así dispararle a otra que iba tras ella—. ¡No te detengas, corre!

Jerry aceleró y con un culatazo derribó a uno, se subió encima de un jeep militar y le empezó a disparar a los que se acercaban.

—¡Rápido, suban al puesto de control!

—¡Anda, Russel, ve! —le animó su amiga mientras ella esperaba su turno sin dejar de disparar.

El muchacho subió por aquel puesto de avanzada hasta que llegó a la tarima, justo del otro lado ya se veía la salida.

—¡Corran, ya! —demandó Jonh y pateó a uno lejos, desvió su arma y jaló el gatillo, pero sus balas se habían agotado. Soltó la escopeta y sacó una Colt 45 con la que siguió despachando a los infectados a su alrededor. La masa de infectados se había convertido en toda una horda que avanzaba con más velocidad.

—¡Jerry! —gritó Ann desde la cima del puesto de control. El muchacho reaccionó, observó a su alrededor y vio la horda cubriéndolo todo. Se dio la vuelta pero la superficie resbalosa de aquel automóvil le hizo caer estrepitosamente contra el suelo.

—Mierda —clamó adolorido. Se incorporó lentamente y fue cuando un siniestro sonido se escuchó desde detrás de un autobús, alzó la mirada y vio como una mórbida masa hecha de protuberancias rojizas emergía de entre las sombras. La criatura rugió, haciendo estallar algunos de sus granos que soltaban un corrosivo brebaje sobre el asfalto.

—¡Hinchado! —clamó Sam.

Jerry desenfundó su pistola y sin pensarlo le disparó tres veces a la criatura, esta se echó para atrás, se tambaleó con violencia y en cuestión de segundos explotó: regando así una gran cantidad de ácido por todo el lugar. Cayó como una lluvia, bañando autos, paredes, infectados y al propio Jerry.

La ráfaga de líquido cayó esparcida a través de su cuerpo y cara, desintegrando su piel y haciéndolo gritar sin parar.

—¡Jerry! —volvió a gritar Ann sin control.

—¡Sam, cúbreme! —su padre se movió entre los autos y los infectados hasta que llegó con él. El muchacho se revolcaba del dolor sin parar hasta que este fue demasiado como para tolerarlo, acabó desmayándose ahí mismo. Jonh lo tomó de los brazos y lo arrastró por el lugar hasta llegar a las escaleras.

Sam llegó y lo ayudó a levantarlo y desde la tarima los demás lo subieron.

—Jerry... —pasmada lo tumbó en su regazo, tenía horribles quemaduras a través del cuerpo y la mitad de la cara desecha cual si le hubieran pasado por las llamas. Sam y Jonh subieron hasta la tarima antes de que la horda llegase por ellos.

—¡Carajo! —clamó Jonh.

—¡¿Ahora qué haremos?! —cuestionó Russel sin dejar de chillar.

—¡Tenemos que curarlo! —arremetió Ann.

—¿Y si está infectado? —reviró Lizz con apuro.

—¡Cierra la puta boca! —respondió con todas sus fuerzas. La estructura en la que estaban se agitó con fuerza, la marea de infectados la estaba desestabilizando.

—Se va a caer... ¡se va a caer! —alertó Sam.

—¡Rápido, bajen! —clamó Jonh sujetando al moribundo Jerry.

El cántico monstruoso de aquellas criaturas resonaba con un eco espectral a través de todo el túnel. Sam bajó a toda prisa y ayudó a su padre a descender a su compañero en desgracia. La estructura acabó por ceder.

—¡Lizz! —clamó desde el suelo. Ella se arrojó y cayó encima de él amortiguando su impacto.

Ann se lanzó y cayó también, pero Jonh apenas y pudo pegar un leve salto, la estructura se destrozó por completo impidiéndole agarrar el impulso necesario y acabó estampándose contra el suelo.

—¡Papá! —llegó con él y con ayuda de Lizz lo sacaron de entre los tubos y maderas que componían aquella tarima. Jonh se incorporó con dificultad, pero en cuanto puso un pie en el suelo: se dobló del dolor.

—¡Mierda! —apretó los dientes—. ¡Creo que me torcí el pie...!

—¡Ahí vienen! —Lizz apuntó su arma y disparó contra un par.

—¡Llévenselo, ya! —le dijo a sus compañeros. Russel y Ann cargaron como pudieron a Jerry y a toda prisa marcharon hacia la salida. Sam cargó a su papá y junto con Lizz se apresuraron hasta la salida.

—¡Puta... madre! —masculló el malherido Jonh Anderson mientras le arrastraban para salir. Alcanzaron finalmente el exterior, sintiendo el aire fresco de la noche y percibiendo la plenitud de la luna en todo el paisaje.

—¡No se detengan!

Cruzaron las desoladas calles y encaminaron hasta un edificio de departamentos cercano a su posición. Ann soltó a su amigo y abrió la puerta tras embestirla un par de veces. Se adentraron en el lugar y se escabulleron entre los pasillos hasta que entraron en uno de los muchos departamentos, llevaron todo lo posible para tapar la puerta, después solo se mantuvieron en silencio.

Era como ver un montón de asustadizos ratones siendo cazados por una masiva fuerza depredadora. Desperdigados yacían a través de la sala de aquel departamento, en silencio sepulcral, únicamente esperando a que la horda se disipara o que algo más llamara su atención. Estuvieron un buen rato sin hablar o siquiera hacer movimientos bruscos, no fue hasta que el escándalo provocado por los muertos se esfumó; que nuevamente pudieron atender a sus heridos.

Llevaron a Jerry hasta la cama de una de las habitaciones, le quitaron la ya corroída ropa que llevaba encima y con agua y alcohol empezaron a tratar sus heridas. Ann lo abrazaba y cubría su boca con una mordaza para que no gritara mientras que Lizz lo limpiaba. El muchacho estaba agonizando, pero volvió a desmayarse luego de un rato.

—Ya se terminó el alcohol —profirió la agitada Lizz.

—¿Y ahora qué? Míralo, tenemos que hacer algo —farfulló la pelirroja, su amigo se había puesto pálido y sus heridas abiertas empezaban a expeler un olor muy nauseabundo.

—No podemos hacer nada, ni siquiera sé cómo tratar quemaduras.

—¡Mierda! —exclamó presa de la furia y la desesperación, golpeó una lámpara en una mesita de noche y esta cayó y se rompió.

—¡Ann! —regañó Sam y ella se detuvo.

—Lo siento, lo siento, yo solo... —llevó su temblorosa mano hasta su boca—... lo siento mucho.

—Necesita medicinas para el dolor y las quemaduras —habló entonces Jonh Anderson, estaba tendido sobre un sofá y no se veía muy bien.

—Papá —llegó con él y elevó cuidadosamente su pierna en la esquina del colchón.

—Tranquilo, hijo, estoy bien.

—Déjame verte —le quitó la bota y el calcetín con sumo cuidado para analizarlo mejor, su pie estaba hinchado y algo amoratado, se había dado un buen golpe—. Dios...

—Se ve peor de lo que duele —bromeó, pero siguió soltando quejidos ante el más mínimo roce con su piel.

—Pa-parece que solo fue un esguince —habló Russel luego de agacharse para revisarlo—. Mi tío Roy era entrenador de un equipo de futbol, vi esta clase de heridas toda mi vida. Necesitas reposo y tal vez analgésicos —pasó su mano a través de su frente; limpiando su sudor—, ¿tenemos vendas?

Sam buscó en la bolsa que le había quitado al militar hasta que sacó una bien enrollada. Se la entregó y el muchacho empezó a vendarlo. Una tormenta comenzó, los rayos se veían desde la ventana y las gotas sonaban sin parar.

—Con suerte eso distraerá a los muertos.

—Listo —se levantó—. No es mucho, pero servirá.

—Gracias. La cuestión es... —se acomodó cuidadosamente en el sofá y miró a Jerry—. ¿Qué haremos con él?

—Podemos cubrir sus heridas, pero necesitamos analgésicos, antibióticos y más vendajes —habló Lizz—. Además, va a necesitar reponer líquidos.

—Bien, entonces saldré a buscarlos —decidida Ann marchó hacia la puerta, pero Sam se interpuso prontamente en su camino—. Sam, muévete —demandó con firmeza.

—Lo siento, es muy peligroso.

—Muévete —amenazó—. No lo volveré a repetir —había desenfundado su arma incluso, pero Sam no le hizo ningún caso. La chica deformó su cara y empezó a llorar, él la abrazó.

—Sé por lo que estás pasando, pero debes entender que ahora no podemos hacer nada.

—No quiero que muera.

—No lo hará, no lo permitiremos —la tomó firmemente de los hombros y la calmó.

—Igual necesitará las medicinas —intervino Lizz buscando sonar lo más calmada posible para no alterarla más—. De lo contrario no llegará muy lejos.

—En ese caso —Jonh sacó el mapa—. Bill marcó múltiples puntos útiles en el mapa, uno de ellos un puesto militar ubicado en un hospital cerca de aquí —buscó en el mapa hasta que lo encontró—, justo aquí, tal vez allí tengan lo necesario para tratarlo.

—Tenemos que ir.

—Justo ahora las calles estarán abarrotadas de muertos por el escándalo que hicimos allá atrás, además que salir en la noche es muy peligroso, lo mejor que podemos hacer es esperar a que se vayan e ir y probar suerte mañana en la mañana.

—No podemos esperar, no hay tiempo, Jerry no tendrá tiempo —recriminó buscando hacerlo recapacitar, pero Jonh no cambió de parecer.

—No soy tu padre ni nadie para decirte que o no hacer, niña... si quieres salir entonces hazlo, pero no me arriesgaré para salvarte. No de nuevo —Ann bajó la mirada, era capaz de irse, pero sabía que ese hombre tenía la razón; sería un suicidio—. Lo lamento, rojita, sé cuánto te importa, pero ahora no podemos hacer nada. Esperemos un poco más, ¿sí? Después veremos qué hacer.

—No dejaré que muera —zanjó y se marchó hacia otra habitación.

Pasaron varias horas luego de eso, el dolor hacía a Jerry ir y venir en ratos, mientras que los demás no hacían más que descansar, todos lo necesitaban. Sin embargo fue en la madrugada que Ann salió de la habitación, tomó un par de armas y una mochila, estaba lista para salir, no importaba lo que le dijeran, estaba dispuesta a arriesgarse para salvar a su amigo.

Se escabulló por la sala con el sigilo de un gato y arribó hasta la ventana de la cocina, estaban en un segundo piso así que no le sería tan difícil salir de allí. Abrió lentamente la ventana y sacó una pierna, en eso se escuchó un sonido.

—¿Te vas sin despedirte? —masculló Sam entre la penumbra. La pelirroja cerró sus ojos y apretó los labios—. Sabes que es una locura.

—Ya lo sé —arremetió, sonaba frágil, temerosa y aun así estaba decidida a ir—. Pero no puedo dejarlo así, necesito hacer algo. Iré a ese hospital, no importa que.

—Supongo que no hay fuerza alguna que te haga desistir de hacerlo —tomó aire y encogió los hombros, se volteó hasta tomar una mochila y su bate, se acercó a ella, quien lo miraba con extrañeza—. Sé por lo que estás pasando, si fuera mi papá el que estuviera en esa situación yo tampoco podría quedarme sin actuar, así que te ayudaré en esto.

—¿Hablas en serio? —sus ojos se aguaron, Sam sonrió y asintió.

—Vamos a ese hospital y salvemos a ese hombre.

La chica de cabello de fuego asintió con ímpetu, abandonó cuidadosamente el apartamento y se arrojó a la calle, Sam le siguió y juntos se encaminaron hacia el hospital.

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