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5. Veneno

El sol se ocultaba sobre el horizonte, marcando así el cielo con un profundo color rojo que bañaba la ciudad y sus selváticos alrededores, como una suerte de presagio que anunciaba la sangre que se derramaría muy pronto apenas y llegaran a la guarida de los Cráneos.

Condujeron por algunos minutos, siguiendo las calles más accesibles hasta que arribaron a una vieja zona residencial, un vecindario promedio, lleno de casas, negocios pequeños y edificios habitacionales y demás complejos que ahora no eran más que un tétrico escenario caótico marcado por la soledad y la jungla que se había apoderado de todo a su alrededor. Jonh giró de improviso a un par de calles antes del lugar marcado y se ocultó en un callejón al lado de unos departamentos.

—¿Ey, ey, viejo qué demonios haces? —recriminó Jerry quien era su copiloto—. El lugar marcado está más al frente.

—Sí, y es justo por eso que me detengo aquí —apagó el auto y guardó las llaves en su bolsillo—. Pon atención, niño, ¿qué esperabas? ¿Qué entraríamos como en las películas lanzando tiros a diestra y siniestra? —negó—. Necesitamos un plan. De lo contrario acabaremos muertos antes de que anochezca siquiera. Vamos.

Salió del vehículo y los demás le siguieron. Cruzaron la calle y marcharon hacia otro edificio, usaron las escaleras de emergencia para subir hasta la terraza y así tener una mejor vista de todo el vecindario. Se aseguraron de que no hubiera actividad cercana de algún enemigo y se posicionaron cerca de la cornisa.

—Ahí —anunció luego de ver por la mirilla de un imponente rifle Dragunov.

—Déjame ver —Jerry se lo arrebató y miró a lo lejos. Era un edificio grande, igualmente parecía un complejo de apartamentos. Centró su mirada en el movimiento que había en algunas secciones visibles de aquel derruido edificio, así como en la parte superior del mismo, ahí había algunos vigías—. Hijos de puta —exclamó entre dientes, estaba conteniendo su ira, aunque parecía que aquello no duraría mucho más, bajó el rifle—. Bien, ¿qué estamos esperando?

—Debes ser realmente tonto o estar muy desesperado de que te maten —le quitó el Dragunov y frunció el ceño—. Si vamos allá a plena luz del sol y sin una estrategia clara, nos matarán. Sería como ponernos un blanco en el trasero.

—Bien, ¿entonces cuál es tu plan, eh? —arremetió con desespero. Estaba claro que deseaba con todo su corazón ir a salvar a sus amigos a como diera lugar, pero Jonh tenía la razón, si se guiaba por sus emociones, lo más seguro es que terminaría con una bala en el entrecejo, sellando así el destino de sus amigos también.

—Aguardaremos a la noche. Una vez que sea seguro y que no nos puedan detectar a simple vista, buscaremos como entrar al edificio, buscaremos a tus amigos y con algo de suerte, los podremos sacar sin hacer tanto escándalo.

—¿Esperara hasta la noche? —desvió su vista al horizonte rojo—. ¿Y qué tal si llegamos tarde?

—Entonces crucemos los dedos para que ese no sea el caso.

Pasaron un par de horas hasta que la noche tomó completa posesión del día. Una tormenta se hizo presente también, rayos y truenos plagaban el cielo, poderosas ráfagas de viento helado agitaban la vegetación en el exterior, mientras que las gotas interminables menguaban el silencio, con suerte, semejante escándalo los ayudaría a pasar inadvertidos de mejor manera en aquella zona.

Jerry Adams miraba por la ventana, estaba ansioso por salir, se la había pasado todo el rato en aquel lugar, afilando su navaja, parecía además estar rezando o tal vez pidiéndole de alguna manera al universo porque sus amigos siguieran con vida y que aquellos dementes no les hubieran hecho daño, o al menos no demasiado.

—Será mejor que empaques todas tus cosas, chico —habló Jonh mientras guardaba un largo cuchillo de cacería en su cinturón—. Saldremos en unos minutos y necesito que estés preparado.

—Estoy preparado —aseguró.

—Bien —tomó una escopeta y corroboró que estuviera bien cargada, después la colgó en su espalda. El muchacho lo miró y también empezó a alistarse.

—¿Eras policía o algo así?

—¿Perdón?

—Sí, antes de este desastre. ¿Eras policía o algo parecido? —Jonh sonrió con gracia y negó.

—No, chico. Trabajaba como contratista, toda mi vida me la pasé en obras y construcciones. Nada más.

—Qué extraño, podría jurar que te dedicabas a algo así desde antes, la forma en la que actúas, como no cedes ante la presión, es como si tuvieras experiencia en esta basura.

—Sí, bueno, digamos que si pasas una gran parte de tu vida luchando por sobrevivir, empiezas a ver las cosas de una manera un tanto diferente, te vuelves más... capaz. Supongo que es algo que uno no desea realmente, pero no hay de otra. O aprendes a sobrevivir, o no sobrevives.

—Sí...

—Ya es hora —tomó una pistola y se la entregó a Lizz junto con las llaves de la camioneta—. Necesito que te quedes aquí. Si las cosas se ponen feas necesitamos a alguien listo para emprender la huida y apoyarnos de ser necesario también.

—Pero, Jonh.

—Será más seguro si te quedas—intervino Sam dejando una mano sobre su hombro—. Será mejor que arriesgar a todo el grupo.

—Bien—cedió con pena.

—Oye —la tomó de la cara—. Todo estará bien, ¿sí?

—Lo sé, solo... tengan mucho cuidado, todos.

Ninguno dijo nada más, tomaron todo el equipo y finalmente abandonaron el edificio. La calle estaba llena de maleza alta, vehículos abandonados, basura y destrozos causados por el tiempo y los bombardeos en los tiempos de la infección, por lo cual era difícil tener una visión clara de lo que merodeaba entre la oscuridad. A su vez la tormenta los había ayudado para que ningún sonido delatara su posición.

Marcharon agazapados entre la selva, viendo los truenos en el cielo y como iluminaban su camino entre la tundra que no cesaba ni un segundo. Viraron en un callejón y al salir a la siguiente calle, se mostró su edificio. No era muy diferente al resto en aquella calle, salvo que la actividad se percibía con claridad a través de las ventanas y fisuras en la fachada, así como también varias figuras que merodeaban en las afueras, custodiando el lugar.

—Dos guardias —habló Sam.

—Tres —reviró Jerry. Tenía una mejor vista con el rifle—. Hay uno más por allá —siguió mirando—. Parece que hay una especie de acceso por la pared lateral.

—Mejor que entrar por la puerta principal y alertar a todos —habló Jonh, desenfundó su cuchillo y miró a sus acompañantes—. Bien, Sam, ve por el de la derecha, Jerry, tú la izquierda, yo iré por el de la entrada. ¿Entendido?

—Sí —aseguró su hijo, Jerry solo se limitó a asentir.

—Bien —asintió nerviosamente—. Por favor, no la caguen.

Se dispersaron entonces, marcharon entre los autos y los objetos a su alrededor, haciendo uso de todo el sigilo posible y de la practicidad que les otorgaba la tormenta para pasar inadvertidos, hasta que Sam y Jerry pudieron acabar con sus respectivos objetivos. Jerry rajó la garganta del primero y lo derribó para que así no levantara sospechas, el segundo pareció percatarse del ruido, pero Sam emergió de entre la maleza a sus espaldas y como un fantasma: tapó su boca y con un par de puñaladas en la espalda baja pudo terminar con él, de igual forma bajó el cuerpo y lo dejó recostado.

Jonh siguió hasta ocultarse detrás de un auto que yacía a un costado del edificio, en el mismo callejón donde estaba ubicado aquel acceso en forma de un gran cráter apenas disimulado con algunas maderas y mantas que colgaban del muro. Afuera había un hombre que fumaba y pasaba frío mientras trataba de vigilar, se paseaba de un lado a otro, insultando a regañadientes mientras que se abrazaba a sí mismo para guardar el poco calor que podía mantener. Aguardó a que se diera la vuelta para salir, avanzó lo más rápido y sigiloso que pudo y cuando aquel sujeto escuchó algo a sus espaldas y se giró de nueva cuenta, se levantó y enterró la navaja bajo su mentón y removió la hoja hasta que penetró en lo más profundo de sus cavidades. El hombre balbuceó y agonizo por algunos segundos hasta que dejó de respirar, luego de eso sacó su arma.

—¡Despejado! —avisó si elevar demasiado la voz. Jerry y Sam llegaron con él.

—Nada mal, viejo —cargó el Dragunov.

—Bien, cúbranme —alzó la escopeta y con ayuda de su hijo descubrieron el agujero. Lenta y silenciosamente se adentró en el edificio, arribando así a un cuartucho mohoso y húmedo que era apenas iluminado por una lámpara de aceite, en el lugar habían algunas mantas y bosas de dormir, así como también una última persona que ni siquiera la tormenta había sido capaz de despertar. Lamió sus labios y avanzó a con él, y una vez que los tres le rodearon y apuntaron, Jonh le dio una patada para despertarlo.

—¿Qué cara..? —dejó el cañón de la escopeta en su frente y son solo negar con la cabeza le dijo que no hiciera ruido.

Aquel sujeto vio su situación y sin más, alzó las manos.

—¿Cuántos hay en el edificio?

—Por favor, amigo, no me mates yo no hice nada. —Ante su patético barboteo, aquel hombre le pegó un culatazo a la cara.

—¿Cuántos?

—N-no lo sé, hombre, veinte o tal vez unos treinta... nunca los he contado, pero son bastantes —aseguró mientras temblaba, su frente sangraba bastante.

—¿En dónde tienen a los prisioneros? —arremetió Jerry entonces. Aquel hombre parecía estar a nada de mearse encima—. Responde o te vuelo la maldita cabeza.

—Sexto, e-en el sexto piso los encerramos. Lo juro.

—Bien —Jonh le acomodó otro culatazo que consiguió ponerlo a dormir—. Al sexto piso entonces, esperemos que no sea una trampa.

Jonh fue el primero en avanzar, salieron del cuarto —el cual resultó siendo una vieja lavandería— y después llegaron a la planta baja, el lugar estaba vacío, tan solo había desechos, basura y algunos muebles viejos arrumbados por ahí, así como demás resquicios del pasado envueltos en maleza y raíces. Subieron por las escaleras rumbo al primer piso y no detectaron actividad. Antorchas y algunas lámparas alumbraban los tenebrosos pasillos de aquel edificio en ruinas, se podía escuchar que había gente por ahí, sin embargo, la gran mayoría habría de estar dormida o quizás descansando en los apartamentos, pues pudieron salir de ahí sin ser detectados.

Continuaron subiendo hasta que llegaron al cuarto piso, donde se podía escuchar que había bastantes personas reunidas. Trataron de seguir escabulléndose, cuando una persona emergió de uno de los departamentos, por lo que todos se guarecieron tras un muro, pero él se acercaba. Jonh mantuvo su cuchillo en la mano, esperando hasta que aquel sujeto finalmente se mostrara para así poder asesinarlo, pero justo cuando estuvo a nada de aparecer, el ruido se detuvo, y después una puerta se cerró.

Temeroso y con cierto alivio, miró a sus dos compañeros, entonces les indicó seguir. Apenas y pudieron subir un par más de escalones, cuando otro sujeto se apareció frente a ellos. Todos se quedaron congelados, tan solo el ruido de la tormenta se escuchaba, aquel hombre los miró con los ojos bien abiertos y con el pecho subiendo y bajando a causa del pánico, bajó la mirada y tras encontrar sus armas no perdió tiempo y trató de desenfundar, pero Jerry fue más rápido y con un balazo al pecho lo abatió, pero aquel estruendo acabó por alertar a los demás, pronto un escándalo se hizo presente y todos se empezaron a movilizar.

—¡Rápido! —emprendieron la carrera hacia el sexto piso, escuchando las ráfagas yendo en diversas direcciones a por ellos. Consiguieron subir un piso más, pero no pudieron salir de las escaleras, los Cráneos empezaron a abrir fuego desde el pasillo, mientras que otros más empezaban a subir a toda prisa a por ellos.

—¡Papá, nos rodean! —alertó Sam y apuntó su escopeta y disparó contra los primeros desgraciados que se mostraron al subir a aquel piso.

—¡Al carajo! —Jonh sacó una de las granadas de gas y la arrojó por el pasillo. Pronto una enorme pantalla de humo cubrió todo el pasillo. Imposibilitando la visión de los tiradores. Salió de cobertura y en cuanto vio a las primeras figuras que se mostraron entre la bruma, disparó, acertando contra uno de ellos, pero siendo relevado por otros dos más. Huyó de ahí y entró en una de las habitaciones.

Corrió a toda prisa y llegó hasta la cocina, saltó y se quedó tras la barra del comedor y ahí aguantó los tiros. Gritó, sintiendo como los escombros y la basura caían sobre su cabeza sin parar. Recargó su escopeta y aguardó a que los proyectiles dejaran de impactar a su alrededor, raudo emergió de la barra y jaló el gatillo. El arma rugió con fuerza y los perdigones emergieron como una lluvia letal, acertando en el pecho de uno de los tiradores, impactándolo con fuerza y regando así su sangre por el suelo y las paredes, asesinándolo al instante. Bombeó el arma y rápido llevó el cañón contra el otro y cuando este no pudo recargar a tiempo, trató de huir, pero Jonh disparó y acabó reventándole una de sus piernas, cayó violentamente y cual alma en pena largó alaridos de dolor por todo el lugar mientras se revolcaba como un zángano, salió por completo de cobertura y lo terminó rematando con un último tiro a la cabeza.

Estuvo a nada de salir del departamento, cuando un último sujeto apareció, golpeó su arma con un tubo de metal, haciéndolo soltarla, lo golpeó a él después, Jonh se echó para atrás gracias al impacto y chocó de espaldas contra la pared más cercana, el Cráneo llegó y lo retuvo, dejando el tubo contra su cuello y apretando con fuerzas para asfixiarlo, por lo que Jonh lo sujetó y con todas sus fuerzas buscó apartarlo, el forcejeo se mantuvo por interminables y agónicos segundos en los cuales sintió como la vida se le escapaba poco a poco, hasta que le propinó un rodillazo en los testículos, el hombre se doblegó, así que lo tomó de la nuca y le asestó dos potentes puñetazos al rostro, ambos acabaron cayendo, sin embargo, Jonh Anderson no se detuvo, siguió golpeando a aquel infeliz hasta que su rostro quedó irreconocible por los golpes y los moretones.

No fue hasta que sus puños no aguantaron más, que se detuvo, aquel hombre ya no se movía. Buscó levantarse, y fue cuando otro más apareció, rugiendo como un animal se adentró en el departamento llevando consigo un palo lleno de picos, Jonh se echó para atrás y golpeó la mesa de centro, esta chocó contra las tibias, haciéndolo flaquear un poco. Jonh se levantó y de un salto llegó con él, ambos rodaron por el suelo, forcejeando y luchando por matarse a como diera lugar. Se mantuvieron en el suelo, batallando por sobrevivir, cuando de repente una bala atravesó la cabeza de aquel hombre.

—¡Papá! —Sam llegó con él y lo ayudó a levantarse pues la falta de aire lo había debilitado.

—¡A un lado! —lo apartó y pronto desenfundó la 45 y vació casi todo el cartucho contra uno más que había tratado de irrumpir en el apartamento. Acabó asesinándolo antes de poder siquiera llegar a la sala—. ¡Cúbrete, rápido!

Padre e hijo se ocultaron tras los sillones de la sala, escuchando los disparos cercanos, la gente corriendo a toda prisa y un gran escándalo en todo el edificio.

—¡Sam!

—¡¿Qué?!

—¡El arma! —pronto una ráfaga cercana azotó la sala. Sam salió de cobertura disparó contra el tirador, estaba en la entrada. Se le agotó la munición y el Cráneo se asomó de nuevo, por lo que se tiró y se cubrió tras el sofá de las balas. Se arrastró como un soldado entre el lodo y alcanzó la escopeta con la punta de sus dedos y con un ligero empujón, la mandó hacia su padre.

Jonh la atrapó, cargó, y salió para reventarle la cara a aquel tirador. Nuevamente se puso a cubierto para recargar.

—¡¿Está muerto?!

—¡Sí!

—¡¿Dónde está Jerry?!

—¡No lo sé!

—Mierda —tomó su arma y la pegó a su pecho—. ¡Jerry!

Luego de que la refriega comenzara, no perdió tiempo y se escabulló a toda velocidad hasta el sexto piso. A medida que subía los escalones su corazón se agitaba más y más, el sudor le corría a cántaros y el temor acrecentaba dentro de sí, gestándose como un parasito a punto de explotar en su interior, buscando traer consigo su pronta perdición. Siguió adelante y finalmente arribó a aquel piso, no distaba mucho de los anteriores, salvo que las paredes estaban sucias y descascaradas por la humedad, apenas un par de lámparas iluminaban el pasillo, mientras que por la ventana y los orificios se podía ver los rayos cayendo intensamente, acrecentando el aspecto fúnebre de aquel escenario tan sombrío.

Vagó con lentitud por el pasillo, encontrando así en cada habitación un escenario peor que el anterior. Cuerpos mutilados y colgados del techo cual si fuesen reces, miembros cercenados apilados en los rincones, sangre vieja y nueva donde fuera que mirara, incluso algunos prisioneros ya transformados en zombis a causa de lo que supuso no fue una ejecución lenta ni piadosa. Abrió la puerta de un apartamento más y encontró a una mujer partida a la mitad, esta lo vio y empezó a arrastrarse hacia él, sus tripas se regaban por el suelo y dejaba a su paso un rastro de sangre maloliente cual si se tratara de un caracol.

—¡Por Dios! —cerró de golpe la puerta y negó aterrado, ya solo restaban tres puertas más en aquel pasillo—. ¡Ann! ¡Russel!

Fue entonces que una puerta se abrió de golpe y un sujeto apareció y lo empujó con fuerza, enfilando su cuchillo contra su cara, Jerry soltó el rifle a tiempo y atrapó las manos del sujeto, forcejeó con él, meneando la navaja de un lado a otro, buscando a toda costa alejarla de sí.

—¡Te sacaré los ojos y te abriré a la mitad como un puto cerdo! —exclamó el hombre. En su mirada se podía ver la sed de sangre y la furia asesina.

Jerry apretó los dientes, movió de golpe la navaja y esta no le dio. Así que aprovechó y le puso un cabezazo, aquel sujeto se echó para atrás, siguió con un puñetazo más y cuando buscó conectar otro, aquel sujeto se cubrió y se lo regresó con el doble de fuerza. aquel impacto lo aturdió momentáneamente, por lo que no pudo anticiparse, el Cráneo corrió y lo embistió, llevándolo hasta el interior de uno de aquellos infernales departamentos llenos de vestigios de una completa carnicería. Entre golpes y arañazos salvajes terminaron cayendo justo en medio de la sala de estar, la cual yacía adornada con varias cabezas decapitadas que aun desprovistas de sus cuerpos, seguían gruñendo y tirando mordidas sin parar.

El Cráneo lo sometió, dejando caer todo su peso con su antebrazo, justo en su cuello. Jerry luchó por zafarse, palpó la superficie hasta que sintió algo viscoso y que se movía, sin más remedio la tomó, y azotó aquella cabeza contra su atacante. Este recibió el impacto directo, la sangre le bañó los ojos.

—¡Mierda! ¡Hijo de puta...! —exclamó iracundo y desesperado.

Con apuro, Jerry se arrastró, le asestó un puñetazo directo y antes de que se pudiese erguirse aunque fuera un poco: tomó un martillo para carne —que estaba tirado junto a varios instrumentos de tortura— y le golpeó repetidas veces la cara hasta que esta se transformó en un horrible y sanguinolento agujero. Borrando así su cara y cualquier designio de vida en él para siempre.

Agitado y cubierto de sangre, se limpió la cara y poco a poco se puso en pie, estaba mareado y algo aturdido a causa de la pelea, avanzó dos pasos pero se detuvo súbitamente para vomitar, habían sido demasiadas emociones en tan poco tiempo como para que pasaran desapercibidas. Limpió sus labios con su manga y tras tomar aire y su arma del suelo, salió de aquella habitación.

Avanzó tambaleante a la siguiente puerta y giró la perilla, un nauseabundo olor a carne en descomposición, sumado a una marejada de moscas que revolotearon salvajes a penas y abrió la puerta, le hicieron saber que aquel era otro de sus cuartos de tortura. Se echó para atrás, cubriendo su cara con ambas manos, nuevamente las arcadas regresaron y lo doblegaron, estuvo a nada de escupir la poca comida que había tomado horas atrás, cuando un grito cercano lo alertó. Se giró y vio a un sujeto blandiendo un hacha en su dirección, tropezó en su intentó por huir de él, cosa que por suerte lo ayudó a eludir la mortal hoja que perforó contra la pared, el sujeto gruñó, arrancó la hoja y de nueva cuenta trató de atacarlo, esta vez mandando un golpe ascendente directo a su cabeza. Jerry se arrastró a toda prisa, mientras que el sujeto mandaba golpes salvajes en todas direcciones, avanzó hasta terminar en el final del pasillo, y cuando el hombre levantó el hacha, el desenfundó su Glock 19 y con dos disparos le puso fin a su vida. La histeria y el pánico ni siquiera lo habían hecho recordar que la guardaba en su bolsillo.

Se mantuvo ahí sentado por algunos segundos, viendo el rastro de muerte que había dejado a su paso, tomó aire, se puso de pie y con pistola en mano marchó hacia la última habitación, la cual estaba marcada con una gran equis roja, temió lo peor. Sujetó la perilla y entró de golpe, mantuvo la pistola en alto, pero la bajó en el segundo en que un par de figuras amordazadas se mostraron.

—¿Ann? —demoró unos segundos en reaccionar, estaba desaliñada, sucia, y muy traumatizada, pero podía reconocer aquella cabellera de zanahoria en donde fuera—. ¡Ann! —llegó hasta ella y la desató, la pelirroja lo abrazó como nunca.

—¡Jerry!

—Tranquila, tranquila, ya pasó —asintió ansioso y sonrió—. Vamos a sacarlos de aquí.

—¿Vamos? —reaccionó Russel luego de ser liberado.

—Jonh y Sam están abajo —tomó la pistola y se la entregó a ella—. Rápido, salgamos de aquí.

—Espera, ¿qué hay de él? —reaccionó antes de salir de la habitación. Aun amarrado permanecía un sujeto delgado y demacrado que aun con la boca cubierta estaba rogando porque lo liberaran.

—Bien, rápido —llegó con él y lo desató.

—¡Por Dios, gracias, gracias, gracias! —barboteó con fuerza, Jerry lo tomó con firmeza de las mejillas y lo silencio.

—Cállate y síguenos.

—Claro, sí, sí.

Bajaron hasta el quinto piso, la humareda se había disipado, por lo cual pudieron ver la escena de la matanza con mucha más claridad, varios cuerpos adornaban las habitaciones y el pasillo, sangre bañaba las paredes y los agujaros de las balas estaban en todas direcciones. Sin embargo, no había ningún rastro de los Anderson por ningún lado.

—¿En dónde están? —preguntó Ann con desconcierto.

—No-no lo sé. —Respondió Jerry mientras miraba en todas direcciones, tratando de encontrarlos. El escándalo cercano de un grupo de personas subiendo y gritando cual turba enardecida les hizo saber que el peligro aún no había desaparecido—. Carajo...

—¡Allá! —clamó Russel, señalando a las escalaras de emergencia.

Corrieron hacia la ventana al final del pasillo. Pero se detuvieron súbitamente al ver a alguien emerger de una de las habitaciones, apuntaron sus armas, pero el hombre se tambaleó y se giró, mostrando una herida profunda en su cuello, poco después acabó desplomarse contra el suelo.

—¿Qué demonios?

Jonh y Sam emergieron del lugar a los pocos segundos.

—Están vivos —reconoció Jonh al verlos en una pieza.

—Apenas —reconoció Jerry y llegó hasta la ventana—. Vienen más de ellos, tenemos que largarnos de aquí.

Rompieron los cristales y salieron al andamio, poco después empezaron a bajar por las escaleras rumbo a la calle.

—¡Rápido, no se detengan! —exclamó Jonh mientras veía las luces de un auto acercándose al lugar.

Uno a uno empezaron a bajar hacia la calle, la tormenta había disminuido considerablemente, pero el escándalo de la batalla ya había empezado a atraer caminantes, además que aún no se habían librado por completo de ellos.

—¡Infectados! —clamó Sam, mientras levantaba su arma y disparaba contra los más cercanos.

—¡Rápido! —Jerry ayudó a Ann a bajar y después al último sujeto.

—Gracias, de verdad no sé... —una bala atravesó su cráneo de repente, manchando su rostro de sangre y dejándolo completamente petrificado.

Un par de tiradores habían salido desde la puerta principal hacia su dirección. Nuevamente se cubrieron entre los autos estancados y algunos contenedores de basura que había por ahí, las balas seguían cayendo y los infectados no dejaban de salir.

—¡Estamos rodeados! —vociferó Sam con apuro—. ¡Papá!

—¡Carajo! —se mantuvo a cubierto, viendo como las luces de aquel vehículo se hacían más y más prominentes a cada segundo que eran más acorralados. Recargó sus últimas balas y se preparó para salir y disparar contra aquellos sujetos, entonces, el auto apareció y para su sorpresa los embistió con fuerza, mandándolos a volar lejos y derrapando peligrosamente a mitad de la calle—. ¿Qué demonios?

La puerta de la camioneta se abrió y Lizz se hizo presente.

—¡Súbanse ya!

Más muertos comenzaban a salir y cubrir las calles, por lo que se treparon en la camioneta y sin perder tiempo, aceleraron para salir de ahí de una vez. Jonh se acabó apoderando del volante, maniobró por las sombrías calles de aquel vecindario, iluminando con las luces delanteras el desfile de muertos que se había hecho presente, como una suerte de peregrinación venida del inframundo.

—¡Sujétense bien! —giró de golpe en una calle y varios caminantes acabaron estampándose contra el auto, cubriendo los cristales con sangre y pedazos cercenados—. ¡Mierda! —activó los limpia parabrisas, y en eso uno de ellos saltó contra el frente, se estampó y cuarteó el cristal, poco después se puso a lanzar golpes hasta que consiguió meter la mano al auto.

—¡Abajo! —Jerry apuntó la Glock y vació todo el cartucho contra aquella cosa, pero más de ellos empezaban a estamparse y a trepar por el vehículo.

Haciendo uso de su fuerza e intelecto superior, aquellos monstruos se quedaban en las puertas, lanzando golpes y violentos arañazos que dañaban la integridad de los cristales, así como también desestabilizando la camioneta. Una ventana acabó por romperse y uno de ellos alzó sus manos hasta sujetar a la pelirroja, la llevó consigo y trató de sacarla y devorarla. De inmediato Sam se lanzó a ayudarla, y con su cuchillo lo asesinó. Liberando a su compañera, quien regresó aterrada hasta su asiento.

Un impacto más sonó, esta vez desde atrás, pronto vieron como una de esas cosas trepaba hasta llegar al techo y empezaba a golpear la parte superior de la camioneta con todas sus fuerzas, abollando el metal y causando fisuras con sus garras, hasta que pudo abrir el metal y mostrar su horrible rostro.

—¡Abajo, todos! —Sam sacó la Remington 870 y disparó contra aquella criatura. Esta lanzó lastimeros quejidos y al cabo de unos instantes cayó abatida desde el techo.

—¡Agárrense! —clamó Jonh al ver un pequeño bloqueo de autos al frente. Todos se sujetaron de lo que pudieron. Aceleró de lleno y atravesaron aquel bloqueo, al cabo de unos segundos aquel vecindario quedó atrás, así como la horda—. Maldición —suspiró agitado, llevando su mirada hacia atrás, todos estaban completos y la horda de muertos ya no era un problema.

—¿Estás bien? —le preguntó Sam a Ann, su cara estaba llena de manchas de sangre y algunas heridas.

—Sí, sí estoy bien —se le quedó viendo—. Gracias por salvarme de esa cosa, y... —se detuvo de repente al ver una mancha brotando de su hombro—. Sam...

—¿Qué? —se descubrió. Era la herida que le había hecho aquel Cráneo en la escuela se había abierto más, estaba sangrando mucho—. Carajo.

—¿Qué ocurre? —Jonh se percató de la escena.

—Necesitamos parar.

—Carajo —lamio sus labios y mantuvo su mirada en el retrovisor, viendo a su hijo—. Lizzie, revisa el mapa. Busca un lugar donde podamos pasar la noche.

Las encrucijadas y los caminos sinuosos de la ciudad los llevaron a salir de la zona céntrica, arribando así a un vecindario mucho más discreto y lejano del caos que suponían las zonas más concurridas, ahora lo habían visto de primera mano, no eran los muertos la mayor amenaza de la ciudad. Al final, se quedaron en una vivienda de dos pisos con una gran cochera abierta desde la cual podían ocultar la camioneta, apenas y el auto se apagó, todos bajaron y aseguraron el lugar.

—Dios —exhausto, Jonh Anderson se tendió sobre un polvoriento sofá, estiró sus pies y cerró sus ojos un poco.

—El lugar se ve tranquilo —mencionó Jerry luego de bajar del segundo piso—. No parece muy concurrido, pero mejor no bajar la guardia esta noche, quien sabe que pueda estar merodeando allá afuera.

—Eres bienvenido a vigilar el tiempo que quieras —habló Jonh sin abrir los ojos del todo—. Por el momento lo único que quiero es dormir un poco y comer algo.

Una pequeña bolsa llena de nueces y almendras le cayó encima. Habían conseguido un pequeño botín del auto de aquellos caníbales.

Bon apetite —dijo Jerry y siguió hurgando en la valija—. Bueno, parece que estos idiotas no eran muy listos que digamos, dejaron buena parte de su armamento en la camioneta, seguro que en las otras había más cosas.

—De milagro pudimos salir de ahí —recitó Sam y se tendió en otro sillón, soltó un quejido y apretó su hombro—. Confórmate con lo que logramos sacar.

—¿Qué tal el brazo? —le preguntó Russel. Él inclinó la cabeza.

—Duele.

—Déjame ver —habló Ann Williams, le retiró la chamarra por completo, la navaja había dejado una buena cortada sobre su hombro. Mientras que la batalla con aquel grupo la había abierto más.

—¿Cómo se ve? —preguntó sin mirarlo directamente.

—Vivirás, pero tengo que limpiarla y también vas a necesitar algunos puntos. Buscaré algún botiquín por aquí.

—¿Sabes suturar? —dudó sorprendido, ella sonrió con modestia.

—He aprendido. No te preocupes, estás en buenas manos.

—Oye, rojita —le habló Jonh antes de irse—. Gracias.

—Gracias a ustedes.

—Estos malditos estaban bien armados, aun no puedo creer que salimos vivos —reconoció Jerry tras ver a todo el grupo aun en una pieza.

—Ann me dijo que esos sujetos se llamaban Los Cráneos, pereció reconocerlos. —Mencionó Sam.

—¿En serio? —Jonh entró a la defensiva—. ¿Y cómo es que los conocen?

—Fue en nuestro anterior grupo, poco después de haber sido atacado por los infectados; estuvimos vagando por aquí y por allá hasta que llegamos a una granja habitada por un grupo pequeño, en un inicio se comportaron amables con nosotros, pero cuando cayó la noche, entraron y nos golpearon, y a una de nuestras amigas la asesinaron y la mutilaron para comérsela —recordó con asco y furia—. Logramos escapar, pero no dejaron de seguirnos durante varios días, pensé que estábamos a salvo, pero creo que son más de los que imaginé.

—¿Entonces los conocen?

—¿Qué? —reviró con molestia ante la aseveración de Jonh.

—Ya me oíste, ¿esos bastardos los reconocerían si los vieran otra vez?

—Púdrete, viejo —exclamó enfadado.

—Solo quiero estar seguro de que al andar con ustedes no correremos el riesgo de que un puto grupo de caníbales desquiciados nos asesine por la noche.

—Estábamos huyendo de ellos, nada más, no nos conocen en lo absoluto.

—Eso espero.

—Escúchame bien, amigo, te salvé el pellejo en esa escuela y en ese edificio maté a varios de esos desgraciados tanto como tú y tu hijo, si vamos a hacer este viaje juntos, lo menos que espero es que no haya problemas entre nosotros.

—Yo no tengo problemas, "amigo", no a menos de que me los causes.

—Jódete, viejo —volvió a decir. Jonh se levantó y lo encaró.

—¡Ey, ey, ya basta! —intervino Sam entonces—. ¡Dejemos los estúpidos problemas a un lado, estamos juntos en esto aun si lo queramos o no! Necesitamos confiar entre nosotros si es que queremos llegar al refugio, de lo contrario no llegaremos muy lejos. Solo... traten de llevarse bien, ¿sí? Por el grupo.

—Por mi está bien —habló Jonh aun con ciertas reservas. El semblante de Jerry era molesto, pero entendía bien la situación y sabía que necesitaban estar unidos, ahora más que nunca.

—¿Jerry, tú que dices?

—Estoy dentro, amigo, solo calma a tu viejo.

Se marchó de ahí después de eso. El tenso ambiente y la noche hicieron que uno a uno los miembros de aquel inusual grupo se retiraran para descansar un poco, exceptuando a Sam y a Ann, ya que tras ser suturado se ofreció a vigilar unas horas. A final de cuentas no podría dormir bien hasta que la hinchazón y el dolor aminoraran un poco.

—¿Qué tal? —preguntó la pelirroja mientras bostezaba.

—Duele, pero creo que estaré bien, gracias.

—Ni lo menciones, considéralo un estamos a mano luego de que tu papá y tú nos rescataran de esos idiotas.

—Lamento que esos tipos los capturaran.

—Eso te pasa por dejarme sola.

—Te dije que despertaras a los demás, solos no íbamos a poder contra todos ellos.

—Lo que digas —volteó hacia otro lado.

—¿Estás molesta?

—Claro que estoy molesta, hice lo que me dijiste y mira lo que pasó.

—Era la única opción, lo lamento si piensas que te abandoné, pero solo quería proteger a mi grupo y a ti.

De la nada le dio un pisotón.

—¿Qué diablos? —reclamó ante su desplante. Ella se cruzó de brazos.

—No soy una niña tonta, sé cuidarme bien, no me vuelvas a subestimar.

—Entiendo, entiendo, Dios —entonces recibió un golpecillo en el brazo, el dolor cercano de su hombro le hizo reaccionar más fuerte—. ¡Mierda! ¿Y eso porque fue...?

Ann lo tomó de la cara y le regaló un beso en los labios. Atónito abrió los ojos una vez que se apartó.

—Gracias por querer protegerme —lamio fugazmente sus labios—. Y gracias por salvarnos —fue lo último que dijo antes de levantarse y marcharse a su habitación.

—Carajo —se tendió sobre el sillón y suspiró.

Aquel había sido un día sumamente agitado y lleno de sorpresas. Y algo muy dentro de sí le decía que de ahora en adelante todos serían iguales, tan solo esperaba que las incógnitas que habían surgido con respecto a aquella pelirroja no nublaran sus sentimientos por Lizz.

Cerró sus ojos y dejó que la profundidad de la oscuridad y la sinfonía parsimoniosa del exterior lo arrullaran y mantuviera calmado, al menos hasta nuevamente regresara a su viaje.

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